Capítulo 2 No decidas por mi


Vincent Valenti estaba de espaldas a su padre mirando por la ventana a los demás hechiceros salir de sus clases. Deseaba estar allí como cualquier joven de su edad, pero no, era un Valenti y además hijo de Victor, el que lideraba la Ciudad Sombría. Sacó los dedos de la persiana y todo quedó a oscuras. Se dirigió a una mesita cerca de su cama y encendió una lámpara.

Victor se paró y lo tomó fuerte del brazo obligándolo a voltearse.

Vincent lo miró con furia, tenía los mismos ojos miel que él y aunque era un hechicero de aire, se reflejaba fuego en su mirada.

—Te comportas como un adolescente y ya tienes veinte, eres mayor de edad y además...

—Soy un Valenti —le cortó apartando la mirada—. No quiero ser el supremo, padre, yo sólo quiero... —bajó la cabeza y abrió y cerró las manos—. ¿Para qué viniste?

—Porque te tengo una noticia —le revolvió el cabello con ternura, una que provocó una sensación cálida en Vincent.

Él trataba de comprender a su padre, incluso la historia detrás de ser un Valenti, lo de llevar todo un bagaje de portar el apellido de uno de los hechiceros fundadores que habían estado al lado de James Lockhart. Pero no era suficiente, el tener un destino fijado lo hacía sentir un vacío inmenso que no podía comprender del todo y no podía poner en palabras.

—¿Qué es, padre? —preguntó levantando la mirada y al hacerlo conectó con él como cuando era niño y lo admiraba.

—Vas a tener una Unión Álmica con Marie Lockhart.

Se hundió de hombros y suspiró decepcionado. No había querido decirle mucho sobre sus gustos, creía que él no lo comprendería.

Victor captó su desilución y le levantó el mentón. Quería decirle que lo sentía, pero que así eran las cosas, quería ser más comprensivo, pero no, no era el camino.

—Ya sé tus gustos, hijo, pero así deben ser las cosas. Ella es una gran hechicera y tener de compañera elemental a alguien así, te fortalecerá.

—Mmm ¿Ella está de acuerdo o es algo que planeaste con Adele?

—Sï, se lo propuse a Adele, ella hablará con Marie. Es tu amiga, no es una desconocida, anímate —le dio una palmada.

—Lo sé, pero... Olvídalo, está bien, además no será una unión como las de la Ciudad de Sentimientos, me refiero a qué...

Su padre negó con la cabeza.

—Lo es. Puedes separarte de ella, pero sus elementales estarán unidos siempre. Escucha, sé que no te gusta pero, es lo mejor. Cree en mí.

Vincent sintió un nudo en la garganta, quería gritar y decirle que ya no soportaba la presión de siempre haber sido preparado para algo que no quería ser. Que estaba harto de las clases especiales y de no salir con amigos, sólo contadas veces, pero quería a su padre, lo quería demasiado, porque era lo único que tenía. Así que en su lugar, sonrió.

—Está bien, papá.

Victor lo abrazó y en ese abrazo, quiso demostrarle todo el cariño que le tenía, quizás de una forma errada, pero cariño al fin.

El crepúsculo había caído y el cielo tenía una paleta de colores pasteles, entre rosa y celeste y eso calmaba a Alexei. Había llovido más temprano y el agua lo calmaba. Pero ahora se sentía algo tenso, necesitaba hablar sobre las noticias y por ello, había llamado a Aidan.

Alexei tenía el cabello largo y rubio, los ojos del mismo color que su sobrino y una angustia que se escondía en su mirada. Había pasado por tanto y no sólo por lo referente a su no aceptación por su identidad de género, sino por su gobernación.

Siguió mirando por la ventana, demasiado inmerso en sus pensamientos y no escuchó a Aidan ingresar.

Luego del secuestro de Maëlis, Aidan pensaba que Alexei lo culpaba y que el amor que había entre ambos, comenzaría a desvanecerse. Había llorado largas noches e incluso se había preparado para que el supremo le dijera que ya no lo amaba y que por su culpa su hermana había sido llevada. Pero nada de eso pasó y los años siguieron su curso y ahora, al verlo abatido, corrió a abrazarlo, queriendo de alguna forma, mitigar su angustia.

—Pensé que estarías ocupado —murmuró Alexei apoyando la cabeza en el pecho de Aidan y sintiendo el amor que le transmitía.

—Para ti nunca lo estoy. ¿Qué sucede?

—Estoy cansado, a veces creo que no lo soportaré más.

Se apartó de él y las lágrimas brotaron. No había tenido en cuenta el dolor que venía sintiendo en los ojos por contenerse y simplemente, lo dejó salir.

Aidan le pasó los dedos secando sus lágrimas y luego besó sus mejillas.

—¿Crees que fue mi culpa? —preguntó Alexei.

—Claro que no, tú no estabas allí. Más bien fue mía —se atrevió a decir lo que tanto temía que pensara de él.

—Ella te dijo que no interfirieras. Temía por Dimitri y ahora sé el porqué.

Caminó hasta la pequeña mesa cerca de la ventana y tomó una carta con sobre negro y sello plateado en forma de un diamante, lo abrió y comenzó a leer:

Supremo, Alexei Debosh:

Me veo obligado a escribirle estas palabras, debido a que el trato original que teníamos, se ha disuelto. Sin dar tantas vueltas, le informo que tenemos a su hermana, Maëlis, sólo que está sumida en un sueño límbico. Tengo conocimiento de que su madre fue sometida a este estado, así que tiene conocimiento. La magia empleada para hacerlo es bastante compleja, pero entre los rebeldes están los hechiceros ancestrales que la realizan.

Si usted quiere que la despertemos y la entreguemos, debe darnos a cambio a Dimitri.

Estimadamente D.L.

Dejó de leer y por unos instantes el silencio reinó. Las palabras flotaron en la mente de cada uno, pero no se atrevían a enunciarlas en voz alta y a medida que el tiempo pasaba y las miradas se esquivaban, comenzaron a desvanecerse.

—Es una trampa, supongo que no estarás pensando...

—Jamás. No entregaré a mi sobrino. Si Maëlis te prohibió intervenir aquel día, sabía a qué se enfrentaba. Tendremos que sacar a Dimitri de la ciudad.

—¿Qué? sabes lo peligroso que está todo.

Alexei se dirigió a la misma mesa en donde estaba la carta y abrió un pequeño cajón, extrajo el amuleto primordial que la reina le había entregado y se la mostró a Aidan.

—La Reina Bianka me lo entregó y mira cómo brilla.

Aidan no se atrevió a tocarlo, sabía que era considerado un hereje que un hechicero común lo tocase, era un objeto sagrado. Miró con atención al Hexágono, como las piedras que lo componían brillaban y el resplandor inusual que emitían.

—Sé que cuando la Suprema Sabrina estaba, se prohibió hablar sobre este amuleto.

—Mi tía prohibió muchas cosas. Pero no podemos censurar nuestra historia. Este amuleto —lo levantó y comenzó a resplandecer—. Perteneció a James Lockhart, el hechicero fundador, el primero de todos ¿Cómo podemos obviar eso? Sabes bien que siempre se dijo que un día nacería alguien tan fuerte como él.

— Y Dimitri es...

Alexei se llevó un dedo a los labios, indicando que callara.

—En tiempos turbulentos en donde los rebeldes abundan, hasta las paredes pueden oír. ¿Ahora me entiendes?

—Sí, totalmente, pero hay que ser precavidos.

—Comenzaré a preparar todo —dijo dándole un suave beso en los labios a Aidan y luego yendo a guardar el amuleto.

Dimitri abrió la puerta de la habitación de su madre. Por años había dormido allí, con la esperanza de que ella lo despertara o fuera en medio de la noche a acostarse a su lado, pero todas esas esperanzas infantiles, un día se desvanecieron y ahora, pocas veces la frecuentaba.

Entró en mitad de la noche, con una tormenta que lo había despertado. Prendió las luces y antes de acostarse, decidió buscar. Buscar lo de siempre, algo sobre su padre.

Metió la mano en el bolsillo de su pijama azul y sacó una pequeña llave dorada en forma de estrella. La había robado hacía unos días a su tío. Abrió el armario y sacó una pequeña caja roja de metal e introdujo la llave y al abrirla, se encontró con cartas. Las cartas eran dirigidas a alguien en especial, alguien que supuso que era su padre por el trato cariñoso y leyendo otras, se dio cuenta que hablaban sobre él y escribía «Nuestro hijo está grande, me encantaría que estuvieras aquí para verlo crecer». Buscó un nombre o algo, pero no había nada y las arrojó a todas al suelo y se sentó frustrado en la cama.

Abrieron la puerta y entró Alexei con mirada enojada.

—¡Dimitri! Me has robado la llave ¿Por qué?

Dimitri se encogió de hombros y lo miró con expresión de disgusto.

—¿No es obvio, tío? Necesito saber quién es mi padre.

—¿Y entonces robas y buscas entre las pertenencias de tu madre, cómo si fueras un ladrón?

—¿Acaso me queda otra opción? Tú no me dices nada y ya no soy un niño, tío —respondió con tono despectivo.

—Eres menor de edad y estás a mi cargo —respondió con sequedad acercándose a la cama, tomándolo del brazo y mirando las cartas tiradas.

Dimitri puso los ojos en blanco y le apartó la mirada.

—Ya lo sé. Pero necesito saberlo.

—Te lo diría pero ella me hizo prometer que no lo haría. Además, no creo que te agrade saberlo —se dio cuenta que habló de más y calló.

El joven hechicero se incorporó de pronto apretando los puños. Una furia lo invadió, una sobre la que no tenía control y sólo dijo con tono frío:

—No decidas por mí.

Las ventanas se abrieron de pronto y una ráfaga de viento ingresó provocando que las cartas volaran, las lámparas cayeran y todo se convirtió en caos. Dimitri miró todo sin volver en sí, sólo sentía como el viento lo rozaba y no podía controlarlo.

Alexei lo tomó fuerte de la muñeca e hizo ingresar a la tormenta empapándolo.

—Tranquilízate —susurró en su oído.

Con esas palabras y el contacto con el agua, despertó del extraño trance. Se volteó y lo abrazó.

—¿Qué fue eso, tío? —preguntó con la voz temblorosa.

—Nada, sólo estás inestable emocionalmente —mintió, acariciando su cabeza—. Tranquilo, sobrino.

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