Capítulo 3/ Parte 2: El comienzo de las interacciones más profundas

Fausto trabajaba unas cuantas horas menos que Telma, pero no por ello los estragos que el trabajo causaba en él eran menores. Para alguien de su edad, el sueldo de Phasmatec era suficiente para comprarse ciertos lujos, y dado que todas las personas en su casa aportaban con sus ingresos, no debía de preocuparse mucho por gastos enormes como la renta o el mandado. Se compró una mascota que había deseado tener desde hacía ya mucho tiempo, un mini pig. El precio se le había antojado un poco caro, pero no por ello se negó de tener uno. La mascota le ayudaba a pasar los fines de semana en una paz que de difícil manera podía lograr, tumbado sobre una hamaca en el patio delantero de la casa, un lugar muy diminuto en donde apenas había un arbusto de rosas al que todos en la familia se referían como "el jardín". Con el cerdito a un lado y Valerya flotando junto a él, escuchando música de los años ochenta en un dispositivo diferente al suyo que Fausto le había comprado.

Para el chico la fantasma era a veces un enigma y en otras ocasiones juraba conocerla muy a fondo. Era misteriosa respecto a los motivos de su muerte y a por qué ese walkman que Phasmatec protegía era tan importante para ella. De acuerdo con lo que Fausto había aprendido en la escuela sobre los difuntos aparecidos, convencerles de hacer algo era casi una maniobra exhaustiva que no dejaba ningún fruto. Los espectros preferían pasar la eternidad vagando como brisas en el aire, encerrados en casas de mal aspecto y llorando el tener que seguir entre los vivos. Se hablaba entonces en la escuela sobre técnicas para lograr que los fantasmas cooperaran con la humanidad, transformando al médium en una especie de psicólogo de ultratumba. Se le ofrecía al difunto la experiencia de estar vivo, tratándole con respeto y a veces simulando todos en la empresa que podían verlo y oírlo. El caso de Valerya era diferente, pues pocas veces se tenía un fantasma que emitía energía como lo hacía ella. Fausto lo supo desde el momento en que se puso de pie frente a los diferentes candidatos a fantasma de Phasmatec, viendo en las memorias de Valerya, en esa nube de colores, un montón de recuerdos positivos. No era alguien que odiase la vida, ella había sido en vida una chica que sabía ver lo bello de la vida en pequeños detalles. Le vio correr cerca de un río con amigos, emocionarse por probar algo de dulces junto al resto de los miembros de su patrulla de niños exploradores y hasta contender en competencias de recolección de chatarra como si fuesen las mismísimas Olimpiadas. Fue fácil convencer a Valerya para que cooperase con Phasmatec, haciéndole ver divertida la vida de un obrero de fábrica. Fausto se encargaba de eso, ocultando el trabajo pesado que había detrás y las largas horas que algunos pasaban frente a las pantallas de los ordenadores.

Fausto, sin embargo, no podía engañarse a sí mismo sobre la situación del mundo laboral. Resultó ser más difícil de lo que imaginó, pues no sólo debía de inspeccionar los tableros de ouijas, sino también llenar reportes y recibir aburridos entrenamientos constantes. La idea era que no sólo estuviese frente a los tableros todo el día, sino que fuese capaz de conocer todos los procesos de su departamento para que, en dado caso de que fuese necesario, él pudiese ayudar en otras labores. Eran frecuentes las ocasiones en que le pedían que se quedara haciendo horas extras para ayudar en la identificación de problemas de corte estético en las piezas manufacturadas. A veces era Telma quien le pedía dicha ayuda, pero la mayor parte del tiempo era Eugenio, quien con su habitual forma de sentirse el mandamás del departamento, llegaba para delegar responsabilidades adicionales a diestra y siniestra. Pero si algo le abrió los ojos a Fausto, fue el transporte de la empresa. Dado que él no tenía un auto para llegar al trabajo, la empresa le ofreció subirse al transporte que ellos mismos proveían a sus trabajadores. Un camión pasaba muy temprano cerca de la casa de Fausto, a unos cuadras de allí. Bastaba con mostrarle al conductor del transporte una identificación de Phasmatec para abordar y poder así tomar asiento junto al resto de los trabajadores. Eran casi todos trabajadores del almacén y de piso de producción. Vestían chalecos azules con el logo de la empresa y muchos dormían con la cabeza recargada sobre el cristal. Allí estaban quienes trabajaban por años en la empresa sin que sus sueldos jamás pudiesen pagar un auto, siendo apoyados por Phasmatec para llegar a sus puestos de trabajo en tiempo y forma.

—¿No le parece genial que la empresa nos ayude a llegar al trabajo?—preguntó el chico a una mujer que estaba sentada junto a él en el transporte.

—Harán todo lo posible porque sigas trabajando—se burló de él la mujer—incluso ahora están contratando fantasmas, ¿no? Es increíble, ni muerto lo dejan descansar a uno. Piénsalo, de alguna forma esto de darnos transporte es la opción más barata para ellos.

—¿Hay algo de malo en buscar las opciones más baratas?

—Cuando se trata de la vida de las personas, a veces sí. ¿No te gustaría estar en tu carrito, manejando a la oficina?

—Pero si hay muchos autos en la calle, se contamina mucho más. Si todos tuviésemos un auto, el tráfico sería peor y el aire se respiraría muy sucio.

La mujer le observó un poco cabizbaja, como si quisiera decirle algo pero no pudiese reunir el valor para decírselo. Finalmente, ella habló con un tono que denotaba resignación.

—Quizás tengas razón, puedo ver que eres de las personas que lograron estudiar bastante. Pero si te soy honesta, me hubiese gustado mucho tener un auto. Verás, tengo un niño pequeño al que le gusta ir al parque Morelos muy seguido. Me gustaría poder llevarlo un día, invitar a sus amiguitos y tener un picnic. Los llevaría a todos en el auto, subiría a la cajuela una hielera con muchos jugos y una canasta grande con sándwiches y frutas. Quizás pelotas para jugar todos juntos. No son cosas que se puedan llevar en el camión cuando no tienes auto. ¿Será que la contaminación es más importante que un día en el parque?

Fausto guardó silencio el resto del viaje hasta Phasmatec. Los trabajadores de piso de producción se transformaron en objeto de curiosidad para el chico, quien a diario se sentaba junto a alguien diferente en el transporte para conversar. No todos los pasajeros parecían entender la vida de la misma forma en que lo hacía esa mujer. Tal era el caso de un tal Sebastián, un señor que ya debido a su edad ya debería de haber estado jubilado en cualquier país civilizado. El hombre trabajaba con mucha energía y su actitud hacia la vida era algo que Fausto encontraba bastante fascinante. No importaba las carencias financieras que Sebastián y su familia tuviesen, pues de seguro el hombre mostraría una sonrisa de oreja a oreja y quizás bromearía sobre su propia desgracia. Era como si después de tantos años los problemas le hubieran erosionado y aquellas fracturas en su ser que la carencia había creado fuesen tan sólo parte de su personalidad. Incluso Valerya encontraba atrayentes las pláticas del señor, quien a pesar de haber pasado en este mundo muchos menos años que la fantasma, resultaba ser tres veces más sabio que ella.

—¿Qué se gana llorando?—decía el hombre—te vas a quedar con hambre y con los ojos rojos nada más. Te puede sonar la panza por no haber comido todo el día y eso no lo vas a cambiar, pero es mejor que pase eso cuando sonríes. Ahorita mismo no es como si pasara hambre. A veces puedo darme el lujo de comprar un pollito para comer con mis nietos. No podré nunca darles más que eso, pero al menos tienen algo y se ven felices.

Fausto se sorprendió al ver que la mujer que se había quejado de no poder adquirir un auto era, al parecer, de las pocas personas que externaban sus problemas. La mayoría era como Don Sebastián y simplemente aceptaban las cosas tal y como eran, sin la más mínima intención de cambiar la situación. Aprendió el tipo de cosas que hacían felices a casi todos los trabajadores de la planta. Para empezar, todos ellos esperaban la llegada del fin de semana para salir a beber cerveza un rato, escuchar música en compañía de amigos y cocinar carne asada o algún equivalente sobre un asador de carbón. Una inversión de algo menos de mil pesos, cooperación de casi siempre cuatro personas. Para ciertas personas no representaba un gasto importante, pero para ellos era dinero que se invertía en felicidad. La cuestión de si esta duraría mucho más allá del fin de semana o no, eso dependía de la persona. Sebastián parecía entender los secretos de dicha felicidad y la ejercía a diario, como un mantra que dominaba a la perfección.

Otra persona que resultó ser bastante interesante para Fausto fue Eugenio, el subordinado directo de Telma. El hombre padecía de un mal relacionado con las posiciones de poder y cuando su jefa desaparecía de la vista, él se imponía como figura de autoridad ante el resto de los demás empleados. Durante los descansos para comer fue que Fausto pudo conocerlo mejor al cuestionarlo directamente sobre su forma de ver el mundo laboral.

—¿Crees que es justa la paga que ellos reciben?—fue Fausto tan directo como pudo con su pregunta, refiriéndose a los empleados del piso de producción—una mujer dijo que ganaba mil doscientos pesos a la semana, trabajando de lunes a sábado en un horario de siete de la mañana a seis de la tarde.

Eugenio suspiró, observando de reojo al chiquillo que tenía a su lado. Bebió de su refresco y después se estiró en su asiento, dispuesto a dejar escapar de entre sus labios lo que realmente pensaba.

—Si esa mujer piensa que su sueldo es injusto, ¿por qué sigue laborando con nosotros? ¿Acaso no sería lo más indicado buscar un empleo mejor pagado?

—Probablemente ella diría que no hay más opciones.

—Fausto, pequeño—sonreía Eugenio—puedo notar que este es tu primer trabajo. Es verdad que el mundo laboral es difícil, pero no dejes que la gente floja y sin ganas de salir adelante logren venderte la idea de que la vida es terrible. Nacer en la pobreza no es tu culpa, es la de tus padres. Pero si mueres pobre...¿de quién es la culpa? Estuviste todos estos años en el mundo, y no pudiste hacer nada de ellos. Esa mujer trabaja muy duro, pero ella ya acordó con la empresa un salario fijo. Sin importar lo mucho que ella se esfuerce, el salario seguirá siendo el mismo. Es la oferta que Phasmatec le hizo y ella aceptó sin rechistar. Pero si ella quisiera podría estudiar algo en su tiempo libre, conseguir un mejor empleo. ¿Cómo no va a haber más opciones? ¿Cuántas maquiladoras crees que existen en Tijuana? Es absurdo.

Fausto hincó el diente sobre su comida, mirando el reloj sobre la pared para asegurarse de no tomar ni un segundo extra en su descanso, sintiendo que una entidad todopoderosa le observaba desde algún rincón, dispuesta a regañarle en caso de que algo saliese mal.

—No lo había visto de esa forma—suspiró Fausto—¿entonces por qué hay tanta gente pobre? ¿Acaso todos son perezosos entonces?

—No es que ese siempre sea el caso. Cuando ellos trabajan diez horas diarias y llegan a casa cansados, piensan que han hecho lo correcto. Pero no siempre es así, el trabajo no es la fuente de la riqueza. ¿Sabes cuál es?

Fausto negó en silencio, con los ojos bien abiertos y el bocado de comida a mitad de su curso, desplazándose por el aire a bordo de la cuchara en una trayectoria lenta.

—Es la inteligencia y la habilidad. Si tengo que realizar una tarea pesada a cambio de dinero, quizás invente una máquina que lo haga por mí. Podría generar el doble de mercancía y el doble de ganancias mientras no trabajo, teniendo que de vez en cuando comprobar que la máquina funcione a la perfección. Eso, querido amigo, es lo que hacemos los ingenieros.

Fausto contempló al hombre como si éste estuviese en un plano de existencia mucho más elevado, por encima de la gente común. Eugenio era más joven que Telma, pero aún así parecía tener algo de sabiduría en su persona. No era la sabiduría que otorgaban los años, como la que Don Sebastián poseía. Era la educación que estaba hablando a través de Eugenio, o al menos eso era lo que Fausto pensaba. Ante el joven chico se mostraba un paradigma nuevo, en donde era capaz de entender el mundo laboral y financiero de una manera muy simplificada.

—¿Entonces los millonarios son genios?—preguntó Fausto.

—Amiguito, has dado en el clavo.

—¿Y qué está haciendo usted para ser mucho más rico?

—Estudio algunos cursos para saber más y poder serle más útil a Phasmatec. Y está mal que lo diga, pero creo que superaré a Telma muy pronto. Esa mujer no es muy diferente a la mayoría de los mexicanos.

Fausto no entendía a lo que Eugenio se refería, así que pidió que éste le explicara su punto.

—Ella trabaja se exige demasiado y carga sobre sus hombros al departamento entero. El resto de nosotros no hace más que seguir órdenes algo sencillas, como misiones diarias impuestas por ella. Pero si ella fuese una persona más...inteligente, podría delegar más responsabilidades a los demás, de una forma en que pudiéramos hacer las cosas de forma más eficiente. Pero no lo hace y por eso es que le sucedió lo del otro día.

—¿Qué le pasó?

Eugenio se dio cuenta de que había metido la pata. Todos los presentes en la junta habían concertado no hablar sobre el asunto para no armar un gran revuelo, pero de todas formas alguien filtró la información y ahora era un tema casi de dominio público. Fausto era de los pocos que aún no se enteraba, quizás porque Telma lo había estado evitando durante mucho tiempo y por ende no habían cruzado palabra.

—Se desmayó por exceso de trabajo—explicó Eugenio—nada grave. No le digas que te conté, no quiero quedar como un chismoso.

Fausto no pudo contenerse y terminó por esperar una oportunidad para poder hablar con su jefa. Cuando terminó su jornada laboral, se quedó pensativo frente a la puerta de la oficina de Telma, sin decidirse aún a dar unos golpecitos sobre ésta para llamar la atención de la mujer. Dio unas cuantas vueltas por el lobby de la oficina, esperando el momento en que como por arte de magia apareciera algo de valor en su persona para dirigirse hacia la mujer, terminando sentado en un sillón. Observaba por la ventana polarizada de la compañía, que le dejaba ver el exterior. La lluvia mojaba las plantas que se hallaban en un intento de jardín cerca del estacionamiento y grandes charcos de agua se acumulaban sobre el pavimento. Sin percatarse, Fausto perdió el autobús que lo llevaría a casa y terminó contemplando las gotas de lluvia que se azotaban contra el suelo, acompañadas de un leve granizo. El viento comenzó a soplar con mayor fuerza cada vez, meciéndose unas palmeras que descansaban cerca de la caseta de vigilancia, amenazando con romperse algunas de sus ramas por la velocidad del viento. Un trueno en la lejanía hizo eco a través de los cielos con su retumbar y una luz le acompañó para indicarle a los habitantes de la ciudad que una tormenta se avecinaba.

Por su experiencia viviendo en la zona, Fausto sabía que Otay solía ser uno de los peores lugares en la ciudad para quedarse a esperar las lluvias. El agua solía estancarse en las calles, creando inmensos ríos sobre las avenidas principales. Los conductores, muy alertas de la situación, se amontonaban en las calles cuyo nivel de agua era casi siempre menor y daban rienda suelta a un tráfico tan terrible que era mejor considerar el llegar a pie. El transporte público dejaba de circular por ciertas vías y los peatones se veían en ocasiones con agua hasta las tobillos, intentando descifrar con mucho cuidado el suelo que se configuraba debajo del agua, recordando las anécdotas sobre gente que había caído en alguna alcantarilla en un día lluvioso.

Fausto sabía que nada podía hacerse y que llegar a casa sería muy difícil. No había leído el reporte del clima y por ende no llevaba consigo un paraguas, lo que le ponía en una situación muy difícil. Se acercó a la máquina expendedora de golosinas que estaba en el lobby de la compañía y se compró un pastelito de chocolate conocido como Patito, comiéndolo cabizbajo en un rincón del sillón de cuero de la recepción. Sintió una mano sobre su cabello negro y esponjado y al levantar la mirada se topó con Telma, quien llevaba consigo un paraguas. La mujer le sonrió y Fausto no pudo evitar mirar el reloj que estaba sobre la pared, el cual le indicaba que ya había pasado un buen rato allí después de su jornada laboral. El ver las gotas de lluvia deslizarse hacia abajo en la ventana había consumido bastante tiempo y él no se había percatado. La mujer se sentó a su lado y se recostó a sus anchas abriendo ambos brazos, queriendo haber hecho lo mismo con las piernas, pero entonces recordó que llevaba puesta una falda y se limitó a suspirar.

—Me gusta la lluvia—dijo ella—lo que no me gusta es lidiar con ella. Verla desde una ventana y escuchar su sonido es algo que me relaja.

Fausto observó de reojo a Telma, notando que se notaba bastante pálida y con unas ojeras profundas bajo sus ojos. Su cabello estaba peinado de una forma algo dispareja, con cabellos rebeldes que saltaban de su sitio, quizás por la humedad en el ambiente. Pero lo que más le llamó la atención al chico fueron las manos de la mujer, pues temblaban un poco, de forma casi imperceptible.

—¿Está bien, señorita Verdugo?

—¿Otra vez me llamas así?

Ella lucía decepcionada y se puso de pie, clavando la mirada sobre un área a las afueras del lobby, la cual estaba protegida por un techo que simulaba ser el kiosco de alguna plaza. Era conocida como el área de fumadores y precisamente Telma encaminó sus pasos allí mientras buscaba en su bolso una cajetilla de cigarros. Fausto recordó que ella había mencionado una vez el uso de parches anti nicotina para dejar de fumar, alertándole sobre el posible estado en el que ella se encontraba. Se armó de valor y fue tras ella, contemplándola a un metro de distancia de ella. Fumaba con cierta vergüenza, como quien ha sido derrotado y ahora es visto por el enemigo como sólo las sobras. Telma ya no podía aparentar fortaleza frente a Fausto, ya no podía ser para él una figura de autoridad con temple de hierro que no se derrumba con facilidad. Ahora mismo le mostraba los primeros síntomas de fragilidad, odiándose a sí misma por ser incapaz de transmitir una sensación de seguridad ante sus empleados.

—¿Por qué estás aquí tan tarde?—preguntó ella, exhalando algo de humo después de calar el cigarrillo.

—Mi transporte se fue y espero a que la lluvia baje un poco de intensidad.

La mujer sonrió como para sí misma, dándole la espalda a Fausto y recargándose sobre un barandal que estaba en la esquina del kiosco.

—Ya veo. ¿Quieres que te lleva a casa?

—¿Qué?

Telma reflexionó un poco sobre sus palabras y se corrigió a si misma.

—¿Quieres que te lleve a TU casa?—repitió ella.

—Pero eso le desviaría de su ruta probablemente, y no sé cuánto tiempo estemos atrapados en el tráfico.

—No me interesa llegar a casa—interrumpió ella los pensamientos del chico—no el día de hoy. Las chicas que viven conmigo, hoy es su aniversario y no quiero arruinarlo. Sé que por las lluvias no podrán salir como lo tenían planeado, así que estarán en casa. Tal vez después de dejarte en casa, vaya a ver alguna película.

Valerya flotaba a unos metros de Telma, escuchando a la mujer y percibiendo un aura de tristeza a su alrededor. Informó de ello a Fausto, para quien era evidente desde hacía ya un buen rato que la mujer no estaba muy bien. La lluvia era cada vez más intensa y al estar el cielo totalmente cubierto por las nubes, la noche había llegado mucho más temprano. El chico se plantó a un lado de Telma y giró levemente para observarle de fijo.

—Creo que sí aceptaré su oferta de llevarme a casa. 

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