Capítulo 3/ Parte 3: El comienzo de dos sonrisas
El auto de Telma avanzaba lento sobre un río de agua que corría a toda velocidad. Basura de todo tipo se acumulaba en las esquinas y tapaba las coladeras del drenaje, haciendo que el agua fuese mucho más abundante. La mujer conducía sin el cinturón de seguridad y con la vista puesta en un auto que avanzaba delante de ella, descubriendo un poco el suelo cuando arrojaba el agua a ambos lados del camino, haciéndole saber a la mujer los sitios en donde los topes y baches se hallaban ocultos por el agua. La casa de fausto no estaba tan lejos de Phasmatec, y el camino solía sentirse mucho más largo de lo que realmente era gracias al tráfico pesado de la zona. El auto de Telma parecía ser el único vehículo en la avenida y los peatones eran mucho más escasos, por no decir inexistentes. La jefa de calidad dio vuelta en una esquina para entrar a una zona en donde varias casas similares se desplegaban como parte de un fraccionamiento algo viejo pero que aún conservaba una apariencia agradable y que inspiraba cierta seguridad en la zona. Frente a la casa de Fausto, bajo un tejabán se hallaba la madre del chico envuelta en una cobija y esperando a su hijo, el cual le había notificado por medio de un mensaje de texto que pronto se hallaría allí. La madre sostuvo un paraguas para que el chico no se mojara al salir del auto y caminar unos centímetros hacia el tejabán, un gesto que le hizo pensar a Telma que Fausto recibía quizás muchos mimos de parte de su familia.
—¿Quién te trajo?—preguntó la madre, intentando asomarse desde lejos hacia el asiento del conductor del auto.
—Una señora que trabaja conmigo—dijo Fausto, intentando despedirse de Telma con un gesto de mano desde lejos, evitando a su madre para ir directo al interior de la casa.
La madre de Fausto se acercó de todos modos al auto y Telma bajó el cristal del asiento de pasajero para ver mejor a la mujer. La madre pensó que esa no era una "señora" sino una señorita en toda la extensión de la palabra, alguien que aún estaba en los años buenos de su vida.
—Gracias por traer a mi hijo a casa, espero no haya sido mucha molestia.
—Ninguna, Fausto se porta muy bien—hizo la broma como si fuese una maestra de prescolar entregando a un niño a su madre—trabaja conmigo, soy la jefa de su departamento. Es un niño muy responsable.
La madre del chico se sintió aliviada al saber que su hijo trabajaba con una persona que parecía ser responsable con sus subordinados. Fausto estaba por entrar a la casa cuando se detuvo en seco al escuchar a su madre pronunciando unas palabras que le hicieron sentir como un escalofrió recorría toda su espina. Valerya también regresó la mirada, girándose casi al mismo tiempo que el muchacho.
—¿No gusta pasar a comer con nosotros?—preguntó la madre—ahorita que está haciendo frío hicimos chocolate caliente y tenemos pan dulce. ¿Qué dice?
—Me gustaría mucho—respondió Telma para desgracia de Fausto—estacionaré el auto.
—Si gusta lo puede poner bajo el tejabán, el agua a veces sube mucho a nivel de calle.
Fausto no lograba mantener la compostura al estar sentado al lado de Telma a la mesa de su casa. Allí estaban también la madre, la tía, la abuela y las dos hermanas de Fausto. La hermana mayor, unos dos años mayor que Telma, no dejaba de ver a la extraña mujer que tomaba un bolillo de una canasta en el centro de la mesa para acompañar los frijoles que tenía en su plato. La tía sospechaba que esa era la mujer con la cual Fausto dijo haber tenido una cita, tratando de calcular la edad de Telma con tan solo la vista y deseando que preguntar la edad de alguien la primera vez que lo ves fuese algo normal.
—¿Así que te llamas Telma?—preguntó la abuela, tuteando a la invitada al ser la persona más vieja en el lugar—jamás había oído ese nombre. Yo soy Isabela Guadalupe, en mi generación todos tenemos nombres de santos patronos. ¿Qué significa Telma?
—Una vez lo investigué para una tarea de la escuela y al parecer significa "voluntad".
La anciana asintió, como si aprobara el significado del nombre. Telma no se limitó a ser la única siendo observada en ese lugar e inició un discreto pero eficaz análisis de las personas a su alrededor. Allí estaba la tía de Fausto, una mujer que había olvidado quitarse la identificación de la una fábrica en donde laboraba, la cual se enorgullecía de su producción de televisores. Lo hacía en la entrada de la compañía con una placa de cobre que nombraba a la ciudad de Tijuana como la capital mundial productora de televisiones. La madre de Fausto por su parte tenía dentro de la casa un pequeño puesto ambulante que preparaba por las tardes para instalarse fuera de las escuelas, vendiendo todo tipo de golosinas a los niños a la hora de la salida de sus labores escolares. La hermana mayor de la familia lucía ropa de marcas americanas gracias a que trabajaba de forma ilegal del otro lado de la frontera, limpiando casas tres días a la semana y ganando mucho más dinero que Telma.
La comida prosiguió de forma normal y las preguntas que le hicieron a la jefa de gestión de calidad estaban mucho más dirigidas a la dificultad de su trabajo. Estaba acostumbrada a que los demás se fijasen en la gran responsabilidad que llevaba sobre sus hombros, fascinando a quienes sólo trabajaban realizando una tarea específica.
—Es un infierno—exclamó Telma, siendo honesta con la familia al beber el chocolate caliente—cualquier trabajo con responsabilidades lo es.
—Pero decirlo de esa forma—interrumpió la abuela de Fausto—es un poco excesivo, ¿no? Uno debe estar agradecido con el trabajo, hay mucha gente que no tiene uno.
—Quizás, pero eso no significa que uno no deba quejarse de vez en cuando. Debo agradecer que existen personas como Fausto, que hacen del ambiente laboral un lugar un poco menos tóxico. La mayoría de las personas estos días son algo más agresivas, como si todos estuvieran en una carrera. No somos compañeros de trabajo, somos personas peleando por un ascenso.
Las aseveraciones de Telma terminaron provocando un ambiente algo desagradable. No eran las palabras en sí, pues podían ser tomadas como las de una mujer pesimista cualquiera. El problema era que en sus ojos y en el tono de su voz era fácil distinguir algo, como un grito de ayuda que intentaba ser sutil para mantener las buenas apariencias. Los productos sobre la mesa se fueron agotando al ser consumidos por los presentes y al final, cuando la lluvia arreciaba aún más, la hermana de Fausto pidió ayuda a los miembros de su familia para prepararse ante un peligro que parecía inminente. Cargando costales llenos de arena, la tía y hermana mayor crearon una especie de dique en la entrada de la casa, esperando detener así al agua que se juntaba en la calle, aumentando el volumen de ese río urbano que llevaba consigo todo tipo de basura. A pesar de que la madre de Fausto intentó negarse, Telma terminó apoyando a la familia a crear esa barrera contra el agua bajo el tejabán. La ciudad debía de ser un caos vial en ese momento y la jefa decidió esperar a que las cosas mejoraran para poder irse a casa. En realidad no quería hacerlo y para no incomodar a la familia con el humo de su cigarro, terminó fumando bajo el tejabán, sentada en una silla del comedor que arrastró hacia afuera.
El aire era frío y no parecía una muy buena idea estar fuera bajo esas condiciones climáticas, incluso con un techo de lámina encima. Quien acompañó a la mujer fue Fausto, observando el agua chocar contra los costales.
—Cada año hay que evitar que la casa se inunde—explicó el chico—aunque el año pasado no fue tan intenso y no hubo necesidad de colocar costales.
—Fausto—dejó ella escapar el humo del cigarrillo entre sus labios—tienes una buena familia. Parece que todos son personas trabajadoras.
Telma meneó la cabeza, dejando caer el cigarrillo al suelo húmedo. Se cubrió la cara con ambas manos y Fausto pudo jurar que pudo observar una lágrima rodar por la mejilla de su jefa. El muchacho no encontró una forma adecuada de reaccionar ante lo que presenciaba, así que fijó su mirada sobre el río que se había creado frente a su casa, deseando que lo que fuese que estuviese haciendo Telma terminara pronto.
—Qué estupidez—murmuró la mujer—conozco a tu familia por primera vez y lo que hago es descifrar la forma en que se ganan la vida. Hago lo mismo que no quiero que hagan conmigo, es exactamente la manera en que todos me ven.
Fausto estaba sentado a su lado, tratando de calmar sus nervios. No le veía, pero acercó su silla mucho más a la de la mujer para que al menos su presencia hiciera sentir mucho menos solitaria a su jefa. La mujer tomó la mano de Fausto sin observarle tampoco, sentados ambos uno al lado del otro. El muchacho podía sentir el rubor de sus mejillas, ese subidón de sangre que le dejaba el rostro colorado y que le daba la sensación de que una flama ardía en alguna parte de su cuerpo.
—Señorita Verdugo—titubeó el chico—lamento que usted se sienta así. No soy bueno diciendo cosas en situaciones como esta.
—Otra vez me llamas de esa forma—se quejó ella con la mirada perdida en el suelo—no sé siquiera por qué me siento decepcionada. Todo lo que he pensado sobre nosotros dos, las esperanzas que deposité, todas fueron cosa mía. No estás obligado a corresponder, nadie está obligado a interesarse en mí como persona, más allá de lo que soy para Phasmatec. Es mi culpa por esperar cosas de los demás, cosas que no son obligatorias. Esperé que tú fueras mucho más que un subordinado para mí sólo porque eras diferente, porque parecías tener dentro de ti todo lo que yo he perdido ya. Eres alegre, aún tienes sueños y pareces ser feliz con lo que tienes. No te preocupas por lo que la sociedad piensa de ti, te amas y te cuidas. Eres un hombre como pocos y es por eso que yo, como la egoísta que siempre he sido, decidí que te quería para mí. ¿No es ridículo? Una mujer de mi edad pensando como una maldita adolescente, queriendo que un hombre se fije en mí sólo para llenar un vacío.
Fausto decidió regresar la mirada a la mujer y le vio a los ojos. Éstos parecían estar vacíos, sin el brillo que los caracterizaba siempre. La energía de Telma ya no estaba y ahora se mostraba como un cascarón vacío que se sostenía a sí mismo sólo por la inercia de continuar la jornada laboral del día siguiente. Valerya les observaba desde la entrada de la casa, sintiendo que al verlos de esa forma podía revivir lo que ella misma sintió alguna vez cuando estaba viva.
—Telma—se armó de valor Fausto para así llamar la atención de la mujer—¿de verdad sólo se acercó a mí porque soy distinto?
—Así es—aceptó ella—eso fue sólo el principio. Fue la curiosidad que me guío hasta ti, pero tu personalidad me hizo quedarme en ese estado de curiosidad. Fue tu inocencia, si es que debo ponerlo en palabras.
—También es culpa mía. La evité durante un tiempo y nunca le dije lo que realmente pienso de usted
—¿Y crees que puedas decírmelo ahora?
La pregunta dejó a Fausto tan inmóvil como una estatua, apartando la mirada para concentrarse de nuevo en el agua que iba calle abajo delante de él. Ese falso valor que había nacido unos segundos antes y que le había permitido llamar a Telma por su primer nombre, había desaparecido y no quedaba nada de él. La mujer estaba lista para más respuestas esquivas, sumiéndose en su propio desasosiego, bien lejos de toda tranquilidad. Le parecía ahora claro que había quedado mal en frente de Fausto, que había esperado por nada. Imaginó a todos los empleados de Phasmatec delante de ella riendo mientras le señalaban, no muy diferente a la reacción que se esperaría de un público ante un buen payaso. Entre esa masa de gente que se burlaba de ella estaba Fausto, viendo a su jefa desde un puesto de superioridad. La mujer que era mayor que él tanto en edad como en jerarquía, no era más que una criatura indefensa a la cual Fausto podía controlar.
—Escucha—dijo él, sintiéndose extraño al tutear a su jefa—si quieres la verdad, puedo confesarte lo que pienso acerca de ti. ¿Puedo hacerlo?
Telma asintió en silencio.
—Tengo miedo, Telma—se frotó las manos el chico—no es fácil para mi imaginar estar al lado de una persona de forma romántica. Eres mayor que yo y por lo tanto debes de tener mucha más experiencia y altas expectativas sobre lo que debe de ser una relación. Yo jamás he tenido una pareja y tengo miedo de decepcionarla.
—¿Crees que yo me decepcionaré de ti?
—Sí, porque ustedes las mujeres esperan a un tipo decidido, que sepa afrontar la vida con fortaleza. Yo soy todo lo contrario. A veces pienso que hago un trabajo terrible siendo hombre.
—No seas tonto—apretó ella la mano de Fausto, como si intentase reprimirle—si yo quisiera estar al lado de un hombre como todos los demás, no tendría problema alguno. Ya te dije que me gusta lo distinto que eres del resto. Además, nadie ha hablado sobre cosas mucho más serias, como casarse o formar una familia. Yo no quiero ese tipo de cosas en mi vida y sólo quiero a una persona que esté conmigo, ya sabes, para compartir las cosas que me gustan y salir a pasear. Quiero alguien que me escuche y que me haga sentir especial. Sé que es egoísta, pero ya me cansé de no ser egoísta y vivir mi vida para otros.
Telma recordó los rostros de todos sus compañeros de trabajo, de su madre y su padre, sus compañeras de renta y hasta de sus profesores de la universidad. Todos ellos depositaban esperanzas en ella sin dejar que la mujer proyectara las suyas en ellos. Era una relación irregular, una balanza que se inclinaba hacia un solo lado. Todos esperaban verle triunfar, y en caso de poder lograrlo al final del camino, el éxito no le hacía sentir feliz en lo absoluto. La mano de Fausto soltó a Telma y la mujer pudo ver al chico levantarse de su asiento para acercarse mucho más. La mujer sintió un cálido abrazo, ella sentada en su asiento y Fausto de pie, él con los ojos cerrados y apretando con delicadeza a la mujer dentro de sus brazos, tal y como lo haría con algún miembro de su familia que necesitara un abrazo. Era diferente a las interacciones que la jefa había tenido con hombres en el pasado, los cuales considerarían un abrazo de larga duración un gesto algo extraño, como algo que sólo un niño haría. Ellos se abalanzaban hacia ella con intenciones mucho más específicas, buscando posar su mano sobre alguna región mucho más íntima. La idea de semejante cosa no rondó ni una vez la mente de Fausto y ella sintió algo distinto: no estaba siendo deseada por un hombre, sino que estaba frente a una persona que de forma genuina
sentía que lo mejor que podía entregarle era un gesto de cariño y de apoyo. Telma cerró los ojos y dejó que el abrazo la consumiera, sin poder responder el gesto ya que sus brazos quedaron atrapados entre los brazos y el cuerpo del chico. ¿Cuándo había sido la última vez que alguien le había abrazado por tanto tiempo? Ni siquiera sus padres lo habían hecho cuando ella era una niña. La calidez le resultó nueva y desafiante a lo que comprendía por amor. ¿Dónde habían estado los abrazos todo este tiempo? Con los párpados cubriendo sus ojos, Telma sintió que no podía ocultar más las lágrimas. Ya no eran de tristeza, eran el producto de que su corazón mismo se derretía ante el calor que Fausto emitía, un calor que era tanto físico como emocional. Ella hizo el esfuerzo para subir un poco sus brazos y sujetó al chico por los hombros, llamando su atención.
—Gracias—sorbió ella por la nariz—lamento que tengas que verme así.
—No, Telma—habló él con suavidad—un abrazo no se agradece. No es un acto de cortesía ni de generosidad; se hace porque uno lo quiere.
La mano de Telma subió hasta jugar con los rizos del cabello de Fausto y una sonrisa que el chico jamás había visto se dibujó en los labios de la mujer. Ella se puso de pie, dejando bien clara la diferencia de altura entre ambos. Fausto tenía que alzar un poco la vista para no perder de vista los ojos de la mujer, los cuales se derramaban sobre él, como si no existiese nada que Telma quisiera ver aparte de él.
—Fausto, cariño—le sostuvo ella por la barbilla, obligándolo a no apartar la mirada de ella.
Detrás de Valerya, de una forma discreta, la hermana mayor de Fausto observaba la escena. Las otras mujeres atendían sus asuntos. Algo así como un sexto sentido le dijo a la mujer que la jefa de su hermano era algo sospechosa y que debía de ser esa mujer con la que él había salido en el pasado y de la cual no quiso dar muchos detalles. La hermana rogó porque Telma fuese una buena mujer y no alguien que quisiera aprovecharse de Fausto.
—¿Sí?—preguntó el chico al escuchar su nombre venir de los labios de su jefa.
—Déjame salir contigo.
—Sí, yo también quiero que seas mi novia.
Ella río de forma dulce, pareciéndole tierno que el chico le llamase "novia". Acarició la mejilla del muchacho y pudo sentir la punta de la nariz de Fausto rozar con la de ella, indicándole que los rostros de ambos estaban muy cerca el uno del otro. El muchacho sintió sobre sus labios un calor y una suavidad que jamás había experimentado, contemplando frente a él a la mujer quien, con los ojos cerrados, le obsequiaba un beso. Fausto había visto en una película una vez que no cerrar los ojos durante un beso era algo que no debía de hacerse y entonces apretó los párpados con fuerza, dejando que la sensación le transportarse a un lugar en donde sólo él y Telma existían, fuera del ruido molesto que provocaban las gotas de lluvia cayendo sobre la lámina del tejaban. Era su primer beso y permitió que se extendiera más allá de lo que él consideró normal, dejando que la mujer hiciese todo el trabajo al ser él un inexperto. Cuando ella paró y abrió los ojos, se topó con el rostro más tierno que hubiese visto en un hombre jamás. Fausto tenía los ojos muy abiertos, contemplando la belleza del rostro de Telma en su totalidad, emanando de él un brillo invisible que podía apreciarse con el corazón. En los labios del chico no se dibujaba una sonrisa, sino un gesto de asombro, como un niño que ve por primera vez algo tan sorprendente que escapa a su comprensión. Sus morenas mejillas tornadas en un color rojo daban la impresión de que serían tan cálidas como las tazas de chocolate que habían bebido hacía poco.
—¿Qué es lo que se dice después de un beso?—preguntó Fausto, algo temeroso de la primera impresión que Telma tendría de él como novio.
—No te preocupes, no hay nada que decir.
Cuando la lluvia cesó, Telma agradeció a la madre de Fausto por su amabilidad y se despidió de todos. Al momento de acercarse a la hermana mayor del chico, la mujer le susurró algo al oído. "Mi hermano es muy joven aún, espero tengas buenas intenciones hacia él". Telma se despidió de ella, fingiendo no haber escuchado la amenaza y caminó hacia su auto. Fausto se despidió de ella agitando la mano de forma efusiva, como si quisiera enviarle todo el cariño que fuese posible con un simple gesto de mano. Ella le sonrió y el auto desapareció de la vista de todos cuando las farolas de la calle dejaron de iluminarlo. La hermana de Fausto comentó lo que había visto a la madre del muchacho, la cual meneó la cabeza como un signo claro de preocupación. Para ella su pequeño era aún un niño, alguien inocente y puro que no tenía ni una pisca de maldad en su interior. Trató de eliminar de su mente toda idea maligna sobre Telma, buscando pensar en cosas agradables sobre ella. Después de todo, era evidente que la mujer era mayor que él.
—Hijo—trató la madre de disimular su preocupación—esa mujer, ¿no es muy joven para ser jefa de departamento? Parece llevarte pocos años.
—Telma tiene treintaitrés—aclaró el hijo.
No tan joven como lo era su hijo, pensó la madre. Diez años de diferencia eran suficientes para que las intenciones de Telma fuesen cuestionables. ¿Usaría al chico por un tiempo, hasta que encontrase a un hombre de su edad? Valerya no entendía el ambiente tan extraño que podía percibir en aquella residencia, prefiriendo regresar a su rincón en la casa para evitar molestar a los demás con su presencia. Fausto por su parte suspiró profundo, con la mirada puesta aún sobre la calle. Nunca antes había deseado tanto que la noche transcurriese pronto para ir a trabajar.
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