《 Capítulo IV 》
Una vez la puerta de la morada se abrió. Distinguió a su amigo de frente. Lo miraba como si estuviera analizandolo, se encogió de hombros en su lugar, para esperar a que el otro lo invitara a pasar. Cosa que sucedió. Sintió vergüenza al notar como iba vestido, se sentía deplorable. Como si fuese un marginado pidiendo refugio y ayuda en el medio de una guerra. O tal vez no tan exagerado.
— Buen día. —Dijo José esbozando una sonrisa ladina, medio finjida.
— ¿Buen día? ¡Pero si son las 8 de la noche! —aspetó el otro.
El otro miró al cielo, como si estuviera demasiado dormido como para percatarse de que tenía razón. Agudizó la vista como si fuese un halcón y dijo:
— Con esta miopía que tengo es difícil distinguir incluso donde estoy parado. —el otro ni se río.— Vamos, pasa.
Sin pronunciar palabra alguna se adentró en la casa, pero primero se secó los zapatos en el felpudo que yacía en la entrada. Sintió la calidez del lugar. Todo parecía en calma. Todo, menos el mismo, que su corazón estaba muy acelerado.
Su mirada inspeccionó el lugar con detenimiento. Nada del otro mundo. Casa de dos plantas, todo tenía un toque retro y un color crema adornaba las paredes. A pesar de no ser la primer vez que iba, si era la primera vez que él mismo pedía ir.
Su amigo se quedó a un lado de él, esperando a que reaccionara. Se tocó los labios mientras ladeaba levemente la cabeza hacia un lado. Seguía inspeccionando, no necesitaba el consentimiento del otro para hacerlo, después de todo nadie se lo prohibía, pero ya se sentía incómodo. Giró para mirarlo, encontró al otro mirando las mangas de su sudadera, las que justamente se había acomodado antes de entrar. Rogaba porque no se diera cuenta.
Sus ruegos no sirvieron de mucho, puesto a que José tomó sus brazos, algo brusco. Y levantó las mangas de su sudadera, el otro ni se movió. Pudo ver raspones, marcas recientes, algunos moretones.
Y sangre.
La alarma en su cabeza comenzaba a sonar de manera ensordecedora. No quería que el viera eso, no de nuevo.
Solo pudo decir una cosa.
—Puedo explicarlo.
Notó rabia en los ojos del más alto. Sus ojos negros lo hacían ver incluso más intimidante. Porque, siendo realistas, desde el principio que sabía lo que había ocurrido.
No quería contarle. Pero al parecer no le quedó de otra. Cerró sus ojos unos segundos y cuando los volvió a abrir él seguía ahí, inmune, como una estatua.
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Su casa había estado vacía desde hacía ya un par de horas, a excepciónde de él mismo. Recién eran las 7 de la tarde. Se encontraba tocando tranquilamente el violín en su cuarto. Hasta que alguién tocó la puerta. De repente dejó de estar tranquilo.
Quería decir que la actual pareja de su madre había llegado. Eso no era para nada bueno.
Dejó con cuidado su preciado instrumento dentro de su estuche y silenciosamente se acercó a la puerta principal. Al instante recordó que las cortinas estaban abiertas de par en par. Y que para colmo el señor estaba mirando por esta y golpeó, una, dos, tres veces el vidrio de la ventana. Efectivamente ya lo había visto y esperara a que le abriera con una expresión para nada simpática.
No le quedó más remedio que asumir las consecuencias por hacerlo esperar y le abrió la puerta.
Aquel señor corpulento y barbudo entró a la residencia. Tiró encima del sillón su abrigo y rapidamente se dispuso a cerrar cada una de las persianas. Cuando esto estuvo hecho persiguió al menor por toda la casa y cuando por fin lo agarró le dijo:
— Eres un asco, ¿como te atreves a hacerme esperar así? Inútil hasta para abrir una puerta, ¿quién lo diría? —una sonrisa sacarrona se asomó en su rostro.– Rata inmunda.
Y una cachetada impactó contra el rostro del más joven.
— Por lo menos no soy un drogadicto.
Un golpe en las costillas y cayó al suelo. Se retorcía de dolor.
Era la primera vez que le respondía así. Y ya había firmado su sentencia de muerte. Tenía que irse inmediatamente.
Lo pateó, y además lo agarró de las muñecas con una sola mano, tan fuerte que lo lastimaba. Ese hombre estaba loco. Y a ese loco amaba su madre; su querida madre.
Lo arrastró como un saco de papas hacia la cocina, intentaba zafarse pero le era inútil. El adulto agarró un cuchillo que se encontraba en la mesada y elevó las muñecas del menor para seguidamente clavarle un poco el utensilio en la piel de las mismas. Gritó y gritó hasta que su garganta le dolió.
En un momento dado le propinó una patada al mayor, haciendo que este cayera de espalda al suelo. Aprovechó a correr y se se metió en su cuarto, cerrando con seguro. Aunque el hombre tenía una llave, así qué por eso mismo se apuró.
Guardó un par de cosas en una mochila, ropa, un poco de dinero y su celular. Agarró una sudadera y salió por la ventana, bajo por el tejado de la casa y sin importarle la distancia de la que tuvo que caer hasta el suelo, se mandó a correr. Durante su carrera le mandó un mensaje a la única persona con la que podía confiar en ese momento.
《Disculpa, ¿podría quedarme en tu casa hoy?》
Segundos después le llegó la respuesta.
《Claro, puedes quedarte.》
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Atónito por toda la información que tenía que procesar, José terminó de desinfectar las heridas del castaño y las había vendado delicadamente.
El del relato solo se encogió de hombros y suspiró pesadamente.
Lo miró con ojos levemente llorosos y comentó una última cosa antes de caer rendido.
— Ya no puedo más.
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