Capitulo Dos.
Mirando los números plasmados en los papeles en sus manos, Yuma intentó no perder la poca cordura que aún le quedaba mientras observaba lo que se veía como la maldita bancarrota.
Él estaba en un lío enorme en muchos aspectos. Cuando su madre lo había arrojado fuera, había salido prácticamente con lo puesto y la única cuenta bancaría que ella no había podido congelarle. Ese dinero era el que había ganado por sí mismo en sus trabajos esporádicos, sus ahorros. Y habían sido esos ahorros los que había utilizado para mantener la empresa funcionando.
Gracias a su hermana, su inversión se había evaporado como si se hubiese tratado de un sorbo de agua en el desierto. Había logrado apaciguar la crisis en aumento, pero la fuga de dinero había sido demasiado grande, ya no quedaba nada.
Bajando la carpeta, soltó un largo suspiro y aceptó para sí mismo que Kira, nuevamente, había ganado.
Ella siempre ganaba, no entendía porque estaba sorprendido. Cuando se trataba de él, Kira siempre había tenido la ventaja. Durante toda su vida, siempre se había sentido como si fuese una pequeña hormiga bajo la suela de sus tacones, temeroso, esperando el momento en que ella se aburriese y finalmente bajase el pie, aplastándolo. Era dueña de su vida y de su muerte, como ella lo había dicho una vez, Yuma solo seguía respirando por la bondad de su corazón.
Al parecer, esa bondad se estaba desvaneciendo.
Como un científico sádico, ella había comenzado a joder con su cabeza primero, llevarlo al fondo para luego poder pisotearlo y acabar con él. Sabía cómo funcionaba su mentalidad, Yuma estaba esperándola.
Los papeles rozaron sus manos, el suave ardor logró que mirase la palma de su mano, viendo la piel maltratada que ya había formado un moratón alrededor del raspón que comenzaba a secarse. Ni siquiera se había dado cuenta de eso cuando había caído, estaba demasiado sorprendido por el hecho de que, si no fuese por los rápidos reflejos de su secretaria, estaría en la mesa de un forense para ese instante.
Poniéndose de pie, rebuscó en su botiquín por un antiséptico antes de volver al escritorio. En el momento en que el spray del frasco esparció medicamento sobre la herida, su celular sonó con una notificación. Curioso, ya que prácticamente nadie le enviaba nada, miró la pantalla y se congeló.
"Alerta de movimiento en el sector B".
El sector B era el jardín trasero. Soltando el frasco de antiséptico, tomó su celular y abrió la cámara, diciéndose a si mismo que podría ser solo un animal vagando por allí el que había activado la alarma. La pantalla le devolvió la imagen de un jardín tranquilo y vacío. Tenía una sola cámara fija fuera, una que abarcaba toda el área y no podía ver nada allí.
[Seguro fue una polilla] se dijo a si mismo [O algo que paso frente al sensor, nada de qué preocuparse].
¡Boom!
El sonido de cristales haciendo trizas hizo eco en la casa, haciéndole dar un salto sorprendido y que girase a mirar la puerta cerrada. En su celular, una nueva notificación sonó, advirtiéndole de una nueva alerta de movimiento en otro sector de la casa. De pie allí, congelado, su mente comenzó a maquinar a mil pensamientos por segundo. Había sonado como la ventana de la sala, lo sabía porque era la tercera vez en el último mes que alguien la había roto.
Sacudiéndose el estupor, movió sus dedos por la pantalla de su celular, cambiando a través de las tres diferentes cámaras que había en la casa. Más allá de algunos vidrios rotos esparcidos por el suelo de su sala, no pudo ver nada más, pero algo le decía que quien estaba allí, sabía dónde estaban las mismas. Lo cual, no hizo nada por calmar su jodido corazón acelerado.
Marcando el número de emergencias, se movió para ocultarse bajo su escritorio mientras llevaba el aparato a su oído. La voz de la operadora fue como música para sus oídos, pero antes de que pudiese abrir la boca, la llamada se cortó. Frunciendo el ceño, apartó el teléfono de su oído y miró la pantalla, sorprendido al ver que no tenía señal.
Apenas logró morder la maldición que quiso salir a través de sus labios.
Obviamente, quién estuviese fuera, no era un simple ladrón.
Habían pasado dos días desde lo del auto en el estacionamiento, obviamente, Kira no estaba teniendo paciencia ahora. No tenía idea de porque ella había comenzado a ser tan malditamente violenta ahora, que la había hecho cambiar y querer simplemente asesinarlo. Pero si esa era su idea, sus manos no temblarían y su plan no fallaría.
Mirando la pantalla de su teléfono por un instante, sacudió la cabeza. Si iba a irse esa noche, no se iría sin pelear.
Saliendo de debajo del escritorio, se movió por la habitación, sacando uno de los viejos palos de golf de su abuelo, los cuales por alguna razón se había negado a arrojar fuera y que ahora agradecía haber conservado. Sus pies descalzos apenas hicieron un sonido de susurro mientras se movía para pararse detrás de la puerta. Sus oídos agudizados, intentaron captar cada pequeño movimiento, esperando escuchar a alguien acercarse.
Estaba aterrado ahora, todo su cuerpo temblaba y sus manos sudadas apenas podían sostener el palo de golf, pero quién lo viese, no podría haberlo adivinado jamás. Él estaba usando todas sus largas clases de actuación para no parecer un cobarde.
Tomando un largo respiro, meditó sus opciones, sus escasas opciones, y maldijo interiormente otra vez. La casa era antigua y había sido la residencia de dos ancianos, por lo cual, cuando la puerta de emergencia se había roto, esta solo había sido sellada y no se había construido una nueva. Lo que quería decir, que solo había una puerta para salir.
¿La peor parte? El único camino hacia esa preciada libertad era la maldita sala.
Pensando rápidamente, trazó un camino diferente. Sabía que la ventana de su habitación daba al tejado, si podía moverse a través de este y saltar al suelo, cruzar el jardín hacia la casa del vecino no sería una tarea tan difícil. Solo tenía que correr por el pasillo y hacia la izquierda para llegar a su dormitorio. No se escuchaba como una tarea difícil, y no lo sería si no estuviese tan asustado.
Abriendo la puerta lentamente, echó un vistazo al pasillo en penumbras, intentando ver algo antes de deslizarse fuera. Sus pies se hundieron en la alfombra que decoraba el suelo, sus ojos eran enormes en su rostro mientras miraba en todas direcciones, rogando interiormente poder llegar a su destino.
Debió saber que no sería tan fácil.
Cuando las luces se apagaron a su alrededor, su cuerpo entero se congeló. Odiaba la oscuridad, realmente la odiaba desde el fondo de su corazón. Sabía que debería correr, era lo más obvio a hacer, pero su cerebro estaba en alerta y su cuerpo se negaba a responderle. De pie allí, pegó su espalda a la pared y lloriqueó lastimosamente. Todo estaba demasiado oscuro, todo era...
El suave sonido de pasos comenzó a subir las escaleras, la silueta de una persona comenzó a tomar forma en la oscuridad. Sus manos temblaron alrededor del palo mientras lo veía acercarse, el suave vestigio de una luz exterior se coló para hacer brillar el arma en su mano cuando esta fue elevada en su dirección.
—Tu hermana te ha enviado un mensaje —dijo, y por más que Yuma intentó, no pudo reconocer la voz del otro, no lo conocía—: "Tu vida y tu muerte depende de mí, Yuma, no debiste olvidar eso".
¡Al infierno si él era su maldita propiedad!
Moviéndose, giró el palo entre sus dedos y golpeó la muñeca del hombre frente a él, el sonido del arma hizo eco mientras resbalaba por el suelo hacia las escaleras. Aprovechando el momento de distracción, se movió para escurrirse lejos antes de comenzar a correr en dirección contraria. Escuchó al otro gritarle, pero no se detuvo hasta que llegó a su dormitorio y pudo cerrar la puerta.
Soltando el palo en su mano, se apresuró a la ventana, abriendo la hoja antes de sacar sus pies fuera. Una mirada abajo, le dijo que sería una dolorosa caída si resbalaba, pero el sonido de pasos acercándose lo apresuró a moverse.
Sus pies descalzos dolieron al pisar las tejas, pero no se detuvo hasta el borde, echando un vistazo al jardín oscuro debajo. Mirando alrededor, intentó encontrar una forma segura de bajar. El sonido del disparo fue tan sorpresivo que no pudo hacer más que apresurarse a saltar. El ardor en su brazo nubló el dolor agudo que siguió al tronar de su pierna.
Él aún no se estaba rindiendo.
Enderezándose, se apresuró, medio arrastrando su pierna, medio saltando, hasta que se pegó al lateral de la casa y cruzó el jardín. En su vida, jamás había estado más feliz de ver a su ruidoso y desordenado vecino.
Él no moriría aún.
—Debemos operar, Sr. Vosbein.
Mirando la bonita mujer de pie frente a él, vistiendo la pálida bata distintiva de los médicos, Yuma intentó no mostrarle el horror que esas palabras le habían infundido. Había despertado en una de las camillas de urgencias en el hospital central un par de horas antes, según lo que le habían dicho, sus vecinos habían llamado a emergencias en el momento en que lo vieron ensangrentado. Los médicos no habían perdido el tiempo con él y luego de un montón de estudios, finalmente había sido puesto en una habitación y su brazo había sido atendido debidamente.
Y ahora le decían esto.
Estrechado sus ojos, intentó leer el nombre bordado en un lado de la bata, pero sin sus lentes, era simplemente un caso perdido. Con un suspiro, volvió a ver los ojos oscuros de la mujer que lo había tenido de un lado a otro desde que había llegado e intentó razonar con ella.
—Se trata solo de una fractura —dijo, porque había escuchado perfectamente el hueso tronar en su caída—. ¿Por qué no me ponen un yeso y ya?
—Es un poco más complicado que eso —ella dijo con paciencia—. Se trata de una fractura con desplazamiento. Seguramente, fue una fractura limpia al inicio, pero al seguir en movimiento el hueso se movió. Debemos volver a ponerlo en su lugar.
—¿No puedes solo jalarlo y ponerlo en su lugar como en las películas?
Ella negó—. En las películas, usan ese truco cuando un hueso se disloca —dijo—. Y aunque podría ser plausible, en este caso, prefiero operar y estar segura de que no te quedará una cojera de por vida.
Yuma maldijo en su interior. Obviamente, había sobrevivido, pero no había ganado. Nunca ganaba.
—Necesito que firmes el permiso para realizar la operación —ella dijo con suavidad, tendiéndole la tablilla y un bolígrafo—. Y creo que sería buena idea si pudieses llamar a alguien como acompañante.
Mirando el documento en su mano, respondió con voz llana: — No hay nadie a quién llamar.
—¿Tus padres? ¿Hermanos? ¿Primos? ¿Nadie puede venir?
—No tengo a nadie. —repitió, con un poco más de énfasis mientras garabateaba su firma al final del documento y se lo devolvía.
Ella lo observó con un extraño brillo triste en su mirada—. ¿Algún amigo? ¿Alguien en quién confíes para cuidar de ti mientras dure la recuperación?
Yuma abrió la boca, dispuesto a volver a negar, pero un nombre voló en su mente y le hizo detenerse.
—Confía en mi en esto, necesitarás a alguien contigo a través de esta situación —ella presionó—. Si hay alguien que pueda venir, entonces llámalo.
—No tengo teléfono —dijo—. Lo dejé caer en algún momento, no sé ni donde terminó.
Ella caminó hasta el pequeño armario de la habitación y sacó una bolsa del interior antes tendérsela—. Tus vecinos trajeron algunas de tus cosas antes —dijo—. Una enfermera las puso aquí por si las necesitabas, quizás tu celular este ahí.
Era una esperanza vana, pero en realidad, no estuvo sorprendido de realmente encontrar el aparato allí, recordaba ponerlo en su bolsillo en algún momento, pensaba que se lo había perdido en la caída. Milagrosamente, cuando presionó el botón de encendido, la pantalla realmente se abrió y la señal estaba completa.
—Haz tu llamada —ella pidió—. Esperaremos hasta que tu compañía llegue antes de comenzar.
Yuma asintió, observándola irse antes de volver a su teléfono. Se quedó observando las cuatro letras escritas allí hasta que la pantalla se oscureció levemente y tuvo que poner su dedo sobre ella para volver a encenderla. A pesar de haber sido criado por personas dañadas emocionalmente, Yuma sabía identificar un alma bondadosa cuando la veía.
Sabía que podía encontrar una mano amiga allí, pero al mismo tiempo, se sentía como si estuviese a punto de lanzar suciedad sobre un rosal frondoso. Noah estaba limpio de esta mierda, él finalmente se había librado de todo el peso de su familia disfuncional, ¿Qué derecho tenía él de lanzarle su propio equipaje y esperar que lo ayudase?
Pero al mismo tiempo, ¿Qué otra opción tenía?
Oprimiendo el botón de llamada, llevó el aparato a su oído y escuchó los pitidos al otro lado, contando tres antes de que una dulce y adormilada voz respondiese: — ¿Hola?
Cerrando los ojos, Yuma se repitió a si mismo que no podía hacer otra cosa en ese momento. Quizás, solo podía pedir ayuda por una vez y luego alejarse nuevamente. Noah y él jamás habían sido los amigos más cercanos, él podía tomar su ayuda ahora y pagarla más adelante. Él podía hacer eso.
—¿Hola? —esta vez, la voz de Noah se escuchó más clara, como si estuviese un poco más despierto—. ¿Yuma, eres tú? ¿Qué sucede?
Mirando la hora en la pantalla de su celular, soltó un suspiro largo y habló con una voz que sonó demasiado rota hasta para él—. Noah —musitó—. Lamento molestarte... pero no tenía a nadie más a quién llamar.
Escuchó movimiento de estática al otro lado, una voz apagada que se quejó al fondo seguido de un suave balbuceo infantil—. ¿Qué sucedió? ¿Por qué te escuchas tan apagado? —preguntó—. ¿Estás herido? ¿Dónde estás?
El balbuceo se transformó en llanto y Yuma maldijo—. Lo siento, Noah, no era mi intención molestar a tu familia —musitó—. Vuelve con tus hijos, y disculpa la interrupción.
Darius dijo algo al fondo y el llanto se alejó antes de que Noah volviese a hablar con él—. Darius está cuidando de ellos, Yuma, de todas formas, ya es hora de su biberón nocturno —dijo, su voz tenía una calma que logró asentarse en el corazón del oyente—. Mejor dime que te sucede, jamás me llamarías tan tarde si no fuese algo importante. ¿Sucedió algo?
Aunque abrió la boca para hablar, los años de condicionamiento donde la voz de su madre le recordaba una y otra vez sobre ocultar cualquier debilidad del mundo, hicieron eco dentro de su mente, impidiéndole decir una palabra. Si hablaba, sería exponer lo mal que estaba realmente, y si no podía reparar sus propios problemas por su cuenta, de que valía que...
—¿Yuma? —la voz suave llamó su nombre, con un tono tranquilo y calmante—. Comienzas a asustarme ahora, habla conmigo, ¿sí? Dime que sucede.
Eso lo hizo quebrarse. Ese tono, esa sensación de calidez. Habían pasado demasiados años desde que alguien le habían enseñado ese grado de bondad.
Con un dolor en la boca de su estómago y las voces de sus padres gritando en su cabeza, dijo las dos palabras que más miedo le daba pronunciar: — Necesito ayuda.
Le contó todo lo que había sucedido, desde el lío en la fábrica, lo sucedido en el estacionamiento hasta lo que había sucedido esa noche, no dejó ningún detalle afuera porque, aunque hubiese querido, seguramente no habría podido detenerse de seguir hablando. Para cuando terminó de hablar, se sentía exhausto, como si hubiese corrido una maratón y no se hubiese detenido siquiera a respirar.
Al otro lado del teléfono, la voz de Noah se volvió más firme y decidida—. Estaré allí en quince minutos, ¿sí?
Sacudió la cabeza sin poder detenerse—. Tus hijos...
—Darius puede hacerse cargo de los niños por unas horas, no te preocupes por ellos —dijo con seguridad mientras el sonido de movimiento delataba que estaba poniéndose de pie—. Sin importar tus intenciones personales, tú me ayudaste en su momento, ahora voy a ayudarte yo en respuesta, ¿sí? No estás solo en esto, Yuma.
Mordiéndose el labio con fuerza, se impidió a si mismo que las lágrimas cayeran por sus mejillas—. Gracias, Noah.
Cortó la llamada luego de eso, pero no tuvo que esperar demasiado para ver a Noah cumplir su promesa. Aun delgado y delicado, el otro era una fuerza a tener en cuenta, y perdido como se sentía, Yuma solo se dejó arrastrar por esa corriente.
Recibir un poco de ayuda, quizás no era tan malo.
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