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Entre el Consuelo y el Suplicio.
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[Ⅸ]

Finales del mes de Abril.:

Llego abril de forma inesperada, estando en la semana final de aquel mes ambos habían decidido tomarse un tiempo para volverse a conectar, una salida en pareja seria una buena idea pero había un inconveniente.

Libia había llegado ha Grecia hace muy poco y ya había tenido planes con la misma desde hace una semana, no sabía que haría o como trataría la situación pero estaba seguro de algo, tal vez era momento o era la situación adecuada para saber realmente lo que sentía, para ver realmente el valor de las cosas, el valor del amor de Israel.

❝Fuimos eso que no se cuenta, ni se admite, pero nunca se olvida.❞

Tal vez ya era momento de aclarar sus sentimientos y ordenar sus emociones hasta ahora dispersas, difusas y confusas.

✱✱✱✱✱

—Quieres ser libre, perfecto. Yo también lo deseo.—manifesto orgulloso el griego al instante en que el enojo estaba a flor de piel.

—Perfecto, firma este papel y nos libramos de este tormento.—lanzó sobre el escritorio un acta y después coloco abruptamente un bolígrafo haciendo resonar el vértice de la mesa.

El griego tomo aquel bolígrafo y sin rechistar o pensarlo dos veces firmo aquel papel sin darse cuenta de lo que firmaba, obviando que ni siquiera estaban casados y obviando el hecho de que tenían un hijo en común. Estaba en el auge de su enojo, de aquel rencor que enveneno por mucho al turco buscando y envidiando la felicidad ajena. Su arrepentimiento duraría por toda la eternidad.

Cuando termino de firmar aquel manuscrito, ya cuando la calma volvió en él su vista analizo aquel papel, aquella acta en donde renunciaba al derecho legal de siquiera poder reclamar la paternidad de su hijo; su mirada era de terror, una llena de miedo que volvía a releer una y otra vez cada párrafo arrepintiéndose de lo que había hecho, lamentando haber firmado un papel en el auge del enojo y la rabia.

—¡Como fuiste capaz de hacerme esto!¡como te atreviste a hacerlo!.—reclamó a medida que lanzaba aquel bolígrafo con el que había firmado justo en el pecho del turco.

—Yo no hice nada, ¡nada!. Tu firmaste aquel papel sin leerlo siquiera ahora atente a las consecuencias.—sentenció sereno, sin miedo alguno aun cuando la mirada del griego carecía de emoción alguna.

Entre la discusión que empieza a generarse entra gateando a aquel despacho un pequeño niño bicolor, su mirada enternecedora hizo a ambos parar de discutir, el turco alzaba del suelo a su hijo mientras que el griego intentaba acercarse a su niño, a aquel que negó su paternidad mediante un papel a través de un engaño.

Dejame cargar a mi hijo una última vez...te..te lo ruego Turquía..—tragaba su orgullo frente al turco, arrodillándose frente a él y teniendo una mueca de tristeza profunda.

El turco lo vio y los recuerdos más hermosos volvieron a su mente haciendo a su corazón estremecerse, sentía pena por como se humillaba el griego frente a él por aquel tierno angelito que brindaba a su vida una alegría inigualable, por aquel fruto de un amor mal terminado. Tomo con cuidado entre sus manos a su pequeño y lo deposito en el regazo del griego con sumo cuidado evitando a toda costa siquiera dañarlo.

—Mi pequeño, que grande éstas. —mencionaba alegre mientras sentía las manos de su pequeño en su rostro.

El turco lo observaba atento hasta el instante en que aquel pequeño decidió decirle "papi" al griego, con aquella dulce voz infantil que lo hipnotizaban, aquella tierna e inocente mirada que daban a conocer que estaba al margen de los problemas que ellos podrían tener, debían aparentar frente a aquel niño que los unía, debían hacerlo por más que no lo desearan.

—No sabes cuanto llego a odiarte y amarte al mismo tiempo Turquía. —manifesto con seriedad a medida que bajaba de su regazo a su pequeño.

—Lo mismo opino Grecia, adiós.—tomó la pequeña mano de su hijo y se encamino a la puerta de aquel despacho saliendo del mismo.

Ahí se quedaría el griego, sentado en el sillón de su despacho, lamentándose haber firmado un papel sin siquiera haberlo leído antes. Renunciado al derecho de ser padre.

✱✱✱✱

—Y...como va todo en tus tierras Libia?.—preguntó de manera curiosa  el hebreo.

—Todo marcha bien, gracias por preguntar. —respondió de forma formal dirigiendo de vez en cuando su mirada al egipcio.

—Cariño, deseas más jugo de granada en tu vaso?.—pregunto de la nada el egipcio mientras intentaba servir aquel jugo en el vaso de su pareja.

—No, gracias.—

Sirveme un poco Egipto.—manifesto Libia.

Conforme pasaron las horas más incomodas de su vida llegaba por fin la cena, cada uno degustaba un platillo que contenía al riqueza culinaria proveniente del mar, una exquisitez sin par. Su mente jugaba un gran papel al igual que su corazón, aquel músculo se había decidido por alguien cuando se sintió amenazado por el turco, decidió estar a lado del hebreo. Su mente infundía el sentimiento de confusión, pretendía sentir aquello que solo el corazón podría generar.

❝El amor es la fuerza más humilde, pero la más poderosa de que dispone el mundo. ❞

—Y...bien ya te decidiste.—saco conversación de la nada la libia poniendo en serios aprietos al egipcio.

—No es ni el lugar ni el momento adecuado para tratar aquello Libia.—se le notaba nervioso, observando a cada instante si se acercaba el israelí.

—Cuanto tiempo necesitas, solo dímelo y sabré esperar...yo te amo que no lo entiendes, que no te da pena verme sufrir cada vez que te veo alegre en compañía de Israel?.—la tristeza invadía su alma y se manifestaba en su delicado rostro tricolor.

Egipto se sentía de lo peor al estar jugando con dos personas que no se merecían ser usadas como juguetes, que no merecían ser traicionadas o lastimadas por sus decisiones. Que no merecían estar a lado de alguien que no sabe lo que quiere en realidad.

—Libia, querida necesito más tiempo, no quiero dañar a Israel.—tomo entre sus manos las manos femeninas dando ligeros masajes circulares con sus pulgares sobre el dorso de las mismas.—Necesito más tiempo...entiendeme por favor...

—Te amo...—acerco las manos ajenas que sostenían las suyas y les dio un pequeño beso.—esperare con ansias el día en que podamos estar juntos...

Había un cierto remordimiento al prometerle algo que de seguro no seria capaz de cumplir, no seria capaz de dejar a Israel, no cuando paso noches enteras pensando en él y días esperando volverlo a ver. Sentía que amaba a Libia del mismo modo que amaba a Israel, sentía que era el mismo sentimiento por el cual se volvía loco por la fémina que tenia en frente. Sentia que estaba entre la espada y la pared. Entre el verdadero amor y el supuesto verdadero amor.

—¿Paso algo?.—dijo de manera inesperada observando como su esposo soltaba rápidamente las manos de Libia.

—Nada...solo charlabamos...de hecho Libia ya se iba.—mencionó nervioso lanzando una mirada fugaz a la libia.

—Si, un gusto haber cenado con ustedes, adiós Egipto, adiós Israel.—se despidió con cordialidad marchándose alegre del lugar.

—Vamos a casa mi amor, te tengo una sorpresa...—susurro cerca al oído del bicolor quien se estremecía y ruborizaba con sus palabras.

Una noche que ninguno de los dos serian capaces de concretar, una noche en donde un repentino mareo seguido de un malestar estomacal darían como resultado un seria frustración entre ambos. Se amaban...pero no serian capaces de afrontar lo que con anticipación se había concretado a sus espaldas...


Había algo para lo cual jamás estuvieron preparados, el fin de su amada relación estaba muy cerca. Todo por culpa de terceros que se involucraban en su relación, por aquellos a quien ellos mismos brindaban importancia y les otorgaban alas para emprender vuelo con ellos.










❝Dame tu mano, quiero mostrarte que hay alguien en esta vida que no te soltará.❞

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