CAPÍTULO 4
DANIEL
Tallo con la lija con mucho cuidado las letras que ya acabé de formar para no dejar ni una astilla antes de pintarlo y que asimismo quede perfecto.
Me tomo un momento para quitarme los guantes, los lentes y el cubrebocas que me pongo, para evitar que el aserrín me entre a la boca y los ojos, y respiro. Thaychelle es un nombre lindo, muy lindo, pero es más largo que pronunciarlo y me costó casi toda la semana moldeando al respaldo. Aunque estoy orgulloso con el resultado, se ve elegante.
¿Cómo irá a ponerle Jolvián a su hijo? Seguro algo elegante, en la actualidad los nombres de los niños son cada vez más complejos, o le ponen el nombre de alguien famoso.
Sonrío, recordando el latido de su corazoncito en el monitor. El hijo de Jolvián seguro...
Niego con la cabeza tan rápido como el pensamiento termina de posarse en mi cabeza. Ella me dejó claro que no me metiera ni me interesara por su vida. Pero, ¿qué quieren? Hace semana y media que vivimos juntos y cada una de las cosas que hace me resultan misteriosas a más no poder. La he escuchado llorar mucho. Además hace dos días recibió una llamada de su hermana Estrella y le dijo que quería un año sola, que "ya no quería sufrir viéndolos y que necesitaba estar lejos". Mi mente comenzó a crearse distintas teorías pero ninguna es muy clara, aun así, todas tienen un ver con su embarazo y el padre de ese hijo.
Me quedo en la mitad del nombre para cuando son las cinco. Estoy tan cansado que, aun cuando me prometí que terminaría el respaldo hoy, no puedo. Mañana será, supongo.
Salgo del taller quince minutos después de recoger todo y me paso antes por la tienda para comprar algunas cosas para el refrigerador que, misteriosamente, me han estado faltando.
Al bajar del auto, noto que hay demasiada bulla dentro de la casa. No le tomo demasiada importancia sino hasta que una risa que conozco me saca de onda.
¿Jolvián está con Eric? No, no. Maldición. ¿Qué tiene que estar haciendo mi hermano con ella, y además riendo? Mi hermano me va a tener que dar muy buenas razones para no delatarlo con Camila. No puede ser un cabrón, no con ella.
—¡Eso no puede ser!
Entro nada más escuchar a Jolvián reír de nuevo y más fuerte. Aprieto los puños y la mandíbula, ¿qué se supone que es esto? ¿Es que Eric vino a verla? Maldita sea.
Camino rápido y directamente a la cocina que es de donde provienen las risas. Sé que tengo el ceño fruncido y que me siento enojado, sin embargo, cuando llego a la cocina, se me sale el aire de golpe.
Quien está junto a Jolvián, riendo más discretamente, mientras Eric hace la cena, es Camila. Ambas parecen estar conviviendo de manera amena. Entonces escucho también a mis sobrinos, Erica y Ramiro, jugar en la sala.
¿Me alteré por la vil nada?
Pero qué estúpido.
—Buenas tardes... —No sé qué otra cosa decir. Ni siquiera entiendo bien qué pasa o por qué imaginé mil cosas que me hicieron enojar.
—Buenas tardes, Dani. —Camila es la primera en saludarme. Luego Eric. A Jolvián le cuesta un poco dirigirme la palabra pero aun así me saluda—. ¿Quieres cenar con nosotros? Eric está haciendo carne con verduras. Y Jol hizo un pastel de limón.
¿"Jol"?
—No le puse veneno, que sepas —bromea Jolvián, sin verme y de nuevo todos están riendo. ¿De qué me perdí?
Me siento en una silla junto a los que parecen ser lugar de mis sobrinos, analizando el asunto. Mi hermano y mi cuñada están conviviendo con Jolvián como si se conocieran de años.
Bien, es eso, nada raro.
—Erica, Ramiro, ya está la cena. —Les llama mi hermano cuando ha terminado. Amablemente, comienza a servirnos a todos y al final se sienta junto a Cam—. Ah, y, olvidaba decirles, hablé con papá sobre su problema.
Cuando estoy por dar el primer pinchazo, dejo caer el tenedor, provocando un molesto ruido entre el metal y el vidrio del plato. Todos me miran, pero no me importa cuando hablo.
—Te pedí que no lo hicieras. —Vuelvo a tomar el tenedor pero esta vez muevo la comida con él para distraerme—. Seguramente ya te dijo que soy un pendejo por dejar que me estafaran y que valgo madres.
—Malas palabras no, Daniel —me dice Jolvián, señalándome a los niños con la cabeza, ellos me ven sorprendidos por el tono de mi voz—. ¿Qué tiene de malo que él sepa? Es un abogado con más experiencia... perdón, Eric.
—No importa, es verdad.
—Es que no se trata de eso, son cosas personales —me defiendo y luego miro a mi hermano. Al final, enojado, como un pedazo de verduras—. ¿Qué te dijo?
—Que eres un pendejo por dejar que te estafaran y que vales...
—¡Eric Mendoza! —Ahora Camila es la que prohíbe las malas palabras en la mesa—. Vamos a admitir algo, está cabr... muy mal la situación, pero no peleen ni digan groserías frente a los niños. Sí, Jol y Daniel se equivocaron, pero no se ganan nada peleando. Veamos, mi suegro sí tiene más experiencia con leyes, pero después de lo que pasó, sólo piensa en tonterías sobre hubieras, así que no es adecuado para llevar el caso. Entendamos también eso: el señor Manuel no sirve de ayuda aquí porque solo va a criticar.
Eric lo acepta, asintiendo al igual que yo. Me encanta que Camila siempre sea como la mediática entre los dos. Siempre admiré cómo mi mejor amiga ha controlado, y sigue controlando, la situación y evita desastres. Qué fortuna que se haya casado con mi hermano.
—Vale —dice Jolvián—. Entonces... bueno, ¿hay algo bueno de que hayas hablado con tu papá?
—Sí —continúa Eric—. Rastreará a Vanessa con su información legal en los documentos. Y, no quiero prometer nada aún, pero, sobre el título, podríamos usar los contratos como un poder para que lo obtengan en las próximas semanas. Toca esperar otro poco.
Como a las diez de la noche, no puedo dormir.
Justo cuando se fueron, Jolvián volvió a desaparecer de mi vista, como en toda la semana y la escuché llorar antes de saber que se había quedado dormida. Estoy pensando seriamente en si debo acostumbrarme a esto. Espero que no. No puedo, afortunadamente, pero ya no sé cómo lidiar con esto.
Me acomodo mejor en la cama a ver si puedo descansar. Pero de verdad que no puedo, ni siquiera siento sueño, caray.
Ruedo una vez más y... ¡Nada!
Papá debe estar riéndose de mí y disfrutando de mi sufrimiento, esperando pacientemente para decirme en la cara que soy un fracaso.
—¡Ah su madre! —Escucho un golpe y luego el quejido. Después pasos que bajan por las escaleras.
Me levanto para verificar que todo esté en orden y voy bajando las escaleras cuando escucho un plato de plástico terminar en el suelo y rodar hasta la puerta de la cocina.
—Mierda, ¡hoy no es mi día de suerte!
Me aguanto una risita, cubriéndome la boca. Jolvián parece querer comer algo... esperen. Esto puede explicar la falta de mi comida.
Me acerco rápido a la cocina y la encuentro hurgando en el refrigerador. Está en ropa interior y una blusa de tirantes. Trago saliva, pero controlo lo que sea que siento ahora mismo.
—¿Qué haces?
—¡No estoy asaltando tu comida! —Se endereza rápido, levantando también las manos al cielo en señal de rendición. Me río bajo al ver que tiene un flan de los que compré hoy en una mano y en la otra una soda de lima. Pero me río más fuerte cuando se da cuenta que las lleva y las vuelve a dejar en su lugar.
—Eh, no, tómalos. —Me acerco y prefiero entregárselas yo mismo en sus manos. Los toma, dudando—. ¿Así que eres la razón por la que se terminó toda mi comida?
—Es... en mi defensa, ningún artículo tenía post-its, Daniel. Te dije que se los pusieras para no confundirnos y... —Parece costarle decir eso. Me aguanto la risa otra vez—. Bueno... no, lo siento, en serio, solo tomé unas cosas, te las pagaré... ¡Mañana! Mi mamá me mandará algo de dinero.
Noto la mentira, pero ya no me hace gracia su nerviosismo, me preocupan un poco.
—Mira, me quedé sin dinero por la compra de la casa, incluso ya me gasté lo que iba a necesitar para mi cita con el médico y... solo quería comer lo que me hiciste para las náuseas, quería sentirme mejor y hasta ya ni siquiera las tengo gracias a eso... ¡Pero luego se me antojó jugo de Granada! Y, bueno, casualmente había un litro, solo tomé un poquito... ay, no tengo justificación, robé tu comida, lo siento mucho en verdad.
De la nada, comienza a llorar.
—Ey, no. Ven aquí. —La necesidad de confortarla me obliga a acercarme y rodearla con mis brazos. Me sorprende mucho que ella me recibe y hasta me rodea del cuello—. Puedes tomar lo que quieras. Es más, ¿qué te parece si hacemos un trato?
En realidad no se me ocurre qué podría intercambiar por mi comida. Pero, cuando se separa un poco de mí y acepta, estoy decidido.
—Mañana compraremos comida para los dos, y, por este mes, si quieres, yo pago tu consulta.
—Pero tendré que deberte algo muy grande si haces eso. —Se queja sin separarse, solo me mira, contrariada. Me pone repentinamente nervioso que me mire así—. Acepto lo de la comida, yo la puedo comprar el mes que entra, pero la consulta...
—Como única condición, te pido que hablemos del pasado. —La interrumpo, tanteando que de algún modo acepte—. Deja que te explique muchas cosas, deja que hablemos de Janneth, de Hanna, Omar... de la cita. ¿Qué dices?
Me mira, analizándome. Bueno, parece que me analiza, lo que no sé es por qué recorre cada parte de mi cara con su mirada como si me estuviera delineando y luego termina viéndome directamente a los ojos. De pronto la garganta se me seca horrible. Sus ojos son bonitos. Son cafés y brillan con la poca luz que se mete por la ventana de la cocina que da al patio de los vecinos.
—Bien —dice al fin—. Pero no ahora, sino después, no quiero hablar de eso, hacía demasiado tiempo que no pensaba en ello y es abrumador, ¿puede ser después? Te escucharé atenta.
Le sonrío amplio, asintiendo. Decido cambiar el tema cuando me devuelve la sonrisa.
—¿Cómo te has sentido?
—Bien, ya no me duele ni un poco, los medicamentos han servido —Me sonríe más y yo ya no sé de qué otra cosa hablar. Nos quedamos un rato así, abrazados, yo no sé cómo buscar la manera de separarme y ella no parece saber ni lo que está pasando. Es así como recuerdo que está en ropa interior.
—Ah... ¿Jolvián? —Miro en alterno de sus piernas a su cara, luego, sin querer, noto que se le marcan los pezones en la blusa y la respiración me falta.
—¿Sí? —Parpadea y no tengo que decirle lo que pasa porque lo recuerda, separándose de mí alterada—. ¡Ay, no, cubre tus ojos, idiota!
Y lo hago. La cara se me calienta bastante como para tener el atrevimiento de seguir viendo. Sus chillidos no cesan sino hasta que parece haber llegado a su habitación a encerrarse. Sólo así quito las manos de mi cara.
¿Qué demonios acaba de pasar?
No lo sé, pero ahora, en lugar de darme gracia, me da mucha vergüenza admitir que ahora tengo una gran erección que hace que mis shorts se levanten cual carpa de circo. Esto no puede ser posible.
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