Capítulo 1 Sombras de peligro
Parte 1 Desarraigo
8 años después
Dimitri caminó en medio de la clase y todos voltearon a verlo. No le importaba llegar otra vez más tarde y por más que los profesores lo habían reprendido y su tío retado en diferentes ocasiones, a él no le interesaba. Estaba aburrido y cansado de todo, no veía ningún objetivo, todo le era rutinario: las clases, el entrenamiento para batallas, que no sucedían desde que nació y mucho estudio.
Tenía puesta una camisa azul, un pantalón desgastado y el cabello despeinado, pero olía a vainilla y las chicas de las clases murmuraban al verlo y hasta le enviaban cartas anónimas que él a veces respondía. Sus relaciones eran efímeras, no le interesaba ninguna en especial.
—Llegas de nuevo tarde, Debosh. Que seas el sobrino del supremo no te da derecho a hacer lo que quieras. Una llegada tarde más y te suspenderé una semana ¿Escuchaste bien? —dijo la profesora.
—Sí, está bien —respondió de mala gana.
La luz del sol entraba por los ventanales a esa hora, en la clase de manejo del elemental. El aula era amplia con varios bancos de roble y todos los alumnos vestían el uniforme de camisa turquesa y pantalón blanco y para las chicas, una falda blanca. A Dimitri no le interesaba el uniforme y vestía como quería.
—Muy bien, luego de esta interrupción, quiero que hagan uso de su elemental en la hoja que les estoy repartiendo —dijo la profesora dejando en cada banco una hoja de pino—. Los de tierra pueden hacerla crecer, los de agua regar, los de aire elevar por el aula y los de fuego —miró fijamente a Dimitri al dejarla—. Incendiarla.
Todos hicieron uso de su elemental, excepto Dimitri. Se cruzó de brazos, apoyó el mentón en sus manos y se quedó mirando la hoja. Detestaba esa clase, hacer uso de su elemental lo ponía nervioso.
—Dimitri ¿Qué pasa? Incendia la hoja.
—Quizás tiene miedo o el alumno acomodado es un inútil —mencionó un chico pelirrojo desde atrás de él con tono burlón.
—¡¡Cállate!! —gritó volteando y apoyando su mano en la de él y de a poco fueron apareciendo pequeñas llamas.
—¡Me estás quemando, qué te pasa! —gritó tratando de liberarse. La piel se le comenzó a poner roja y los ojos vidriosos.
—¡¡Basta!! —gritó la profesora y lanzó agua sobre Dimitri.
Dimitri pareció despertar de un letargo y se incorporó de pronto confundido.
—Lo siento —murmuró.
—Me cansé. Ve con tu tío y estás suspendido dos semanas, Debosh.
Recogió sus libros y salió con los puños apretados y refunfuñando.
Alexei miraba una fotografía de Maëlis y suspiraba. Aún no superaba que no estuviera. Había hecho de todo, enviado a los mejores buscadores, a infiltrados y hasta trató de contactar con los rebeldes, pero todo era inútil. Algunos le habían dicho que estaba muerta, otros que estaba en la Ciudad Sombría y él aunque no quería perder las esperanzas, ya no sabía qué hacer.
Su habitación estaba a oscuras, había días difíciles y dejar entrar la luz, era como dejar que la alegría entrase, alegría que había perdido el día que se habían llevado a Maëlis.
Se sentó en la cama y dejó la foto en la mesa de luz y escuchó la voz de Dimitri llamando a la puerta.
—Tío, yo... —dijo bajando la cabeza.
—Pasa —respondió cortante.
La habitación olía a rosas azules, una mezcla de las rosas comunes y a vainilla y miel. Todo estaba acomodado, pero había un aire melancólico.
Alexei tenía el cabello rubio descuidado y la barba desprolija, Dimitri sabía que eso se debía a que el aniversario del rapto de su madre estaba cerca. Lo sabía muy bien, porque eran las época en las que peor se portaba.
—¿Qué voy a hacer contigo? ¿Qué hiciste ahora? —le indicó que se sentará en la silla del escritorio y él se sentó en la cama, agarrándose la cabeza con ambas manos.
—Soy un inservible ¿Verdad? —dijo con pesar.
—Eres brillante, Dimitri, pero si no te ayudas a mejorar y prestas atención, es al vicio ¿Qué hiciste ahora?
—Casi quemo el brazo de un compañero, porque se burló de mí, porque no pude usar mi elemental para quemar una hoja —bajó la cabeza y levantó las piernas, queriendo esconderse.
Alexei se acercó y le levantó el mentón, mirándolo con dulzura.
—¿Qué te pasa, sobrino? Manejas a la perfección el fuego.
—Lo sé, pero... hay algo en mí que no funciona, algo que no me permite concentrarme. Además...la extraño —murmuró y las lágrimas recorrieron sus mejillas.
Su tío se las limpió.
—Yo también la extraño, pero sé que a ella no le gustaría verte así, ella querría que seas un gran hechicero.
—Necesito saber quién es mi padre, quizás él nos podría ayudar.
—No, eso no, no es posible —dijo molesto alejándose.
—¿Por qué? Tengo derecho a saber quién es.
Alexei se acercó a la ventana y abrió las cortinas. El sol entró y ambos se taparon los ojos.
—No sirve de nada, está en la Ciudad Sombría y no puedo decirte más nada, le prometí a tu madre no decir más.
—No entiendo qué ocultan —suspiró frustrado y se acercó a él—. Me suspendieron dos semanas.
—Felicidades —dijo en tono tranquilo, poniendo una mano en su hombro—. Yo te instruiré, porque deseo que seas el próximo supremo.
Las palabras resonaron en Dimitri y se quedó unos instantes analizándolas. Primero creyó que había oído mal y luego no entendió nada.
—Soy un desastre ¿Y quieres que sea el próximo supremo?
—No lo eres, sólo eres un perezoso y estás en una etapa difícil —le revolvió el cabello sonriendo—. Tener dieciocho es complicado. Yo te instruiré, pero deberás tomarte en serio tu aprendizaje.
—Está bien, lo intentaré.
—Es un inicio. Ahora vete a dar una ducha y te quiero aquí luego, sin excusas.
—Está bien, Supremo Alexei —dijo con tono cantarín.
Victor Valenti se acomodó el cabello con las manos, entrecerró los ojos y apretó los puños. No quería hacer lo que iba a proponer. No quería que su hijo fuera como una moneda de cambio, pero era necesario. Se miró al espejo y vio las ojeras y la mirada cansada.
Sacudió la cabeza y sintió esa energía recorrer su sangre y aguardó a que mitigara; era doloroso sentirla. Salió del baño y se acomodó la camisa blanca, prendió los botones dorados de los puños y se puso el colgante en forma de estrella dorada, símbolo de los Valenti. Se tocó la barba y la sintió demasiado larga para su gusto y sonrió. No era que quisiera darle buena impresión a Adele, pero le gustaba verse bien.
Llegó al salón de visitas, un lugar con una amplia mesa y diez sillas, con grandes candelabros dorados y cuadros de todos los Valenti. Vio como las últimas mujeres del servicio, hechiceras de bajo rango, acomodaban las bandejas con dulces y tazas y al verlo se inclinaban.
—Perfecto, así me gusta. Ya saben, no quiero que me molesten y si viene mi hijo, le dicen que no puede entrar que luego yo hablaré con él —dijo levantando una mano y haciendo girar una moneda de oro entre los dedos, mientras miraba con algo de molestia a una de las mujeres.
—Sí, señor, como ordene —respondió una chica pelirroja bajando la mirada y yéndose.
Adele apareció, sin que sea anunciada y escuchó a Victor usar ese tono de asco al dirigirse al personal. Detestaba a ese hombre, pero para tener el lugar que ahora tenía, había tenido que relacionarse con él en ciertas ocasiones. De las cuales no quería recordar.
Llevaba puesto un vestido rojo brillante, con el cabello oscuro recogido, cayendo sólo dos bucles a cada lado, los labios pintados de rojo y con un colgante de un pájaro azulejo, el símbolo de los Lockhart.
—Victor Valenti ¿A qué se debe la invitación?
—Adele Lockhart, qué gusto —dijo fingiendo el tono—. Tengo una propuesta para tí. Ven toma asiento, hice preparar los dulces que te gustan.
—Qué buen anfitrión resultaste ¿Acaso piensas pedirme que me una a ti álmicamente? —preguntó con tono sarcástico.
—Estás de buen humor, qué bueno ¿Te hizo bien ver a mi hermano?
—No lo veo desde hace días, al parecer está de nuevo en su fase de aislamiento —respondió sentándose en la silla que él le ofrecía.
—Qué depresión me da a veces, quisiera hacer algo más por él, pero a veces es complejo saber qué realmente le sucede —le sirvió una taza de té y sus dedos rozaron levemente los de ella y de inmediato se apartó.
—¿Me invitaste para hablar de Federico? —preguntó levantando la taza.
—No, claro que no. ¿Cómo está Marie? Desde que tú y mi hermano decidieron hacer un acto de humanidad —se llevó una mano al pecho y entrecerró los ojos—. Y adoptaron cada uno a una niña, no he dejado de pensar que si la reina Bianka los hubiera visto, ya estarían nuevamente en la Ciudad de Sentimientos.
Dejó la taza y lo miró con molestia.
—Me pareció un acto gentil sacar a esas niñas del orfanato, sabes el maltrato que hay en esta ciudad.
—Ay Adele, es una mierda esta ciudad, el maltrato es el pan de cada día.
—Lo sé, pero al menos, con Federico quisimos hacer el cambio. Marie está bien, ya tiene veinte años, la misma edad que tu hijo, la adopté con doce años, fue complicado al principio, pero ahora es una gran hechicera de tierra.
—Y tu heredera.
—Lo es. ¿Qué pasa con ella?
Puso dos terrones de azúcar y un líquido de un recipiente en forma de primas y mezcló todo con delicadeza, dio un sorbo y suspiró.
—Hacen un té de jengibre delicioso, el personal. Quiero proponerte unirla con mi hijo. Quiero unir potencias, una Lockhart y un Valenti, serían fuertes. Cuando logre tomar la Ciudad de Sentimientos y mi hijo sea el nuevo supremo, tu hija tendrá grandes privilegios, será como una reina.
Adele no respondió, le dio un mordisco a un pastelito con merengue rosa y fingió degustar, pero en realidad el sabor le fue amargo. Ella tenía otros planes con respecto al supremo y además Marie, si él supiera sobre Marie.
—¿Te he dejado sin palabras?
—No, me parece que deberíamos consultarlo con los chicos ¿No crees?
—No —respondió con sequedad, dando un mordisco a una masa roja en forma de corazón con jalea—. Mi hijo sabe cuál será su lugar y que es mejor que tenga una compañera para unir su poder. Sé que Marie es buena en el uso de su elemental y sabes que las uniones Álmicas fortalecen el poder —se llevó una mano al mentón—. ¿Qué dices? Una Lockhart en el poder de nuevo, aunque no sea por sangre.
Adele bajó la mirada y tuvo un mal presentimiento, pero no veía otras opciones.
—Está bien.
—Fantástico. Organicemos la ceremonia de compromiso entonces.
Adele sonrió de forma forzada y accedió.
Una mujer de cabello rubio que usaba un vestido turquesa largo, caminó hasta el jardín de rosas azules de la casa de Alexei y espero mirando a todos los hechiceros que pasaban a su lado, estos se llevaban una mano al pecho y se inclinaban al verla. La reina Ancestral muy pocas veces acudía a la Ciudad de Sentimientos y cuando lo hacía se debía más a festivales, pero ahora se trataba de otra cosa.
Alexei salió a saludarla con alegría. Tenía puesta una camisa blanca y un pantalón oscuro liviano.
—Reina Bianka, qué placer ¿A qué se debe la visita?
Bianka no respondió, suspiró y tomó su mano moviendo la cabeza y Alexei comprendió que las cosa no estaban bien.
—Vamos adentro, supremo —dijo con tono firme.
Ambos pasaron el jardín de rosas azules en silencio.
Alexei abrió la puerta y la hizo pasar. Allí el ambiente olía a vainilla y rosas y parecía tranquilo, como si toda la magia estuviera equilibrada, una sensación de calma, como la que se experimenta al final de la tormenta.
—No vendría si las cosas no fueran tan graves. He recibido información de la Ciudad Sombría, sabes que tengo mi informante allí —comenzó a decir Bianka, ubicándose en un sillón blanco e inclinándose adelante y cruzando las manos—. Te he traído algo, mi informante ha logrado sacarlo del castillo Lockhart.
—¿Tiene un informante? —preguntó Alexei algo confundido.
—Sí, un hechicero que perteneció al aquelarre de la falsa reina, lo exilié, aunque estaba arrepentido y le dije que para pagar sus pecados podría ser mi informante y volvería pronto —suspiró llevando la cabeza atrás—. No ha sido posible. Pero no vine para eso —sacó de un pequeño bolso un objeto pequeño envuelto en un paño rojo de terciopelo y se lo entregó.
Alexei lo tomó y lo fue abriendo con delicadeza y al ver que había dentro, abrió grandes los ojos y luego la miró a ella.
—Bianka, digo reina, esto es...No puede ser.
—El amuleto del hechicero primordial. Envié por él porque los rebeldes allí pueden robarla y Adele Lockhart no tiene la suficiente energía para custodiarlo, está muy sola a decir verdad. Decidí enviar por el amuleto, con su permiso. Me ha dicho que hubo cambios en la fuente de la esencia mágica y que eso indica que el hechicero primordial es una realidad.
Alexei se quedó mirando con fascinación a las piedras del amuleto: Malaquita, aguamarina, topacio azul y rubí. Sentía que despedía un poder inmenso, pero que estaba dormido y enjaulado dentro del hexágono.
Apenas había oído las palabras de Bianka y la miró algo confundido.
—Disculpe, es sólo que esto para un hechicero es... no puedo describirlo con palabras.
Bianka sonrió y tomó su mano.
—Puedo entender, la magia que corre en mi sangre se siente atraída por este amuleto, pero sólo el hechicero debe usarla. No sé quién será, pero quiero dejarla para que la cuides con tu vida y Alexei, no me llames de usted, me incomoda.
—Es que, eres la reina de todo el territorio Álmico. Gracias por dármela.
—Otra cosa. Los rebeldes son fuertes y sabes que por mis decisiones y tu mandato como supremo, somos odiados. Ten cuidado, que no suceda como con tu hermana. Cuida a tu sobrino.
Alexei bajó la cabeza al oír sobre su hermana.
—Cuidaré de este amuleto.
Ambos se levantaron y se miraron con expresión de preocupación.
—Tengo un mal presentimiento, Alexei.
—Yo igual. Hay algo que me mantiene intranquilo. Espero sólo sean suposiciones.
—Tal vez, nos equivoquemos —dijo Bianka tomando sus manos y sonriendo—. Ahora debo irme y recuerda, refuerza la seguridad de la ciudad.
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