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Entre el Consuelo y el Suplicio.
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[ⅡⅠ]
—Sabes, siempre he deseado saber aun más de tu cultura, después de todo eres el único representante de un país judío en el mundo...—comentaba el turco a medida que dejaba su equipaje sobre la cama de la habitación que ahora ocuparía.
—En verdad!? Me siento halagado por tus palabras, la verdad no me esperaba un comentario como el que comentaste.—se le notaba asombrado y alegre a la vez mientras lo ayudaba a desempacar.
—No tienes porque, además de seguro muchas personas comentan las maravillas de tus tierras y más de uno de tu amabilidad y tu fortaleza como valentía.— habló con alta estima y elocuencia mientras dejaba sus escasas vestimentas tendidas sobre su cama.
—Bueno...—empezo a generar de forma tímida una risa nerviosa.—te dejo para que te instales del todo, bienvenido seas a Israel!.—salio de la habitación cerrando la puerta despacio.
Turquía suspiraba con satisfacción a medida que dejaba las pocas pertenencias que había traído hasta las tierras hebreas en el armario de roble oscuro de la habitación, era una bonita casa, humilde pero que no perdía el toque de lo contemporáneo, tenia un estilo de construcción envidiable.
—Eres tan lindo...—musitó observando en la pantalla de su teléfono la foto del israelí a lado suyo.
El día de su matrimonio él se veía radiante y aunque fue difícil para el observar aquella unión mantuvo las esperanzas de que algún día podría sentir aquella felicidad a lado de Israel y alguien lo ayudaría a llegar a aquel día; metido en un plan que no estaba entre los suyos ahora se hallaba sin salida, con la única condición de que no dijera cosas por demás estaría a salvo de quien planeaba destruir la felicidad de quien lo acogió de forma amable en su humilde morada. Chantajeado por aquello que más quería en su vida tomaba aquel camino del cual podría llevar consigo al hebreo, solo que debía dejar que el dolor moldeara al israelí para él antes de considerar darse una oportunidad con el mismo.
—Cuanto tiempo tendré que seguir esperando por ti Israel...cuanto tiempo sigues necesitando...—pensó en voz semi baja mientras guardaba su teléfono y posaba una de sus manos sobre su pecho.—calmate...pronto gozaras del más sano y puro amor del que alguna vez te privé... —
El pasado lo transformo, el dolor lo moldeo a tal punto de verse aun más fuerte de lo que alguna vez llego a ser; un joven heredero que hacia de su vida lo que se le diera en gana hasta el punto de equivocarse y responder por su equivocación... Y así lo hizo, sacrifico su dignidad para ser feliz, lo dio todo por el griego y aun así nunca fue suficiente para el mencionado, eso creía. Se privó de amar al griego o a cualquiera que intentara conseguir su amor pero surgía de entre todos alguien que consideraba por mucho diferente. Israel era alguien inocente y a la vez amigable, tenia un aspecto muy jovial, era de entender debido a que poseía entre los 60 y algo a 70 años de existencia. Todos creían ello aun cuando el mencionaba que tenia casi la misma edad que Egipto.
Fue durante una reunión que se sintió atraído por el hebreo, fue ahí que su corazón enloqueció a tal punto de querer salir de su pecho, un amor que quedo en secreto mientras que generaba lazos afectivos con el hebreo empezando con una linda amistad que duraba hasta ahora pero empezaba a impacientarse y cansarse de callar aquello que verdaderamente sentía...que podía hacer... Ya no sabia que más hacer para mantener en secreto su amor por el hebreo...
—Porque...—susurro impaciente mientras tendía su cuerpo sobre la superficie de la cama con la mirada perdida en el techo.
Entre su mente derivo la palabra "Padre" entre tanto desvarío suscitado en los recónditos parajes de su mente, tenia la necesidad enferma de saber quien fue en vida aquel que le dio la vida y cuido de él hasta el instante en que desapareció... Hasta el instante en que desfalleció.
Quien fue verdaderamente Otomano... Como fue verdaderamente su padre.
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—Grecia! Pero que te ha sucedido!?.—preguntó exaltado uno de los hijos de su pareja.
Había despertado hace poco debido al choque de las pequeñas gotas frías de la lluvia sobre su rostro, tendido en una acera a pocas casas de su hogar se había encaminado tambaleante hasta el mismo. Sentía que muy pronto se desmayaría, estaba asustado, aterrado por saber si aquel que lo recluyo por meses había cumplido con su palabra.
—Turquia, donde...donde esta Turquía. —hablaba de forma entrecortada, le costaba emitir palabras debido al potente dolor que sentía en su cabeza y su abdomen.
Era de esperarse que estuviera de aquel modo después de haber desgarrado su garganta con sus alaridos de dolor cada vez que su cuerpo era brutalmente flagelado. Pero más su aspecto denotaba que se había pasado con algunas copas de vino y se había peleado con algún desafortunado que tal vez lo hizo enfadar mucho o tal vez lo hubiese mirado mal.
—Mi padre esta en Israel...vamos...entremos...—tomo el brazo ajeno y lo deposito sobre su cuello, encaminando así al griego dentro del hogar que cuidaba.
—Sabes...sabes algo de tu hermano?.—preguntó de forma exhausta mientras era depositado sobre su espaciosa cama.
—Esta con Estambul...descansa ahora, llamare a mi padre en este preciso instante...—tomo su teléfono y empezó a marcar al turco.
—Espera!.—demando, observando como aquel joven dejaba su teléfono y lo observaba algo confundido.—Yo lo haré, prestame tu...tu teléfono por favor.—
Ankara le ofreció su teléfono mientras aparecía detrás de el Sivas, otro joven que lo miraba con pena, ambos desaparecían de la habitación para buscar el botiquín con el cual podrían curar las heridas superficiales que aun no cicatrizaban del todo.
Apenas podía ver con un ojo, se sentía estúpido por sentir amor por aquel que ni siquiera lo quería, pero ahí estaban, juntos; soportándose el uno al otro porque había un puente que los unía nuevamente, aun cuando había anhelado aquello por mucho tiempo se sentía acorralado por la decepción y el enojo. Cuanto odiaba y amaba a aquel turco, cuanto tiempo pasaba pensando en aquel descendiente otomano desde su ruptura, añorando con todas sus fuerzas reescribir su historia de amor.
El no tuvo la culpa, fue su miedo el que lo obligo a dejarlo plantado en el altar, esperando su llegada a medida que los presentes lo miraban con pena y murmuraban cosas malas sobre su persona. Pensó que podía perdonarlo...pensó y erró.
—Turquia...desde cuando dejaste de amarme...—rompió en llanto dejando caer aquel teléfono sobre su pecho.
Había dolor puro en su mirada, plasmado en su rostro de forma penosa. Lloraba por fuera y en su interior una tempestad se desataba, destrozaba su alma y la llenaba de dolor, de aquel mismo que alguna vez lleno al turco en aquellas noches que se autolesionaba para darse una lección. Aquellas noches que intentaba sacar de su piel la marca de sus besos y sus caricias, que intentaba borrar su presencia de su cuerpo que había perdido la inocencia en una noche de exceso que ambos habían consentido...
Uno mucho mayor que otro, quien diría que entre ambos había existido algo hermoso de lo cual se puede dar muestra fidedigna de lo que fue.
Aquellos muchachos se le quedaron observando en silencio, sintiendo como su corazón se estremecía a tal punto de que se generara en sus gargantas un nudo que les impedía decir palabra alguna, en silencio como dos espectros observaban el dolor a flor de piel de quien creyeron por mucho era lo peor que le había pasado a su padre. Ahora se daban cuenta que ambos eran lo peor de cada uno, ambos eran el uno para el otro y aun así ninguno se daría la oportunidad. Ninguno se atrevería a perdonar el error del otro. Lo peor de lo peor... Ambos eran víctimas del orgullo y el odio... El rencor...
—Póso misó kai se agapó Tourkía.—murmuró.
¿Que estaría pagando?¿Por que sufría tanto por a quien supone ama?.
Pagaba su error y sufría por el mismo. Ese era el costo por haberse "burlado" de Turquía, por haberlo ilusionado...por haberse enamorado. Por haber dejado que su miedo hablase por él. Todo por su maldita e infame cobardía.
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