XV: Kevin

♡⁀➷♡Kevin♡⁀➷♡


—Tu pellejo tiene precio desde ese día, Ángel.

La voz del infeliz me devolvió al presente, a ese momento en el cual nos encontrábamos frente a frente. Estaba a punto de caerme por el terror. Su mano permanecía aferrada a mi barbilla y esa cínica sonrisa resultaba una macabra e intimidante burla.

—¡Claro, hijo!, tampoco eres el único. De seguro sabes que tu querido R murió hace dos años...

Liberó mi mentón de un fuerte empujón que me hizo tropezar contra la mesa, yo parecía un simple muñeco de trapo al cual podía sacudir y lanzar a su antojo, ni siquiera supe cómo logré aferrarme al frío borde metálico para no acabar en el suelo.

—Angelito, ahora la cabeza de otros vale más que la tuya...

Lo vi desplazarse por el lugar con el vaso de whisky en mano. Pese a conocer cuál fue el destino de R, cuando las pesadillas retornaron, no pude evitar sentir que en cualquier momento llegaría a buscarme y todo a causa de aquel encuentro con el infeliz que seguía hablando frente a mí.

—El capitán Reynolds que hizo el tiro de gracia; Cornelio Evans y todo su equipo, incluidos: el prometido, la fotógrafa y cada detective que le apoya en su investigación.

Sin embargo, aunque un intenso trepidar entumecía mi cuerpo e hizo todo más difícil, me tocó mantener la sorpresa en el rostro. Ni una sola palabra lograba atravesar la maraña de nudos que se hallaban en mi garganta.

—Deja de temblar, Angelito —me dijo en tono condescendiente y posó su mano en mi mejilla, sentí tal caricia igual que una lija—. Yo tengo una fantástica propuesta que te liberará y a los tuyos de cualquier represaría.

Lo observé atento, quise empujarlo y limpiarme en el momento que me besó la nariz, pero mis manos seguían aferradas al borde de la mesa para impedirme caer.

—Tráeme la cabeza de Evans y saldrás de la lista negra.

Todo dentro de mí se revolvió, el recuerdo del par de tipos muertos por mi mano retornó y a punto estuve de vomitar. Su burlesca risa resonó como un fuerte eco que incrementaba ese terror preexistente; negué con la cabeza, aquel era un trato imposible.

—Angelito...

—¡No soy un asesino!

Un grito consiguió colarse, arrastró hacia el exterior cada maraña alojada al interior de mi garganta, la sentí arder, como si mi propia voz quemara. Los temblores sacudieron mi cuerpo con una intensidad abrumadora y su burla creció hasta volverse espeluznante, el eco resonaba dentro de mí y compitió con el fuerte sonido de mis latidos.

—Un par de cadáveres dicen lo contrario...

—No-no es, no es lo mismo...

—Creo que no expresé el trato de manera correcta...

A pesar de que Simmons no era más grande que yo, el miedo que me producía su mirada y actitud conseguía someterme, quería librarme de su agarre, huir, desaparecer; pero era obvio que nada de eso sería posible.

Su mano izquierda apenas apretaba mi rostro, aún así, sentí como si pudiera aplastarme el cráneo con ese agarre. Intenté sacudir la cabeza, entonces fue el gélido metal de su pistola lo que presionó bajo mi mandíbula.

—Me traes la cabeza de Cornelio Evans o mataré a Omar y toda su familia, uno por uno, comenzando con Oliver. —Lo vi sonreír de esa cínica manera que conseguía aterrarme— No, no, no, no, no... la bebita morirá delante de él antes.

—¡O-omar es tu-tu a-mi-go! —Apenas logré balbucear.

—Amistad es amistad y negocios son negocios, hijo. Yo me tomo muy en serio mi negocio. Tanto como para saber que... ¡trabajas con Evans!

Su agarre se intensificó antes de me mandarme de rodillas al suelo con un fuerte golpe de su arma. Mientras intentaba respirar para tratar de recobrar un poco la compostura, pensaba alguna manera de desviar la atención; no sabía con qué pruebas contaba para tal afirmación, pero me tocó jugármela con tal de salvaguardar todo el trabajo que Cory había realizado. Era necesario desbaratar esa red cuanto antes.

—¡No es así, lo juro!

—¿Crees que soy imbécil? Tú tienes bastante información...

—¡Ni siquiera lo conozco!

—¿De verdad? —preguntó con ironía y notoria incredulidad, yo asentí repetidas veces en silencio, me costaba hablar, lo que salió de su boca me heló la sangre, aun así, debía negarlo—: ¿Mantendrías esa postura si te digo que le arrancaré a la bebita un dedo hasta que confieses?

—¡Por favor, te lo juro! —Tragué saliva con dificultad— ¡Mátame si así lo quieres, también a Omar o quien sea, pero eso no hará la diferencia!

El llanto emergió, no podía dejar de temblar, estaba molesto y aterrorizado a partes iguales. Pese a eso, lo único que esperaba era que creyera mis palabras.

—Bueno, Angelito, será más fácil cumplir el trato.

—Yo no soy un asesino.

—¡Ja! Deja de engañarte a ti mismo.

—¡¿Cómo me acercaría a Evans, eh?! Es una figura pública, el magnate del arte, ¡tiene todo un séquito de seguridad!

—Eso tendrás que resolverlo tú, Ángel. Y como muestra de que hablo en serio...

Lo vi sacarse el celular de un bolsillo en su chaqueta, presionó alguna parte de la pantalla y empecé a escuchar gritos, el trepidar de mi cuerpo se intensificó. Sentí palidecer en cuanto giró el aparato en mi dirección porque, una vez más, comprobé la inexistencia de un ser supremo o si lo hacía, estaba muy ocupado, ignorando mis peticiones desde que tenía memoria.

La imagen correspondía a una azotea, probablemente del club, ya que al fondo, iluminando el cielo, se notaba de vez en cuando las luces de los reflectores ubicados en la puerta principal, esos que se movían de un lado a otro como una señal para invitarte a entrar. La persona del video, aunque llevaba cubierta la cabeza por una bolsa negra, tenía el cuerpo pintado de verde con algunas partes borroneadas, probablemente por haber luchado, era la bailarina.

—¿Qué haces? ¿Por qué le haces eso? ¡Esa chica no tiene nada que ver en esto!

Toda mi poca entereza se fue al infierno. No tenía siquiera una maldita idea sobre su identidad, pero allí estaba arrodillado, suplicando por su vida. Él solo se encogió de hombros y le restó importancia al asunto.

—La decisión cuelga en tus manos, angelito.

El trepidar de mi cuerpo creció hasta parecer convulsiones y fue peor cuando escuché rastrillar un arma, se preparaban para dispararle, los gritos por ayuda de la chica fueron superiores.

—¡Decide rápido, Ángel!

Sentí el corazón a punto de salirse de mi pecho, también náuseas, solo me quedaba ceder a su petición, si con ello conseguía parar todo ese desastre.

—¡Haré lo que quieras! ¡Ya no más, por favor!

La risa de Konrad inundó el módulo entero, el eco me producía escalofríos y odio a la vez.

—¡Quién te viera, Ángel! Tan frío y sin escrúpulos, ahora lloras y suplicas por una bailarina desconocida. ¿Ese es el efecto Omar? ¡Vaya que estás tragado!

—¡Por favor, no sigas! —Mi cabeza se quedó gacha, con la mirada en el suelo negro y reflectante, o mejor dicho en mis nudillos que se habían tornado casi blancos en ese intento por aferrarme a algo, cualquier cosa.

—¿O acaso quieres cogerte a la hiedra? Estaba seguro de que tu interés eran los cincuentones.

Su risa burlona fue mucho mayor, el terror se clavó en lo más profundo de mis huesos. Solo podía suplicarle detenerse, una y otra vez. Sin embargo, no lo hizo.

—Ahora.

Levanté la cabeza de golpe en el justo momento que sonó una explosión, fijé la vista en esa pantalla que empezó a mostrar pirotecnia como fondo en el cielo, cuando una serie de marcas rojas comenzaron a dibujarse en el cuerpo de la chica.

Menos de un segundo más tarde, la bailarina se desplomaba hacia el suelo. Clavé la vista en el cuerpo inerte hasta que él guardó su celular. Yo no dejaba de temblar y respirar con suma dificultad, la culpa me invadió y una arcada amenazó con aparecer.

—Accedí, te dije que lo haría... ¡¿por quéééé?!

—¿Lo hiciste? —La ironía envolvía su pregunta y se llevó ambas manos las mejillas, fingiendo inocencia—. ¡Perdón, angelito, no te escuché! Ni modo, ya sabes que el siguiente será Oliver, espero resultados pronto.

No paraba de temblar, estaba aterrado, pero al mismo tiempo, la ira se arremolinaba dentro de mí igual que el magma al interior de un volcán a punto de erupción. No salía del shock. Sentí deseos de lanzarme contra él hasta matarlo, pero mi cuerpo no respondió, la muerte de la bailarina se reprodujo en mi cabeza en un bucle infinito que me atormentó mucho más de lo que hicieron en su momento las pesadillas.

—Ahora, cerremos el trato. ¿Quieres? Ya que estás en esa posición, ¿qué te parece una buena chupada por los viejos tiempos, Angelito?

Él, como si nada, se dirigió al sofá y tomó asiento completamente despreocupado mientras el suceso no dejaba de repetirse en mi cabeza. Había bailado con ella apenas un rato antes y ahora yacía muerta por culpa mía.

Konrad buscaba en el aparato un nuevo tema para conmemorar nuestro trato, sentí a mi corazón detenerse cuando escuché Do i wanna know?

Si ya mi cerebro se encontraba hecho un lío desde la confesión de Simmons hasta ese momento con la muerte de la bailarina, escuchar tal tema, revolvió todo mi interior y me obligó a negar en silencio, «lo que sea menos esa canción», pensé sin poder dejar de temblar.

—¿No te gusta? Pero si es un temazo de Artics Monkeys, Angelito.

«Por favor, no», supliqué en mi mente, las palabras seguían sin conseguir brotar. Me negaba a manchar el grato recuerdo que evocaba esa canción, pero tampoco quedaba opción a réplica; sentí su arma pegada en la coronilla y tragué con dificultad, en ese momento comprendí que de nuevo estaba delante de mí.

Cerré los ojos y volví a negar en silencio. Por un instante creí que sería la mejor solución, un tiro a la cabeza y todo habría acabado, casi pude acariciar la liberación; sin embargo, bastó escucharlo para entender que mi paso por el infierno no terminaría aún.

—Ya sabes lo que dicen, Angelito: en un debate, el tipo armado gana. Vayan por él.

La frase final me forzó a abrir los ojos enseguida y levanté la cabeza, aunque el imbécil pegó el cañón a mi frente, llevé la vista más allá y comprendí que hablaba a su celular, no podía creer que de verdad mataría a Oliver, pero tampoco estaba en posición de arriesgarme a averiguarlo.

—No, por favor, ya no...

—¿Cerramos el trato? —Volvió a preguntar con una enorme sonrisa. Apenas asentí en silencio, en medio del llanto—. Excelente. Cancelen, por ahora.

Guardó el celular, también alejo el arma de mi frente. Enseguida, lo vi abrirse la cremallera; el asco, una vez más, amenazó con devolver todo el contenido de mi estómago en cuanto sacó su horrible pene y comenzó a masturbarse en frente de mí. Recordé cuando hacía lo mismo al transportarme con algún cliente y mi boca se llenó de amargura.

—Espero por ti, Angelito.

Todo dentro de mí se revolvió. Náuseas, rabia y la misma frustración que creí haber dejado atrás hacía varios años.

Cuando conseguí largarme de San Sebastián, juré que jamás permitiría otra humillación. Sin embargo, allí estaba, nuevamente de rodillas ante un infeliz que amenazaba mi vida y la de otros con un arma en mi sien mientras su repulsivo pene entraba y salía de mi boca a su antojo.

«Ya no quiero esto», el pensamiento cruzó veloz. Mi mente decidió silenciar cada asquerosa palabra o sonido suyo para perderse en la canción que sonaba como fondo y trajo consigo otro momento más agradable:

«Kevin, hazlo tú...», la voz de Omar resonó desde mis memorias como una súplica urgida. Aunque no estaba conmigo, pude sentir su calidez envolverme y con loca vehemencia, hice lo posible por aferrarme a ese extraño sentimiento que él me transmitía.

Aquella noche que invadió mi mente, yo estaba demasiado excitado como pocas veces o quizás nunca antes, quería que su primera vez con un hombre fuese algo memorable, pero un extraño nerviosismo me impedía comportarme con él igual que de costumbre.

«Es solo otro dino platudo, sé su Ángel y el resto es historia», oí en mi cabeza la voz de R, esas palabras que me repetía cual mantra antes de algún encuentro e hice lo posible por desecharla; no quería escucharlo, lo que menos deseaba era manchar el momento. Mi único anhelo era complacer al dulce y sexi hombre que me contemplaba atento, sentado en el borde de la cama, ese cuya mirada asemejaba la de un niño, loco por abrazar a su juguete preferido.

La única ropa en su cuerpo era el pantalón azulino del terno, mismo que llevaba semi abierto, exhibiendo la dureza de ese diez que había conocido en el auto rentado. Busqué los labios de Omar de una forma salvaje, asegurándome de probar todos los rincones de su boca mientras le permitía a él hacer lo mismo en la mía.

Cuando nos separamos, lucía jadeante, deseoso. Desde que ingresamos a la habitación, habíamos escuchado en bucle ese mismo tema sexi que emergía por los parlantes del módulo, ese en el cual volví a esforzarme por perderme cuando la imagen de mis memorias comenzó a desvanecerse, regresándome al nauseabundo presente. Konrad me dio un bofetón y tiró con fuerza de mi cabello cuando una arcada me obligó a detenerme.

—¿Quién dijo que podías parar, Angelito? —Una vez más me forzó a continuar.

Cerré los ojos largo rato, busqué entre mis memorias y volví a centrarme en la canción, tarareé mentalmente hasta percibir una vez más el calor de Omar apoderarse de mi cuerpo. Funcionó.

Cuando volví a mirar, la escena alrededor se fundió, del juego de luces no quedó rastro, tampoco el sofá de cuero o mesa del tubo ni siquiera el desgraciado del arma; me vi en ese hotel de San Sebastián, bailando para Omar como nunca antes, nervioso sí, pero también movido por la dulzura de esos ojos. Mi única intención era encender todo el fuego que yacía oculto en su interior.

Sonreí cuando el gran diez bajo su ropa saltó de la emoción y el azul de su mirada se profundizó igual que un oscuro vortex a punto de absorberme. Disfruté ver el cambio en la expresión de sus ojos, cómo de tímidos y dulces pasaron a lujuriosos mientras me recorría atónito al danzar; lucía deseoso de tocarme, pero al mismo tiempo con el miedo latente, como si el más mínimo movimiento fuese capaz de quebrarme bajo su tacto.

Me acerqué para bailarle de frente. Primero, mi cuerpo se movía a horcajadas sobre él; luego, en medio de sus piernas realizaba cada paso. Las temblorosas manos de Omar que habían temido tocarme, se posaron con fuerza en mis caderas para detenerme, sus labios y lengua se pegaron a mi vientre. La extraña sensación retornó, esa que iba más allá de la mera excitación y el intenso deseo, como un raro revoltijo que a la vez me hacía sentir vulnerable ante él; lo único que comprendía, era que necesitaba recuperar el control cuanto antes.

Sin embargo, tampoco quería romper el momento porque era demasiado intenso lo que él me producía con ese simple gesto en mi piel.

—Maldición, Omar —susurré llevado por el deseo cuando se atrevió a frotar el rostro contra mi endurecido miembro sobre la tela del bóxer. Estaba ansioso por hacerlo con él, sin dudar, si escapaba otra vez, de seguro gritaría un sinfín de maldiciones.

Por fortuna, no fue necesaria siquiera una porque con su voz ronca y profunda que dejaba al descubierto toda la excitación alojada en su interior, Omar, me pidió guiarlo y así, el control que había perdido volvió a mí.

—Hazlo, Omar, desnúdame.

Cual buen y obediente sumiso, siguió mi orden, aunque sus manos temblaban un poco; deslizó mi ropa interior, despacio, su pecho se movía errático conforme quedaba expuesta mi entrepierna. Sentí una serie de electro choques en el vientre que hicieron saltar a mi pene; momento en que la mirada de Omar emitió fuego, el ardiente deseo reprimido por décadas, estaba listo para salir igual que un toro salvaje lo hace en un rodeo y mío fue el honor de domar a la fiera.

—Prueba —demandé con voz ahogada, pero firme y mis manos enredadas entre sus cabellos lo instaron a seguir.

Comenzó con timidez a besar y lamer el glande, despacio, sus labios se posicionaron hasta devorarme con sumo cuidado, al principio, porque luego, sin esperarlo, aumentó la intensidad del juego y cerré los ojos llevado por el placer.

En mi vasta experiencia, podría decir que cuando un hombre me da un oral por vez primera, ha superado y con creces a las chicas en la misma labor, quizás se deba a que ellos mismos saben cómo tratar al amigo y definitivamente Omar no fue la excepción a la norma.

Aunque no era un experto, se aseguraba de tener cuidado con los dientes y cada movimiento, también sabía dónde y cómo tocar; así que solo me concentraba en entregarme al placer proveído por esa sensual boca que recorría mi miembro de la punta a la base y viceversa.

—Omar, para —le dije entre gemidos, jalando su cabello—. ¿Quieres que me corra así o qué?

Alejé mi pene de su boca y lo vi sonreír antes de ponerse en pie para besarme de una manera ruda que resultaba demasiado caliente, disfrutaba cuando se comportaba de esa forma: desinhibido, salvaje... su mano envolvió mi miembro y fue imposible disimular un gemido.

—No —susurró en mis labios antes de volver a besarme de la misma orgásmica manera y siguió masturbándome—. Lo que quiero es hacerlo contigo aquí y ahora.

Sonreí pícaro a su petición y de inmediato, procedí a dejarlo en igualdad de condiciones; el gran diez entre sus piernas estaba hecho un fierro, saltó fuera de la ropa ante la emoción, consiguiendo excitarme mucho más.

Desde aquella vez en su casa lo tenía, claro: deseaba sentir su cuerpo desnudo, fusionado con el mío y no me importaba quién se lo hiciera a quién porque de cualquier modo sabía que la pasaríamos bien. Nuestras bocas se rehusaban a despegarse y aunque noté el temblor en su mano, emuló el gesto de la mía al llevarla a mi hendidura para comenzar a estimularme mientras la otra se apropiaba del miembro ajeno.

—¿Qué prefieres? —susurré jadeante contra sus labios y lo noté sonrojarse— ¿Tú a mí o yo a ti? Yo no tengo problema...

—Kevin, hazlo tú.

Una urgida súplica fue su respuesta y el fuego en mi interior se desató. Con cuidado lo conduje a la cama, estaba excitado y mucho, pero no por eso se vio menos nervioso cuando lo volteé para ayudarlo a acomodarse a gatas sobre el colchón.

—No te tenses —le pedí al oído, lo noté estremecerse por el solo roce de mi aliento en su oreja y mi ingle en su trasero. Mordí sus trapecios, hombros y un largo camino marqué con mi lengua a través de su columna, deleitándome con el sonido de cada gemido que se mezclaba con la canción de fondo.

«(Do I wanna know)
If this feeling flows both ways?
(Sad to see you go)»

No podía esperar para profanar el sagrado templo de su cuerpo, la rigidez de mi pene rozaba en lo dolorosa, pero quería asegurarme de que él disfrutara su primera vez, sin miedos ni traumas —lo que yo habría deseado—. Abrí más sus piernas para poder adentrar mi cabeza entre ellas y alcanzar con mis labios la dureza de ese fantástico diez.

—Kevin... —gimió mi nombre una y otra vez mientras lamí y succioné por largo rato la longitud de su pene.

En cuanto mi boca liberó su miembro, atacó los testículos, uno a la vez, estaban durísimos, la excitación de Omar era demasiado evidente y un suspiro de placer brotó de su garganta cuando mi lengua alcanzó su hendidura. Hice círculos en la zona, lamida tras lamida solo buscaba empaparla bien antes de empezar a juguetear con mis dedos.

—Dios, Kev...

Volví a devorar su pene mientras mi dedo lograba introducirse despacio en él, liberó un quejido, pero rápidamente cambió mientras mi boca jugaba con su miembro, un segundo dedo se sumó en la ecuación.

—Diablos, Omar, dilatas rapidísimo.

Omar no dejaba de gemir y jadear, en poco tiempo todo atrás estaba listo para recibirme. Tomé uno de los preservativos que había dejado sobre la mesilla, rápidamente lo extraje y acomodé en mi pene.

—Escúchame, respira hondo mientras te penetro —susurré a su oído. Omar no dijo una sola palabra, era evidente su nerviosismo—. Mantente tranquilo.

Busqué su boca y compartimos un lánguido beso mientras tomaba posición entre sus piernas.

—Respira, no contengas el aire, Omar.

—Sí. —Un gemido quedo fue su respuesta.

Mi pene comenzó a adentrarse en él, despacio; liberé aire complacido al percibir el calor de su cuerpo abrasarme.

—Maldición, Omar, ardes...

—Kevin, no, para.

El repentino cambio de calor a frío fue todo un shock y por un instante me costó comprender lo ocurrido. Omar, asustado, se había dejado caer sobre el colchón, luego de un largo suspiro fue que pude acercarme a él, se había ovillado en la cama.

—Omar, lo siento. —Me apresuré a disculparme, acostado frente a él. Acaricié su mejilla, por un segundo cerró los ojos y se restregó contra mi mano antes de volver a abrirlos—. No quise lastimarte ni asustarte.

Aunque su mirada tembló, él negó con la cabeza.

—No, Kevin, tú-tú no hiciste nada... —Lo vi suspirar y aunque me había molestado el corte, sentí algo enternecedor dentro de mí ante su asustadiza mirada—. Es-estoy ne-nervioso...

No le dejé continuar, me acerqué a besarlo. No deseaba hacerlo sentir mal bajo ningún concepto. Su lengua y la mía emprendieron un viaje de exploración en la boca ajena, poco a poco conseguí posicionarme bajo su cuerpo.

—Tómame, Omar.

Mi voz sonó casi a una súplica y volvió a encender ese fuego en su mirada que conseguía enloquecerme, pero también la duda nacía en sus ojos, pude notar su miedo.

—Voy a estar bien, Omar, tú igual... —Volví a buscar sus labios y en cuanto nos despegamos noté su respiración completamente errática—. No temas, hazlo.

Omar asintió en silencio y pese a los nervios, tomó un nuevo preservativo. Durante un rato permaneció inmóvil después de colocárselo, como si librara una batalla interna entre seguir adelante o escapar de nuevo —eso habría sido terrible—. Me incorporé y volví al asecho de su boca, quería transmitirle cuánto deseaba sentirlo dentro de mí, porque sí, anhelaba con locura fundirme con él. Funcionó.

Omar acomodó mis piernas sobre sus hombros y luego de volver a mirarme igual que cachorrito asustado, asentí en silencio, otorgándole la invitación a entrar.

—Kev...

—Estaré bien, sigue. Solo quiero sentirte.

Bastó escucharme para reclamar mis labios y fue allí, en ese instante, con nuestras bocas fusionadas y mis manos hiperactivas viajando por su piel; pude sentir la dureza de ese diez entre sus piernas comenzar a llenarme. El rostro de Omar lucía como todo un poema y la expresión de placer que aparecía conforme se adentraba era digna de una fotografía. Su tez completamente enrojecida, producto de la pena sí, pero también esa increíble excitación que hacía a su pecho inflarse y desinflarse de manera errática.

Su pene se introdujo muy despacio hasta lo más profundo de mí y cuando estuvimos completamente fundidos, ambos respirábamos con algo de dificultad. Él me evadía la mirada, realmente se sentía apenado por lo que hacíamos y a mí me pareció de lo más adorable.

—Mírame, Omar —le pedí en bajo, con ambas manos en sus mejillas presioné para forzarlo y aunque sus ojos emitían fuego, también noté el miedo—. Aquí estamos solos tú y yo, nadie puede juzgarte por esto que ambos decidimos.

—No tienes idea de cuánto te deseo —contestó con voz ahogada y su frente pegada a la mía, de hecho, el diez le concedió la razón al removerse en mi interior—, pero Kevin, ¿y si esto está mal? Estoy asustado...

—Shh, olvídate del mundo, concéntrate en mí. —Lo forcé a levantar el rostro y mirarme—. Omar, yo también te deseo... demasiado, la verdad.

Lo cual era cierto e incluso yo estaba sorprendido por eso. Me había acostumbrado al sexo de tal manera que resultaba algo banal; sí, lo disfrutaba, independientemente de quién estuviese conmigo, excepto con drogas de por medio como me tocó con varios dinos porque mi buen amigo se rehusaba a funcionar.

Con las chicas, buscaba ser el mejor amante que hayan tenido; con los chicos, demostrarles quién manda en la alcoba; con los dinos, obviamente llenarlos de placer para mi beneficio. Sin embargo, cuando se trataba de Omar, todo era distinto y ni yo mismo conseguía comprenderme. Había algo en él, en esa tierna mirada o su dulce forma de ser que lograba confundirme y me costaba mantener el objetivo claro ante esa extraña sensación que él me producía.

—¿Por qué tiemblas, Kev?

Omar lucía asustado al preguntar, pero no tenía idea de qué contestar porque ni siquiera fui consciente. En lugar de una respuesta, comencé a mover mi cuerpo ante su atónita mirada, lo vi cerrar los ojos por un segundo y abrir la boca para ayudarse a respirar, fue difícil contener un gemido al sentir cómo entraba y salía de mí.

—Dios, Kev...

—Tranquilo, tú quieres, yo también y eso es lo único que importa. Ahora, hazlo, Omar.

Sus manos se aferraron a mis caderas y enseguida comenzó a embestir; lo admito, un involuntario grito se me escapó, pero fue inevitable, él estaba durísimo y se clavó en mí de una forma un poquito ruda.

—Kevin, lo siento...

Sí, eso fue lo malo, enseguida se detuvo, asustado y me apresuré a negar con la cabeza acompañado por una sonrisa maliciosa.

—Me gustó, sigue, Omar.

La pequeña sonrisa que me regaló descontroló todo dentro de mí, justo antes de volver a embestir, cada vez más rápido y fuerte; la torpe rudeza de sus movimientos, más que molestarme, resultaba encantadora a la par de excitante y los guturales gruñidos y gemidos que brotaron de su garganta multiplicaban cada sensación.

Debo admitir que sí, mi intención era profanar su templo, darle como a cajón que no cierra en su primera experiencia homo, no solo para enseñarle otra forma de disfrute, sino porque la mayoría de dinos es eso lo primero que buscan experimentar, además, ceder el control de la situación tampoco era algo que hiciera con facilidad y muchas veces debía recurrir al alcohol para lograrlo.

No fue el caso con él, había deseado sentirlo dentro de mí, por eso aquel día me di por bien servido, incluso cuando ya más entrados en la acción, Omar me pidió girar de posición y accedí sin chistar porque no tener su pene en mi interior me hacía sentir incompleto. El golpe seco que producía su cuerpo al estrellarse contra el mío desde atrás, producto de las potentes embestidas, alborotó mis oídos y descontroló todo dentro de mí, ni hablar de esa extraña sensación de nerviosismo que se mezclaba con la increíble excitación.

Jamás había deseado tanto a un hombre como aquella noche a Omar, solo quería disfrutar con él tal momento de placer desbordado e incluso alcanzamos el anhelado orgasmo a la vez, algo que nunca antes me había pasado en tal posición, sentirlo derramarse dentro de mí mientras yo lo hacía entre sus dedos fue increíble, así como sus labios apropiándose de los míos. Todo el conjunto se tornó un recuerdo inolvidable que no deseaba manchar por nada del mundo.

A diferencia del presente, ese maldito momento en el cual no podía dejar de vomitar desde que abandoné el módulo privado y conseguí ingresar a empujones en un baño del club. Ya había perdido la cuenta del tiempo transcurrido en ese lugar mientras descargaba todo el contenido de mi estómago, bastaba pensar en que su asqueroso semen estuvo en mi boca una vez más para que otra arcada hiciera acto de presencia. La intensidad del vómito aunada al miedo fue tal, que los temblores en mi cuerpo asemejaban una convulsión, sudaba frío.

«Quiero la cabeza de Evans, pronto», apareció en mi mente su frase final y me ovillé en el suelo después de limpiarme el rostro con vehemencia, como si así pudiese borrar esa sensación que la presión de sus manos dejó en mi piel. Atormentado, fijé la vista en la mochila que reposaba junto a mí en el suelo, colgada desde mi pecho y sentí escalofríos en la nuca. Dentro se encontraba el arma que él me dio para cumplir nuestro trato.

Volví a reclinarme en el retrete para vomitar.

Cuando conseguí parar, no costó pensarlo, abrí el bolso y extraje la pistola. Luego de verificar municiones, quité el seguro y la llevé a mi boca, listo para disparar; realmente acaricié la idea de acabar con todo, el recuerdo de lo que acababa de hacer retornó e intenté con todas mis fuerzas tirar del gatillo. Sin embargo, no pude, un grito de frustración, rabia, dolor y pena abandonó mi garganta.

Me faltó valor para disparar. Escuché golpes en la portezuela metálica, también voces de otros chicos que parecían preocupados por mí. Una vez más vomité, aunque ya nada quedaba dentro.

—¿Qué demonios voy a hacer? —murmuré para mí mismo aferrado a mis rodillas.






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Hola mis dulces corazones multicolor 💛💚💙💜💖 es un placer volver a leernos, espero estén disfrutando la historia hasta este punto.

Nos leemos prontito 😘

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