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La calidez de un sentimiento desconocido.
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(⑧)

Tal como tiene la facilidad de convertirse en un ser detestable también puede convertirse en alguien curioso. Irán tenia aquella extraña capacidad de transformase de un momento o de un día para otro en alguien a quien apreciar o siquiera respetar. Aquella faceta siempre disponible cuando da algunos discursos en su país o simplemente se manifiesta a los medios mundiales para fomentar su convicción a sus demás vecinos que siguen su camino.

Siria no comprendía aun aquella faceta, sí, era muy extraña de ver y quienes conocen muy bien aquel lado estarían de acuerdo con ella al pensar que tramaba algo o simplemente tras aquel semblante ocultaba su maldad.

Más quienes en él pasado convivieron con su jovial "yo" sabrán que aquella actitud es parte de su personalidad. Antes de ser consumido por sus radicales convicciones y ser cegado por las mismas, antes de que su corazón sucumbiera ante el encantador veneno de sus propias palabras e ideales infundidos por su religión de forma tergiversada era un ser apreciable. Que en sus manos jamás la sangre se derramo era un hecho en ese entonces, la vida en las mismas florecía como ninguna y su gran aprecio por la botánica era digna  de admiración.

Aquel recelo al cuidar aquellas flores daban a entender que en algún momento de su vida trataría de la misma manera a una mujer. Quien seria la afortunada de tener aquellas manos sobre su cuerpo y rostro era un debate y tema de conversación entre las féminas de su religión y uno que otro vecino suyo. Era tan joven, un buen partido en la opinión de los estados con más experiencia que lo rodeaban ¿Quien podría rechazar a un descendiente del más poderoso imperio del mundo antiguo?.

El uno descendiente de la sangre persa, el ultimo de aquel linaje yacía ante sus ojos en aquella época, viviendo a costa de la sombra de quien le dio vida y aquel honor. Una descendiente producto del mestizaje entre la sangre persa y la helénica fue quien transmitió parte de su realeza a su único primogénito.

Y al parecer aquello mismo se repetía. Aún cuando fuese aquella criatura su más grande decepción lo quería por ser su primogénito, el único que ha tenido en su vida. Lamentaba muy en el fondo que el único ser que en un futuro no muy lejano seguiría sus pasos se pareciese a ella, a la siria cuando recién había conseguido su libertad de las manos de Francia.

En su regazo lo observó con detenimiento, el perturbante color  incandescente de sus orbes brillaban como si se tratase de un furioso dragón de fuego descansando sobre su preciado oro tal cual cuentan algunas historias fantásticas. Es hermoso contemplarlo aun cuando detrás de aquellas ventanas infernales se halla un alma atormentada por sus pecados, aquellos crímenes que no lo dejan en paz y que penan en su mente y ante sus ojos.

—Sirian...¿que estaré pagando para que tengas la apariencia de tu madre y no la mía?. —se preguntaba a si mismo de manera divertida, sacando una que otra pequeña sonrisa en aquel infantil rostro.

Tan sólo aquel pequeño balbucea mientras agita sus manos queriendo tomar su rostro al parecer con las mismas. Extendidas exigen que se le otorgue aquello que tanto busca, Irán no dudo un segundo en tomarlo entre sus manos y acercar su pequeño rostro al suyo, contemplarlo aun más de cerca y en definitiva, sí se parecía a su madre...el color de sus orbes eran semejantes al suyo por no decir iguales. Aquel mismo fuego arde en aquella mirada llena de inocencia, brilla con la misma intensidad que los suyos solo con la única diferencia de que su alma aun seguía pura.

—Que Allah ponga en tu camino a una buena mujer en el futuro mi pequeño Sirian...—pidio al grandísimo con profundo deseo, extendiendo a su único hijo hacia el cielo.

Estando debajo de la sombra de un no tan frondoso árbol de hojas rojas como la sangre misma divagan un instante juntos mientras que, por otra parte, Siria los va siguiendo pensado aún que el iraní no se dio ni da cuenta de su presencia cuando desde un principio supo de su existencia en aquel lugar.

Para el iraní reflexionar sobre su vida amorosa era decepcionante, por no decir patético. En su vida jamás creyó en enamorarse hasta el instante en que un ser despertó en él algo prohibido que lo llevo a la obsesión y la locura. Tan solo pensar en el provocaba un frenesí de emociones conflictivas que ponían en duda su orientación sexual y su fidelidad a su religión.

Por otra parte, cuando Iraq le confió su más grande secreto sintió una extraña atracción hacia la fémina de mirada estrellada. Cuando le comento que el verde de sus ojos eran tan brillantes y claros como una pradera en verano se halló intrigado; Su mirada tierna entre dos estrellas paralelas una a la otra le daban un toque especial fueron las palabras que le dieron a entender de quien él se había enamorado. Siria, la más hermosa de todas las féminas del mundo árabe, a diferencia de Arabia Saudita que era una mujer con el poder en la palma de sus manos y autodependiente, Siria en cambio era débil, tener el poder en sus manos era algo terrible ya que su flexibilidad y debilidad le hacían ver como un blanco fácil para sus enemigos y su propio gobierno que intento tan solo una vez derrocarla. Fue ahí que tejió su plan y lo puso en marcha, su elaborado discursos convenció a su superior de que un matrimonio entre ambos era por mucho el mejor arreglo entre sus países para salir adelante juntos. De hecho jamás la amo y fingió hacerlo para que su superior cayera en su red de mentiras y falsedades.

—Se que estas ahí habibata...sal por favor.—pidio de la manera más cordial, con el pequeño descansando sobre su pecho mientras permanece dándole la espalda espera que atienda a su petición.

Si bien prefería quedarse en aquel sitio antes que acercarse sabia muy bien que si se negaba, aquello que estaba apunto de ocurrir le ocurriría de verdad y lo habría nada ni nadie que pudiese salvarla.

—Se que he obrado mal y en especial contigo...Siria... —Suspiro pesadamente como si al hacerlo intentara deshacerse de aquella carga que eleva sobre sus hombros.—Allah ilumino mi camino y me hizo dar cuenta de mis errores...sabes, aun creo que podemos ser aquella familia ideal que tanto soñaste con Iraq...solo con la diferencia de que sera conmigo a tu lado.

Aquellas palabras tan envolventes y falsamente sinceras nuevamente eran aquel cebo dulce que puso para cazarla y tenerla nuevamente entre sus fauces, saciando su sed con la sangre de su alma, esperando que la carne de su cuerpo jamás sea de nadie más solo suyo. La forma en que su mirada transforma el odio, el rencor y la venganza es alarmante que pasa por desapercibida ante la mirada ajena e ingenua.

—Siria.—tomo con su mano líber aquella que temblaba por la inseguridad de lo que oye.—estoy dispuesto a cambiar...por ti y por nuestro hijo, seamos felices del modo en que siempre deseaste hacerlo con él.

Que Allah logre proteger su alma de aquel demonio que le promete la felicidad más infeliz de toda la faz de la tierra, que proteja a su pequeño del veneno de aquella cobra que tiene en frente y que fue capaz de morderla en más de una ocasión fingiendo ser mansa.

—Me lo prometes...Irán?. —ingenua cae en su trampa de palabras bien formuladas y engañosas.

El miedo se apodero de su ser al instante en que su mano fue tomada por la ajena en un tierno agarre que desde el día de su matrimonio jamás volvió a ver ni sentir. Al mirarlo una sensación de alerta recorrió todo su ser advirtiendo desde el instante en que formulo aquella pregunta que corría un serio peligro y que no fuera tan tonta como para volver a caer en sus mentiras que difunde como verdades con total naturalidad.

—Te lo prometo Siria, tú eres lo mejor que la vida me ha dado, aquel regalo que Allah puso en mi camino...—la acerco más a él, estando uno frente al otro con un pequeño de por medio que impide que pudiese besarla. —Tu y mi pequeño son la dicha y la gracia que Allah me otorgo para ser feliz, te amo.

Aquella palabra era tan cruel como de poderosa llega a ser, aquellas simples dos palabras hicieron eco en la mente de la fémina y se incrustaron en su corazón como las espinas lo hacen sobre la piel más suave, la dañaría con el paso del tiempo y se convertiría en una afección que no podría curar, al menos eso es lo que en un futuro creería.

Con los ojos brillosos se acerco a aquel cautivante rostro masculino y lo beso, tan solo con aquel simple acto sellaba sin siquiera darse cuenta su propia condena. Para él tan solo fue un logro más en su vida, uno tan simple como lo era respirar. Aquella debilidad de la que tanto se quejaba era su mayor ventaja en aquel territorio.


Tan solo pensó en irse nuevamente al reencuentro con su más grande trofeo, tenerlo entre sus manos y ser capaz de verlo humillado.


Después de todo aún tiene trabajo por hacer.

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