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Entre el Consuelo y el Suplicio.
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Llegaban las primeras horas de un nuevo día, un día en un mes nuevo. De forma fugaz los días pasaron y la pronta espera de que Israel volviera se hacia más utópica y de aquella forma sus dudas se hacían aun más fuertes; Las sensaciones más primitivas y permitidas tomaban rienda de su destino, aquel que tergiverso por un pecado. El pecado más hermoso que pudo haber cometido.

Poco a poco los sentimientos se iban marchitando quedando simples hojas secas de color naranja sobre un campo verde delante de un fuerte árbol que moría conforme pasaban los días de forma lenta y pacífica; sus sentimientos ya no eran los mismos. Cambiaba tomando un rumbo que pensó jamas volvería a tomar. Empezaba a soltar la mano de Israel para tomar la de Libia quien ahora lo acompaña. Grecia había desaparecido hace varios meses...tal vez solo quería estar solo después de todo...

—Gracias por acompañarme Libia.—agradeció regalándole una sonrisa mientras caminaba con las manos dentro de sus pantalones de mezclilla sobre las blancas arenas del mar.

—No tienes porque...siempre estaré para ti!.—sonrió de la misma forma, de aquella forma cálida y coqueta.

Ella tomo su mano de la misma forma que la tomo el día de la fiesta, de una forma delicada y tímida entrelazo sus delegados dedos verdes con los suyos, de una forma tan delicada que parecía el toque de una fina seda rozando su piel de forma celestial. Su sonrisa era deslumbrante, apenas podía notar el rubor de sus mejillas. De forma inconsciente tomo entre la palma de su mano libre el rostro tricolor de la fémina que tenia delante suyo, acaricio lentamente aquel fino rostro que quedo hipnotizado por su suavidad y belleza. Mostrando una mirada cansada y realizando con la misma una ilusión. Sus ojos mostraban frente suyo al hebreo sonriendo de forma gentil para él, sonriendo con aquellos labios que le quitan el aliento, mostrando un brillo con aquellos ojos que no se cansaría de verlos todo el día. Percibiendo la suavidad de aquel rostro que le recuerda a él, acercándose de forma peligrosa a aquellos labios que pretenden imitar a los del hebreo.

Ella cierra los ojos lentamente esperando que los labios egipcios hagan conexión con los suyos como aquella vez que entre el dolor y la amargura surgió algo dulce entre un mar de lágrimas.

Un corto beso frente al mar, un cielo claramente nublado decora su infidelidad, uno que generado de forma inconsciente acabaría con lo que tanto cuidaba, con aquello que temía perder. Ambos siguieron con aquel contacto durante menos de dos minutos hasta el instante en que la cordura llegó de forma repentina entre un mar de confusiones y malos entendidos.

—Lo siento, lo siento...esto...esto nunca debió suceder...nunca debió pasar.—rompió aquel beso de forma brusca, disculpándose reiteradas veces mientras se alejaba de la libia y tomaba con sus manos su cabellera.

Libia lo miraba atenta, miraba lo aterrado que se hallaba su amor platónico, sentía que hacia mal metiéndose en una relación pero intentaba salvar el alma del egipcio y llevarlo al edén de su religión, llevarlo devuelta al buen camino alejándolo de la perversión. La Liga le había prometido que muy pronto ambos estarían juntos...solo debía perseverar en su objetivo errado. Solo debía guiar devuelta al buen sendero a Egipto.

—Libia...—sostuvo sus manos, las suyas temblaban del miedo y su mente entraba en un duro debate con su corazón. —esto...esto fue un error...nunca debió pasar...nunca debí dejar que pasara.—solto las ajenas en un intento vano de dejar las cosas claras cuando ni siquiera el las tenia.

Egipto...calmate, esto es normal...lo que sientes es completamente normal, no debes asustarte.—dijo de forma calmada mientras tomaba nuevamente las manos ajenas.—yo te quiero...tu me quieres...¿por que no nos damos una oportunidad?.

Egipto estaba atónito, con la mente en blanco, jamás pensó que existiría una persona que no fuera el hebreo capaz de hacerle sentir aquello que creía era especial, especial porque solo Israel era capaz de hacerle sentir mariposas en el estómago de forma emocionante. Las palabras no podían desarrollarse en su mente y solo se generaban en forma de monosílabos o palabras sueltas que no podrían transmitir aquello que verdaderamente quisiera.

—Yo estoy casado...no es justo que yo le haga esto a Israel, ni a ti ni a mi...—argumentó exaltado, la cola de su cabellera se movía al compás de la brisa provocada por el choque barbárico del mar.

Miró su argolla nuevamente sintiendo culpa, sentía que le hacia daño con su actuar confuso...sentía que traicionaba la confianza del hebreo...sentía que lo engañaba.

Egipto...calmate...si no deseas que esto vaya más rápido iremos más lento, yo te amo...acaso no le ves?.—se acerco y lo abrazo, elevo su rostro y su mirada se clavo en la ajena.—Podemos ser felices sin temor a represalias o al que dirán ¿Que dices?.—

—Dame tiempo Libia...necesito un tiempo...—la abrazo, sintió su frágil cuerpo entre sus brazos y su perfume a orquídeas que lo hipnotizaban.

Una pareja abrazados frente al mar era lo que aparentaban a los de los demás, con la simple diferencia de que mientras él pensaba que esto era un secreto alguien les estuvo dando seguimiento desde el instante en que decidieron caminar por la playa...

Muestras fidedignas de aquel encuentro quedaban plasmadas para la posteridad de forma en que pronto serian usadas en su contra.

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—Veo que no estas del todo bien...te sucede algo?.—preguntó el turco mientras detenía su caminar.

—No, nada.. Solo un extraño presentimiento eso es todo.—respondio con simpleza encogiéndose de hombros.

Había sido una reunión programada donde habían debatido formas en las cuales podrían enriquecer su alianza política.

—Te notó decaído...has estado pasando las noches en vela ¿verdad?.—lo miro con detenimiento sosteniendo entre sus manos el rostro ajeno, sintiendo un cosquilleo en su zona abdominal.

—Como adivinaste...¿acaso es muy obvio?.—

—Por su puesto, lo note por la marca de tus ojeras y la extrema palidez de tu rostro.—

—Dejando de hablar de mi ¿como te encuentras?¿tu herida ya cicatrizó del todo?.

Turquía que estaba embelesado por la perfección del rostro ajeno aun en el descuido no prestos atención, su piel roja cubría a perfección el rubor que sentía, la calidez de sus mejillas llegaban a tal punto de que si una gota llegara a aquella zona seguro se volvería vapor, claro hablando de forma exagerada y no literalmente.

Turquia?.—lo volvió a llamar, poniendo sus manos sobre las que tocaban su rostro y las alejaba de forma suave y lenta.

Eh? Disculpa...me decías...—volvió en sí, intentando volver a tener su temperatura normal.

—Tu herida...aquella que te hicieron cuando intentaron robar tu hogar ha cicatrizado?.—volvió a preguntar observando la inquietud en la mirada ajena.

—Si, ha cicatrizado muy bien, agradezco tu preocupación Israel!.

Turquía estaba perdido por Israel, su amabilidad era muestra clara de la ingenuidad que aun poseia, era como ver un ángel caído del cielo que el mundo maltrato y que hizo con el lo que se le vino en mente, su mirada era inocencia pura aunque esta se haya visto emancillada por la guerra, aquella inocencia estaba presente de forma oculta en su mirar. Su sonrisa era gentil y te transmitía la sensación de que todo podría llegar a ser mejor de lo que es, sus labios eran una tentación ni que decir de sus ojos, aquellos que desearía que lo acompañasen cada amanecer dándole el buenos días. Era alguien perfecto atado junto a aquel que no lo merecía.

Y el lo sabía, sabia a perfección que no lo merecía.

—No tienes porque, por algo somos excelentes amigos!.—lo abrazó de forma repentina sintiendo un minúsculo quejido de parte del contrario que correspondía su abrazo.

Aquella vez junto con las anteriores brindaban alas con las que el turco pretendía volver a retomar vuelo después de haber sido maltratado por aquel que no supo valorarlo...eso es lo que creía el turco.

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Volveras a interponerte en mis planes?.—cuestionó con una mirada escalofriante que le daba un aspecto de maniático.

—No lo haré...has lo que tu desees pero por favor...por favor sueltame y devuelveme a mi pequeño...—suplicaba el griego de forma de que quien lo mantenía recluido e iluminado por la escasa luz de una lámpara en mal estado tuviera compasión de él.

—Perfecto...te soltaré pero no le dirás a nadie de nuestro pequeño plan, si me entero de que abriste la boca...aquellos a quienes estimas terminaran muy mal...¿entendiste?.—amenazó mientras limpiaba sus nudillos que aun poseían un poco de liquido carmesí.

Grecia estaba gravemente golpeado, había sido recluido varios meses, golpeado y hasta torturado de formas barbáricas, tenia un ojo morado, moretones en todas las partes de su cuerpo que fueron víctimas de una vara metálica, su ropa estaba sucia y manchada de su propia sangre mezclada con sus lágrimas de impotencia. Tenia el labio inferior partido y sus muñecas tenían marcas plasmadas por la gruesa soga que lo mantuvo quieto en aquella silla mientras se convertía en un mártir.

—Date cuenta que si me entero de que abriste la boca...—hizo una seña con su dedo pulgar deslizandolo sobre su cuello en un firme linea recta.—me entiendes ¿verdad?.

Él asintió reiteradas veces con la cabeza. Observo como alguien salido de la oscuridad que vestía igual que el ente empezaba a desatar sus muñecas y sus tobillos.

—Que tengas dulces sueños Grecia.

Acto seguido el que le había quitado las sogas golpeó su nuca de tal forma que solo podía escuchar algo distante la risa maniática del ente y ver de forma borrosa al mismo antes de caer inconsciente, recordando aquella maldita risa y sonrisa durante su inconsciencia.

—Lo dejo donde lo capture?.—preguntó el que sostenía en sus manos una pistola calibre 50 poniendo su pie derecho sobre el cuerpo heleno.

—No, dejalo en la casa de Turquía, el sabrá que hacer con él. —dijo con simpleza mientras apagaba la grabadora que llevaba en su bolsillo.—shukraan lak alghali.—le dio un pequeño beso a aquel aparato antes de guardarlo en su bolsillo.





Todo iba bien de acuerdo a su plan...

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