XXVIII: Paolo (I)

Cuando llegué a la residencia, me dirigí directo al depa sin prestar atención al saludo de nadie, mi único deseo era ocultarme bajo una roca y no volver a salir nunca más. Apenas cerré la puerta tras de mí, me tragué un grito y procedí a entregarme a un silencioso berrinche mientras impactaba algunos puñetazos contra la pared junto a la entrada.

—No te contengas, tío, déjalo salir.

Salté del susto ante las palabras de Martín, mi nivel de rabia y desespero era tal, que no noté su presencia en la sala hasta ese momento. Le escuché una risa baja al disculparse, luego fui con él y me recosté en el sofá con el rostro cubierto por un brazo.

—Deja que fluyan tus emociones, tío.

—¿Y si salto por el balcón en el proceso? —gruñí, exasperado.

—De acá saliste con una sonrisa gigante, ¿por qué este ánimo ahora?

—¡La vida es una mierda! Listo, lo dije.

—Pero cuéntame, tío, ¿pasó algo con Mariana? ¿Te mandó a tomar por culo?

Una risa baja se me escapó. Él continuó indagando, pero jamás en la vida descubriría la razón correcta y yo no estaba dispuesto a decirlo, después de todo, ¿cómo podría contarle algo semejante?

—Responde con sinceridad, ¿de verdad nunca antes has estado enamorado?

—¡Qué pregunta!

—Creo que es una simple, tío. Si le pregunto a Mariana no tiene problema por responder.

—Pero ella ni siquiera ha tenido un novio hasta ahora.

—Pues están iguales. ¿Ves que no era difícil, chaval? Aunque creo que sí tuviste alguna relación importante antes de estar con ella, tío.

Me incorporé sobre un codo para observarlo atento y el imbécil sonrió mientras yo negaba con la cabeza en silencio.

—¡No lo creo, hombre! Acabo de ver un brillo en tus ojos.

—Te equivocas, tonto, eres un terrible psicólogo.

—Pues aún no lo soy, gilipollas. Responde, ¿era tío o tía? —Lo observé extrañado, pero él ni se inmutó—. Digo porque le entras a todo.

—¡Estúpido, qué dices!

—Sé que hubo alguien, se te nota —declaró con convicción, luego, al más puro estilo del profesor Xavier en los X-men, se llevó un par de dedos a la frente y realizó un gesto con el rostro como de concentración absoluta antes de emitir otra palabra—: Si mis poderes no me traicionan, se trató de un tío.

Reí con burla y negué en silencio. Lo último que quería era caer en recuerdos en ese momento.

—No trato de meterme en tus cosas, sé cuán hermético eres, pero cuando recién llegaste, si no tenías pesadillas, llorabas dormido por alguien.

Sentí una extraña sensación en el pecho, no tenía idea de lo que hablaba, aun así una especie de vacío se apoderó de mí al pensar en esos ojos azules que en algún momento me contemplaron como a un tesoro, pero en esa llamada solo expresaban rabia y odio. Un golpe me sacudió. Soñé muchas veces con Omar, de eso estaba seguro, pero llorar por él, dormido, me costaba creerlo.

—No recuerdo el nombre que murmurabas, solo sé que era un tío, hombre. Incluso le pediste perdón.

—¿Y eso qué?

—Que debes cerrar ciclos, tío, para poder avanzar y quizás así, logres hacer a un lado ese miedo al compromiso.

Lo observé contrariado porque eso estaba demasiado lejos de ser lo que me ocurría. Gruñí, exasperado.

—¡No lo entiendes! Martín, de verdad quiero a la ratona, no me asusta una relación formal con ella, el problema es su padre.

—Entonces no salió muy bien la presentación.

—¡Ni te imaginas! —suspiré fastidiado y una vez más enterré el rostro bajo un cojín mientras le medio escuchaba a él parlotear y decir cosas que ni al caso, no había una forma de sobrellevar aquella situación. No podía contarle la verdad a Mariana sin exponer el mayor secreto de su padre; y él, en definitiva, jamás aceptaría mi relación con ella, no luego de todo lo que pasó entre nosotros.

Estaba entre la espada y la pared. ¿Por qué cuando la vida parecía empezar a sonreírme, recibía una bofetada? Si un ser supremo existía, el infeliz se regodeaba con mi miseria. Al fin tenía a la chica de mis sueños, pero sin dar explicaciones tocaba alejarme de ella.

«Te meterás en un problemón y quizás a él también», las palabras de Pepe resonaron en mi cabeza y un nuevo suspiro dejé escapar. «Ni te imaginas el lío en que estoy metido ahora, Rico, pero quisiera tenerte conmigo», fue mi respuesta silenciosa e incluso sentí a una lagrima tratar de colarse.

—Paolo, por meses luchaste para mostrarle que tus intenciones eran buenas, tío, tendrás que esmerarte con tu suegro también.

—Es peor que eso, Martín.

—Entonces explícame, gilipollas. —Negué con la cabeza en silencio y él continuó —: Paolo, ¿cómo puedo ayudarte a ver opciones, si tú no me dejas?

—¡No puedo! Martín, te juro que no puedo contarte ni aunque quiera.

—Entonces, no quieres...

—¡Sííí! Digo, no; quiero decir, no lo sé. No lo entenderías. —Me levanté del sofá, veloz y apreté su hombro antes de irme—. Lo siento, ya veré cómo resuelvo todo esto.

Caminé hacia la alcoba y una vez allí me encerré y recosté en la cama, buscando alguna forma de salir de semejante desastre, pero nada se me ocurrió. En ese momento una sola cosa era segura: Omar aparecería en Barcelona más pronto que tarde con tal de defender a su pequeña de la amenaza que yo representaba para ella y sí mismo.

No sé cuánto tiempo pasé perdido en mis pensamientos, pero noté que la noche cayó cuando mi celular sonó y vi que se trataba de una llamada de Mariana, suspiré resignado, supe que tendría un lío gigante con ella desde que me despedí y hui como lo hice. Ni modo. Contesté cabizbajo, aunque no se trataba de una video llamada.

—¡Hombre, hasta que respondes, joder! —regañó Mariana apenas saludé, pero no comprendí por qué lo dijo hasta alejar el celular de mi oído para revisar, en ese momento vi las diez llamadas perdidas de las cuales ni siquiera fui consciente.

—Perdón, Ratona, estaba ocupado.

—¿En qué? ¿En ser un gilipollas? Tío, me abandonaste delante de mi papá.

—Perdón, te dije...

—¿Me crees taruga? —interrumpió enseguida y tragué con dificultad— ¡Paolo, mentiste! Mentiste para zafarte. Mentiste para escapar, lo hiciste porque nunca estuviste de acuerdo con ese encuentro; porque obviamente no sabes ser serio y yo...

—Ratona para —le pedí algo tembloroso porque odié el tono que empleó y temí que quisiera culparse de algo que solo yo tenía culpa—. Mariana, te quiero, de verdad, pero tu papá...

—¡¿Quééé?! ¿Te intimidó? ¡Hola! Es típico de los padres ver con odio a los yernos.

Sabía eso a la perfección, pero no tenía ni una maldita idea de cómo abordar lo que ocurría en realidad. Suspiré cansino.

—Escúchame, tío, si de verdad te interesa enmendar esto, acompáñame la semana entrante al aeropuerto a recibir a mi papi y así te disculpas con él también.

Sentí un fuerte golpe en el pecho, seguido por una sensación de vértigo y vacío. Sabía que iba a pasar, aun así, no deseaba que fuese tan pronto; no estaba listo para darle la cara a Omar, pero tampoco quería llevarle la contra a ella; así que, luego de una profunda inhalación me aferré a la idea de que él no se atrevería a contarle la verdad sobre nosotros, no después de todo lo que pasó con Oliver. Sin más, acepté la petición de mi novia y usaría esa semana para idear alguna manera de convencer a mi suegro acerca de mis sentimientos por su hija, aunque se tratase de él.

Algunos días transcurrieron, cada vez que daba vueltas al asunto, terminaba en un enredo mucho mayor. No se me ocurrió ni una sola manera de arreglar la situación.

Pese a tener los nervios de punta por ese encuentro cercano, conseguí despejar la cabeza entre el trabajo y la universidad, aunque al pasar tiempo con mi novia las cosas se descontrolaban un poco por su propia curiosidad. Quizás en otra circunstancia, no tendría tanto problema por satisfacer sus dudas, pero en definitiva, ese no era el momento apropiado para hablar sobre relaciones pasadas.

Una noche pasé a visitarla luego de mi turno en la clínica, la ratona quería ir a la azotea a contemplar el cielo y buscar constelaciones; para ser exactos, fue el fin de semana anterior a la llegada de Omar. A pesar de mis nervios acepté porque no deseaba arruinar nuestra relación antes de tiempo, además, si la hacía feliz, había más probabilidades de que él dejara de interponerse. Al menos, eso quería creer.

En cuanto llegué me recibió la tía Olivia en la puerta, la mujer lucía glamorosa a la par de coqueta y cuando notó mi gesto aprobatorio, sonrió complacida, desfiló por el hall de entrada y luego posó como toda una diva.

—Me voy a la disco, tío.

—¡Y con todos los moños! —repliqué enseguida y hasta aullé como coyote de dibujo animado, lo que le provocó una carcajada.

—Se portan bien, ¡eh! —Afirmé sonriente y ella procedió, primero en un grito, luego usó un tono más bajo antes de partir—: ¡¡¡Mariiiii, tu novio está aquí!!! Ve por el corredor de la izquierda, es la puerta del fondo, mi niña está con Sofi. ¡Diviértanse!

Y dicho eso se fue. Mi amable sonrisa se volvió un suspiro de fastidio. A ver, no me desagradaba Sofía ni siquiera porque parecía que, a ella, yo sí; la chica era mejor amiga de Mariana y ni modo; pero esperaba pasar un rato a solas con mi novia.

Seguí la instrucción de tía Olivia para buscarla y escuché a ambas cuchichear por el corredor:

—¿Hasta cuándo? —le oí a Sofía.

—Luego de esto merezco un Max.

—¿Max? —pregunté a mi novia, sonriente, en cuanto nos cruzamos en el corredor; aunque estaba un poco confundido. Sofía viró los ojos al verme, era definitivo, yo no le agradaba a esa chica— ¿Ese quién es o qué?

Mariana soltó la mano de su amiga y brincó sobre mí a saludarme con suma efusividad, pero sin responder a mi pregunta, de eso se encargó Sofía:

—¡Hombre falto de cultura! —se quejó.

—¡Y eso qué, tía! —replicó mi novia antes de besar mi mejilla— Te ves sexi con tu uniforme, miau —añadió y no pude evitar reír. Sofía suspiró fastidiada y terminó su explicación :

—Son unos premios de actuación, ya que eres del otro lado, son como el Oscar, pero en el mundo del teatro. ¿Olvidas que tu novia hace teatro musical, tío?

—Espera, ¿y estás en alguna obra ahora? —Vi a mi novia a los ojos al hablarle mientras la cargaba sobre mis caderas, ella sonrió traviesa—. ¿Por qué no me habías dicho? Quiero verte.

—Para tu coche, tío, estoy en audiciones. ¡Pero será el papel de mi vida!

Sus palabras me hicieron reír porque hablaba como si a los dieciocho años tuviese una larga trayectoria. Decidí bajarla para que pudiera despedir a su amiga cuando esta pasó de nosotros, hastiada. Me tocó contenerme, pero en realidad tuve una celebración interna al ver partir a Sofía, creí que tendríamos encima a la chica y resultó que no. Eso me hizo demasiado feliz.

Mariana se giró con un divertido gesto y luego caminó, contoneándose, hasta llegar conmigo; su actitud en todo momento me hizo reír.

—Te quiero, Ratona, anhelaba este momento contigo —le dije al abrazarla, ella me apretó más.

—¿Lo juras? —Asentí en silencio y ella continuó—: ¡A tomar por culo las estrellas!

La observé confundido, entonces entrelazó nuestras manos y en lugar de permanecer en la sala, Mariana me condujo por el corredor hasta su habitación, mi corazón se aceleró ante la expectación.

Creo que sudé frío en ese camino que se hizo larguísimo, no podía creer que la ratona quisiera dejar atrás aquel anillo y promesa por mí. Sin embargo, eso pareció en todo momento; tragué saliva con dificultad mientras la seguía. Apenas ingresamos a su recámara, me empujó hacia la cama y obsequió un coqueto guiño que encendió todo dentro de mí.

Entonces, la vi tomar asiento en el teclado eléctrico que se hallaba frente a la cama y devolverme una sonrisa. Mi confusión fue tal que incluso, el buen amigo que habita en mi bóxer, volvió a dormirse, decepcionado.

—Bueno, tú sabes que amo la música —me dijo mientras desplazaba los dedos sobre algunas teclas, aunque el aparato no emitió ni un ruido—; quería jugar contigo algo: yo tocaré una pieza y debes adivinar.

—¡Oh! —expresé al comprender, aunque quizás soné algo desencantado también porque ella me devolvió una risita.

—Ay, Paolo, ¿pensaste que jugaríamos a los polvos mágicos?

Negué con la cabeza desesperado, pero una estúpida risa logró colarse.

—Juro solemnemente que no.

«Sí, claro», pareció contestar mi voz interior.

Mi novia se acomodó frente al instrumento en medio de una burlesca risa mientras yo inhalaba aire a profundidad y realizaba un paneo veloz del lugar para distraerme de aquel deseo frustrado, resultó algo difícil, dada la cantidad de meses que tenía sin desenfundar.

Sin embargo, logré centrarme en la decoración: noté muchos arcoíris u objetos con dichos colores, fotografías suyas con sus amigos o lo que parecían tomas en obras de teatro y su interpretación en el tablao, eso me sacó una sonrisa. En la mesilla junto a la cama había un retrato donde abrazaba a Sofía y otro más grande con Omar; sentí un nuevo golpe, así que desvié la atención de ese sitio. El mobiliario era de tono claro al igual que las paredes, aunque muchas de estas estaban cubiertas con carteles de bandas asiáticas, lo que me llevó a pedirle algo sobre su juego:

—Ratona, no sé ni mierda sobre estos chinitos —le dije medio señalando los carteles y la escuché reír con mayor fuerza—. Por fa, no intentes fregarme con música de ellos porque ya perdí.

—¿Y qué quieres, tío? ¿Donna Summer, Madona, Sinatra o alguna otra música de viejos? —respondió con ironía y fue inevitable reír.

—¿Sabes qué? Sí, lo prefiero; incluso a Aretha o Louis Armstrong.

Mariana negó con la cabeza y una sonrisa divertida, pero al final accedió. La vi encender el piano; luego de tronarse los dedos procedió a sumergirse en la música. Era algo clásico por fortuna, aunque al principio no reconocí ya que estaba pendiente de su complacido gesto, se veía hermosa llevada por la inspiración.

Sin embargo, cuando finalmente lo descubrí, mi sonrisa se esfumó por completo y esa sensación de vértigo retornó del mismo modo que un recuerdo que habría preferido dejar en el olvido...

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