XXV: Paolo
—¡Estás como una cabra!
Escuché el grito de la ratona, apenas empujé la puerta del departamento, asumí que le ganó la frustración debido a algún ejercicio de dibujo. Sin embargo, al acabar de entrar lo que vi fue algo muy distinto: Santi reposaba en pose loto sobre el sofá azul de la sala, cargaba su guitarra en las piernas y sonreía mientras le mordía la parte superior. La mirada de mi amigo suplicaba a gritos perdón, aunque esa actitud relajada que mantenía contrarrestaba el efecto.
—Mina bonita, a vos te consta que he mejorado, mi maestra es re joya.
—Eso no lo dudo —añadí a la conversación antes de dirigirme a la cocina por un vaso de agua; Mariana me devolvió una sonrisa, aunque enseguida volvió a lucir molesta.
—Tío, dile a este capullo que eso es una menuda mierda.
No comprendí el motivo de la discusión, pero me encogí de hombros y decidí darle la razón a ella, a fin de cuentas, todos sabíamos que Santi era lo que sea, menos cuerdo.
—¡Estás locoooo! —le grité antes de ingerir mi vaso de agua en medio de risas.
—¡Dejá de chamuyar, pelotudo, que vos ni sabés de qué va todo esto!
—A ver, ilústrame.
Mariana se cruzó de brazos y negó en silencio con el ceño fruncido durante todo el rato que duró la explicación de Santi. La cosa era así: mi amigo, el guitarrista principiante, decidió comprometerse con un grupo folclórico para un espectáculo de flamenco que se llevaría a cabo el siguiente fin de semana. Lo que se traducía en: la ratona tenía cuestión de cuatro días para pulir a fondo las habilidades del chico volador antes de que este pudiese, siquiera, acudir a un ensayo general con la agrupación. Escupí mi agua al escucharlo.
—Santi, ¡te volviste loco! Llama a esa gente y diles que busquen un profesional, arruinarás su presentación.
—¡Hombre de poca fe!
—Aquí no se trata de fe, tío, sino de tiempo —Mariana replicó enseguida con tono cansino, masajeándose las sienes—. ¿De verdad crees que podrás enfrentar algo así con el conocimiento que posees hasta ahora? Yo no.
—Piba, rescatate, tené fe.
Mariana y yo nos cubrimos el rostro con ambos manos ala vez que negamos con la cabeza en silencio. Sin embargo, ya no había marcha atrás.
Las prácticas extremas de Santi iniciaron y cada rato que ambos tenían libre lo usaban para ensayar, así que, empecé a coincidir más de la cuenta con ella en distintas partes de la residencia y en diferentes horarios, llegué a creer que la ratona se había mudado a ese lugar. Aunque nuestra fe en mi amigo seguía por el suelo, admito que vi grandes avances, pese a querer partirle la guitarra en la cabeza, algunas noches por no dejarme dormir.
La ratona en modo extremo se volvió muy ruda y más exigente, eso me causó mucha gracia. Parecía un chihuahua escandaloso y refunfuñón, intimidando a Scooby-Doo en cada clase que llegué a presenciar. Varias veces la noté observarme sorprendida y una diminuta negación silenciosa fue su manera quizás de regañarme, tal vez por liarme con una y otra persona; hasta que cierto día decidió llamarme la atención a viva voz.
Otto acababa de dejar el depa y yo me encontraba en la cocina, sediento; saqué una bebida energética para rehidratarme después de la larga sesión que compartimos con música folclórica sazonada de gritos y peleas desde la sala. De hecho, más de una vez acabamos muertos de revisa en plena faena, solo por oír los regaños de Mariana a Santi y eso que era la última práctica antes de que ese tonto pudiese ir al ensayo general con el grupo, sin quedar como idiota, claro está.
A pesar de todo, nada resultó una interrupción suficiente para detener el trote; Otto era insaciable, por eso disfrutaba desfogar con él. Ese chico aguantaba mi ritmo sin problemas.
—Creo que te van más las pollas que los coños, tío —me dijo una sonriente Mariana y la observé extrañado mientras dejaba que el refrescante sabor cítrico de mi bebida se apoderara de mis papilas gustativas; ella continuó—: sé que tienes el síndrome de la polla alegre, pero entre todas las parejas que te he visto, este chaval te hace visita seguido.
Una risa baja fue mi respuesta y negué en silencio antes de volver a pegarme de la lata hasta casi acabarla.
—Otto es vecino; además, siempre está abierto y dispuesto para un buen polvo.
—Vale, tío, seguro que por andar entre polvos mágicos habrás pasado por alto al especial, ese que te hace no querer probar a nadie más.
De nuevo volví a reír y negué en silencio; pero por un breve lapso, una frase atravesó mi mente: «solo quiero ser tuyo», también la dulzura y profundidad de unos ojos azules que me contemplaron como a un tesoro emergió desde mis memorias. Sentí un golpe en el pecho, lo mismo que un vacío a la vez que mis mejillas ardieron, me tocó sacudir la cabeza para desechar el pensamiento, antes de ser obligado a perderme en un mar de recuerdos.
—Estás muy curiosa —le respondí sonriente y proseguí en un tono que poco a poco logró tornarse más burlón—. Ya que hablamos de polvos mágicos, asumo por tus palabras que eres una de esas niñas ilusas a la espera del príncipe azul para entregarle su florcita.
Mariana se carcajeó con fuerza. Dado que ya caía la noche, acabó de empacar su guitarra y me dio alcance; arrancó la bebida de mi mano con un gesto travieso en el rostro. El brillo de su mirada lucía increíble, una imagen que no quería dejar de ver porque consiguió producirme una calidez en el pecho que solapó ese vacío dentro de mí.
Ubicó la lata sobre la barra que nos separaba en cuanto terminó y levantó su mano derecha para mostrarme un anillo plateado que parecía abrazarle el dedo anular con una cruz y un corazón incrustados de diminutas piedras. Abrí la boca, asombrado, ella sonrió complacida.
—¿Eso es un...?
—¿Anillo de pureza? Sí.
Se quitó un instante la joya para leer la inscripción «el amor real sabrá esperar, igual que yo», decía esa cosa; una extraña sensación me invadió mientras ella devolvía el anillo a su sitio y yo no salía del asombro. En ese momento nos vi como polos opuestos; el sexo había colmado buena parte de mi vida, salvo excepciones que prefería dejar en el olvido, sin duda disfruté de realizar ejercicio cardiovascular sin ropa.
En cambio, allí estaba ella, libre de mancha y con una promesa a sí misma que, según me contó, se impuso como meta ya que deseaba enfocarse en sus sueños y conocer al verdadero amor en su justo momento.
—Increíble, te juro que me acabas de explotar la cabeza. —Su sonrisa se amplió al escucharme, así que apoyé los codos sobre la barra para nivelar mi mirada con el brillo y expresividad de la suya; me costó un poco, pero al final logré burlarme—: ¡Qué linda niña de papi!
Mariana bajó todos los dedos a excepción del medio, eso me hizo reír.
—¡Ay, tienes la ternura de camionero!
—¡Gilipollas! —contestó muerta de risa.
—Entonces, Ratoncita, dime: ¿por qué quieres sacar turno conmigo?
—¡Qué chulo! —respondió con una mano en el pecho y fingida indignación. Batí las cejas para fastidiarla— ¡Ya quisieras!
Mariana viró los ojos, se colgó su estuche en la espalda, lista para partir a paso veloz. Sin embargo, fui tras ella y le impedí salir, bloqueando la puerta con un brazo que pasé por encima de su cabeza; una risita baja le escuché antes de volver a hablarme un poco más ruda:
—Llama a tu chico pijo para que no me extrañes.
—¿Celosa, Ratoncita? —le susurré al oído y aunque disimuló, la noté estremecerse al contacto de mi aliento con su piel.
A pesar de su primera reacción, la niña se volteó serena; clavó esa increíble mirada en mí que taladró hasta lo más profundo. Hermosa y desafiante, sonrió con cierta malicia, eso me tomó desprevenido; me perdí al verla humedecerse esos rosáceos y exquisitos labios con un gesto provocativo que captó toda mi atención.
—Ni un poco.
Fue su respuesta e inconscientemente solté la puerta al devolverle una sonrisa. Permanecí apoyado en el marco, mientras la veía abandonar el departamento y alejarse por el corredor sin mirar atrás ni una sola vez; entonces, percibí en el pecho esa rara, aunque ya conocida sensación que no creí volver a experimentar, una mezcla de nervio con anhelo y el vacío de su ausencia.
Sonreí aún más complacido al notar que mis latidos se desbocaron, solo de imaginar un "¿qué tal si...?". Sin embargo, abandoné la ensoñación cuando un sonido fuerte rompió la parsimonia del ambiente y me giré para ver a Santi aclararse la garganta.
—Ay, boludito, te han flechado.
Lo observé extrañado, no solo por sus palabras, sino por esa apariencia formal que rompía su típico look despreocupado y "usé lo primero que vi". Acababa de salir de su alcoba, atrás quedaron las sudaderas o playeras con algún personaje femenino y busto enorme del anime; en cambio, vestía de negro: pantalón, zapatos y una camisa cuyos tres botones superiores llevaba abiertos, dejando expuesto parte del vello en su pecho; sus típicas rastas las tenia recogidas en una coleta baja.
Quedé sorprendido, ya no parecía un otaku drogo, incluso optó por quitarse esa horrenda barba sin forma de tres días y apostó por un rostro lampiño en el cual resaltaba el verde de sus ojos. «No serás un papucho, pero al menos cogible te ves», sacudí la cabeza ante ese pensamiento para poder darle una respuesta:
—¿Qué? ¿La niña rata? ¡Nooo!
—"Ña ñiña ñaña" —remedó en tono burlón y negó con la cabeza mientras se arreglaba los puños de la camisa—. ¡Claro que la niña rata, pelotudo! Ni modo que yo.
Enarqué una ceja antes de ir con él a abrazarlo y besarle la cabeza a la fuerza sin importarme su compendio de quejas mientras le pellizcaba las costillas o barriga. Su perfecta apariencia se volvió un desastre en medio del forcejeo.
—¡Qué bonitos ojos tiene, compadre!
—¡Pelotudo, dejá qué me voy al ensayo general!
—¿Por qué no podrías flecharme tú con tus sexis rastas o esta pancita cervecera?
—Paolo, dejá, yo no soy loca.
—Ni yo, mi amor, igual ven que te doy...
—Pero ¿qué cojones hacéis, par de gilipollas? —preguntó Martín desde la puerta al entrar, se veía confundido y cómo no estarlo con la manoseada descomunal que yo le propinaba a nuestro compañero sobre el sofá— ¡Iros a un cuarto, degenerados!
—¡Rojito! ¡Rojito, ayudame! Paolo me quiere violar para que no diga cuánto le gusta la pibi... —Un montón de balbuceos inentendibles fue lo que Santi consiguió expresar luego de meterle un cojín en la boca.
Martín viró los ojos y suspiró fastidiado antes de seguir a su habitación. Esa actitud indicaba que no tuvo un buen día, pues en otra situación, se uniría al relajo y probablemente me habría ayudado a someter a Santi quien logró sacudir la cabeza para liberarse de la mordaza y clamar por ayuda:
—¡Rojito, regresáááá!
La puerta de Martín se cerró tras de sí con un golpe seco que nos sacó de onda; por un instante, Santi y yo permanecimos estáticos, con la vista puesta en ese lugar. Sin embargo, bastó que mi compañero hiciera el intento por salirse de entre mis piernas, donde lo tenía retenido, para regresar a la realidad y volver a fastidiarlo.
Aunque me rehusaba a darle la razón a Santi, sentía algo especial por Mariana. Esa chica era linda, divertida, vulgar, altanera, ruda y por primera vez en la vida no la veía como alguien con quien compartir cama un rato; al contrario, respetaba y admiraba esa promesa que se hizo a sí misma, representada con tal anillo. Sin duda, era la rubia de mis sueños; pero yo estaba demasiado lejos de ser ese príncipe azul que ella esperaba.
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Hola, mis dulces corazones multicolor 💛 💚 💙 💜 💖 un placer leernos de nuevo. Cuéntenme: qué les va pareciendo hasta ahora la historia? ¿En qué creen que acabe todo este desmadre? Según mi supuesta escaleta, ya estamos cerca del final, pero si les soy sincera, yo tenía planeado desde el principio un final que ahora no creo que calce; así que estoy a ciegas con cada capítulo, amores😂
Nos leemos la siguiente semana y los loviu so mucho💖🤩
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