CAPÍTULO 6
DANIEL
No quiero que vaya sola.
Llámenme loco, pero no la siento en ningún momento convencida de entrar sola. En todo el camino parecía ansiosa y preocupada. Al principio lo asocié con que estaba nerviosa por saber el sexo de su hijo. Pero entonces, la vi verme constantemente a lo largo del camino desde el estacionamiento hasta la entrada y lo supe.
Jolvián quería que fuera con ella, pero no me lo pidió.
Suspiro, decidido ya. Salgo del auto y camino todo el tramo. Tan extrañamente nervios me siento que cuento la distancia. Son veintisiete pasos largos del estacionamiento a la entrada, incluso puedo decir que de la entrada hasta que encuentro a Jolvián son diez pasos más.
Está sentada con la cabeza inclinada hacia arriba, tiene los ojos cerrados. Aún no entra al consultorio. Después de ir a la tienda, creí que ya estaría fuera, porque se me hizo que tardé una eternidad.
—¿Hay alguien dentro y sigues tú?
Da un salto, incorporándose cuando le hablo. Me mira, sorprendida por lo que llevo en las manos.
—¿Qué es eso? ¿Qué haces aquí? ¿No tenías que hacer una entrega?
—Soy rápido. —Le sonrío, mintiéndole. En realidad hablé con el cliente, le dije que tenía algo familiar que hacer y que le entregaría su pedido en la tarde—. Son dos regalos, uno es por si es niño y el otro por si es niña, aunque te daré los dos de todos modos. Además te traje un jugo de Granada para cuando salgas, ¿ya te tomaste toda el agua? Ya vez que dicen que para el ultrasonido... eso.
Estoy muy nervioso.
Su cara comienza a tener distintas formas y gestos, parece no saber ni qué decir y, cuando va a decir algo, la nombran.
—Pasen. —Nos dice la doctora y, una vez dentro, Jolvián me mira como si estuviera loco—. Mucho gusto, soy la doctora Elisa Tadeo. Tomen asiento, vamos a hablar un poco antes del ultrasonido.
La doctora comienza a hacer un listado y todo lo que le responde Jolvián lo va anotando en su computadora, algunas cosas las escribe en un expediente. Jolvián no deja de verme en todo momento, como preguntándome si estoy bien o si quiero irme. Sin embargo, no me dice nada ni cuando la doctora le pide que se recueste en la camilla y se levante la blusa blanca que lleva puesta. Veo cada uno de sus movimientos hasta que tiene la blusa doblada hacia sus pechos.
Su vientre ha crecido ya.
—Hágase para este lado, señor —La doctora me llama mientras pone ese raro gel en el vientre de Jolvián—. Por acá está la pantalla, ¿no quiere ver a su bebé?
—Sí, sí —Me río, más nervioso. No es mi hijo, pero me emociona un poco la situación, supongo que porque estas tres semanas me he acercado un poco más a Jolvián. No en el sentido amistoso, porque ella no lo quiere así, pero hemos tenido sana convivencia todo este tiempo. Ella para mí es mi amiga y ese niño ya es como mi sobrino.
—Muy bien, veamos.
La doctora comienza a mover un aparato en forma de T, esparciendo todo por la barriga y va viendo la pantalla. En ella comienzan a aparecer borrones que trato de identificar. Toma capturas y medidas, según nos dice, hasta que llega el momento de la verdad. Miro un segundo a Jolvián, inevitablemente ya está llorando. Yo le sonrío para calmarla y tomo su mano. Aprieta la mía fuerte cuando la doctora nos menciona todo lo que ve.
—Este es su brazo, aquí podemos ver su hombro, sus dedos... parece que nos está modelando —Se ríe y nosotros también—. Su cabeza, su rostro aquí. Iremos más abajo y...
El suspenso que añade me pone más nervioso y siento que me quiero morder las uñas.
—Niño. —Voltea con nosotros a sonreírnos—. Se dejó ver claramente, es un niño y todo parece ir en completo orden hasta ahora.
Me siento muy avergonzado. Y, bueno, todo fue... no sé cómo expresarlo.
Las lágrimas salieron de mí sin poder evitarlo, ¿qué quieren? Me emocioné porque... no, no lo sé, quizás porque recuerdo cuando Fernanda estaba embarazada de Annie, yo era el tío consentidor, caray, quería darle todo. Pero, vamos, tengo que admitir algo, esto se siente distinto. Quiero darle todo a ese huerco y aún ni nace.
El beso en la frente... sí, ya sé, fue inapropiado e impulsivo, pero, Dios, la emoción de Jolvián sacó la mía de no sé dónde, pero la sacó.
—Es un niño entonces. —Ahora todo resulta muy tenso en el auto, pero intento hacer a un lado el silencio incómodo—. ¿Vas a ver mi regalo?
Le sonrío para que no note lo pesado que me siento. La tensión va a matarme, de verdad.
—Sí, sí... —Ella trae ambas bolsas de regalo: la rosa la pone en sus pies y mira detenidamente la azul antes de abrirla—. Oh, Dios.
Parece que va a llorar, pero al final se ríe. Le compré un álbum... en realidad compré dos, pero el otro era rosado con diamantes. Este es azul con moños y también osos.
—Es para que imprimas tus fotos del embarazo y de ahí vas poniendo cuando el chiquitín nazca. —Enciendo el auto cuando ella ni responde. Me da una sensación de picazón en el pecho.
Vale, esperaba un "gracias" pero, bueno, no la culpo ni la recrimino.
—Gracias —dice a cuando ya casi llegamos a casa y noto que suelta todo el aire acumulado en su cuerpo—. Quisiera... me gustaría poder contarle a mamá, a papá. Mis hermanas amarían saberlo.
—¿Por qué no los llamas de una vez y les cuentas? —Me detengo en la entrada de la casa.
Siento que hice la pregunta prohibida, porque me mira mal.
—Es que sabrán que el bebé es de Francisco, harán preguntas, y no sólo eso, ¡se lo dirán a él!
—Perdón por la sugerencia. —Intento remendar mi error—. Pero de igual forma él lo sabrá, ¿no?
—No —Se cruza de brazos—. No quiero que él sepa que es su hijo, Daniel, no quiero ver a mi niño mendigar amor en el futuro. A los ojos del mundo, mi hijo es el ilegítimo. Conozco muy bien a Francisco, lo negará o simplemente será el hijo que dejará a un lado, para lo último. El niño de quien su esposa renegará porque lo procura... Quiero que sea feliz, mi niño merece ser feliz.
—Tú también mereces ser feliz, Jolvián.
La abrazo porque no sé qué más decir. Me recibe y hasta coloca uno de sus brazos en mi cuello. Trata de no sollozar y le salen hipos.
—Gracias por acompañarme. —Su voz cerca de mi oído, provoca que me dé un cosquilleo en esa área. Lento, la voy separando de mí—. Me caes mal, pero estás haciendo méritos, te odio.
Limpia sus lágrimas y se acomoda en el asiento.
—¿No dijiste ayer que ya no me odiabas? —Me río.
—No, no, no, Daniel, yo dije que no me caías tan mal, no que definitivamente me caías bien. —También se ríe en medio de las lágrimas que no dejan de salir—. Es un porcentaje menos, pero sigo en mi postura.
—¿Sabes qué? Haré muchos más méritos, vas a ver, me amarás tanto que querrás que sea el tío de tu hijo.
—Con suerte lograrás ser su amigo. —Me saca la lengua y el cosquilleo de hace un momento ahora recorre mi cuerpo—. De verdad muchas gracias... por todo lo que has hecho por mí todo este mes. Creo que de verdad me gustaría saber qué pasó antes, para entender alguna cosas... no me lo digas ahora, será después, tienes que ir a hacer la entrega ya. No creas que no me di cuenta que aún la llevas atrás, es una cajonera, la hemos traído desde temprano.
Siento que se me pone caliente la cara pero no soy capaz de decir nada cuando ella se baja riéndose y entra a la casa.
Se dio cuenta que preferí acompañarla antes. Dios.
Llego al taller leyendo un mensaje. Es el cliente castroso de la cuna de Thaychelle. Me pregunta si ya casi termino, porque aunque no ha pasado más que un mes de los tres que me dieron, quiere que se la entregue pronto porque su esposa "está chingando". Eso decía el mensaje. Y yo, que ando de muy buen humor, le digo que terminaré en aproximadamente dos semanas, para cuando inicien las fiestas del santo. Me dijo que vendría el primero de Octubre exactamente.
Ya estará por completo incluso antes que para ese entonces. Ya solo me falta pintarla, añadirle la colchoneta y ajustarle el cambiador. Quedará perfecta en estos días, por ahora, me pondré en manos a la obra para comenzar a hacer una cuna para el hijo de Jolvián.
Si no puedo ganármela a ella para que de verdad perdone mi estupidez del pasado y seamos amigos, por lo menos me ganaré a su hijo.
Mientras la situación de la casa no tenga una solución sólida, Jolvián tendrá que aguantar mis ganas de darle de todo tipo de obsequios para el niño. Quiero que lo tenga todo y que en el futuro sepa que soy un tío espléndido.
—¿Hay algún carpintero con ganas de ver a su hermana favorita por aquí?
Cuando ya han pasado un par de horas, veo a Fernanda entrar con Annie al taller un sonrío como un idiota.
—¡Tío Daniel! —La pequeña corre hacia mí y yo la detengo con una de mis piernas para que no se acerque a mis herramientas.
—Eh, cuidado, princesa, ¿qué hacen aquí?
Fernanda se me acerca y me saluda con un beso en la mejilla.
—Vinimos de visita para el cumpleaños de los gemelos, ¿lo olvidaste? Es mañana.
Ah, pero la cita de Jolvián no se me olvidó.
—Bueno, por supuesto que no se me olvidó. Solo no pensé que venían ustedes. —Acomodo mis herramientas en su lugar y las invito a irnos. Creo que ya es suficiente por hoy—. ¿Y tu esposo?
—En el auto. —Toma la mano de Annie para salir mientras yo la sigo—. Por cierto, también te traje unas cosas que Alexa fue a llevar a casa de mamá, dijo que son las cosas que te faltaron.
Me paro en seco cuando lo dice, pero no soy capaz de hacer ningún ruido. La veo subir al auto, tranquila.
—¿Te seguiremos? Queremos conocer tu nueva casa
Solo asiento y me encamino al carro.
Bien, pienso seriamente, Alexa definitivamente me sacó de su vida.
Ya no duele. En serio, no duele ni un poco, pero sí se siente extraño. Años de relación reducidos en una puta caja. ¿Cuál es el sentimiento? Ah, sí, nostalgia, afortunadamente, y no dolor. Al menos ya no. Al principio me sentí completamente miserable y hasta me puse a llorar en mi taller mientras destruía el arco de madera que hice.
Ya pasó. Por lo que esa caja sólo significa que me he liberado de todos los pendientes que tenía con Alexa.
Soy libre.
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