10- ¡Explota La Bomba!


Lily corrió a su casa, feliz de haber regresado viva. Ya quería volver a abrazar a su papá, incluso anhelaba ver a sus hermanas nuevamente, pensando que la habían extrañado y habían sentido su ausencia.

—Estoy en casa —anunció con una amplia sonrisa apenas abrió la puerta de entrada. Aquella puerta de caoba desgastada que creyó nunca volvería a tocar.

—Lily regresó —exclamó Laurel levantándose del diván de terciopelo donde ella y Linaria reposaban mientras se dedicaban a peinar sus largos cabellos.

—¡Qué alivio que estés aquí! —añadió Linaria, siguiendo a su hermana.

Lily se sonrojó con una sonrisa entre los labios. Le conmovía ver a sus hermanas reaccionando de esa manera ante su llegada. No creía que la fueran a recibir de forma tan efusiva.

—Papá quería que nos pusiéramos a limpiar. Así que ya que estás aquí puedes hacerte cargo de lavar la ropa y de todo lo demás. —Laurel depositó en los brazos de Lily un saco blanco que contenía varios de sus vestidos—. Por cierto, tengo hambre. Haz de comer antes de tus tareas.

—¿Eh? ¿Ustedes quieren que haga el aseo? —preguntó Lily tratando de que no se mostrara su decepción por el entusiasmo falso de sus hermanas.

Linaria la observó con el ceño fruncido, prestando más atención a su aspecto. Lily se veía preciosa con el vestido que portaba, sin contar su largo cabello sujetado en un elegante, pero sencillo, peinado.

—Que te hayas disfrazado de princesa no quiere decir que te has convertido en una —sentenció entre dientes, sin disimular ni un poco la molestia por ver a su hermana menor con tan finas prendas—. Aún debes trabajar.

La pelirroja bajó la cabeza y lanzó un suspiro. Regresaba a su aburrida vida donde a lo único que se dedicaba era a ser la sirvienta de su propia casa.

—¿Necesitas que te ayude? —preguntó Snowzel desde sus espaldas, se recargaba en el marco de la puerta.

Había presenciado todo el espectáculo en silencio, sin valor a interrumpir. Tanto Linaria como Laurel le dirigieron una envidiosa mirada apenas se percataron de su presencia. Ambas chicas solían ser más agresivas con cualquier jovencita que presentara un atractivo superior al suyo.

—¿De dónde sacaste a este fallido intento de realeza? —preguntó Laurel con una risotada cruel mientras daba un vistazo al lodoso vestido de Snowzel.

—¿Fallido? —La rubia no se limitó en indignarse—. Yo soy...

—Una amiga que conocí en el pantano. No hay que entrar en detalles —interrumpió Lily poniendo una mano sobre el hombro de Snowzel para tranquilizarla. Mejor era que sus hermanas no se enteraran de la situación; hospedaban a una princesa.

La llevó hasta su habitación y la rubia se sentó sobre la cama de la pelirroja. El colchón era casi inexistente por su delgadez, ni siquiera las colchas ayudaban a darle volumen. Dormir ahí debía ser un martirio para la espalda.

—Tus hermanas son...

—Lo sé, lo sé —volvió a interrumpir Lily a Snowzel llevándose una mano a las cejas. Se le empezaba a calambrar el ceño de traerlo fruncido—. Pero no vale la pena, créeme. Y mejor que no se enteren de tu posición. No quiero que te acosen pidiendo que las regreses a la alta sociedad o les des parte de tu fortuna como si fueras una clase de banco. —Echó un vistazo al vestido de la chica y lo señaló—. ¿Te ayudo a lavarlo?

—¿De verdad? Gracias, realmente nunca he lavado en mi vida —informó Snowzel mientras se sacaba la ropa—. Suelo darle a mi mamá mis vestidos sucios y ella los trae limpios. Las sirvientas los lavan en el palacio.

—La suerte que tienes de nacer en cuna de oro.

—Tú tendrás una vida sencilla, pero eres libre —finalizó Snowzel encogiéndose de hombros.

La pelirroja extendió hacia ella una bata para que se cubriera en lo que sus prendas estaban limpias. Libre, hacía mucho que Lily no se sentía así. Solo que ella no estaba encerrada en una torre.

—Lily —la llamó su amiga antes de que abandonara la habitación—. Dime en qué puedo ayudarte. No puedo dejar que todo lo hagas por tu cuenta. Es mucho para ti.

Lily sintió, en un acto involuntario, que su labio inferior tembló de lo conmovida que se encontraba. Nunca nadie se había ofrecido a ayudarle en sus tareas, que solían cargarse siendo ella sola.

—¿Sabes cocinar? —preguntó recibiendo un gesto afirmativo de la chica—. ¡Perfecto! Me harías un enorme favor. Ven, te mostraré la cocina y lo que tenemos. Hay que hacer mucha comida para alimentar a todos.

Ambas regresaron a la modesta sala de estar, donde se escuchaba un alboroto de parte de las hermanas mayores de Lily. Pinhood había llegado y las gemelas se esmeraban en captar su atención, ya fuera usando sus atributos para cautivarlo o hablando entre susurros que consideraban seductores.

Snowzel apretó los labios mientras sus mejillas adquirían un rosa más intenso.

—¿Por qué todas se comportan como si nunca hubieran visto un chico en su vida? —preguntó la rubia entre dientes cruzando los brazos, celosa.

Lily rodó los ojos al percatarse de la escena que disgustaba a la chica.

—Bienvenida a mi mundo —dijo con hastío—. Pero, si te hace sentir mejor, apenas se enteren de que es leñador lo dejarán en paz.

La pelirroja habiendo pronunciado estas palabras sujetó del brazo a la rubia y la llevó a la cocina. Snowzel frunció el ceño. Lily debía tener mucha paciencia para aguantar eso.

—¿Tú eres feliz? —cuestionó Snowzel de golpe una vez que estuvieron las dos solas nuevamente.

Esa pregunta desconcertó a la joven de pelirrojos cabellos. Jamás le habían puesto en duda su felicidad.
Titubeó al responder:

—C-Claro, tengo casa, una familia y el pan sobre mi mesa no falta, ¿qué más necesita alguien para ser feliz? —Parecía algo memorizado, que ella misma se decía para convencerse de que así era.

—No sé... Tu familia no parece quererte mucho y yo no me sentiría feliz si tuviera que vivir siendo sirvienta de mi propia casa —explicó Snowzel observándola fijamente—. ¿Tú sientes que tienes las riendas de tu propia vida?

Esa cuestión había estado atormentando a Snowzel, tomar las riendas de su vida. ¿La gente a su alrededor las tenía? ¿Cómo se lograba? Y sin saberlo implantaba las mismas dudas en la cabeza de Lily.

—No. —Fue sincera la contestación que salió de los labios de la pelirroja—. Siempre será así, hoy es con mi padre y mis hermanas, mañana será con mi marido y mis hijos. No eres la única que no posee su libertad, Snow. A veces me abruma pensar que toda mi vida se basará en esto. —Señaló con un ademán el saco de ropa entre sus dedos—. Y no es que no me guste el trabajo, pero tengo quince años. Quiero vivir más experiencias antes de cortar mis alas y dedicarme a mi casa. A lavar, planchar y fregar por el resto de mis días...

Quedaron en total silencio por un momento, deteniéndose mutuamente la mirada. Ambas entendían el dolor reflejado en las orbes de la otra. Los iris azules temían nunca salir de la torre, los iris plateados temían siempre estar atados a su casa, los dos pares anhelaban aventuras y conocer antes de volver a ser encerrados.

—Snow —exclamó Pinhood entrando de golpe a la habitación.

—Ah, miren quién apareció, ¿te cansaste de tantos mimos y coqueteos? —reclamó la muchacha rubia, cruzándose de brazos.

—Bien, con su permiso, me voy —se despidió Lily intuyendo el ambiente que se avecinaba. En parte estaba cansada de las demostraciones mutuas de celos.

—¿De qué hablas? —preguntó Pinhood confundido y extendió hacia ella una flecha con tres ratas de campo ensartadas como si fueran una brocheta—. Te traje comida.

—Vaya, gracias —dijo sarcásticamente Snowzel tomando la ofrenda.

No pensaba cocinar aquellos sucios roedores. Sus ojos se posaron en las verduras recién cosechadas antes de pasar a la puerta donde se escuchaban los llamados a Pinhood de Linaria y Laurel.

Quizá Snowzel no los iba a ingerir, pero no estaría bien desperdiciarlas. Un brillo travieso apareció en sus ojos junto con una sonrisa.


Media hora más tarde Snowzel servía a la mesa una cacerola llena de un guiso de verduras que parecía bastante apetecible.

—¡Increíble! Se nota que te esmeraste —dijo Lily llegando al lugar, luego del llamado a comer.

—Lo hicimos juntos —añadió Pinhood con una amplia sonrisa mientras sujetaba de la cintura a la rubia.

Snowzel se sonrojó de placer cuando entraron Laurel y Linaria, dirigiendo una hosca mirada hacia esa demostración de cariño.

—Ah, a ustedes dos les preparé un plato especial —intercedió la muchacha cuando vio que se iban a servir. Sacó un par de platos y los puso frente a ambas—. Tiene carne, Pinhood la cazó, pero no sería suficiente para todos. Así que decidí guardarla para ustedes.

—¿Eres cazador, Pinhood? —preguntó Linaria dirigiendo su mejor mirada provocativa.

—Ah, sí. Sirve mucho el arco si se trata de conseguir comida —explicó el títere sacando el arma y haciéndola girar entre sus dedos con habilidad.

—Pues esta carne es deliciosa, seguro que solo escogiste la mejor —elogió Laurel llevándose a la boca una gran cucharada.

Snowzel se dedicaba a comer en silencio, tratando de evitar que en cualquier momento se le escapara la carcajada.

—Sí, la carne de rata es la mejor —delató Pinhood con una gran sonrisa.

Tanto Laurel como Linaria quedaron congeladas en el acto. Linaria ya se había percatado de un trozo extraño de carne que se había llevado a la boca, se sentía como cartílago y era difícil de masticar. Con los dedos temblorosos retiró de entre sus dientes aquel pedazo delgado y largo que se asemejaba a una pequeña víbora. Era una cola de rata que Snowzel a propósito había colocado ahí.

Lily no se aguantó, a pesar de que tenía la boca llena soltó la carcajada, escupiendo la comida a medio masticar sobre sus hermanas. La rubia imitó su actuar, principalmente como venganza, y se echaron a reír juntas.

—¡Qué asco! ¡Qué infantiles! ¡La pagarán! —exclamaban las gemelas mientras se levantaban de la mesa y se dirigían hacia el jardín, dando exageradas arcadas acompañadas de gritos.

Lily debía sujetarse el estómago de tanto que estaba riendo. No recordaba cuál había sido la última vez que se divertía de esa manera. ¡Y dándole el merecido a sus hermanas! Pero pronto su risa desapareció cuando fijó la vista por la ventana, hacia el campo.

—Snow... ¿dónde está Beast? ¿No vendrá a comer?

La rubia meneó la cabeza, dando un trago a su vaso con agua.

—Parece que prefiere estar escondido para que no lo vean.

La pelirroja observó el plato que tenía delante de ella antes de tomarlo y volverlo a llenar.

Sin dar explicaciones salió para dirigirse al bosque que cubría las espaldas de los campos de su padre.
Caminó un poco antes de encontrar a la enorme bestia sentada impacible sobre un tronco caído.

—No es carne de joven virgen, pero espero que te guste —dijo Lily extendiendo hacia él el plato con vegetales.

Beast levantó la mirada y recogió de entre sus manos el guiso.

—Gracias... —Quedaron unos minutos en silencio hasta que él agregó—: Creí que yo no te agradaba.

—No me agradan tus acciones de secuestrar e intentarme atacar, sin contar que también lastimaste a mis amigos..., mas no olvido que tú le diste a mi papá de comer y lo hospedaste en tu castillo. De no ser por tu generosidad habría muerto, ahogado en los pantanos.

—Esa comida era para mí y no me agradó que se quedara, pero aprecio tu consideración —agregó Beast al percibir la mirada fulminante de la pelirroja.

Lily dio media vuelta. Beast presenció cómo regresaba al campo. Deseaba agregar algo para detenerla y continuar con la charla. Las palabras quedaron atascadas en su garganta. No se atrevió a llamarla.

La chica llegó a la parte trasera de su casa y dio un profundo suspiro. Había sido todo muy divertido, pero aún debía continuar con sus labores. Quedaba ropa por lavar.

Se encaminó hacia el pozo para sacar una palangana rebosando de agua. Cuando se inclinaba, intentando sujetar la cubeta, sintió un par de manos en su espalda que la empujaban.

Un chillido de pleno pavor salió de sus labios mientras caía dentro del hoyo. Con bastante suerte su cabeza no dio contra las piedras en tan reducido espacio. El agua se alborotó por el contacto de su cuerpo entrando en ella de golpe y Lily sintió sus miembros entumirse por el frío chapuzón.

Abrió la boca, desesperada por intentar respirar, mas una bocanada de líquido entró en sus fauces, aumentando su desasosiego y junto con él la sensación de ahogo. Dio un par de manotazos, deseando encontrar de dónde sujetarse, Lily no sabía nadar y el peso de sus enaguas empapadas jalaban su cuerpo hacia el fondo.

Sus dedos resbalaban de las paredes donde intentaba asirse con tal de no seguir hundiéndose, el moho en ellas no permitían quedarse firmes. Lágrimas gruesas salieron de sus plateados ojos, siendo bebidas por el agua que la rodeaba. No podía mantenerse a flote, era carcomida por la densa oscuridad y el agua dentro de ella se hacía más abundante. Echó la cabeza hacia atrás, tratando en todo momento de mantener su nariz y boca al aire. Iba siendo en vano, su cuerpo se volvía pesado. Un último aliento aguijoneó su corazón cuando su cabeza se sumergió pesadamente.

—Lily —gritó una voz desde el exterior. Una cuerda cayó entre los dedos de la pelirroja y sacando fuerzas de la esperanza la asió.

Pronto empezó a ser recogida del agua y a acercarse cada vez más a la abertura por donde había caído. La soga quemaba sus manos, pelando su delicada piel, sin embargo, en ningún momento le importó. Solo quería salir de ahí. Apenas su rescatador la vio surgir del pozo, la agarró de la cintura y la sacó. Al sentirse a salvo Lily se echó sobre la maleza a sus pies. Su cuerpo involuntariamente producía espasmos causados por el miedo mientras que de su nariz y boca emanaba el agua que había entrado en sus pulmones.

—¿Todo bien, rojita? —preguntó su salvador acuclillándose a su lado, al percatar que estaba sollozando.

Lily observó a la imponente bestia, que la miraba con insistencia. La preocupación en su verde rostro era palpable. La rojita asintió habiéndose tranquilizado un poco y se limpió las lágrimas.

—Gracias —murmuró, extendiendo su cuerpo bajo los rayos del sol, intentando recuperar su calor arrebatado por las frías aguas. Su cuerpo temblaba incontrolable.

—No fue nada... ¿Las que te empujaron..., son tus hermanas? —preguntó Beast entre titubeos, fijando la vista en el camino por donde ambas habían desaparecido apenas cometieron su fechoría.

Lily desearía haberle dicho que no, que ninguna hermana podía ser tan cruel como para tirarla a un pozo, a riesgo de matarla. Pero sabía que no tenía ese tipo de hermanas.
Por lo que asintió.

—Vaya... Parecías tener más carácter cuando te conocí. —Beast se dejó caer en el césped, al lado de la chica—. Siempre mandoneando y peleando por todo.

Lily se sonrió antes de pegarle un puñetazo en el brazo. Aunque lo hacía a modo de juego, las escamas de Beast lastimaron sus nudillos.

—¡Ouch! Ya no vuelvo a jugar contigo —expresó sobando su mano.

Beast rio tímidamente e hizo una seña con la cabeza hacia el pozo.

—¿Necesitas ayuda para sacar agua de ahí? No queremos otro accidente.

Lily encaró una ceja y meneó la cabeza cuando Beast extrajo la palangana llena de agua.

—Pensaba evitarme otro accidente, no te preocupes —respondió la pelirroja con aplomo sujetando la cubeta. Antes de irse se volvió sobre sus pasos—: Beast, de verdad, gracias por ayudarme.

La bestia asintió mientras la veía continuar con su camino.


Snowzel no dejaba de observar por la ventana, entre sus manos sujetaba el chaleco de Pinhood. Se encontraba atenta al títere que yacía en los campos, buscando dónde practicar su tiro. Finalmente el azabache se tendió sobre el pastizal, cautivado por el cielo que se teñía en tonos cálidos por la puesta de sol.

Aprovechando que se había detenido, y que podían hablar más calmadamente, Snowzel salió al encuentro del chico, sentándose a su lado. Pinhood sonrió al percatarse de su presencia. Estar con su princesa, admirando la belleza del entorno que los rodeaba, le encantaba.

—Tu chaleco —dijo la rubia extendiendo su prenda roja—. Ya está limpio.

El títere lo sujetó y se lo llevó a la nariz. Habría deseado que le quedara un poco el olor a manzanas de la chica, pero con la lavada cualquier rastro de ella, así como de lodo, había desaparecido.

—Gracias —agradeció cuando se volvió a colocar el chaleco—. Es precioso, ¿verdad?

Snowzel, sabiendo que se dirigía al paisaje delante de ellos, asintió.

—Estos días ha sido un sueño hecho realidad.

—¿En serio?

Pinhood echó ambos brazos hacia atrás y su mano derecha se posó sobre la mano de la rubia.

Los dos se sobresaltaron por ese contacto, pero ninguno se apartó. Las sensaciones que los invadían de forma interna llegaban a ser más fuertes que su sentido de la razón.

—Sí, he sido muy feliz —respondió Snowzel sonrojada—. Conocer el exterior es mejor de lo que me he imaginado toda mi vida... —Como acto de la inercia los dos comenzaron a acortar la distancia entre sus rostros, buscando contacto del otro—. No quiero que termine...

—Yo tampoco —susurró Pinhood cuando ambas respiraciones se fusionaban en una sola.

El títere sentía su interior alborotarse por la cercanía, como un montón de mariposas invadiéndolo. Era tan agradable que no quería detenerse.

—Entonces no tenemos nada qué ir a hacer a Appletown —soltó Snowzel de pronto, aterrizándolo bruscamente.

Pinhood se separó de ella, consternado. La rubia se apresuró a explicar:

—Si regreso con mis padres ellos me encerrarán de nuevo en la torre. Y no quiero... No después de haber probado la libertad. Odiaré cada minuto de mi vida por estar allá arriba, porque ya no seré ignorante, ya sabré de lo que me estoy perdiendo.

El chico de madera meneó la cabeza.

—No, Snowzel, tú lo dijiste, estar aquí afuera presenta un peligro para ti... Sería una negligencia que yo no te pusiera a salvo.

—Podemos buscar a la reina de las hadas, podemos intentar llegar a un acuerdo con ella, nadie nunca lo ha hecho...

—Debe ser por algo.

—¿No crees que si ella todavía tuviera algo contra mí ya habría mandando a alguien a matarme? Mira, estoy viva. Estoy bien. No hemos tenido problemas.

De un salto Snowzel se puso de pie, seguida por Pinhood.

—Es una locura, Snowzel.

—Quiero ser la dueña de mi propia vida. Tomar las riendas. Nadie va a hacer nada por mí.

—¡Yo sí! Busco protegerte y por lo tanto que si quiera tengas el pensamiento de exponerte me... —Se pasó una mano por el negro cabello. No tenía forma de expresarlo, pero se sentía hervir, así como la necesidad de moverse inquieto buscando una manera de volver a tranquilizarse—. Me hace sentir muy mal.

—¿Tú quieres que me encierren? —explotó la rubia tratando de controlar las lágrimas que estaban desesperadas por emergir—. Te quitaría un peso de encima, ¿verdad? Así ya no tendrías que preocuparte más por mí. ¡Yo no te mandé a cuidarme! Y no tienes ni la obligación, solo me conoces desde hace unos días. A ti qué te importa lo que me pase.

—Me importa mucho —contestó indignado el chico, como si le hubieran dicho el peor de los insultos.

—¡Ya deja de mentirme! ¡Deja de intentar “protegerme”! ¡No voy a regresar a mi torre!

De un gesto bastante brusco Pinhood la sujetó del antebrazo y tiró de ella para acercar sus rostros. Esta vez no era un acto de ternura, como anteriormente. El títere apretaba los dientes en un intento de abstenerse. La molestia y la indignación recorrían su cuerpo como lo hubiera hecho la sangre.

—Mañana vamos a partir a primera hora a Appletown —decidió entre dientes.

Y fue entonces cuando Snowzel no se limitó en lágrimas. Una tras otra fueron descendiendo por sus mejillas a causa de la sorpresa y la intimidación que el joven había causado en ella.

Pinhood reconoció el acto agresivo y la soltó recogiendo ambas manos encima de su pecho. Por un momento la ira lo había cegado.

—Perdón... —susurró, pero la chica no lo escuchó. Dio media vuelta y se alejó corriendo por el sendero.

Pinhood la observó, sintiéndose lastimado. Le dolía la situación, le dolía más darse cuenta de que con él Snowzel jamás había reído como lo hacía con Beast. Con su presencia, las lágrimas parecían ser evocadas. Apretó los dientes, ahora era la tristeza la que lo invadía y aumentaba su cólera. Dio un golpe hacia un árbol que tenía cerca con todas sus fuerzas, con todas sus emociones que desbordaban.

No lo ayudó a sentirse mejor.

Snowzel corrió hacia la parte trasera sin mirar atrás ni un momento.

—¡Beast! ¡Beast! —gritó apenas se detuvo. Su voz salía junto con los interminables sollozos y en ningún momento había dejado de lloriquear.

La enorme bestia emergió de entre los arbustos. A Snowzel no le importó nada, se fue contra sus brazos en busca de un refugio y consuelo.

—Vámonos, quiero tomar las riendas de mi propia vida... Quiero ir a buscar a Fairy.

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