《 Capítulo III 》
Apacible.
Completamente ajeno a lo que ocurría a su alrededor. El bullicio de la sociedad que constantemente ataladraba su cabeza, ruido.
Solo podía pensar en dos cosas.
Primero, como acabar con ese vacio.
Y segundo, si el primero no funcionaba, buscar una salida fácil. Salida fácil a la que le gustaría no recurrir.
Una sonrisa se curvó en sus labios. ¿Como era posible que él siguiera pensando que las cosas podrían cambiar? Toda la gente a su alrededor la odia, menos los desconocidos. Se preguntaba una y otra vez que había hecho mal. Tal vez el simple hecho de existir era el problema.
¿Cuando fue la última vez que hizo un amigo? Recuerdos comenzaron rondar por su cabeza. Pequeños instantes, fugaces, que parecía que se perdían en las profundidades del tiempo y espacio, pero que sin embargo ahora empezaba a recordar. Como la primera vez que se miró en un espejo o durante el primer dia de escuela.
Algunas cosas irrelevantes. Otras que no tanto. Hasta qué.
Una cosa.
Una cosa importante.
O quizá alguien.
Ya casi lo tenía.
Un rostro conocido permaneció allí. Una cabellera negra cual carbón. Unas mejillas llenas de pecas y una agradable sonrisa. Y unos ojos azules...
No recordaba, se comenzaba a estresar por no poder hacer algo tan simple como eso. Se rindió.
Al menos lo intentó.
Miró por la ventana de el autobús. La lluvia comenzaba a caer. En el cielo se divisaban nubes que anunciaban que se aproximaba una tormenta. Con los auriculares en ambos oidos, pero sin oír nada; hacía ya rato que la música había parado de sonar.
Suspiró.
No pensaba volver a casa hoy.
Deseaba no volver jamás a aquella casa que le recordaba lo miserable que se había sentido en el pasado. Aunque sabía que realmente no valía la pena aferrarse a aquellos recuerdos insanos.
Minutos de silencio. Se hacían eternos. Cada minuto, cada segundo, parecía una eternidad que tardaba demasiado en terminar.
Durante el transcurso vio por la ventana a mucha gente. Personas que vivian sin temor a lo que ocurría a su alrededor, parecían despreocupados. Gente de avanzada edad que esbozaban sonrisas ante todos, o la mayoría. La chica que limpia vidrios de autos para poder comer. El jardinero. El chico pequeño que va caminando a la escuela. E incluso a las familias compartiendo momentos en las veredas y parques.
Se quitó los auriculares.
Quería sentir envidia de esa gente. Pero le costaba. No tenía derecho.
No notó cuando le llegó un mensaje al celular, había sido recibido hacía 4 minutos. Era de José.
《 Hey amigo, ¿Cuanto te falta?》
Miró la pantalla, lo meditó unos segundos y escribió rápidamente.
《 Ya estoy llegando, ntp.》
Pasó por delante de algunas casas más y anunció al conductor que se bajaba allí, luego se despidió. Y bajó.
La lluvia seguía callendo incesantemente. No había llevado paraguas.
No faltaba mucho para llegar a su destino. Llevaba solamente una sudadera azul por encima de una camiseta, junto a sus jeans. Y una mochila. No le había dado tiempo de agarrar más cosas.
No quería molestar a José con sus problemas. Y mucho menos mencionar el asunto. Seguro él lo entendería.
Pero cuando se hayaba justo en frente de la puerta, con su cabello oscuro alisado por la densa capa de agua que ahora lo cubría, le volvió a rondar por los pensamientos esa persona.
¿Quién demonios podía ser? No recordaba tener muchos amigos. Porque ni siquiera era muy bueno socializando en sí.
Se subió un poco las mangas de la sudadera para ocultar sus brazos.
Suspiró una vez más y tocó.
Se oyó un poco de ruido del interior.
Y la puerta se abrió.
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