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El desconocido, una puerta a la verdad.
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【ⅠⅠⅠ】

Mes de Mayo.

Caminaba por los alrededores de su ostentoso hogar en compañía de aquel pequeño sol turco, sosteniendo su mano a pesar de que aquel pequeño se negaba a tomar su mano pero ahí estaban.

Sentados frente al balcón que da directo a una hermosa vista del patio con piscina, una tarde soleada en donde las noticias vuelan como chismes y las malas siempre son las que mas suenan por doquier, una llamada telefónica proveniente del extranjero, un simple sonido que lo deja atónito y a la vez curioso.

—Hola...Grecia.—el tono decaído de aquella voz tan peculiar despierta sus sentidos, la conoce y nunca pensó volver a oírla en tanto tiempo.

Lo llamaba, por primera vez en tantos años lo hacia que hasta incluso sus pulsos cardíacos iban subiendo mas de lo debido, estaba emocionado que incluso el turco volvió a llamarlo para saber si aun seguía ahí.

—Disculpa...¿que deseas?.—preguntó al azar, tal vez de aquellas varias preguntas que circularon por su mente opto por esta, una forma tan formal que inclusive llego a perturbar un poco a quien estaba del otro lado de la llamada.

—Quiero escuchar a mi hijo, tan siquiera puedes por lo menos hacer eso.—ordenó de forma autoritaria, era aquel deseo que por mucho tiempo llevo soñando desde el preciso instante en que se lo arrebataron de su compañía.

Lo pensó un breve instante, aquella criatura jugaba con el minino y corría por los rincones de su hogar, maravillándose de aquellas hermosas pinturas que yacen sobre los muros del patio, deslumbrándose por cuanto arte sus pequeños ojos pueden ver a lo largo del camino.

—Dame un momento.—solicitó dejando el teléfono sobre la mesa, dejando en la espera a quien es carcomido por las ansias de escuchar la voz de su progenie.

Camino hacia el patio y tomo del hombro a aquel vivaracho niño que mantenía aun su sonrisa radiante, aunque siempre suele transformarla en una linea seria cuando se trata de verlo a los ojos.

—Pequeño...hay alguien especial que te espera en el teléfono. —comentó cariñoso que incluso el pequeño adivino de quien podría tratarse.

Con una enorme sonrisa y un especial brillo en los ojos salio corriendo a la sala, ansioso tomo entre sus manos aquel teléfono y empezó a hablar.

Quedo observándole desde el marco de la puerta, al margen de lo que  podrían estar hablando, comentando y diciéndose el uno al otro, teniendo aquella gran curiosidad de saber que cosas podría el turco estar diciéndole más los pensamientos negativos se disipan al escuchar algunas risas de aquel pequeño angelito, asentía ante cualquier cosa que podría decirle el turco, reía y sonreía conforme la charla se hace más larga.

El se despide no sin antes mandarle un gran beso y colgar la llamada, dando pequeños brincos se dirige al patio donde con anterioridad jugaba. Se quedo con la duda más solo lo dejo pasar. Siguió observándolo desde el balcón, lo observo tomar crayones y en las blancas paredes que yacen sin pintar empezó a garabatear de forma divertida, era algo tan banal por el cual preocuparse y regañarlo, algo material por lo cual no valía la pena regañarlo por su interés en la pintura. Trazos de muchos colores sin aparente sentido, garabatos que por demás eran graciosos y muy extraños, formas peculiares de ver el entorno que le rodea y el empleo de formas geométricas básicas para trazar su cometido.

Poco a poco los trazos sin sentido cobran uno, se unen en intersecciones que marca detalladamente y que solo ante sus ojos y los de aquel pequeño es capaz de descifrarlo. Trazos y más trazos que llenan el mural hasta acabar con los crayones que trajo consigo de su hogar, al menos eso fue lo que le dijeron la vez que quedo en las oficinas de la gran organización.

La tarde transcurre solemne conforme da lugar a un hermoso ocaso, el cansancio se dejo ver al igual que sus pequeñas manos se vieron un tanto coloradas y paralizadas debido al esfuerzo que hizo para dejar una notoria marca imborrable con su extraño y peculiar arte infantil. Nuevamente en el balcón observa el ocaso en compañía de su tutor, en sus ojos se refleja la solemnidad del descanso matutino del astro incandescente a lo largo de los días para volver con más fuerzas e irse de aquel mismo modo, tranquilo sabiendo que mañana nuevamente al mundo vera florecer en todo su esplendor.

Los recuerdos de aquellos días en los que paso con su padre caminando entre praderas de trigo y de fraganciosos campos de lavanda llegan a su ser de forma fulminante, cerrando los ojos siente el aroma de aquellas flores y su pequeña mano busca con desesperación la ajena, pretendiendo que esta puede llegar a ser de la de su padre. En sí lo es, de aquel otro padre que el turco le privó de conocer y que el griego fue incapaz de seguir luchando por hacerse reconocer como tal, al final de cuentas aquel pequeño era la víctima de las disputas y problemas pasionales que sus progenitores tuvieron a lo largo de sus vidas hasta ahora, un amor mal terminado por ciertas inseguridades y miedos, un amor trágico de aquellos que nunca olvido el griego.

Por su parte, Grecia, observo su acto tan inocente que correspondió a aquel agarre contemplando solemne el ocaso, esta vez sin los remordimientos de aquellas ocasiones que el turco acompaño sus estancias de lúgubre soledad. ¡Ah el amor! Dicha palabra que se hizo mas fuerte cuando lo conoció, cuando aquel aire de juventud encanto sus sentidos y lo impulso a mostrarse de una manera un tanto peculiar, ser quien es y no refugiarse en los estereotipos de quien alguna vez fue y que pretendió ser. Tan solo su voz fue aquel canto de sirena que lo atrajo hasta la orilla y fue devorado por su apasionado amor juvenil hasta el preciso instante en que fue incapaz de atarse a alguien de por vida, lo vio un buen tiempo como un agradable pasatiempo hasta que por azares del destino algo despertó en él. Tan potente que lo enloquecía y lo ponía nervioso, algo tan inusual que provocaba un cosquilleo en zonas de su cuerpo tan comunes como su estomago, sus piernas y sus manos.

Fuese la forma de su mirada, la forma en que se desenvolvía en el escenario mientras cantaba, aquel sentimiento que sus canciones transmitían a ebrios elegantes de los bares aquellas noches especiales de baladas, mágico como el simple hecho de haber escuchado una dedicatoria en aquellos tiempos...mágico como el brillo de sus hermosos ojos turquesas ante la tenue luz plateada de la luna.

Siente su aroma, el perfume de lavanda que solía usar, un almizcle especial que lo dejaba estupefacto a la hora de transitar por los segmentos de su cuello, tan perfecto solía ser ante sus ojos que obviaba sus defectos y sus inseguridades típicas de su juventud, un joven heredero de una pequeña dinastía que se convirtió en un Imperio débil, tan solo que se aprovechó de aquella soledad y la sumió a la suya para así no sentirse solo...hasta ahora se siente así, solo como nunca antes lo había estado.

—Tal vez podamos...intentarlo...—suspiro aquel pensamiento en voz semi baja, sin percatarse de que aquella presencia infantil lleva minutos observándolo.


Le pareció un tipo curioso a quien tal vez juzgo mal ante la primera impresión. Tal vez valdría la pena conocerlo...tal vez lo valdría.

Sólo debía darse la oportunidad de ver más allá de lo que él puede aparentar...

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