Capitulo Siete.
¿Alguna vez has sentido esa extraña sensación que te eriza los vellos de la nuca y te dice, como si de un sexto sentido se tratase, que alguien estaba observándote desde algún lugar?
Yuma estaba experimentando esa sensación mucho últimamente.
Recostado en la tumbona, la cual se había convertido rápidamente en su lugar favorito de la casa, intentó simular estar concentrado en el libro en sus manos. Era difícil, realmente difícil cuando podía sentir esa mirada justo sobre él. Releyendo por tercera vez la misma frase, pero sin comprenderla otra vez, un suspiro abandonó sus labios. Obviamente, si no se deshacía de sus vellos erizados, no iba a lograr terminar su lectura del día.
Bajando el libro un poco, observó sobre el borde de sus hojas, encontrándose con los negros y tiernos ojos que lo miraban desde el final del asiento.
—Está bien, ¿Qué sucede? —dijo finalmente, sonriendo un poco cuando la cola del animal se agitó con entusiasmo.
Choco era realmente un perro grande, y la cantidad excesiva de pelo en todo su cuerpo solo lo hacía más imponente y esponjoso. Pero contrario a su tamaño, no solo era increíblemente dócil, sino que parecía obsesionado con obtener la atención de Yuma. Él literalmente podía quedarse todo el día allí sentado, solo observándolo, esperando por una caricia.
Aunque al inicio le había tenido cierto recelo, Yuma había logrado adaptarse al oso-perro.
Contento de finalmente ser reconocido, Choco se acercó a él con un paso saltarín. Una vez que estuvo a su lado, el hecho de que llevaba algo en su boca fue obvio para Yuma.
—¿Qué tienes ahí? —preguntó, extendiendo su mano abierta en espera de que se lo diera—. ¿Es tu pelota? ¿Quieres que la tire para ti?
Lo que cayó en su mano no fue una pelota, sino que eran un par de medias negras. Aun sin mirarlas mucho, Yuma sabía que no eran suyas y por lo bien dobladas que estaban, suponía que habían sido tomadas de un cajón o algún lugar así.
Volvió a mirar a Choco—. ¿Te confundiste o quieres dedicarte a la vida de delincuencia a partir de ahora? —bromeó.
Choco solo movió la cola hacia él, mirándolo demasiado orgulloso para ser un perro.
—Ve a buscar la pelota —dijo, alcanzando a acariciarlo antes de señalar a la casa—. La pelota, ve por ella y jugaremos.
Pareciendo comprender, el perro tonto salió al trote al interior de la casa. Volviendo a ver las medias en su mano, suspiró y las dejó a un lado. Se las devolvería a Matt luego, o quizás solo las dejaría donde pudiese encontrarlas, después de todo, había sido su perro quién las había robado. Quizás Choco tenía tendencia a robar cosas y Matt había olvidado mencionarlo.
Cuando Choco trajo la pelota pedida, el tema de las medias se le olvidó.
Eso fue hasta que Latte entró en la noche a su habitación, arrastrando algo por el suelo antes de subirse a los pies de su cama y dejar su carga allí. Al principio había estado bastante confundido, pero cuando se sentó y echó un vistazo a su invitado no-invitado estuvo aún más desconcertado.
Sentada al final de la cama, Latte movía la cola con entusiasmo mientras aferraba lo que parecía ser la manga de una camisa azul. Bostezando con pereza, Yuma se enderezó y la miró, frunciendo el ceño cuando Latte comenzó a empujar la tela hacia él, como si quisiese dársela.
—¿Qué trajiste, bonita? —alcanzando la prenda, le echó un vistazo, pero solo con el tamaño se dio cuenta que no pertenecía a su closet. Volviendo al perro, suspiró—. ¿Ustedes dos tienen la manía de robarle cosas a su dueño o qué? ¿Por qué me traes la camisa de Matt?
Ella lloriqueó, volviendo a empujar la prenda hacia él.
Suspirando, tomó la misma de ella, viendo lo feliz que parecía con el gesto—. Ya, gracias, supongo —dijo, alcanzando a acariciar su cabeza—. Me la quedaré por ahora, pero debo devolverla luego, así que ya no me traigas cosas de tu dueño, ¿sí?
Y eso fue suficiente para que ella bajase de la cama y se echase perezosamente en la alfombra, pareciendo feliz y orgullosa de su acto.
Doblando la camisa ordenadamente, Yuma la dejó a un lado, sintiéndose confundido mientras volvía a recostarse en su almohada.
Pero desde ese día, ambos perros siguieron llevándole cosas aleatorias todo el tiempo. Yuma devolvió cada una de esas cosas cuando ellos no le veían, preocupado de decirle al rubio sobre ello para que no aleccionara a los chuchos. Pero eso llegó a un punto limite cuando una mañana ambos perros trajeron un zapato de Matt y se detuvieron frente a él, viéndose como si hubiesen hecho la acción del año.
Yuma no podía estar más confundido que en ese instante.
—¿Matt? —llamó al rubio, quién se detuvo a mitad de preparar el desayuno para girar a mirarlo. Aun viendo a los perros, habló—. Creo que tus perros se desconfiguraron.
El otro lo miró de forma extraña—. ¿De qué hablas?
Hizo un gesto a los animales, los que aun llevaban su presa en la boca—. Míralos tú y dime si es normal que hagan esto.
Aun cuando se veía confundido como el infierno, Matt dejó el paño de cocina que había estado sosteniendo sobre el desayunador y se acercó. Echándoles una mirada a sus mascotas, frunció el ceño aún más, dándole la respuesta a Yuma antes de que siquiera hablara.
—¿Esos son mis zapatos?
Yuma se encogió de hombros—. Míos no son.
—¿Por qué tienen mis zapatos? —preguntó a nadie en especial, viéndose desconcertado—. Ellos no han robado ni destrozado nada desde que eran cachorros, ¿Qué infiernos están intentando ahora?
—No creo que ellos quieran romperlos, me han estado trayendo cosas por días. —admitió—. Medias, camisas, pantalones, trajeron un marco de foto un día y hasta un reloj despertador. He estado devolviendo todo a tu habitación cuando no miras, pensé que iban a detenerse por sí mismos en algún momento, pero esto solo parece estar escalando.
Matt lucía desconcertado con sus palabras.
—Voy a asumir que nunca habían hecho algo así antes.
—No —el rubio negó—. ¿Solo han tomado mis cosas? ¿Nunca las tuyas?
—Siempre son tus cosas y siempre parecen tan malditamente orgullosos cuando las acepto.
Rascando distraídamente su nuca, se encogió de hombros—. Quizás piensan que no tienes suficiente ropa o cosas.
Extendiendo su mano, Yuma aceptó ambos zapatos, mirándolos con el ceño fruncido—. Si quieren que use estas cosas, podrían al menos traerme los dos del mismo par —murmuró, viendo que uno era negro y el otro marrón—. De todas formas, es extraño que lo hagan si jamás lo habían hecho antes.
Matt lo miró, pareciendo pensativo por un largo rato—. Quizás es porque estas herido —dijo, y pareció complacido con esa explicación—. Puede que piensen que tú no puedes obtener las cosas por ti mismo, así que intentan proporcionarte lo que piensan que es importante.
Mirando a los dos cachorros que ahora parecían demasiado felices, Yuma frunció el ceño—. ¿Son así de inteligentes?
—Son más inteligentes que muchos humanos que he conocido.
Aceptando la explicación del rubio como un hecho, Yuma comenzó a aceptar las cosas que los dos peludos siguieron llevándole, devolviéndole todo a Matt cuando ellos no miraban. Todos parecían felices con ese trato, por lo que fue fácil caer en esa rutina.
La paz se asentó en la casa y de alguna forma, la convivencia logró convertirse en una especie de amistad pacífica.
Y la paz duró hasta que el grito de Yuma traspasó la casa.
—¡MAAAAAAATT!
Deteniéndose a mitad de su afeitado, Matt arrojó la maquinilla dentro del lavabo cuando corrió fuera del baño y hacia la habitación del más joven, el sonido de las patas de los perros le siguió de cerca. Una vez en la puerta, se lanzó dentro, deteniéndose al ver a Yuma revolverse entre las sábanas como si pulgas estuviesen atacando su cuerpo.
Cuando esos ojos negros se posaron en él, furia hirviendo los tiñó.
—¡Tú! —Yuma rugió, señalándolo como si estuviese acusándolo de un crimen imperdonable—. ¿Qué infiernos pusiste en el batido de frutas que bebimos anoche?
Sintiéndose desbalanceado ante la pregunta sorpresiva, tardó un instante en responder: — Manzana, banana, kiwi-
—¿¡KIWI!? —interrumpió. Y la palabra sonó como si Matt hubiese dicho que había colocado sangre humana en la bebida. Con el rostro rojo, Yuma lo fulminó con la mirada al tiempo que comenzó a rascarse sobre la ropa—. No puedo comer kiwi, soy alérgico al níquel, ¿acaso no estaba eso en el informe médico que te dieron?
—¿Níquel? —repitió incrédulo—. ¿Esa alergia existe?
Quitándose la camiseta de pijama sobre la cabeza, Yuma la aventó a través de la habitación, dejando a la vista un perfecto pecho blanco que ahora estaba cubierto de grandes manchas rosas que comenzaban a irritarse bajo el constante rascado.
—Tu dime si existe o no —dijo—. ¡Me pica!
Mierda, parecía como si alguien hubiese lanzado agua hirviendo sobre su cuerpo, su piel estaba coloreada en todas direcciones, como si hubiese llegado a cada pequeño espacio.
—¡Matt! —Yuma urgió cuando no se movió un centímetro—. ¡Haz algo, bestia!
Sacudiéndose el aturdimiento, se apresuró a su lado, deteniendo sus manos de arañar esa perfecta piel de nuevo—. Espera, sol, vas a terminar lastimándote —dijo, mirando alrededor: — ¿Tienes algo para estos casos? ¿Alguna crema o medicamento que ayude?
Viéndose tan lastimoso como un cachorro, Yuma asintió—. Si, hay una caja de antihistamínicos y una crema en el botiquín, ambas cosas tienen la palabra níquel escrita fuera —indicó, revolviéndose—. Había olvidado lo mucho que picaba esto.
—Espera un momento, sol, no te rasques —ordenó. Pasando a un lado de los perros que miraban todo con preocupación, Matt entró al baño y rebuscó en el botiquín, encontrando con facilidad ambas cosas, solo deteniéndose un instante para ver que había más cosas etiquetadas diferentes, antes de regresar—. Yuma, no te rasques.
El susodicho se revolvió, pareciendo demasiado incomodo. Tomando una botella de agua del pequeño refrigerador que estaba ubicado en la esquina de la habitación, puso una pastilla en la mano del joven, viéndolo beberse gran parte del agua con ella. Las ronchas no eran grandes, pero había varias esparcidas por su pecho, brazos y espalda, por lo que Yuma ni siquiera rechistó cuando Matt comenzó a untar la crema en las zonas que sabía que no llegaría. El suave frescor en sus dedos le dijo que se trataba de un ungüento mentolado, la expresión de alivio del pelinegro solo lo secundó.
Era irónico que finalmente hubiese podido poner sus manos sobre el otro y fuese de esta manera y por su culpa.
Su maldita culpa.
Dejándose caer de rodillas frente al más joven, puso crema con cuidado sobre la roncha en la parte superior de la delicada mano mientras hablaba: — Lo siento. —musitó—. Tu historial no especificaba esa alergia, pero debí preguntarte, fue mi error, realmente lo siento.
Ahora más calmado, Yuma lo observó por un largo instante y suspiró largamente: — Está bien, no fue tu culpa —dijo—. Tengo demasiadas alergias para enumerarlas, esto podía pasar en cualquier momento. En realidad, me asombra haber llegado tan lejos sin una reacción accidental.
—No deberías tener que pasar por esto, debí tener más cuidado. —se estaba golpeando a si mismo por dentro—. Esto es parte de mi trabajo, debería poder tener todo bajo control cuando se trata de ti.
Pudo sentir la mirada de Yuma sobre él, punzante y atenta, pero estaba demasiado concentrado en intentar darle alivio a lo que obviamente había sucedido por su propia negligencia. Se había confiado en lo que el archivo medico enumeraba, olvidando completamente revisarlo junto a Yuma por si algo se le escapaba. Era rutina, los accidentes podían ocurrir en cualquier momento y muchas alergias podían ser malditamente peligrosas, no podía tener este tipo de deslices.
Sus movimientos se congelaron cuando la toalla alrededor de su cuello se deslizó fuera antes de regresar, pasando por su rostro y eliminando lentamente los rastros de espuma de afeitar que había olvidado que aun llevaba en las mejillas y parte del cuello.
—Siento haberte interrumpido —Yuma musitó, una media sonrisa sin gracia curvando sus labios—. Estaba furioso cuando desperté con tanta comezón, pensé que lo habías hecho adrede.
—¿Por qué alguien te haría algo como esto adrede?
—Porque al parecer es graciosísimo para quién no lo sufre. —susurró bajo su aliento, sacudiéndose un instante después: — Pero si te interesa saber, también soy alérgico a los mariscos. Por lo demás, creo que ya eres consciente de todas mis alergias alimentarias.
—¿Tienes otro tipo de alergias?
Haciendo una mueca, pareció meditarlo antes de hablar: — Al polen, ácaros del polvo, moho, a los mosquitos, abejas, y a algunas otras plantas en específico, la reacción es diferente.
Dejándose caer hacia atrás, su trasero impactó con el suelo mientras miraba al chico con incredulidad—. ¿Cómo es que no estas viviendo dentro de una burbuja para ahora?
Por primera vez en el tiempo que llevaban conviviendo, Yuma le sonrió directamente y parecía genuinamente divertido con su reacción—. No es tan malo como suena, la mayoría son cosas fáciles de evitar —dijo—. Otras solo me provocan estornudos o picazón. La más peligrosa es la de los frutos secos, mi garganta podría cerrarse si los consumo.
—Frutos secos, anotado —asintió—. ¿Tienes algún Epipen contigo?
—Hay una caja en el botiquín del baño.
Matt asintió, sintiéndose más tranquilo con esa información—. Tomaré un par para tener conmigo si no te molesta —dijo—. Por precaución.
Los delgados hombros se encogieron—. Seguro.
Dicho eso, se dedicó a cubrir cada mancha con una fina cantidad de la crema en sus manos, preguntándose internamente si debía intentar conseguir otro bote de la misma. No tenía idea de como funcionaba esta alergia, antes de que Yuma lo señalase, nunca había pensado que alguien pudiese sufrirla.
—No te veas tan culpable, desaparecerá para mañana —Yuma musitó, pareciendo captar su preocupación.
Matt asintió distraídamente a sus palabras, pero aun no podía sacudirse el peso que se había asentado en su estómago. Una vez que todo estuvo cubierto, tapó el pote en su mano, sonriendo un poco al ver el alivio en esa bonita cara. Yuma era realmente hermoso, aun cubierto de manchas rosáceas, su belleza podría aplastar a más de un modelo de alta costura.
Y aunque le hubiese gustado decir que era ese rostro el que lo atraía, Matt sabía que era esa extraña fragilidad envuelta en indiferencia lo que lo arrastraba cual polilla a la luz.
Las palabras de Noah flotaron dentro de su mente mientras lo miraba, lo que le hizo finalmente sacudirse y disculparse para ir a preparar el desayuno. Una vez en la cocina, miró los ingredientes que allí tenía y se detuvo. Sacando su teléfono de su bolsillo, buscó información sobre la alergia al níquel, apresurándose a anotar todo en su pequeña libreta para asegurarse de no volver a cometer el mismo error.
"... el níquel también puede presentarse en diferentes joyas en pequeñas cantidades que pueden ocasionar una reacción en la persona alérgica".
Bajando la mirada a su muñeca, se quitó el reloj que había llevado desde su adolescencia antes de hacer lo mismo con el collar que descansaba sobre su pecho y el arete en su oreja, arrojándolos dentro del cajón de su mesa de noche. No tenía idea si contenían níquel, pero no estaba arriesgando la salud de Yuma nuevamente.
Cuando escuchó a Yuma acercarse a la cocina, ni siquiera se molestó en intentar ayudarlo. Ya le habían gruñido lo suficiente en ese aspecto como para que le quedase claro. En vez de eso, solo lo observó balancearse con sus muletas a través del espacio. Se había vestido con un pijama de seda negra, que Matt supuso, ayudaba a no provocar los focos de alergia. Choco y Latte iban un paso detrás, mirando cada movimiento como si esperasen que algo sucediese para correr a auxiliarlo.
Esperando hasta que finalmente llegó al sofá y se sentó, Matt se acercó a él.
—¿Puedo preguntarte algo?
Resoplando por el trabajo que había hecho para llegar hasta allí, Yuma lo miró: — Ya lo estas haciendo.
—Graciosito —se quejó antes de subir su teléfono—. Aquí dice que no deberías consumir café, pero te he visto beberlo antes.
Una de esas perfectas cejas se arqueó—. ¿Cuándo exactamente me has visto?
Eso lo hizo pensar, enumerando en su mente todas las escenas en su memoria de Yuma con una taza de café en sus manos. Pero aun si lo intentaba con fuerza no podía recordar verlo beber realmente. Solo una vez, en la cafetería, cuando se reunió con Noah para hablar de la familia de este último, pero solo habían sido unos sorbos.
—No suelo beberlo —el pelinegro aclaró su pensamiento—. Solo finjo hacerlo.
—¿Eh?
Rodando los ojos, Yuma suspiró, acomodando su pie en un cojín antes de hablar distraídamente—. Mis hermanos solían burlarse de mí por mis alergias —explicó—. Así que he estado simulando no tenerlas por un largo tiempo. Además, he descubierto, que por alguna razón que desconozco, beber café ayuda en temas de negociaciones. Creo que a las personas les resulta de alguna forma confiable alguien que beba café, así que a veces, si la ocasión lo amerita, bebo algunos tragos y luego me lleno de antialérgicos.
—Eso no parece muy saludable. —frunció el ceño.
—Está bien, puedo controlarlo con mis medicinas, así que no es un problema muy grande. —dijo—. Además, teniendo en cuenta mis habilidades nulas en los negocios, necesito toda la ayuda que pueda obtener. Y si beber café hace que otros confíen en mi más fácilmente, entonces lo haré.
A Matt realmente no le gustaba nada la idea de que Yuma sufriese cualquier tipo de incomodidad por más pequeña que fuera, pero al mismo tiempo, sabía que, en ese instante, era mejor tragarse su comentario. Yuma parecía comenzar a abrirse con él, estaba contándole cosas con facilidad ahora, temía que, si lo presionaba demasiado, sería lanzado fuera nuevamente.
No, él solo lo cuidaría desde la distancia a partir de ahora. Tenía la esperanza de que, en un futuro próximo, el escenario y su relación sería diferente.
Él solo podía soñar con eso.
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