EPÍLOGO
JOLVIÁN
Creo que, después de todo, decir que podría esperar que la vida nos diera un aviso de los que nos va a pasar los siguientes días o meses, no existirían las sorpresas. Digo, a veces hay buenas sorpresas, como un billete en la calle por la que vas caminando, tu película favorita en la pantalla cuando vas cambiando a azar, el jugo que más amas en oferta.
O un sensual hombre saliendo de tu baño con una toalla enredando su cintura.
Que te descubra en ropa interior robando su comida. Que te lleve al hospital en una emergencia, cuide de ti cada segundo y que intente darte ánimos cuando crees que lo has perdido todo.
Que te tome fotografías perfectas mientras duermes. Que te apoye, que te regale su amor y su tiempo sin condiciones. Que te diga que te ama y más que eso, que sea el maravilloso padre de tus hijos.
Dejo mi maleta en la mesita de la sala y tomo aire. Esta vez, a eso le sumo una gran sonrisa de felicidad. Subo despacio las escaleras, con la desesperación de querer subirlas de dos en dos y corriendo, por sé que debo tener cuidado para que no escuchen mis pasos.
Cuando la habitación está a en mi ruta, noto que la puerta está abierta y que Daniel y mi bebé están en la cama, mi esposo parce que acaba de terminar de cambiarle el pañal.
—¿Puedes decir "papá"? Te daré un billete si logras hacerlo antes que mamá llegue del trabajo.
—Papá —Mi pequeño Dan hace que su padre ría, emocionado.
—Ahora tendrás que darle un billete —Me río a carcajadas desde la puerta.
—Él aún no sabe lo que son los billetes, estoy a salvo. —Se levanta con el bebé en brazos y, tan rápido como me ve, mi hijo pide que lo cargue—. Te extrañamos.
—Yo también los extrañé.
Pasamos la tarde entre viendo una película y preparando la cena para cuando mi pequeño tiene sueño y lo llevo a su habitación para que descanse.
Una vez que lo acomodo, se queda completamente dormido. Enciendo el monitor y me voy. Daniel acaba de salir del baño para cuando llego ahí.
—¿Durmió bien en el día? —Me voy quitando la ropa para ir a bañarme.
—Sí, yo digo que no despierta en unas buenas horas. —Me mira, seductor, mordiéndose el labio—. Deberíamos hacer el amor y quizás lograr dormir un rato antes de eso.
—Qué pervertido eres. —Aun con mi respuesta, me acerco a él cuando estoy completamente desnuda.
—Cuando estabas embarazada eras peor.
—Eran las hormonas, amor. —Dejo que comience a besarme el cuello—. ¿Sabes? Estaba investigando, y en la universidad hay guarderías.
—No me gustan las guarderías, mejor que Cam lo cuide, la reunión pasada me dijo que con gusto lo cuidaba en el local, los gemelos serían gran compañía y además, en estas fechas casi no tiene clientes.
—Genial, entonces está cubierto.
—Serás una excelente abogada, mi chula.
Me va llevando lentamente al baño.
—Gracias por apoyarme en esto. —Le beso los labios por fin.
Él se separa un poco para encender de nuevo la regadera y tantear el agua.
—Siempre, ya sabes que estaré para ti. El día de tu graduación, te regalaré un marco tallado con mis propias manos para que ahí pongas tu título y lo cuelgues en tu oficina justo en medio de todas las fotografías de nosotros, claro está.
Se ríe. Es verdad, mi pequeña oficina está repleta de fotos nuestras, y no solo eso, sino de libros que fuimos organizando en los últimos dos años.
—Claro que sí. Eres demasiado detallista, qué bueno que seas mi esposo.
Me lleva hasta la caída del agua y nos mete a ambos en ella.
—Soy yo el afortunado de haberte conocido, Jolvián... otra vez. —Los dos nos reímos esta vez.
—Yo sí quería darle las gracias a Vanessa por estafarnos.
—Salió de la cárcel hace unos días, invitémosla a nuestra fiesta de aniversario.
Le pego en el brazo, pero me da risa. Es una idea loca, pero de algún modo esa mujer influyó un poco en nuestro reencuentro.
—Te amo, mi chula, mi bella flor.
Sonrío como tonta.
—Yo más, carpintero de mis sueños. Los tallaste muy bien y hoy son perfectos. Creo que vivir contigo no fue tan malo como lo pensé.
—Ser ligero ayuda. —Finge que susurra—. Deberías intentarlo alguna vez.
—Vale. —Paso mis manos por mi cabello mojado—. Seré más ligera a partir de ahora, ¿sabes qué quiero hacer como primer acto de ligereza?
Toma el jabón de baño y comienza a deslizarlo por mi cuerpo cuando me pregunta qué quiero.
—Que hagamos el amor en mi escritorio, siempre me resultó aventurero pero nunca lo hemos intentado —Se detiene un momento y sonríe, pícaro.
—Excelente, deja termino aquí y le seguimos allá y...
El monitor hace ruido. Tenemos uno en la habitación y uno en el baño para estar alerta en todo momento, así que ahora hemos sido interrumpidos por el llanto de nuestro hijo.
—Creo que tu fantasía tendrá que esperar —dice, tomando una toalla—. Te espero en tu oficina.
Sus palabras se cumplen cuando llego, claro que está ahí esperándome sin nada de ropa.
Y prometo que la experiencia sí es toda una aventura.
FIN
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