X: Omar (I)

X: Omar

—¿Omar? ¿Qué-qué haces aquí?

El intranquilo latir de mi corazón por un instante se relajó al ver a ese chico sano y entero, aunque un segundo después redobló su actividad ante la emoción, realmente lo había extrañado, aun así no me atreví a dar un paso o decir una sola palabra.

Cualquier tragedia que surcó mi cabeza, durante esos días en los cuales no supe nada de él, quedó rezagada, pero la preocupación se mantenía. Su enrojecida mirada gritaba en silencio acerca de lo mal que la pasó. Fijé la vista en el chico moreno con rizos turquesa que se hallaba a su lado y algo en mi cerebro pareció conectar.

—Eres el hijo de Murano, ¿cierto? —le pregunté sorprendido, él asintió sonriente— Entonces, tú eres ese Ricky de quien, Kevin, suele hablar; ¡qué pequeño es el mundo!

—Minúsculo, señor Rubio, pero a ver, ¿cómo que hablas de mí, eh? —le reprochó con un golpe al brazo, sin embargo, él no le dijo nada, su anonadada mirada no dejaba de observarme como a un fantasma—. Creo que mejor los dejo solos, ¡te veo después, Kevincito! Hasta luego, señor Rubio.

Apenas tuve chance de despedirme porque el chico salió a toda velocidad. Kevin permaneció contemplándome en silencio y yo a él, aunque seguía preocupado, una sonrisa consiguió colarse por el simple hecho de encontrarme en su presencia.

—¿Exageré al venir hasta aquí, cierto?

Vacilé al preguntar, él no respondió, siguió perplejo y el nerviosismo por mi loca decisión empezó a afectarme, inclusive más que cuando me tocó decirle a mi familia que abandonaría el viaje para volver a casa:

—Papi, ¿cómo que regresas?

La pregunta de mi nenita acalló cada voz de mi familia en el salón de juegos donde nos encontrábamos, recibimos año nuevo en el Hotel Supermolina, el lugar, aunque con cierta elegancia, tenía ese toque de cabaña montañés con recubrimientos y techos en madera. Durante los días posteriores disfrutamos las distintas atracciones y la mañana de mi partida teníamos previsto planes para esquiar. Todas las miradas se clavaron en mí y por un momento me arrepentí de tal decisión.

Había transcurrido un par de días desde esa discusión con Kevin y me sentía responsable por su extraña reacción, sin mencionar que sus palabras me preocupaban a sobremanera, la peor parte fue que no conseguí volver a comunicarme con él y eso, por algún motivo, me inquietaba y producía miedo a la par.

Sin embargo, en ese momento, con las miradas de mis hijos, contemplándome expectantes, sentí el rostro en llamas y el corazón en la garganta.

«Debí escoger otro momento para mencionárselo a ella», pensé mientras tragaba saliva, nervioso por la situación.

—Papá, pero no puedes irte solo...

—Oli, no empieces que estoy bien grande —interrumpí a mi hijo enseguida con voz pausada porque sabía lo que diría, pero él negó con la cabeza en silencio antes de continuar:

—No, papá, no me refiero a eso. Digo que teníamos planes y no puedes solo irte de esta manera. ¿Qué ocurre?

—Trabajo —contestó Mari con una mirada de decepción o reproche antes de soltar el taco sobre la mesa de billar y huir; sentí un golpe en el pecho, mucho más cuando sus amigos, Ceni y Tavo, pasaron corriendo desde el futbolín tras ella.

—¿Cómo que trabajo, pa? —Mike se sumó al reproche colectivo con una mirada de extrañeza.

—Hijos, lo siento, se presentó una emergencia y debo ir a solucionarla. Cambié mi boleto de retorno y logré conseguir un asiento para mañana.

Se notaba que Oli quería replicar, pero Armando le llamó presuroso desde el futbolín, listo para contenerlo, quería mostrarle cómo la pequeña Milena anotaba un gol; para mi hijo todo quedaba en segundo plano cuando de ella se trataba y agradecí en silencio a mi yerno por su intervención, me devolvió un guiño desde su posición.

Entonces, aproveché de escabullirme e ir por Mari, me sentía mal por la situación, pero a pesar de todo, ella estaba bien y los planes de diversión familiar podrían seguir adelante sin mi presencia en los próximos días; en cambio, ese chico se había llevado toda mi calma.

Hallé a Mari sentada en un columpio, allí se balanceaba lentamente, junto a ella el joven Tavo parecía tratar de aligerar el ambiente mientras Ceni permanecía de pie, apoyado contra uno de los tubos; en cuanto notó que me acercaba, lo vi tocar el hombro de mi niña para avisarle y aunque intentó ponerse en pie, el otro chico lo evitó. Ambos se despidieron para que pudiésemos hablar a solas.

—¿Te empujo? —le dije en bajo, ella solo se encogió de hombros.

Sin embargo, una débil risa le escuché cuando comencé a mecerla, lo que me provocó una sonrisa. La recordé de pequeña, aquella época en que pedía volar hasta la luna y decidí empujarla con más fuerza.

—¡Más alto, papi, más alto! —le dije risueño, emulando su tono pueril y le escuché una fuerte carcajada.

Cuando la velocidad comenzó a mermar me fui al frente y tomé posición junto al tubo donde previamente había estado Ceni. Esperé en silencio con la vista en ella, en esos ojos almendra que traían a mi memoria los de Milena y obligaban a preguntarme si era la decisión correcta.

—Papi, dime qué vuelves a casa para ver a esa persona con quien sales.

—¿Qué? ¿Qué cosas dices, cariño?

—Si me dices eso, te juro que lo entiendo y hasta aplaudo porque es normal querer pasar año nuevo en parejas, sino que lo digan Mike y Oliver. Seguro ya no puedes esperar para darle el primer beso del año.

Bajé la cabeza, apenado y una risa baja se me escapó. Sin embargo, volví a mirarla en el instante que me habló, en medio de sollozos. Mi corazón dio un brinco dentro de mí, no quería verla así, mucho menos ser el motivo de su tristeza.

—Pero no me digas que es por trabajo porque, ¿sabes? Mientras crecía y tenías que elegir entre el trabajo o yo, el primero siempre ganó.

—Mari...

—Había otros papás que, al menos, asistían una vez a los recitales u obras, pero en mi caso, era Oli quien estaba para mí.

Abracé a mi niña con fuerza y ella se enganchó a mí de la misma manera, resultó inevitable derramar algunas lágrimas. Sé que no fue sencillo criar solo a los tres y nunca quise fallarle a ninguno, menos a ella que era la más chiquita; sin embargo, tenía razón, casi no estuve presente en sus actuaciones, apenas y tenía tiempo para mi pequeña artista; así consiguió ponerme en un predicamento.

No quería ausentarme de nuevo, pero ese chico también se había vuelto importante para mí y realmente me preocupaba su silencio.

—Mari, cariño, perdóname por todas las veces que no estuve allí, créeme que intenté hacer lo mejor que pude —le supliqué en bajo, ella asintió en silencio sobre mi hombro—. ¡Vamos!, quiero creer que no todo fue malo, hasta me ofreciste de voluntario para ser ogro en tu ballet.

Mi niña empezó a reír con fuerza y juntos rememoramos aquel día, cuando ella tenía nueve años: la cara casi se me caía de la vergüenza, por suerte usaba una enorme máscara de ogro verde, pero un tipo de mi estatura y complexión, usando mallas mientras hacía saltitos, daba para años de terapia.

—Valió la pena —admitió en medio de risas—, pero lo hice porque quería verte allí, una vez conmigo. —Su confesión me provocó una carcajada y besé su cabecita—. A veces siento que eres más feliz, teniéndome lejos.

—Mari, nunca digas eso, ni jugando —le supliqué horrorizado, no podía creer que pensara de esa manera cuando lo único que deseaba era tenerla conmigo para siempre—. Eres mi niña especial y quisiera compartir contigo a diario.

—¿Lo dices de verdad?

—¡Claro que sí! Tú fuiste quien quiso venir a estudiar al otro lado del mundo.

Su enorme sonrisa era el gesto más hermoso sobre la faz de la tierra y fue el mismo que acabó por convencerme, hacía casi dos años, de apuntarse a esa academia.

—¿Qué dices si volvemos a casa, eh? Te buscamos una buena escuela de artes escénicas o música allá o mejor aún, estudias con tutores particulares y así le alegras los días a este pobre viejo.

—¡¿Qué?! ¿Y dejar mi libertad, amigos y escuela actual? ¡No, gracias!

Contemplé a mi niña con ojos muy abiertos, de su melancólica imagen no quedaba rastro, reía a carcajadas mientras me contaba en segundos, mil cosas distintas sobre su vida en la academia de artes.

—Lo siento, papi, estoy bien, es solo que me ha gustado pasar estos días contigo y por un momento me sentí como aquella niña que era desplazada por el trabajo de su padre.

—Tú eres lo más importante para mí.

Volvimos a abrazarnos con mucha fuerza, amaba tener a mi nenita entre mis brazos y ya que estaba tranquila, me sentí un poco menos culpable por partir.

—Admítelo —susurró tal súplica a mi oído—. Admite que sales con alguien...

—Sí. —Me atreví a confesarle en el mismo tono y la escuché tragarse un gritito—. Que sea nuestro secreto, ¿entendido?

Se separó de mí, vi en su rostro de mejillas infladas y boca apretada, las ganas que tenía de gritarlo a los cuatro vientos.

—Mari, hablo en serio.

Su respuesta llegó como una súplica, después de un pesaroso suspiro e incluso juntó ambas manos bajo el mentón.

—Cuéntame, papi.

—Todo a su tiempo, ¿sí?

Regresamos adentro abrazados y aunque insistió como nunca o quizás igual que siempre, no podía contarle más allá de lo evidente: que estaba bien, tranquilo y me sentía feliz con la manera en que marchaban las cosas entre nosotros. Me devolvió una sonrisa en cuanto aceptó mantener el secreto, también darme tiempo y eso al menos era algo.

Pasamos el resto de la tarde y noche jugando. A la madrugada siguiente, antes de partir a Barcelona, me despedí de todos, Oli no lucía muy contento, pero igual besé su cabeza al decirle "hasta luego". Desde el auto, miré a mi niña y ella me devolvió una seña que me provocó gracia, como si cerrara la cremallera de sus labios.

Durante el viaje de retorno pensé en Mari y mi confesión, era seguro que comenzaría a insistir con más ganas cada día. Aunque me ponía los nervios de punta esa idea, creí que quizás así lograría sacarme de adentro aquello que había guardado por demasiado tiempo.

Un suspiro emergió, fijé la vista en la ventanilla y Kevin apareció de nuevo en mi mente, la preocupación por él se sentía como un golpe dentro de mí y con tanto pensar en su desaparición, me empezó una migraña.

Sin embargo, esa sensación de vacío e inquietud había sido reemplazada hacía un momento por alivio al verlo entero, aunque su silencio absoluto seguía provocándome una fuerte taquicardia y me obligó a pensar que cometí un error garrafal al aparecer en su habitación de improviso.

—Dios —me dije y cubrí mi cara por un instante con una mano, apenado por la intromisión—, lo siento, ahora sé que exageré, no debí venir.

Kevin ladeó la cabeza como respuesta y un segundo después, una nerviosa sonrisa decoró su sonrosado rostro mientras se llevaba una mano al codo contrario. Resultó extraño verlo así, cohibido, él solía ser muy seguro.

—Omar, ¿viniste aquí por mí?

Lucía impresionado al preguntar, más bien incrédulo, le costaba creer que fui capaz de abandonar mi viaje ante la preocupación que él supuso en mí.

—Kev, lo siento, no sabía qué otra cosa hacer, te he llamado cientos de veces.

—¿De-de ve-verdad estás aquí por mí?

Afirmé con la cabeza sin decir una palabra. Ya estaba sorprendido por el nervioso comportamiento suyo que distaba y mucho del chico seguro y liberal, ese que buscaba la manera de ruborizarme siempre, pero lo que siguió no lo esperé.

Cauteloso, casi temblando, de hecho, parecía dudar a cada paso; sin dejar de aferrar una mano al codo contrario, el avellana en sus ojos lucía muy brillante; desvió la mirada, veloz. En un impulso, rodeó mi cuello y me abrazó muy fuerte como si con ese gesto buscara un pilar al cual sujetarse para no caer. Yo correspondí igual, quería demostrarle que sí, estaba allí por y para él y siempre que lo necesitara, sería así.

Su calor me embriagó, lo sentí recorrer cada milímetro de mi piel igual que una corriente y pude notar cómo regresaba a mí toda la calma que había perdido.

—No puedo creer que estás aquí por mí —le escuché susurrar, se oía igual que un niño perdido y mi única respuesta fue apretarlo más, asegurarme de que sintiera por completo junto a él. En ese momento, mi interés era demostrarle que estaba seguro conmigo.

—Me importas mucho, chico, por eso estoy aquí. Perdóname...

—No... —me interrumpió enseguida y sentí el movimiento que realizó su cabeza al enfatizar la negación, luego se separó para hablarme de frente—. No, tú, perdóname. Omar, a veces puedo ser un niño berrinchudo, no quise tratarte así.

Una vez más su cuerpo y el mío volvieron a fundirse en un fuerte abrazo, dentro de mí nació el deseo de no soltarlo nunca, quizás fue una efímera sensación, no sabría decirlo con certeza, pero pese a la extraña forma en que iniciaron las cosas entre nosotros, él se había convertido en alguien demasiado importante para mí y aunque en mi interior deseaba serlo para él, me conformaba con lo que ocurría en ese momento.







♡⁀➷♡⁀➷♡⁀➷♡⁀➷♡
Hola mis dulces corazones multicolor 💛💚💙💜💖 he vuelto, espero estén disfrutando esta cosa hasta este punto😊

Nos leemos lueguito 😘

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top