Sus brazos se movían sin parar, haciendo unos movimientos suaves y fascinantes ante la vista de muchos. No se detenía. La música parecía fluir con naturalidad en el aire, provocando un sentimento de comodidad. No le gustaba el silencio, de hecho; lo detestaba.

Se movieron de aquí para allá, provocando sonidos profundos y marcados. El arco se deslizaba delicadamente, pero con rapidez por las cuerdas del instrumento. Estaba sumamente concentrado en la melodía, sumido en sus pensamientos.

Profundo. Muy profundo en su mente. Como siempre solía hacer al tocar.

Preguntándose cosas. Cosas que prefería no encontrar la respuesta. Cosas que le hacían dudar de su propia consciencia.

Notas resonaban en sus oídos.

Resonaban preguntas.

Dudas aquí, dudas allá.

¿Donde se hallaban las respuestas? Tal vez, en la tristeza y rencor que perduraba en su ser. O tal vez, en la música. Su última esperanza para conservar la paz.

Sonidos agudos. Sonidos graves. Escalas precisas. Se adaptaban a cualquier sinfonía.

Su vida era una canción, una canción lenta y profunda, en la cual se hayaban escondidos miles de recuerdos y lamentos.

Una canción triste y gris.