CAPÍTULO 11

JOLVIÁN

Una vez que termino de bañarme, me doy cuenta de lo que he hecho.

Estoy en el baño de Daniel, y, una vez que salga, dormiré con él.

Sí, exactamente eso. Dos sentimientos me abordan en este preciso momento; el miedo y la emoción. Es confuso, me emociona dormir con él, que me abrace y me bese, pero también me da miedo que me guste tanto que pronto lo vea como algo cotidiano y al final resulte que Daniel solo quiere otras cosas de mí.

Yo no quiero eso. No ahora, pero quiero dormir cómoda y la única cama cómoda es la de él.

—Dame campo. —Trato de que todo sea tranquilo y normal cuando regreso a la habitación. Daniel está acostado en medio de la cama, viendo su teléfono. Cuando me ve, me sonríe y yo siento escalofríos que intento calmar para acostarme.

—¿Segura que quieres dormir aquí? —Me mira desde su lado de la cama una vez que yo estoy cobijada y muy cómoda.

—Si quieres me voy.

No me voy a ir a ningún lado, esta cama es maravillosa. Mi espalda la ama.

—No se trata de eso, mujer. Anda, descansa, voy a bañarme. —Se ríe y luego se levanta para quitarse la camisa y se va al baño. Unos segundos después escucho la regadera.

Yo trato de agarrar aire. ¿Cómo era que se respiraba? Creo que no me acuerdo, me siento alterada, pero a la vez todo está bien. En verdad no sé bien cómo interpretar todo el revoltijo de sentimientos que tengo en este preciso instante.

Me acomodo bien en la cama cuando escucho que la regadera se ha detenido. En mi posición, rápido me pongo a modo de darle la espalda a Daniel para que no vea que aún estoy despierta y quiera mencionar algo. Ahora la vergüenza también está conmigo.

—Ya te dije que no sabes fingir estar dormida. —Siento cómo la cama se inclina hacia atrás y de pronto tengo sus brazos alrededor de mi vientre. El bebé se mueve con su tacto—. Ey, alguien está deseándome las buenas noches... Buenas noches, chiquitín.

Mi corazón comienza a latir y la emoción es la protagonista.

—Aún estoy conmocionada de que se haya movido —comento y pongo mi mano junto a la de él en mi vientre—. Sentir que está ahí me hace desear que ya nazca para poder agarrarlo a besos y abrazos.

De nuevo se mueve.

—Míralo, chiquitín también quiere eso. —Siento un beso en mi nuca—. Y yo también.

No sé si habla de agarrar a besos y abrazos al bebé o de que yo lo bese y abrace a él.

No voy a preguntárselo.

—A todo esto, ¿cómo se va a llamar?

Me ayuda a girar para verlo a la cara.

—Realmente no sé. —Me río—. No he pensado en eso, ni cuando planeaba embarazarme algún día.

—Ve pensando. —Besa mi boca un segundo—. Recuerda que te quedan menos de cinco meses para pensar eso, y también recuerda que llevará un nombre bonito.

Me concentro en que comienza a dejar pequeños besos desde mis labios y así mientras baja a mi cuello. Su tacto es tan caliente que pronto me siento envuelta entre mi excitación y la suya. Un gemido se escapa inevitablemente de mi boca.

Mierda.

—¡Daniel! —Lo regaño y él solo se ríe, separándose para verme la cara toda roja—. No hagas eso.

—Lo siento, mi chula, ya no lo haré.

No lo dice convencido. Más bien se nota a leguas que espera que le pida que lo vuelva a hacer. Por lo que decido desviarme del asunto.

—Daniel, ¿por qué tu padre te trató así? —Noto cómo se tensa—. Sé por Cam eso de que quería que fueras abogado, pero se me hace exagerado de su parte ese comportamiento.

Daniel suspira largo antes de hablar.

—No sé si deba decírtelo. —Lo miro, dubitativa—. Bien, te lo diré, pero primero debo decirte que me gustas también.

—¿Es que ser adulto te volvió más ligero para todo? —No puedo evitar hacérselo notar—. Casi pareces tener todo planeado, hombre, decides las cosas rápido.

Lo escucho reírse. Su risa como que de repente me agrada, no le había dado atención, pero le vibra la garganta y su voz se engrosa.

Me encanta, más bien.

—Yo lo catalogaría más como que no me ando con juegos, hablo en serio, además no quiero perder mi tiempo pensando en si hacer o no las cosas. —De nuevo suspira—. Bueno, ¿por dónde empiezo? Mi padre, como ya viste, es del tipo de personas a las que solemos llamar "cuchillito de madera".

—¿"No corta pero cómo chinga"? —Termino la oración y otra vez me pierdo en su risa.

—Así mismo. Bueno, resulta que, desde que dejé la universidad y comencé a hacer muebles con mis ahorros, siempre me ha reprochado con que "Nadie querrá casarse con un carpintero muerto de hambre". Cuando conocí a Alexa, era el tira y afloja, primero decía que había conseguido a la mujer perfecta y de repente mencionaba que ella merecía que yo estuviera a su altura, que yo era el que no valía la pena.

Me incomoda la última frase, más no digo nada.

—Sé lo que estás pensando. —Otra vez se ríe—. También lo pensé, me peleé con él cuando le dije por lo claro que pensaba que él estaba enamorado de mi novia. Se enojó y me echó de la casa, así es como comencé a vivir con Alexa.

Vaya. Yo comencé a vivir con Francisco por insistencias de Gabriela, su madre.

—Me dijo que no era que estuviera enamorado, sino que él quería dejar buena presentación de sus hijos ante la sociedad, por eso Fer y Eric son abogados, y por eso quería que yo lo fuera. —Se sienta y yo lo sigo—. Pinches creencias pendejas, la verdad. Mis hermanos son abogados porque ellos sí quisieron, no porque le hicieran caso a papá. A mí me enojó el hecho de que siempre ponía a Alexa como manera de presionarme para volver a la universidad. No te miento, me inscribí de vuelta y todo, me hice de horarios y hasta planeé cómo dividir mi tiempo entre mis planes de abrir mi taller y mis clases, pero mamá me dijo que no hiciera cosas que no quisiera solo porque los demás lo esperaran, ni si era ella misma o mi padre. Entonces, volví a abandonar la idea de ser abogado, no es algo que quería ni quiero, me gusta lo que soy.

Estando así, noto que Daniel está de nuevo en bóxer, ¿qué este no conoce las pijamas? Y yo aquí con mis pantalones de panita y mi blusa toda cubierta. ¿O no tendrá frío?

—Cuando Alexa me dejó, me echó un gran "te lo dije" y se burló de mí. Desde ahí, solo se la pasa diciendo que fracasaré.

—Pero se equivocó —aclaro, distrayendo mi vista hacia otro lado—. Algún día lo va a entender, Daniel, ya verás. Eres talentoso y además ganas dinero haciendo lo que amas, muchos tenemos ese sueño. Y tú lo estás logrando.

Le toco la mejilla.

—Gracias. —Mi cuerpo experimenta escalofríos y necesito agarrar aire.

—Hay que dormir.

No quiero que esto me vuelva loca.

Daniel acepta lo que digo y juntos nos acomodamos de vuelta. Él nos tapa con la cobija y después se acurruca en mi cuello y me abraza desde atrás, besándome una mejilla como buenas noches.

—Descansa, mi chula.

Mi chula. Suena bonito, aun así, que me llame así empeora muchas cosas. No obstante, mejor no lo pienso mucho y me duermo, si no, es seguro de que el tema se alargue y, entre menos hablemos de ello, más tranquila estaré.

El domingo, Daniel se despide de mí con un beso antes de dejarme en la tienda de regalos e irse al taller. Para mi infortunio, Camila acaba de ver desde la puerta todo y ahora me mira, confundida. Sé que lo preguntará.

—Los sábados libres hacen milagros —dice. Llego hasta el mostrador para ocultarme de ella y comienzo a acomodar los materiales para hacer los adornos que vendemos—. No te me hagas la tonta, cuéntame el chisme.

Se ríe. Mis mejillas se ponen tan calientes que siento calor. Calor y vergüenza.

—Nos llevamos bien, ¿qué hay de raro? —Me hago la desentendida pero eso solo la hace reírse más.

—No sabía que podían llevarse así de bien. —Hace énfasis en las últimas palabras—. Pero me alegra, ¿sabes? Se lo dije a Eric, que habían estado raros esta semana, desde la fiesta de cumpleaños, y él me comentó que Daniel estaba muy distraído y que no quería salir del taller, y, si lo hacía, lo invitaba a cenar para no tener que estar contigo a solas. ¿Me cuentas?

La miro, sorprendida. Esta mujer es demasiado. Siempre lo sabe todo, siempre intuye todo y es eso, además siempre sabe qué decir. La aprecio. Tanto que de verdad le quiero contar.

—La madrugada del sábado, me levanté porque no podía dormir y tenía hambre. —Comienzo a recortar el papel brillante para pegarlo en la estructura de cartón que Cam ya hizo—. Él estaba llorando en la sala, me acerqué para ver qué pasaba. Como estaba revisando las cajas que le mandó su ex, supuse que había encontrado alguna foto o algo que le recordara a ella.

—¿Está mal por el recuerdo de Alexa y por eso lo estás consolando? —La pregunta me saca tanto de onda que dejo lo que estoy haciendo—. No lo digo en mal sentido, pero tengo que decirte que eso no es sano.

—En realidad no es eso. —Me río, nerviosa—. Más bien estaba mal porque recordó lo que pasó en la prepa porque encontró una carta que iba dirigida a mí, era de disculpa.

Ella espera que continúe hablando.

—La leí y lloramos juntos, fue todo... bueno, no sé, me sentí cómoda, íntima con él. Entonces le dije que lo perdonaba y... —Vuelvo a lo que estaba haciendo para que no vea mi cara cuando se lo diga—. Nos besamos.

—¡Oh, Dios!

—Sí. —De nuevo me río nerviosa—. Fue una locura, no quise hablarle en toda la semana porque no sabía ni cómo verlo a la cara después de tremendo beso... ¡Dios, Camila, fue todo muy sexual, nos tocamos!

Camila suelta a reírse, pero no noto burla hacia mí, parece muy emocionada en realidad.

—Tuvieron sexo.

—No... aun —Eso me hace sonrojarme más—. Bueno, no hablamos sino hasta el viernes, sucedió algo que de plano me hizo enloquecer y terminamos besándonos por horas, el bebé se movió y fue un momento tan...

No puedo decirlo porque siento un nudo en la garganta y también que voy a llorar. Ya se me hacía raro que no quisiera comerme el miedo profundo.

—De algún modo, él y yo nos declaramos y pasamos el sábado tan a gusto que...

Ella se da cuenta de cómo me pongo.

—¿Y qué tiene eso de malo, Jol? Ya el pasado está superado, ¿no? Que quieran ser una pareja ahora...

—No se trata del pasado. —Por fin decido llorar, aferrándome al papel sin llegar a romperlo—. No quiero que sea Daniel quien me haga lo mismo que me hizo Francisco, además de que estoy embarazada, Daniel...

—No me salgas con eso de "el hijo no es de él, no merece cargar con él". —Soba mi espalda, tratando de calmarme. No estoy llorando fuerte, pero me siento tan ahogada que no puedo ni hablar completo—. Esa es decisión de Daniel, además, si te quiere a ti también debe de querer al bebé, ¿no crees? Daniel no es ningún niño, mija, él sabe bien dónde va a meterse estando contigo. ¿Es eso? ¿Tienes miedo a que no quiera a tu hijo?

—A decir verdad, no sé, obvio que quiero que quiera a mi hijo, pero no quiero ser de nuevo la burla de la gente solo porque el hombre que decía amarme mintió.

Camila me mira con preocupación, pero no dice más y solo me abraza. Supongo que me entiende, o al menos sabe todo lo que pasé porque se lo dije con detalles y se compadece. Quizás Daniel no mienta, pero, ¿y si es así? No quiero que sea Daniel Mendoza quien ose romperme el corazón.

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