Capítulo 2/Parte 1: El desencanto del descanso eterno

La forma en que Phasmatec utilizaba a los fantasmas era la misma que solía utilizarse en Japón. El método phasmático en la industria maquiladora resultaba ser eficaz y libre de todo accidente laboral. Mientras en algunas industrias los empleados perdían algunos cuantos dedos al operar maquinaria especializada, los fantasmas podrían tomar el camino más pesado sin rechistar. Los que han muerto pueden trabajar muchas más horas, no necesitan de un sueldo y jamás se quejarán por estar enfermos. Era una opción bastante natural en un mundo tan industrializado, era quizás la forma más inteligente de ahorrarse dinero y mano de obra. ¿Era moral? Muchos gobiernos alrededor del mundo alegaban que no, pero eso no iba a detener a las personas que poseían dinero. Convencidos de que si las fábricas producían bienes hasta el infinito la economía iría como una máquina bien aceitada, los hombres de traje y corbata hicieron de las suyas para que la legislación en materia de fantasmas fuese aprobada.

Valerya Soyuzovna fue el fantasma elegido para laborar en el complejo proceso de elaboración de ouijas. Hacer que los muertos rechacen la idea de descansar en paz y que escojan el rumbo de continuar laborando en la no vida era sin duda un gran reto, algo que muy pocos médiums podrían lograr. Muchos de los difuntos se negarían, pues nada les ataba a trabajar para los humanos. Uno debía de convencerles de hacer el esfuerzo de continuar dentro del mundo laboral y para tan titánica tarea no quedaba más que apelar a lo último de humanidad que les quedaba. Negociar algunas cosas era una opción, pero a fin de cuentas, ¿qué clase de cosa podría interesarle a un muerto? Ni todo el dinero del mundo le serviría, pues los bancos no abrían cuentas para difuntos y nadie comerciaría con un ser al que no pueden ver o escuchar. Era por eso que debían de entregarse a cambio del trabajo algunas cosas mucho más básicas, algo que sin importar el estado de la persona que lo recibiera, le haría muy feliz.

Fausto había aprendido en la escuela que lo mejor que podía hacerse para que un muerto accediera a cooperar era darle la experiencia de estar vivo de nuevo. La mayoría de los fantasmas eran apáticos y carentes de emoción, aislados en alguna construcción abandonada para lamentarse por las noches. Otras ánimas preferían acercarse a los vivos por curiosidad, esperando que ellos pudieran sacarlos de ese ciclo infinito de aburrimiento. Valerya era de estos últimos fantasmas y por petición suya, se le trató como una empleada más de Phasmatec. Fausto jamás había conocido a un difunto que estuviese tan emocionado ante la idea de trabajar, apoyando a que los vivos se hicieran más ricos. Era bien sabido que muchos de los que morían a una edad temprana no maduraban jamás y dado que la fantasma confesó haber muerto a los catorce, era de esperarse que tuviese toda la energía e ingenuidad de una persona de su edad. En términos legales los hombres de corbata alegaban que lo que hacían no era explotación laboral infantil, pues la fecha de nacimiento de Valerya estaba bien atrás en el siglo pasado y aunque su fecha de muerte también lo estaban, los años acumulados con un fantasma se añadían a su edad final. Eso significaba que Valerya tenía cuarentaisiete años para el tiempo en que empezó a laborar en Phasmatec como una propiedad más de la empresa. Recursos Humanos trató con ella a través de Fausto, aunque los documentos que expidieron para ella carecían de validez. Ella no era muy diferente a un camión, un montacargas o una cortadora láser ante los ojos de los directivos de la empresa. No era un recurso humano, sólo era un recurso.

Los empleados de Phasmatec observaban un gafete con el nombre de Valerya y una fotografía flotaba por los pasillos de la compañía. Se le entregaba comida como a todos los demás en el comedor y ella absorbía únicamente el sabor de los alimentos, los cuales si algún incauto probaba descubriría que quizás el papel sería mucho más sabroso que lo que se llevó a la boca. Los demás podían darse una idea de cómo era el fantasma gracias a las cámaras especializadas en captar espectros, pues algunas televisiones de circuito cerrado la mostraban flotando a unos metros del suelo, cargando su charola con comida mientras saludaba a todos, quienes no podían oírle. Fausto era quien estaba encargado de estar casi todo el día cerca de ella, preguntándole si necesitaba algo y asegurándose de que seguía siendo fiel a Phasmatec.

—Oye niño—dijo Valerya a Fausto, sintiéndose adulta por tener más de cuarenta años—¿puedes decirle a los de la empresa que quiero irme al igual que el resto de los empleados?

—No sé si eso sea posible, no les gustará la idea. Ya te hicieron una cámara especializada para que te quedes ahí.

—Esa cosa es una jaula—tomó ella un pan en el comedor, pudiendo notar Fausto como cuando la mano de Valerya se posaba sobre la comida hacía aparecer una réplica algo transparente del alimento.

Fausto frunció el ceño. Le preocupaba que el fantasma que él había escogido decidiera desertar, aunque el walkman era la garantía de que Valerya regresaría a Phasmatec siempre. La gente de recursos humanos decidió que dejarle el aparato a la muerta no era la mejor de las ideas, y de esa forma el walkman se resguardaba en una habitación especializada contra fantasmas. Después de todo, habían pagado una cantidad de dinero por el fantasma y ahora que estaba allí usarían el walkman como un ancla que mantenía a Valerya en Phasmatec contra su voluntad. Del ingenio de Fausto dependería entonces que la muerta pensara que ella estaba haciendo las cosas por su propia voluntad.

Recursos Humanos aprobó la decisión de Valerya con la única condición de que la casa de Fausto fuese el lugar donde se quedara el fantasma por las noches. Regresar a casa con un espectro en el camión no era una tarea fácil y sencilla. A las seis de la tarde, Fausto estaba atorado en el tráfico a bordo de un diminuto camión que alguna vez fue un autobús escolar en los Estados Unidos, quizás durante los años ochenta. Ahora estaba pintado de rojo y blanco, decorado con toda clase de adornos ostentosos pero baratos que al chofer se le ocurrieran. Luces led de diferentes colores en el interior, una imagen de la virgen de Guadalupe pintada sobre el techo interior del vehículo, un estéreo con los sonidos bajos muy por encima de los demás y una bola de billar con el número ocho sobre la palanca de cambios. Fausto posó su mirada sobre una estampa pegada en la entrada del camión, la cual leía "Señora: si usted no me invitó a hacer a sus hijos, no me invite a pasearlos. Niños mayores de cinco años pagan pasaje". El chico meneó la cabeza ante tal mensaje, pensando que era de mal gusto. Valerya por su parte estaba fascinada ante lo mucho que sus muertos sentidos podían detectar aún. Observaba por la ventana los autos detenidos, el ruido de los claxon que no lograban modificar la situación en lo absoluto y los gritos del chofer que le pedía a toda la gente que iba de pie en el camión que se recorriese hasta atrás. El hombre al volante no comprendía que no había más espacio en donde colocar ni un alma, aún así fuesen difuntos intangibles. Las sardinas dentro de una lata hubiesen estado mucho más cómodas que todas las personas que iban dentro del camión, apretujadas las unas contra las otras. Olores corporales se mezclaban creando un cóctel de humores humanos bastante desagradable y el calor acumulado en el interior hizo que Fausto pensara en el error que había sido llevar un suéter consigo. De milagro él iba sentado, aunque lo hacía entre dos señoras de gran volumen que le hacían mantener la espalda recta al empujarlo en direcciones opuestas.

Valerya se paseaba entre la gente, flotando sin ser vista y atravesando todo lo que tocaba. Ella no paraba de hacer comentarios hacia Fausto sobre lo curiosa que era toda la gente a bordo, en su mayoría trabajadores de maquiladora y estudiantes universitarios. El chico no contestaba a la difunta, pues parecería un loco. Después de ver que el camión no se había movido ni un solo segundo, el chico decidió que iría a casa caminando. Fausto vivía en el área de Otay, la misma en la que Phasmatec se ubicaba. En camión el recorrido sería de poca duración bajo condiciones de poco tráfico, pero caminando la cosa era muy diferente. Fue toda una odisea bajar del vehículo, empujando a todos a su paso y pagando un pasaje completo a pesar de estar sólo a tres calles de su trabajo. Una vez pudo respirar aire fresco, se sintió superior al observar a todos los autos hacinados en la calle, la cual parecía un río metálico. ¿Quién necesitaba un auto cuando él podía rebasar a varios de ellos con tan sólo caminar? Valerya flotaba a su lado, haciendo todo tipo de preguntas. El chico comprobó que nadie podía escucharle responder a la fantasma y decidió seguirle el juego a Valerya.

—Le decimos Calafia—explicaba el chico—así es como llamamos a esos camiones.

—¿Y por qué?

—No lo sé, jamás lo he pensado.

Después de unos cuarenta minutos caminando a una velocidad moderada, Fausto llegó a casa. Explicó a las mujeres allí sobre el trato de Phasmatec y presentó a Valerya ante su familia. La familia Cabrera era bien conocida en Veracruz por ser médiums, aunque no aplicaba a todos los familiares por igual. Algunos podían oír a los fantasmas, otros verlos y los más desarrollados ambas cosas. Las hermanas, tía, abuela y madre de Fausto saludaron al ánima, la invitaron a sentarse con ellos a la mesa y le ofrecieron otro plato de comida como quien recibe a algún amigo del colegio de su hijo. La abuela de Fausto era quien mejor podía comunicarse con la difunta, pues al contrario de su nieto, ella no observaba una textura transparente en la chica ni un halo de luz a su alrededor. Para la anciana, Valerya no era nada distinta a un ser humano. Posó su mano sobre la de la muerta y sintió su calor corporal, colocó su palma frente a la nariz de ella y pudo sentir su respiración. Así era como Valerya se percibía a si misma, como una persona más. Los demás miembros de la familia dejaron a la mujer tocar el cabello del ánima y hablarle con dulzura, como si fuese una más de sus nietas. Nadie entendía la compleja conexión que la mujer sentía hacia la chica que alguna vez estuvo viva al igual que ellos.

—Has pasado por muchas cosas, ¿no es así?—preguntó la abuela.

Valerya observó en dirección a la mesa, evitando el contacto visual con la anciana. Comenzó a jugar con una de sus trenzas algo nerviosa, dejando detrás las memorias agridulces que pasaban a toda velocidad frente a sus ojos, casi contra su voluntad. Al ver que la chica no pronunció palabra alguna, la abuela rompió el silencio de nuevo.

—Lo lamento tanto—la voz de la anciana se quebró—si hay algo en que esta familia pueda ayudarte, sólo debes pedirlo. Como verás no poseemos muchas cosas y tenemos que trabajar casi todas para poder mantener este hogar. Pero trataré personalmente de apoyarte.

La hermana menor de Fausto, Miriam de nueve años, alzó la voz para hacerle ver a su abuela lo evidente.

—La niña ya se murió—dijo la pequeña—no necesita nada.

—¡No seas grosera!—regañó la madre—¡Discúlpate!

—No hará falta—dijo Valerya—ella dicha la verdad. No necesito de agua, comida, baño. Si hay algo que ustedes pueden darme es la sensación de no estar sola. Cuando Fausto me dijo que todos ustedes eran médiums al igual que él, me alegré muchísimo. Estoy cansada de que la gente no pueda verme, de que algunos me tengan miedo. Durante años sólo hablé con otros muertos. A ellos les da igual lo que pase en el mundo, sólo se quedan durmiendo hasta la eternidad. Están hartos de todo, sólo quieren desaparecer. Pero yo no soy así. Desde que morí en 1986 he tratado de no ser como ellos. Al principio no comprendía que mi hora había llegado. Me negué a creerlo, pero las cosas no salen nunca como uno las quiere.

La familia Cabrera guardó silencio. Valerya se limpió las pequeñas lágrimas que empezaban a aparecer en sus ojos. Sólo la abuela de Fausto fue capaz de verlas, entendiendo por completo la humanidad que aún residía en la chica.

—No hay problema—se repuso Valerya—después de todo soy yo quien se rehúsa al descanso eterno. Me da miedo pensar en eso. Donde yo vivía la gente solía decir que uno sólo desaparece al morir, que no hay un más allá. Nadie puede estar seguro de eso. No quiero desaparecer.

El silencio seguía en todo su esplendor. Las personas miraban sus platos de comida, sin saber exactamente qué era lo que debían decirle al espectro.

—Perdonen—dijo la difunta—no debería de traerles mis problemas a la mesa.

En la casa de los Cabrera, Valerya era una invitada más. Miriam a menudo platicaba con ella por las noches después del trabajo y le mostraba cosas interesantes en el internet, un invento que no dejaba de maravillar a la niña soviética. La tía de Fausto dejaba una delgada línea de sal en la puerta de su cuarto, pues no confiaba del todo en la fantasma desconocida. La hermana mayor de Fausto, pocos años mayor que Telma, no dejaba pasar la oportunidad para poner a prueba sus habilidades como médium, pues tan sólo podía percibir la voz de Valerya. De toda la familia sólo Fausto trabajaba de lleno como médium, pues los empleos de ese tipo no solían ser muy comunes.

En Phasmatec Valerya y el chico trabajaban bastante, revisando al menos unos mil tableros de ouija al día. El procedimiento no era para nada complicado, pues se basaba en dejar a Fausto comunicarse con Valerya a través de la ouija. Cada uno de ellos estaba en cuartos separados pero contiguos, intentando comunicarse el uno con el otro. Tras dar el visto bueno, colocaban el tablero y su pluma dentro de un empaque y lo mandaban en una banda transportadora para que pasara a la etapa final. Los tableros que no servían eran acumulados sobre una caja que tiempo después intentaría reparar los tableros. Todo era tan monótono que Fausto comenzaba a sentir que el tiempo avanzaba con suma lentitud, ansioso por mirar el reloj tras cada tablero examinado. Parecía imposible que tan sólo cinco minutos hubiese pasado desde la última vez que observó el reloj, un tiempo que se había sentido como una eternidad para él. La falta de ventanas en su área de trabajo le impedía saber con exactitud si la hora de salida estaba cerca de ocurrir. Para Valerya por otro lado, el tiempo no era ya algo que le preocupara demasiado. Ella era capaz de hablar de un montón de cosas a través de la ouija y también por medio de un radio comunicador que cada uno de ellos tenía. Parecía estar llena de temas interesantes, los cuales al principio en verdad capturaban la curiosidad de Fausto. Tras el tercer día de trabajo, Fausto ya conocía demasiados detalles de la Unión Soviética y estaba un poco harto del tema. Él no poseía temas tan extraños para comentarlos con Valerya, así que la mayor parte del tiempo guardaba silencio. Se sintió como un ser aburrido, recordando la soledad que había experimentado en el pasado por vivir como un espectador de la vida de los demás. ¿Sería diferente esta vez? ¿Sería uno de esos empleados eficientes de los cuales nadie sabe nada? ¿Se transformaría en el tipo raro que jamás va a las posadas del trabajo? No, se dijo a sí mismo. Debía de hacer algo al respecto. 

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