35- De Sueños Y Esperanzas
Incluso para lo calmado que era Hansel, sus reflejos solían ser veloces. Usando su flanco derecho se lanzó contra uno de los pilares tallados que detenía la estructura. Apretó la mandíbula al sentir como el impacto le dañaba el hombro, en un dolor agudo que lo recorría hasta la punta de los dedos. Sin embargo, solo había logrado estremecer la estructura, se le acababa el tiempo. Maldijo por lo bajo, iba a tener que tomar velocidad.
Dio un par de pasos hacia atrás y luego se lanzó de nuevo haciendo uso de toda su fuerza. Esa fue la colisión definitiva. La columna se partió en dos y terminó por ceder, aterrizando en un estrepitoso descenso que cuarteó en partes las baldosas de hielo debajo de ella. El par de orcos y Gretel, la cual se había apresurado a ocultarse detrás de una estantería, se sobresaltaron por el ensordecedor estruendo que se generó en aquella silente biblioteca.
—¿Escuchaste eso? —preguntó uno de los orcos, congelado en su lugar por el miedo—. ¿Crees..., crees que sea un fantasma? Ay, mamita, seguro que se han enojado por lo que estamos haciendo.
Los ojos verdes de Gretel se abrieron ante la idea que atravesó por su mente gracias a esas palabras.
—No seas tonto, no hay fantasmas aquí. Vamos a ver qué pasa —refutó el otro orco dando la vuelta para bajar las escaleras.
Gretel debía ser rápida, ahora iban en la búsqueda de Hansel. La chica se quitó la mochila de los hombros y se apresuró a registrar su interior, hasta que por fin encontró sus herramientas junto con la trampa que había logrado armar. Mordió su labio inferior, en su cabeza se empezaba a armar un plan e iba a necesitar la ayuda de su hermano, el cual podía servirle de distractor. Hansel, por su parte, intentaba escabullirse. Las pisadas de los ogros se escuchaban con mayor frecuencia conforme se acercaban a su escondite.
El rubio contuvo el aire, no quería hacer el menor ruido que declarara su posición. Como un imán que ejercía una fuerza superior en él, miró hacia la parte de arriba, justo para detectar el rostro de Gretel asomándose con cautela por la baranda que rodeaba toda la segunda planta. Era ella quien le pedía que sus ojos se encontraran. No iba a permitir que le hicieran daño, tenían que salir de ahí trabajando en equipo.
Hansel tragó saliva, intentando deshacer el nudo que se ceñía a su garganta. Le daba gusto ver que su hermana le había perdonado, pero al mismo tiempo le daba miedo no saber con exactitud lo que quería hacer. Sus vidas estaban en juego y esa falta de comunicación en sus planes lo estaba matando. Todo pendía únicamente de la confianza mutua.
Gretel descifró el mensaje, aún si no había palabras de por medio. Ella tampoco sabía si lo planeado resultaría bien y lamentaba haber arriesgado de esa forma la vida de su hermano, pero trataría de enmendar su error. La chica le mostró la trampa a Hansel e hizo el ademán de pasarla por entre los barrotes. El chico captó el mensaje, su cabeza imperceptiblemente se movió en un ademán positivo, sin embargo, las pisadas de los orcos que surgían a sus espaldas le indicaban que no podía salir de su escondite. Gretel presenció como su hermano se acuclilló para meterse debajo de una estantería evitando que los orcos lograran localizarlo.
La doncella sacó su desarmador, colocó la punta en el piso y lanzó un grito en el mismo instante que rasguñaba toda la superficie, creando un desagradable chirrido. Los orcos se petrificaron en sus posiciones, todo el vello que cubría sus voluptuosos miembros se había erizado por el terror.
—Viene de la planta de arriba —informó el más miedoso mientras intentaba resguardarse en la espalda de su compañero.
—Ya sé que viene de arriba... Hay que ir a ver y ya te dije que no tiembles. Aquí no hay fantasmas.
No obstante, aquel orco distaba mucho de sentirse igual de convencido que sus palabras. También tenía miedo de estar a merced de una criatura sobrenatural. En los labios de Hansel se formó una leve sonrisa al percatarse de ese factor con el que su hermana estaba jugando. Apenas Gretel notó que de nuevo los orcos volvían a subir para buscarla, se giró en dirección a su mellizo, sosteniendo la trampa cerrada entre sus manos. Hansel salió de su escondite y se posicionó justo detrás de una columna, esperando el siguiente movimiento. Solo tenían una oportunidad y no podían desperdiciarla.
Gretel lanzó una profunda exhalación antes de deslizar por el piso la trampa, haciéndola caer por el espacio que había entre los barrotes y el suelo. Esa era la señal, Hansel salió corriendo de su escondite a gran velocidad para atraparla, quedando expuesto a la vista, tenía que llegar al otro lado del recinto y a su vez sujetar la trampa.
El corazón del rubio se desbocó por el espanto al percibir cómo perdía el control y por ende el equilibrio. Gracias al hielo derretido sus pies se adelantaban a su cuerpo, haciendo que tuviera un duro aterrizaje sobre su espalda. Sin embargo, no todo estaba perdido; el impulso que había dado a la hora de correr pareció ser lo suficientemente fuerte para que aún tumbado se deslizara por el suelo escarchado. Hansel pasó debajo justo en el momento en que la trampa estaba por caer y la sujetó de un rápido movimiento. ¡Eso había estado tan cerca! Ahora volvía a estar a salvo entre las estanterías, oculto de las criaturas que los acechaban.
Gretel, quien lo había contemplado todo con los dedos en la boca, volvió a suspirar, aliviada. Por un momento había sido capaz de vislumbrar la derrota y las consecuencias que se iban a llevar, pero su hermano, como era su costumbre, había logrado sacar a relucir la estrella de la suerte que lo acompañaba desde su nacimiento. Hansel abrió la trampa y la preparó, ahora solo debía deslizarse hasta las escaleras para colocarla ahí, esperando que los orcos fueran tan despistados para caer en ella.
Se suponía que hacerlos correr era la parte sencilla. Ambas criaturas caminaban sumergidas en el miedo. No habían dejado de temblar, a pesar de que querían aparentar fortaleza. Gretel se deslizó entre las estructuras con un suave movimiento, imitando el discreto reptar de una serpiente. Llegó a la tercera estantería que la separaba de los dos orcos, se tiró en el suelo y con ambas piernas, a base de patadas, estremeció el librero esculpido hasta que este cedió ante ella.
Como un efecto domino, el aparador se desplomó sobre el que estaba delante y juntos siguieron hacia el siguiente, llegando al par de orcos, quienes al notar el ataque directo hacia ellos, soltaron un alarido con todo el terror que habían almacenado durante su estadía. Las criaturas no tuvieron que pensarlo antes de correr despavoridos escaleras abajo, buscando la salida. El sonido metálico resonó por aquella solitaria biblioteca cuando la trampa se activó en el pie del desafortunado, junto con un desagradable crujido que daban los dientes de lámina al asirse a tan rugoso cuero.
—¡Me ha mordido! ¡Me ha mordido! —se quejaba en gritos el orco sacudiendo en el aire su pierna con cada vez más violencia, intentando en vano quitarse el artefacto de encima.
—Vámonos de aquí, las hadas te liberarán de la maldición —sugirió su compañero temblando mientras lo ayudaba, pasando un brazo por sus hombros para sujetarlo. Estaba deseoso por irse de ahí y evitar ser el siguiente atacado.
Apenas se aseguraron de que su indeseada compañía los había vuelto a dejar solos los hermanos salieron de su escondite. Gretel corrió escaleras abajo y se encontró con Hansel, quien la tomó de la mano para guiarla hacia un ventanal alejado de la puerta. Era momento de huir. A los orcos podían hacerlos tontos, pero las hadas ya no se dejarían engañar. En un instante los encontrarían.
Corrieron juntos por los callejones desolados del reino Frostice. Los ojos verde grisáceos de Gretel examinaban su alrededor con suma intriga mientras sus piernas se encargaban de alejarla de ahí de la mano de Hansel. Su hermano tenía razón, Madre Tierra había permitido la extinción de uno de sus hijos. Frunció el ceño ante lo que eso significaba... No más invierno. ¿Por qué una deidad daba la espalda a las creaciones que le ayudaban a mantener el equilibrio del mundo?
—Yo creo que aquí será buen lugar para acampar —opinó Hansel una vez se adentraron lo suficiente en el bosque para dejar atrás el pueblo esculpido en hielo.
Gretel parecía más relajada y contenta. No había hablado mucho por el camino, pero se reflejaba en su rostro y eso hacía que Hansel se sintiera satisfecho. Solo había retrasado lo inevitable, sin embargo, podía olvidarse del asunto por unos días más. Lo único que le parecía importante de momento era saber cuál era el libro por el que su hermana había decidido arriesgar su vida.
—Me gusta aquí —aprobó Gretel mirando el caudaloso río que corría cerca de ellos. Por fin iba a poder tomar el baño que tanta falta le hacía y sin morir de hipotermia en el proceso—. Ya empieza a funcionar esa cabezota que tienes.
Hansel se encogió entre risas cuando Gretel decidió acercarse a él para revolverle el cabello con cariño, haciendo caer el sombrero verde que portaba. En seguida respondió picando las costillas de la chica hasta sacarle sonoras carcajadas.
—Quién lo diría, puedes usar esos dientes para otra cosa que gruñir —bromeó el rubio.
No esperaba tener tan buenos resultados con su plan improvisado de entrar a la biblioteca de los Frostice, pero estaba feliz de que así fuera. La personalidad alegre de Gretel parecía despertar del lecho de preocupaciones que la acarreaban y no había tardado en volver a manifestarse. Hansel la contempló con una leve sonrisa dibujándose en sus labios. Para él hacía la promesa de que siempre se iba a asegurar de que esa esencia no la abandonara sin importar las adversidades. Estando juntos todo podían superarlo y lo que había sucedido ese día era la prueba.
—Prepara el campamento, yo iré a asearme —pidió Gretel después de unos segundos sacándose también el gorro de la cabeza y soltando sus coletas.
—Te permito el abuso, solo porque en verdad hueles fatal —dijo Hansel ganándose que su hermana lanzara hacia su nuca uno de sus botines—. ¡Ay!
Y durante las siguientes horas ambos hermanos se dedicaron a la tarea de preparar el lugar donde habían decidido pasar la noche. Limpiando el suelo y prendiendo una fogata para cerciorarse de no pasar frío durante la madrugada.
—Y, ¿bien? ¿Puedo ver tu nueva adquisición? —preguntó Hansel después de asearse, mientras regresaba al campamento con su hermana, quien cocinaba una pequeña liebre que el rubio había conseguido atrapar horas atrás.
Gretel sonrió con orgullo. De verdad le halagaba que su hermano hiciera el intento por interesarse en lo que a ella le gustaba. Se acercó a la mochila y sacó el libro que tanto le había costado conseguir. Sus ojos no le habían mentido con el título. Por fin, después de tanto tiempo, encontraba información de esa misteriosa ciudad que residía en algún recóndito escondite de ese vasto mundo. Lo extendió hacia su hermano con cuidado, como quien permite a un ajeno tocar su más grande tesoro.
El chico observó la portada y frunció el ceño al leer las letras que la decoraban en hermosa caligrafía: “Inglandia, la ciudad amurallada. La verdad tras sus muros”. Hojeó intrigado el contenido. Parecía un panfleto que promovía el racismo contra los humanos, basándose en las atrocidades que la ciudad cometía hacia los mágicos.
El chico se detuvo en un subtema que le llamó la atención. Ensalzaba por medio de la narración las hazañas de Fairy contra la ciudad, que en esos tiempos era potencia. Cómo detuvo el ataque hacia los mágicos y cómo la guerra dejó al pueblo tan destrozado que su única opción de sobrevivir fue aislarse de los demás reinos por medio de un muro que prohibía la entrada a cualquiera. Ese golpe había sacado a Inglandia como potencia y había puesto por encima de todos a Magical Forest, creando un antes y un después en la historia. El rubio levantó la vista hacia su melliza, tratando de entender su extraña elección por ese libro.
—¿Por qué querías esto?
Gretel echó un vistazo a lo que su hermano estaba leyendo y luego fue en búsqueda de su cuaderno de inventos. Sacó de ahí un papel doblado que se ocultaba entre sus hojas. Desde que había visto ese afiche aquella ciudad no había desaparecido de sus sueños, volviéndose su mayor inspiración. Lo desdobló, leyendo el contenido con la misma emoción que había sentido la primera vez.
—Es una ciudad de inventores. Dentro de sus muros, Inglandia alberga a los humanos más inteligentes que existen —recitó Gretel extendiendo hacia su hermano el papel.
Él lo recogió con cuidado y lo leyó en silencio. Quien sabe cuánto tiempo había pasado resguardado entre las cosas de su hermana, los dobleces ya se marcaban debilitando la hoja y haciéndola propensa a una rotura. Sin embargo, las palabras que componían el anuncio aún podían vislumbrarse con claridad. Era una convocatoria que llamaba a inventores a presentarse a una feria de ciencias, donde el ganador iba a ser permitido dentro de las murallas de la ciudad
—Cuentan las afortunadas lenguas que han llegado a entrar a Inglandia que tienen los artefactos más avanzados que existen en toda la tierra —prosiguió la doncella sin ocultar el brillo que inundaban sus ojos—. Que ellos no cuentan el tiempo como nosotros, guiándose por el sol, manejan algo llamado relojes y, y, también tienen máquinas, escucha esto, que toman una imagen y la pasan a papel. No es pintura, dicen que es distinto, lo llaman fotografía y... No solo eso, también existe una serpiente de metal gigante que funciona a vapor a la que llaman Ferrocarril... ¡Y transporta gente! Así es como ellos se mueven si las distancias son muy largas.
Hansel intentaba contener la carcajada. Aquellas locuras sonaban como inventos de la activa imaginación de Gretel, sin embargo, los contaba con tanta exaltación y vividez que le parecía encantador observarla. Al rubio nunca le había tocado apreciar que la emoción de su hermana llegara a un punto donde se pusiera a tartamudear las palabras, intentando explicarse. Esa ciudad y lo casi nulo que sabía de ella debía entusiasmarla como nunca antes.
El joven volvió a mirar el afiche, ladeando la cabeza con curiosidad al encontrarse con un pequeño párrafo debajo de las bases de la convocatoria: “Inventos para combatir la magia tendrán más posibilidades de ser elegidos como ganadores”. Tomó el libro, le parecía que de cierta forma ambos estaban contando una historia entre líneas.
—Y cuando logres impresionar a todos con tus revolucionarios inventos... ¿Me dejaras para irte a vivir ahí? —preguntó Hansel titubeando un poco.
—¡Qué locura! —exclamó Gretel en respuesta apenas lo escuchó y una sonrisa juguetona se dibujó en sus finos labios—. Claro que te llevaré conmigo... Necesitaré quién me limpie la casa cuando sea una gran inventora.
Hansel rio, dándole un ligero pellizco en uno de sus brazos como respuesta, al momento que se recostaba en su regazo. Gretel se acomodó contra el tronco en el que se recargaba y acarició los mechones del chico desperdigados por su falda. Podían tener épocas en las que se llevaran fatal, podía sacarla de sus casillas, podían chocar sus personalidades, pero ni aún así era capaz de imaginar la vida sin Hansel a su lado. Eran un equipo. No existía Gretel sin Hansel.
—Hansel... ¿Cuál es tu mayor sueño? —cuestionó Gretel curiosa, mirando directo a sus ojos que tan similares eran a los suyos respecto al color.
Su hermano siempre le había dado la apariencia de ser un vago, pero hasta el más vago debía tener aspiraciones. Algo que lo llevara a esforzarse en la vida. Hansel consideró por breves instantes la interrogante que su hermana le había lanzado. Era algo que pocas o nulas veces se había llegado a cuestionar. En más de una ocasión dudaba del propósito de su existencia, hasta ese momento.
—No hay nada que desee más en esta vida que... Verte cumplir tus mayores sueños y estar ahí para celebrar contigo tus logros —contestó dejando ver una sonrisa.
Era sincero. Su corazón nunca había deseado nada con tanta intensidad que ver a su hermana feliz, alcanzando todo lo que se propusiera. Él quería ser su mayor apoyo. Nada le daría más satisfacción que acompañarla en su proceso. Gretel estaba por responder halagada cuando el gutural sonido proveniente de una bestia rompió el sosiego que los envolvía.
Ambos hermanos se pusieron de pie sin pensarlo. Hansel se apresuró a recoger un palo para usarlo como arma y colocó detrás de sí a Gretel, formando un escudo con su cuerpo. Los ojos dorados de aquella bestia oculta ya habían dado con ellos y no había perdido el tiempo para acercarse.
—Mierda —susurró Hansel cuando presenció a la criatura que se alzaba majestuosa ante quienes lo trataban de intimidar.
Era un león de melena abundante. ¿Qué hacía un león justo ahí, en esa parte del bosque? El chico tragó pesado, nunca había visto un animal así. Sin embargo, conocía que en los depredadores debía imponerse para que no lo vieran como presa.
—Tengo un palo —le explicó el rubio al animal, haciendo acopio de todo su valor para enfrentarlo—. Y si te acercas, no dudaré en pegarte con él. Y no te va a gustar y te va a doler... No te lo recomiendo.
Gretel contempló a su hermano, como quien observa al estúpido más grande de la tierra. ¿En serio creía que aquella criatura iba a entender lo que le decían? Solo a Hansel se le ocurría intentar razonar con él... O fuera cual fuera la intención que tenía con esa amenaza. El león presenció con mofa la escena y de una zarpada arrebató la rama de las manos de Hansel.
—Qué ridículo, ¿de verdad crees que me vas a intimidar con ese absurdo palito? —preguntó el león casi soltando una carcajada—. ¿Quieres ver un palo de verdad? ¡Yo tengo un palo de verdad!
Tanto Hansel como Gretel retrocedieron, espantados al escuchar las palabras que la bestia profería contra ellos. Nunca habían escuchado un animal hablar. ¿Era acaso un tótem? No tendría sentido. Era fácil distinguir a un animal de un tótem. Estos últimos, de ser masculinos, solían ser más grandes de lo usual y de ser femeninos sus siluetas eran más pequeñas, así como definidas.
—Gretel, creo que me equivoqué y compré LSD en lugar de hierba —farfulló Hansel con miedo ante lo que empezaba a creer como una alucinación en consecuencia a la droga que solía consumir. Aunque no recordaba siquiera haberla consumido en primer lugar.
—Ey, Lion, ¿qué encontraste? —preguntó alguien más al escuchar cómo su acompañante estaba entablando conversación. O algo por el estilo.
Los dos hermanos se agarraron con más fuerza, expectantes a los pasos que empezaban a acercarse a donde ellos se encontraban. Los leones solían ir en manada, posiblemente eran más de uno. No obstante, la alta silueta de un chico fue la que se hizo presente surgiendo entre la maleza.
—Un par de zoquetes acampando aquí mientras juegan con un palo. Nada importante —respondió Lion dirigiéndose hacia donde estaba el joven que se acercaba al par de hermanos.
Los mellizos se dedicaron a analizarlo rápidamente. Por la calidad de sus prendas y el oro que componían algunos de sus adornos aparentaba ser alguien de la realeza. Con toda seguridad podían afirmar que se trataba de un príncipe. Y uno bastante atractivo que sobresalía de los demás gracias a su tez bronceada, sus fulgurantes ojos avellanas y esa barba incipiente que hacía ya sombra sobre su mentón. Además de pertenecer a la clase alta era un explorador, fácil de deducir por las múltiples alforjas de cuero que cargaba consigo.
Al ver a Gretel los ojos del príncipe se iluminaron con alegría. Nunca despreciaba la compañía femenina. Menos tratándose de una doncella tan pálida, delgada y alta como la que tenía delante, la cual portaba un rostro que levantaría la envidia de más de una. El joven mozo se acercó hasta ella, retirándola de Hansel para pegarla hacia sí en un vacío gesto protector.
—Lo siento, espero que Lion no te haya asustado. A veces es así de travieso —contó el príncipe como si estuviera hablando de cualquier gato doméstico.
Gretel parpadeó intentando descifrar si estaba sumergida en un bizarro sueño, pero para su sorpresa parecía estar viviendo de verdad esa situación, con un león que hablaba y un atractivo príncipe cuidando de su persona, sujetándola por su cintura.
—Eh, eh, eh, serás de la realeza, pero tampoco te sobrepases con los privilegios que tienes —ordenó Hansel apartando a su hermana de ese extraño misterioso que había surgido casi de la nada y que parecía solo haberse presentado para romper su tranquilidad.
—¡Vaya, qué simpático! Traes a tu gnomo de jardín parlante contigo —se mofó el príncipe mirando al humilde leñador que estaba delante de él y al cual le sacaba un mínimo de diez centímetros.
Al escucharlo y como Gretel hacía un esfuerzo por no reír, el rostro de Hansel enrojeció de la molestia la cual se fusionaba con la humillación que lo recorría. Pocos temas le causaban más complejos que su estatura. No le era indiferente saber que era tan bajo en comparación a los demás hombres y que, por sí fuera poco, Gretel lo sobrepasaba.
—¿Qué quieres? —cuestionó Hansel sorprendiendo a su hermana por la agresividad con la que se comportaba.
Hansel era una persona tranquila que no temía al hecho de conocer gente y que solía ser bastante agradable, cayendo bien casi de manera instantánea. Verlo así, a la defensiva, era una completa novedad. Nunca se apresuraba a emitir un juicio contra nadie antes de siquiera llegar a hablar.
—Busco la cálida compañía de una dama —afirmó el príncipe agarrando la mano de Gretel, con la intención de darle un beso.
No obstante, el castaño descartó la opción apenas se percató de las callosidades que la piel de Gretel portaba gracias a los trabajos del campo y caseros que le tocaba realizar. Soltó su mano, como si le resultara repugnante al tacto.
—¡Qué grosería la mía! —exclamó el príncipe al darse cuenta de que ni siquiera se había presentado ante la doncella—. Mi nombre es John Bold, pero soy mejor conocido como el príncipe Intrépido.
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