CAPÍTULO 5

JOLVIÁN

Tomo aire y comienzo caminar, empujando el carrito de súper. Daniel se quedó pidiendo las carnes y yo le dije que iba a ir por las verduras. Se sorprendió de que lo hiciera y hasta sonrió porque por fin, según él, acepté "tomar lo que yo necesito". Hasta me pidió que no me limitara.

¿Qué hizo con el Daniel del pasado, mierda? Está tan cambiado en todos los sentidos.

Su amabilidad me hace tener mucha vergüenza, de verdad. Sigo sintiéndola a pesar de que esta es la tercera semana que Daniel ha comprado la comida, pero, para disimular, debo tomar algunas cosas, me urge llamar a Estrella y no quiero que Daniel sepa. Espero que esta vez mi hermana se digne en responderme.

—¿An? —Sí lo hace.

—Hasta que contestas, tonta. —Me emociona escuchar su voz, había dejado de llamarme hace semanas porque le grité y juro que, aunque la entendía, yo también me puse en modo orgullosa—. Perdón por lo del otro día.

—No importa —Parece llorar y yo me aguanto para no hacerlo a su par—. ¿Cómo estás, idiota?

—Estoy bien, Estrella. —Al menos de salud sí—. ¿Cómo está mamá?

—Dice que bien, está frente a mí.

—De hecho estamos todos —habla mamá al fondo—. Faltas tú, ¿ya vas a decirnos dónde estás? ¿O vas a volver?

—No —digo rápido y decido mejor soltarlo todo—. Solo... estoy bien, mamá. Aunque sí, necesito dinero, ¿me pueden hacer el favor de vender mi armario, mi cama o mi... departamento y mandarme el dinero por el Oxxo?

—¿Qué? —La exclamación es colectiva, está incluido Daniel que ahora sé que está atrás de mí. Él es el que sigue hablando—. ¿Estás tratando de vender tus cosas? Jolvián...

—¿Quién es ese? —Papá se escucha también al fondo.

—No tienes que vender nada. —Daniel sigue hablando—. ¿Es tu familia?

Asiento por inercia. Daniel solo se digna a quitarme mi teléfono el desgraciado. Lo pone en su oreja y el muy descarado le pide a mi familia que les dé un segundo. Me mira, cínico.

—Trae productos enlatados —me manda—. También un kilo de tomate, uno de papas y toma todo lo que se te antoje del área de lácteos. Quesos, crema, helados...

—Dame mi teléfono —demando, extendiendo mi mano—. No es tu asunto esto, Daniel, dame...

—También jugos de Granada y sodas de lima. Ahora vuelvo... Hola, ¿siguen ahí? Mucho gusto, soy Daniel Mendoza. —El maldito me sonríe y se aleja mientras va hablando animadamente. ¡Pero qué le pasa!

Tomo aire otra vez, calmándome.

Para cuando va a pagar, yo salgo enojada de la tienda y me voy al auto. Me siento en el asiento de copiloto a esperarlo.

¿Y si les dijo dónde estoy?

Si lo hizo, seguramente todos ya vienen en camino.

No quiero que vengan, no quiero ver a nadie ni hablar con nadie todavía.

¿Y si les contó de mi embarazo?

Ya estoy pensando en el sermón. DIOS.

—Te odio —Le hago saber cuando ha terminado de meter las compras en la parte trasera.

—Eso ya lo sé, pero ellos estaban preocupados por ti, Jolvián.

Sube e intenta tocar mi hombro pero lo alejo.

—Sí, pero tú no entiendes, ellos no saben que estoy embarazada y ahora que les dijiste todo ya deben de venir en camino. Ya imagino la cantidad de preguntas que me harán. Los discursos que me dirán.

Comienzo a llorar. Últimamente es mi costumbre, me he vuelto una sensible de lo peor.

—Pero yo no hablé de eso con ellos. —Pone su mano en mi hombro y esta vez no lo alejo, es más, hasta lo miro, confundida por lo que me dice—. No voy a negarte que fuiste el único tema de conversación pero no es nada de lo que piensas. Sí, iba a mencionar tu embarazo pero tu madre soltó las palabras "después de lo que le hizo Francisco, cambió y luego se fue sin decirnos nada", intuí que no sabían y contarlo no es de mi incumbencia, no me corresponde.

—Mamá te contó lo de Francisco. —Decido girar mi cara, avergonzada. Las ganas de llorar aumentan.

—Otra vez estás equivocada, mujer. Aunque la verdad sí tengo curiosidad de saberlo, no pregunté nada —confiesa y vuelvo a verlo. Su rostro no tiene ninguna expresión pese a que medio sonríe—. ¿Sabes algo? Me compré la casa porque no tenía dónde vivir desde hacía tres meses. Comprarla fue como una solución.

Junto mis cejas y le muestro lo interesada que estoy mientras me seco las lágrimas.

—No, no estoy contándote esto para que tú me cuentes lo tuyo, pero considero importante hacerte entender que no me quiero burlar de ti ni mucho menos quiero hacerte sentir mal con mi curiosidad. —Toma aire y se aleja de mí, acomodándose en su asiento. Mira al frente, pero no le veo la intención de encender el auto—. Hace ya cuatro meses, me iba a casar, tenía todo planeado, me compré un traje negro elegante, renté el mejor casino e incluso había escrito los votos en mi libreta de pedidos. ¡Hasta yo mismo hice un arco de madera que sería llenado de putas flores para que estuviera en la recepción atrás de nuestra mesa de novios!

Se ríe, pero ambos sabemos que no es gracioso. Dejo de llorar, aunque de todos modos quiero hacerlo porque quizá siento a dónde va la historia.

—Entonces... una semana antes de la boda, regresaba de mi taller que tenía en Guaymas, y mi prometida estaba esperándome en el departamento. Había empacado toda mi ropa y sin más me dijo que no podía casarse conmigo porque aun quería vivir su soltería y conocer más cosas antes de casarse. Me echó y no tenía a dónde ir porque no quería volver a casa de mis padres debido a un problema que tengo con papá, además de que no quería incomodar a Eric o a Fernanda yendo a vivir a su casa con su debida familia, me parecía grosero, no sé. Además de que Eric vive aquí, demasiado lejos de mi trabajo en ese entonces y Fernanda en Empalme. Sí estuve un par de semanas con cada uno, pero luego comencé a vivir en el taller hasta que finalmente lo vendí para venirme a vivir acá, vi la casa en el catálogo del internet y pues lo demás es historia que ya sabes. —Me mira un segundo y vuelve a tocar mi hombro, palmeándolo antes de por fin encender el auto y arrancar mientras sigue hablando—. A tu familia les conté la situación: que nos estafaron, que vivimos juntos y que estamos tratando de arreglar legalmente el asunto. También les dije dónde estás, les di hasta la dirección de la casa. Y antes de que me reclames, les pedí de favor que no vinieran, que te dieran tiempo, que no se preocuparan y que yo cuidaría de ti. Eso sí, prometí que llamarías a diario para informarles cómo estás. Me ofrecieron dinero, pero se los negué. Fue todo.

De verdad estoy sorprendida en muchos aspectos.

—Gra... gracias. —Miro a la ventana, intentando llorar en silencio porque no sé qué pensar.

Este Daniel me tiene mareada. En estas semanas, de repente se vuelve una persona increíble y atenta. Y, aunque a veces me saca de quicio, no me provoca esa sensación de antes, cuando estábamos en prepa, que sentía odio profundo y deseaba con todas mis fuerzas que algo malo le pasara. Ahora, solo quisiera no estar en esta situación. No quiero que me agrade, no quiero ser su amiga. No quiero ser su compañera de casa. Quiero vivir sola y criar a mi hijo sin la ayuda de nadie.

Sin embargo, todo lo que me está pasando no deja lugar a otras opciones más que aceptar su aparente caridad.

Llegamos a casa y lo único que quiero hacer es encerrarme a llorar en mi habitación, pero no logro llegar ni a las escaleras cuando Daniel me pide que le ayude a acomodar la comida. Muy a mi pesar, me regreso y llego a la cocina.

Comenzamos a acomodar en silencio primero las cosas enlatadas en la alacena y luego las del refrigerador. Cuando está pasándome los jugos, habla.

—La cita médica es mañana, ¿no estás emocionada? La doctora dijo que sabrías el sexo del bebé.

—¿Mañana?

Ni siquiera había pensado en eso.

—Eh... sí, ¿no lo recordabas?

Niego, avergonzada. Él sonríe.

—¿Ves? Tu hijo tendrá un buen tío Daniel que le va a recordar a mamá Jolvián las cosas importantes. ¿Verdad, chiquitín? —Se inclina y le habla a mi vientre. Yo doy un salto, espantada por el escalofrío que me dio que estuviera tan cerca de mí—. ¿Estás bien? ¿Te duele algo?

Estoy por negarle porque de mi boca inexplicablemente no sale ni puede salir nada, pero mi estómago ruge sin poder evitarlo.

—Ah, es hambre —Daniel suelta una carcajada—. De acuerdo, el chiquitín quiere comer, ¿qué se le antoja?

Me ve a los ojos un segundo antes de ponerse a sacar un sartén y una cuchara grande para mostrarme que él hará la comida.

—¿Chilaquiles? ¿Unas gorditas? ¿O prefieres una sopa?

No puedo decir nada, ahora solo asiento, provocando que él se ría.

—Está bien, será sorpresa.

Me mantengo sentada en la mesa los siguientes minutos. Daniel se concentra en hacer la comida, no sé qué es pero huele delicioso. Tengo una sensación muy extraña en el pecho desde el auto, desde que me contó lo que le pasó. No es así, pero su situación es casi como la mía. Bueno, al menos no lo engañaron como a mí...

Suspiro.

—Daniel, yo también me iba a casar hace ya tres meses, con Francisco —confieso. Daniel deja de mover la cuchara en el sartén pero no se voltea—. Él llegó el día de la boda a la casa de mis padres unos minutos antes de irme a la iglesia. Me llevó margaritas como disculpa. ¿Sabes? Odio esas flores, no las soporto, no sé. Y me dolió que él lo supiera y aun así las llevó.

Daniel apaga la estufa pero sigue sin girar.

—Me dijo que era maravillosa, pero no la mujer de su vida. —Me sorprende que no me duela decirlo voz alta. Sí siento feo, pero no es algo con lo que sienta que me muero y quiero llorar hasta el cansancio. Ya no—. Me dijo que él amaba a alguien más y que iba a tener un hijo con ella. Ya tenían más de un año saliendo y ella, en ese entonces, tenía casi el mismo tiempo de embarazo que yo tengo ahora.

Ahora sí me ve, que lo haga hace que ya no quiera seguir hablando. No obstante, cuando se pone a servir continúo.

—La cereza del pastel: ella era mi mejor amiga. —Me río, con amargura—. Decidí huir de casa cuando anunciaron públicamente que estaban casados y que ella tenía siete meses de embarazo. No me pareció mal al principio, pero todos mis amigos y conocidos me lo restregaban en la cara, unos se burlaban y otros me hablaban con una lástima hipócrita. No soporté más eso y vendí todo lo que alguna vez él me regaló y algunos de mis muebles, con eso saqué para comprar la casa y para el pasaje que me trajo acá.

Me entrega mi plato. Hizo papas con verduras. Se sienta frente a mí.

—Entonces... —Pone sus manos unidas abajo de su barbilla, analizando—. Somos compañeros de casa y compañeros de desgracias.

—Eso parece. —Me río pero no es gracioso, es deprimente—. ¿Sabes algo más?

Se me queda viendo después de haberle dado un pinchazo a su comida.

—Saber que estás en un punto patético como yo hace que ya no me caigas tan mal.

Se suelta a reír y sin poder evitarlo yo lo sigo. Creo que definitivamente es diferente.

Me levanto a las seis de la mañana para ir al médico, mi cita es a las ocho con veintisiete según el papel que me dio la apuntadora. Me baño y preparo todo. Me doy un tiempo para ir al baño de vuelta a verme en el espejo. Mi vientre ya está notoriamente abultado. Me gusta cómo va creciendo.

Me tomo una fotografía para dejarlo registrado. Creo que la única foto que no me tomé fue la de los dos meses, estaba demasiado deprimida para pensar en eso pero deseaba dejar registrado todo el proceso. Ahora ya no quiero estar así, quiero pasar mi embarazo feliz.

—¿Estás lista? —Daniel descubre lo que hago y sonríe. No debería sonreír, tiene gestos que contagian cuando sonríe—. ¿Es para un catálogo de esos de mamá?

Asiento aunque no sé bien si se refiere a las fotos que me tomo.

—Es bonito, podrías imprimirlas después... ¿ya nos vamos? Tengo que hacer una entrega en media hora. Te dejaré de paso en el hospital.

Asiento otra vez y camino. En realidad no estoy lista ni preparada mentalmente para hacer esto. La primera vez que fui al médico, fue en el tiempo que me enteré del embarazo. Ese día el doctor me dio medicamentos, falté un mes a mi cita, me sentía tan sola.

Como ahora.

No quiero ir sola.

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