CAPÍTULO 7
JOLVIÁN
Así como entro, salgo de la habitación de Daniel con lo que logré encontrar en la mano.
Sí tenía pegamento en uno de sus cajones. Quiero estrenar de una vez el regalo que me dio y estoy extrañamente feliz y ansiosa.
Aún no puedo imprimir las fotos de mi celular pero sí puedo comenzar con el ultrasonido. Voy primero a mi habitación por una sábana para cubrirme y luego bajo hasta la sala. Abro el álbum, sonriente. Me salto algunas hojas y la pego, escribiéndole "Cuatro meses: ¡es niño!" y le adorno con flores y corazones dibujados con el lápiz que también me encontré en el cajón.
De nuevo me pongo a llorar de la emoción. Después de tres meses sufriendo por un pendejo, puedo y estoy segura, de decir que por fin lo he superado y me siento completamente feliz.
Una vez que se seca el pegamento, cierro el álbum y lo abrazo contra mi pecho, cerrando también los ojos. Entonces aparecen las imágenes de lo que pasó en el consultorio.
—¡Oh, Dios mío, un niño! —Daniel fue el primero en emocionarse. Me sorprendió tanto que lo hiciera que no fui capaz de decir ni una sola palabra. Más helada y callada me quedé cuando se acercó a mí y me besó la frente, parecía muy conmocionado.
—Muy bien. —La doctora terminó y le tendió a Daniel una gasa para que me limpiara. Mientras él lo hacía, me miró y pareció darse cuenta de lo que hizo, lo vi ponerse rojo y, aunque le pareció inesperado e inusual que haya actuado de ese modo, me reí.
Abro los ojos. Ahora no me da tanta risa, me hace sentir rara, como desubicada. No, no, no. Daniel ni siquiera tiene por qué ser parte de mi embarazo, ni siquiera lo quiero cerca. Aun cuando puedo notar que no es el mismo de antes, no quiero ser su amiga.
Esto es difícil, tomando en cuenta de que el idiota altera mis sentidos cuando está cerca, me da calor. Su olor es tan... Son las hormonas, pues qué perras hormonas que no me dejan está tranquila.
—Toc, toc —Miro hacia la puerta. Estoy en la sala aun, Camila acaba de llegar con los gemelos quienes sin pensársela entran corriendo por toda la casa. Me río—. Hola, ¿cómo estás?
—Bien. —Se me acerca a saludarme con un beso en la mejilla. Ella me resulta tan amable y buena onda—. ¿Ustedes? ¿Qué los trae por aquí?
—Los niños querían venir a traerte una invitación... ¡ey, vengan, mis amores! —Enseguida los pequeños vuelven—. ¿A qué veníamos?
Erica es la que me mira y, con su carita apenada, me muestra una tarjeta.
Es una invitación a su cumpleaños mañana.
—Oh. Muchas gracias.
La pequeña me da un abrazo y se van ambos a seguir jugando.
—¿Cómo te fue en tu cita?
Le sonrío a Camila y le cuento absolutamente todo. Incluso lo que ocurrió con Daniel. Este largo mes ella ha sido como mi amiga, le agarré un aprecio tan rápido desde el primer saludo cuando llegaron de imprevisto la otra tarde y se quedaron a cenar. Esta mujer es fácil de adorar, ya veo cómo consiguió conquistar a Eric y logró poner en su lugar al Daniel del pasado y lo dejó ser su mejor amigo.
—No manches, ¿de verdad hizo eso? —Está verdaderamente sorprendida—. Esto sí que es tan nuevo.
—Sí, y no sabes, ayer me regañó porque le pedí a mi familia vender mis cosas para pagar todo lo que se ha gastado en mí —Pongo las manos en mi frente, me siento alterada—. Se puso todo raro, incluso él mismo habló con mi familia y les dijo que él me pagaría todo. Y yo no quiero eso, quiero vender mis cosas... o buscar algún trabajo no muy pesado.
Camila me ve como si tuviera una ingeniosa idea.
—¿Y si trabajas para mí? Tengo una tienda de papelería y regalos —Luce emocionada—. No es pesado y puedo pagarte bien.
Sin poder evitarlo, me emociono tanto que le doy un abrazo. Me acaba de solucionar un porcentaje de mis problemas.
—Bueno, y entonces Daniel se está tomando muy en serio esto de ser el tío. —No parece convencida de lo que dice—. Casi parece que busca ser el papá.
—Eh, no, el tío, el tío nada más. —Me río, nerviosa—. No me perturbes así, gracias.
Me río, porque no sé qué más decir. Luego la invito a comer y nos hacemos un caldo de verduras. Los niños juegan un rato hasta que avisan que están cansados y que quieren volver a casa. Camila entonces pronto me deja sola, con las indicaciones de ir el lunes a su tienda para iniciar a trabajar, y que mañana quiere verme en su casa para la cena.
Me emociona muchísimo poder trabajar para ella, no serán demasiadas horas y además ya no me sentiré una carga para Daniel.
Me quedo dormida en el sofá y eso solo lo sé cuando me despierto con un ruido proveniente de la puerta de la cochera y voces en la entrada. Tallo mis ojos.
Daniel llegó con alguien. No puede ser, debo ir a esconderme a mi habitación, pueda que le arruine algo y no me lo perdonaría, ya me siento muy mal desde en la mañana que prefirió acompañarme a mi cita en lugar de cumplir con su trabajo.
Me levanto y voy recogiendo las cosas que dejé en la mesita para poder irme sin dejar rastro, no obstante, Daniel entra por la puerta de la cochera y me ve extrañado.
—¿Qué haces?
—Ya me iba, dame un segundo —digo rápido. Voy caminando hacia las escaleras cuando él parece que va a abrir la puerta. Estoy por decirle que no abra todavía cuando ya está la puerta de par en par y por ella entran una mujer, un hombre y una niña como de cinco años. Ella y el tipo vienen con un par de cajas y varias bolsas que parecen muy llenas. La nena trae consigo una bolsa de juguetes.
—Caray, ¿a cuánto te salió tremenda casota? Debió costar un chingo de muebles. —El hombre es el que habla—. ¿Dónde pongo las...? ¿Ella es tu novia?
El tipo se me queda viendo, sonriente. Luego me miran Daniel y la mujer. Ella parece sonreír más.
—¡Ay, Dios! ¿Es en serio? —Deja la caja en el suelo y se me acerca rápido. Comienzo a entrar en pánico—. Hola, soy Fernanda Mendoza, mucho gusto.
Me abraza. Ninguna palabra puede salir de mi boca, menos cuando comienza a susurrarme cosas.
—Estoy feliz por mi hermano, me alegra que pueda rehacer su vida. Y eres muy bonita. —Se separa de mí y me inspecciona de arriba abajo—. ¡Por la santísima virgen, voy a ser tía!
—Felicidades, cuñado. —Oigo decir al tipo. Es ahí cuando Daniel habla, ahogado.
—Aguanten, es una historia larguísima, pero no es mi novia. —Parece tan turbado como yo—. Fernanda, déjala respirar.
Quiero huir a mi habitación.
—Soy... Jolvián —Mi voz apenas se escucha—. Sí vivo aquí, pero...
Fernanda no se calla.
—Entonces embarazaste a tu roomie, Daniel. —Por fin se separa y se pone las manos en su cintura, pero no parece querer regañarlo—. Bueno, no importa, voy a ser tía.
—Fernanda, no. —Daniel se ríe pero parece frustrado. Comienza a explicarle con peras y manzanas toda la situación. Siento que ya hemos tenido a demasiada gente al tanto de esta maldita situación, caray. Ella parece entenderlo, no obstante, menciona que es una lástima, porque nosotros nos veríamos bien juntos.
Me quiero ir a mi habitación.
—¿Por qué nunca me cuentan esas cosas? —Se nota ofendida, pero luego se ríe—. Vale, olvídalo, Daniel. Mejor, mira, ahí están dos cajas, pero hay una más en el auto.
Su esposo deja la caja en el suelo junto a la otra y sin que se lo pida va solo por la que está en el auto. Fernanda me mira, disculpándose.
—Veníamos a pedirle quedarnos hoy, pero creo que ya molesté mucho. —Rasca su cabeza, avergonzada—. Perdón, peco de ser impulsiva a veces.
—Oh, no, no. —Ahora me da pena a mí—. Pueden quedarse, ya sé aclaró todo, siéntanse como si estuvieran en su casa, no tengo bronca... iré arriba, bienvenidos.
Casi salgo huyendo. Lo necesitaba, la verdad. Esto se pone cada vez más incómodo y extraño.
Me meto a bañar y luego salgo sintiéndome fresca. Tengo muchísima hambre, pero me da vergüenza bajar.
Termino de cambiarme y me siento en la cama a peinarme. No sé qué hacer, pero no quiero bajar.
—¿Jolvián? —Daniel toca la puerta antes de simplemente abrirla—. ¿No vas a bajar a cenar?
Le niego pero mi estómago hace ruido. Se ríe.
—Mi hermana puede ser un poco invasiva e impulsiva, pero hasta ella sabe sus límites, prometo que se comportará, ya se lo dije. —Luego rasca su nuca, parece que quiere decirme algo importante—. Fue un buen gesto que los dejaras quedarse, pero creo que olvidaste que las dos habitaciones libres no son funcionales.
—No importa. —Le digo, tranquila—. Puedo dormir en el sofá de la sala, dormí la tarde ahí, es cómodo.
Me río pero él no le halla gracia así que me callo.
—Es buena idea, para mí, pero hay un grave inconveniente. —Lo noto nervioso entonces. Se ríe pero luego trata de verse serio—. No hay más cobijas que la tuya y la mía, está comenzando el frío ya.
Tiene razón, el clima está cambiando.
—¿Tu hermana no trajo?
Caminamos escalera abajo mientras espero que responda. Me dice que no.
Una vez en la cocina, me saluda de vuelta Fernanda.
—¿También irás a la fiesta? —Me pregunta cuando me siento frente a ella.
Asiento mientras como de la ensalada en mi plato.
—¿En serio? —Ese es Daniel.
—Sí, bueno, no sé. Camila vino hoy a invitarme en la tarde.
La cena pasa medianamente tranquila, Fernanda parece comportarse mientras hablamos de todo sobre lo que Eric está haciendo por nosotros para solucionar nuestro problema, hablamos de mi embarazo porque pregunta muchas cosas y yo, contenta, le cuento de todo, incluso que es un niño y hasta del regalo de Daniel. Todo está bien hasta que llega la hora de dormir.
De inmediato les ofrezco mi habitación por mero impulso, Daniel intenta protestar pero su hermana es más rápida, comienza a decir lo cansada que está y nos desea buenas noches. Daniel y yo nos quedamos solos en la cocina, sin saber qué hacer.
—Puedo dormir en el sillón —dice, pero no parece agradarle la idea, incluso se abraza a sí mismo, es cuando noto que de verdad el clima está comenzando a cambiar. Me abruma porque a estas fechas es tan cambiante, de repente hace calor, de repente frío, incluso puede llovernos mañana—. Tú duermes en mi habitación.
—O podríamos dormir juntos —suelto sin pensar. El puto frío no me deja pensar con claridad—. Solo es hoy, ¿no?
Daniel se pone rojo. Niega rápido y me ignora. Se aleja de mí y comienza a fisgonear en las cajas. Pongo los ojos en blanco y decido irme a dormir.
Bien, lo acepto, la idea ahora me parece estúpida, ¿cómo se me ocurrió? Dios, este día no me da abasto más.
Me acomodo en la cama y siento una especie de envidia al saberla más cómoda que la mía. Y peor que pude haber tenido esta habitación de no ser por este desmadre.
Odio todo.
Como a las once, por fin voy agarrando sueño, me siento un poco desubicada en la habitación de Daniel y, pese al frío afuera, yo siento que me estoy sofocando. Quizás sea por la barriga, solo estoy irritada.
Cierro mis ojos, sintiéndome más que cansada, pero no llego a dormirme cuando escucho la perilla de la puerta moverse y miro cómo entra Daniel y busca la manera de no hacer ruido para "no despertarme", pero fracasa, chocando contra el buró.
—Puta madre —Susurra, cubriendo su boca—. ¿Te desperté?
No respondo, porque no puedo hablar, más bien, no sé qué hacer o decir ante esta situación.
—Bueno —dice para sí mismo—. ¿Me das campo? "Sí, Dani, deja me acomodo mejor". Oh, gracias, Jol, eres genial.
No puedo evitarlo y la risa escandalosa se escapa de mí al oírlo imitar mi voz.
—No sabes fingir estar dormida —me dice y, con cautela, busca acomodarse al otro extremo de mí en la cama sin llegar a tocarme ni un pelo.
—Es que todo el cuarto huele a ti, no puedo dormir.
Me arrepiento de mis palabras cuando lo escucho reírse más fuerte.
—Pues tendrás que aguantar, tienes que descansar por el bien de mi sobrino. —Su voz va cambiando con cada una de sus palabras y a mí me causa escalofríos. Se está durmiendo su voz soñolienta suena muy curiosa—. Descansa, Jolvián.
Tomo una gran bocanada de aire. Esta es una mala idea.
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