Capitulo Cinco.
8:00am.
Sacudiendo ligeramente el frasco que había tomado de su maleta, Yuma sacó dos pastillas del interior y las lanzó a su boca, bajándose la mitad del vaso de agua detrás de ellas. Últimamente se había percatado de que no tenía la alta tolerancia a tragar medicamentos como había pensado al inicio.
—Se supone que deberías hacer reposo. —la reprimenda de Matt lo sorprendió.
Girando sobre su pie bueno, se aferró al borde de la encimera para mantener el equilibrio e hizo una pausa. Matt estaba de pie en la puerta, cabello rubio desordenado, ojos entreabiertos por el suelo y pantalones de pijama demasiado bajos en sus caderas. Más allá de esa prenda, nada más cubría las extensiones de bronceados músculos cubiertos de tinta de colores.
Yuma lo observó por un segundo más largo de lo usual antes de apartar la mirada como si se hubiese quemado.
—Necesitaba agua para la medicina —respondió, dejando el vaso medio lleno en el fondo del fregadero.
—Podrías habérmelo pedido, solo tenías que hacer sonar la pequeña campana que te di antes y habría ido.
Bufó suavemente—. Cómo si pudieses escuchar ese pequeño sonido bajo el ruido de tus ronquidos —masculló por lo bajo.
—¿Qué?
Hizo un gesto vago con su mano, aun sin mirarlo—. Está bien, puedo caminar pequeñas distancias —dijo—. No es como si hubiese salido a correr una maratón, solo fueron unos metros.
Luego del extraño e incomodo encuentro del día anterior, Yuma se había sentido demasiado cansado como para hacer otra cosa que no fuese dormir. Captando su humor, Matt le había enseñado su habitación, la cual se ubicaba a mitad del pasillo en el primer piso y le había dejado acomodarse a su gusto, dándole una pequeña campana dorada que tenía que hacer sonar en caso de necesitar algo durante la noche.
Por supuesto, aunque la había aceptado, maldito fuese si se rebajaba a ese punto. No había forma en el infierno de que pudiese usarla, le daba una extraña sensación de inutilidad el solo pensar en necesitarla.
Balanceando su peso, intentó disminuir la presión que comenzaba a concentrarse en su pierna. Quizás no debería abusar del movimiento. Estirando su mano, intentó recuperar las muletas que había dejado apoyadas un poco más allá, pero sus dedos jamás llegaron a tocar las mismas cuando sus piernas abandonaron el suelo.
—¿¡Que haces!? —gruñó, mientras era cargado al estilo princesa en dirección a la sala, su mente intentando con fuerza ignorar los kilómetros de piel caliente que terminaron bajo sus palmas cuando intentó liberarse—. ¡Bájame ahora!
—Puedo ver que te duele —Matt dijo, sus brazos firmes le impidieron caer cuando se revolvió para escapar. Llegando al sofá, lo dejó en el mismo con cuidado antes de colocar un cojín bajo su pie—. No deberías estar caminando aún, mantenlo al mínimo por ahora, ¿sí?
Yuma giró a mirarlo con los ojos inyectados en ira—. No te atrevas a volver a hacer eso.
—¿Quieres quedarte con una cojera de por vida? —el otro replicó con facilidad, dedicándole una mirada aleccionadora—. No intentes caminar para cosas tan vanas, toca la campana y lo haré yo, a menos que prefieras que termine cargándote de un lado a otro, porque lo haré si vuelvo a encontrarte en pie.
La ira se incrementó, pero sus labios permanecieron sellados. Sabía que no debería estar caminando, pero no podía solo sentarse y quedarse allí, se sentía demasiado inútil. Y las personas inútiles solo eran un gasto de oxígeno.
—Ahora, quédate quieto ahí —Matt ordenó, poniendo el control remoto en su mano—. Iré a preparar el desayuno.
Yuma estaba tan concentrado en asesinarlo en su imaginación que la húmeda nariz presionándose en su brazo lo hizo soltar un grito sorprendido. La cabeza del perro oso que ahora lo observaba desde su izquierda fue la cereza del pastel para darle un susto de infarto.
—¡Choco! ¡Latte! —Matt gritó, acercándose mientras le hacia un gesto para apartarse—. Les he dicho muchas veces que no asusten a las personas, perros tontos.
El dolor volvió a su pierna, la cual se había resbalado fuera del cojín en su susto. Apresurándose a su lado, Matt volvió a acomodarlo, pero esta vez, Yuma no estaba prestándole atención, más concentrado en los seres peludos que lo observan con curiosidad.
—¿Chocolate? —preguntó—. ¿Se llaman "Chocolate"?
Matt sonrió, echándole una mirada antes de señalar a lo que parecía un Ovejero Alemán demasiado peludo—. Él es Choco —dijo. Su mano se deslizó para abarcar al Dóberman a su lado—. Y ella es Latte.
Eso logró que una pequeña sonrisa curvase sus labios al percatarse de la ironía allí. El chocolate era una de sus mayores fuentes de alergia, ¿Qué probabilidad había de que esos dos fuesen nombrados justo así?
Sentándose a una distancia prudente, uno al lado de otro, los cachorros observaron el movimiento de ambos, como si esperasen algún tipo de señal para saber que harían a continuación. Yuma estaba mirándolos de cerca ahora. Choco era una bola de pelos mullida con grandes ojos negros, su cola se balanceaba con entusiasmo detrás de él. Latte por otro lado, era de un suave tono marrón brillante y se mantenía sentada tan estoica como una estatua.
Eran realmente lindos.
Pareciendo captar su interés, Matt, aun de rodillas frente a sus pies, hizo tronar sus dedos, logrando que ambos perros se acercaran tentativamente a Yuma, sentándose a la distancia de su brazo. Él realmente quería tocarlos.
Siempre le habían gustado los perros, pero durante toda su vida solo había tenido la oportunidad de verlos desde lejos. Seguramente, su infancia podría haber sido un poco más alegre de tener un compañero a su lado, aunque este fuese uno de cuatro patas. Pero por alguna razón, su madre los odiaba con todo su amargo corazón. Cuando Yuma se había atrevido a pedir uno en su niñez, ella solo lo había observado con desagrado antes de negarse rotundamente, diciéndole que la única forma que uno de esos animales entrase a su casa era cuando ella se fuese.
Los perros eran sucios.
Los perros eran peligrosos.
Los perros eran malos.
Tan simple como eso.
Terminando de poner varios cojines alrededor del pie herido del más joven, Matt levantó la cabeza cuando el silencio se estiró demasiado, notando la mirada cautelosa que Yuma estaba dedicándole a sus mascotas. Había criado a Choco y a Latte desde que eran simples cachorros, les tenía completa confianza, habían sido entrenados para ser protectores, al igual que Matt, ellos eran guardianes innatos. Y aunque en aspecto parecían lindos y dóciles, solo bastaría una orden corta de su parte para ponerse en movimiento.
Pero por la mirada en el rostro del joven, ellos bien podrían haber sido animales salvajes rabiosos.
—¿Le temes a los perros? —preguntó, porque esa era la única razón que le ocurría.
Yuma lo miró como si fuese idiota—. No, por supuesto que no.
Eso no explicaba esa expresión.
Mirando con más atención, sonrió un poco al ver los dedos del chico apretarse, como si quisiese alcanzarlos, pero sin atreverse. Había algo allí, obviamente.
Tronando sus dedos, ordenó a ambos acercarse, manteniendose a la distancia de un brazo de Yuma—. Puedes acariciarlos si quieres —dijo—. Ambos adoran la atención.
La pálida mano de finos dedos se levantó, sus dedos estuvieron a punto de rozar la fría nariz de Choco, el cual parecía a punto de que su cola se desenroscara de su cuerpo y saliese volando ante la emoción, pero en el último segundo, y como si alguien hubiese gritado directamente su oído, Yuma retiró su mano y la ocultó cerca de su pecho, apartando la mirada.
Choco se quejó ante la oportunidad perdida, moviendo sus patas sobre la alfombra pareciendo inconforme.
Mirando el lateral de lo que bien podría ser una escultura, Matt asintió para si mismo. Definitivamente había una historia allí. Por lo que Noah le había dicho, Yuma parecía tener un montón de esas.
Lamentablemente para él, si había una cosa que compartía con sus perros, es que los tres eran malditamente tercos. Y por los brillantes ojos que los dos peludos estaban poniendo sobre el más joven, era obvio que a ellos también les gustaba el chico.
Poniéndose de pie nuevamente, aclaró su garganta ligeramente: — Iré a preparar el desayuno, no te levantes. —dijo. Pasando aun lado de sus perros, tocó la cabeza de cada uno con un solo dedo, complacido cuando estos captaron la orden y se acostaron sobre la alfombra—. No lo dejen ponerse de pie.
Yuma masculló malhumorado ante la orden, pero por lo demás, no dijo mucho.
Empujando dos trozos de pan dentro de la tostadora, encendió la cafetera en su camino mientras rebuscaba en el refrigerador el resto de los ingredientes. Como si todo hubiese sido escrito y cronometrado, ordenó todo sobre la mesa del comedor mientras iba preparándolo, sintiéndose satisfecho cuando esta estuvo lo suficientemente colorida y rebosante.
Cuando giró para avisar que ya todo estaba listo, no pudo evitar sonreír al ver que, aunque estaba cambiando los canales de la televisión, la mirada de Yuma seguía rebotando entre los dos perros que lo vigilaban de cerca. Por su parte, la cola de Choco seguía golpeando el suelo en un ritmo constante, como si estuviese esperando el más mínimo movimiento para ir en busca de caricias.
Parecía que su amigo peludo no tendría suerte esta vez.
—Hora de desayunar, no puedes tomar medicamentos con el estomago vacío —declaró. Estaba a punto de acercarse y volver a cargarlo, pero un gesto de Yuma lo detuvo a mitad de camino—. ¿Qué?
—Puedo ir hasta la mesa por mi cuenta.
Matt suspiró—. No matará tu orgullo si te cargo por un par de metros.
—No quiero que me cargues a ningún lado —siseó, poniéndose de pie con algo de esfuerzo—. Tengo un yeso, no me cortaron la pierna, puedo caminar esa corta distancia.
Si Matt hubiese sabido que se iba a poner tan terco, lo habría llevado directamente a la mesa en vez del sofá. En realidad, lo había llevado allí porque pensó que podría tener una segunda oportunidad de cargarlo si lo tomaba distraído. Él se había equivocado allí.
—¿Puedes darme mis muletas? —Yuma pidió, señalando a las mismas, las cual Matt había dejado apoyadas cerca de la ventana.
—Si te ayudo será más rápido —descartó las mismas, acercándose y siendo detenido de nuevo con un gesto. Rodó los ojos—. No te cargaré, solo te ayudaré a llegar hasta allí. Se supone que soy tu cuidador, debería ser capaz de ayudarte en estos casos.
—Eres mi guardaespaldas, no mi niñero —dijo—. Encárgate de la seguridad, yo puedo hacerme cargo de mi mismo.
Viéndolo dar pequeños saltitos en un intento de avanzar, bufó—. Si, se nota —harto de las tonterías, se acercó y medio lo cargó, medio lo arrastró hasta la mesa, ignorando las quejas de este—. Nuestra estancia aquí será mucho más llevadera si me permites ayudarte.
—Podría serlo, pero no lo haré —sentándose en la silla más cercana, miró la mesa—. ¿Tienes invitados? ¿Por qué hay tanta comida?
Matt miró la mesa—. No es tanta, solo lo que un humano normal debería consumir.
—Si, en una semana —dijo—. Parece la ración de una cría de oso, ¿Cuánta hambre crees que tengo?
—¿Te vas a quejar de absolutamente todo?
La pequeña mierda solo le lanzó una mirada antes de señalarlo—. No te atrevas a sentarte a la mesa así, ve a ponerte una remera. —dijo—. No necesito que la comida me caiga mal solo por verte medio desnudo.
Vaya, esa era la primera vez que alguien le decía que la vista de su cuerpo era capaz de dar indigestión.
Tenía la sensación de que su ego iba a resultar muy golpeado con esa convivencia.
Con un suspiro, levantó las manos y se rindió—. Empieza a comer, ya regreso.
Caminando por el pasillo, entró a su habitación y rebuscó en su closet por una camiseta, deteniéndose solo un segundo para recuperar su libreta y garabatear en una hoja limpia:
"Demasiado terco"
"Quisquilloso"
"¿Les teme a los perros?"
Pensándolo un instante, tachó eso último antes de dejar la libreta en su lugar y salir al pasillo nuevamente, poniéndose la camiseta sobre la cabeza. Llegando al comedor, aminoró su marcha al escuchar la voz de Yuma hablando en un tono suave y bajo.
—... no puedo darte de esto, no me mires así —musitó—. Ve a comer tu comida, con lo esponjoso que estas, seguro tu dueño te da la misma cantidad de comida que él engulle.
Asomándose, sonrió al ver a Choco con su nariz apoyada en el muslo de Yuma, haciendo todo ese teatro de lloriqueo completamente falso para conseguir atención. Latte por su parte, estaba justo un paso atrás, observando la interacción como si esperase que las caricias comenzasen a ser repartidas antes de acercarse más.
Choco lo empujó suavemente con su hocico y lloriqueó un poco más alto. Matt sabía que él no tenía hambre, solo quería atención y si obtenía un trozo de algo dulce el proceso, seguro sería un perrito muy feliz.
Mirando hacia abajo, a lo que seguramente eran los ojos más tristes del mundo, Yuma soltó un largo suspiro antes de cortar un trozo de panqueque y cedérselo. Choco lo engullo en dos bocados. Tomando la otra mitad, se la ofreció a Latte. Al contrario de su hermano, ella olfateo primero antes de tomarlo, tomándose su tiempo para degustarlo.
La pequeña sonrisa de Yuma pareció hacer brillar su rostro cuando la vio—. Eres un cachorro con modales. —dijo antes de mirar a Choco quién ahora lo empujaba con más fuerza, golpeando sus patas en el suelo como si exigiese ser alimentado—. Deberías aprender de ella, Choco, un poco de modales no te vendrían mal.
Aun así, cortó otro panqueque a la mitad y lo repartió entre ellos.
Decidiendo que esos glotones ya habían tenido suficiente, Matt salió de su escondite y caminó hacia la mesa, haciendo un gesto para que se alejaran de la mesa. Mirando a Yuma, hizo un gesto a la camiseta verde que llevaba.
—¿Feliz?
Ni siquiera le dio una mirada decente—. Veo a quién salió el perro.
—¿Qué?
—No, nada. —negó. Esperando hasta que Matt se sentó, antes de hablar: — Ahora, ¿vas a decirme como se supone que vas a protegerme? Esta casa no se ve muy diferente a la casa de los padres de Noah, le costó solo unos días a mi hermana encontrarme allí.
Sirviéndose una taza de jugo, llenó su plato antes de hablar: — Estoy bastante seguro de que ella te encontró gracias a Noah, seguramente lo siguió —dijo—. Así que, aquí no habrá visitas. Si alguien toca el timbre, hay cámaras que apuntan al umbral, por lo que debes cerciorarte de quién esta al otro lado y avisarme primero. No se supone que nadie tenga esta dirección, así que nadie debería venir.
—Eso quiere decir que tú serás mi única conversación durante lo que dure la investigación sobre Kira —parecía horrorizado.
—Puedes usar mi teléfono si necesitas llamar a alguien, es una línea segura —tranquilizó—. Pero debes decirme a quién llamas, y no puedes dar ningún tipo de detalle de donde nos encontramos. Tampoco puedes usar tu teléfono.
—Ese no es un problema —revolvió en su plato con su tenedor—. Esos tipos hicieron trizas mi celular, no he tenido tiempo de obtener uno nuevo.
—Eso es bueno en parte, así no tendrán forma de rastrearte.
—¿Crees que podrían hacerlo de ese modo?
Matt se encogió de hombros—. Por lo que sé, quien sea que ella envió tras de ti, no es alguien cualquiera. Podría tener varias cartas bajo la manga.
El ceño de Yuma se frunció suavemente mientras pensaba en algo—. Durante el primer ataque en mi casa, mi celular se quedó sin señal de la nada, estoy seguro de que lo bloquearon de alguna forma.
—No es difícil conseguir un inhibidor de señal —asintió—. Eso quiere decir que estaba preparado para las variables.
—¿Crees que sea un profesional? ¿O un matón a sueldo?
Negó—. No, si fuese un profesional, tu y yo no estaríamos teniendo esta conversación —tranquilizó—. Pero obviamente, no es alguien inexperto. Debemos tener cuidado.
Yuma asintió, pero parecía más nervioso que al inicio.
—Mientras estes aquí dentro estarás a salvo —dijo con suavidad—. Esta casa es prácticamente un bunker; desde puertas reforzadas, vidrios antibalas, sensores de movimiento, cámaras en cada esquina y alarmas que podrían ensordecer a toda la cuadra si se activan, hasta una habitación de pánico que te mostraré después de desayunar. También hay tres armas-
—¿Armas? —interrumpió—. ¿Tienes armas aquí?
Matt lo miró con seriedad—. No me mires así, a veces esa es la única opción —dijo antes de señalar la sala—. Hay una dentro del cajón de la mesa de café. La otra está en tu habitación, en un fondo falso dentro de tu mesa de noche y la tercera esta en el baño, dentro de la caja de la cisterna. Si algo sucede y sientes que no tienes otra opción, que tu vida esta en obvio peligro, quiero que corras a una de ellas y te defiendas.
Parecía completamente horrorizado con la idea, su cabeza se sacudió en automático a los lados—. No sé usar un arma.
—Te enseñaré, no es difícil.
—No creo poder dispararle a alguien. —admitió con voz suave.
Matt suspiró largamente: — Créeme, si la situación lo amerita, lo harás.
Aunque realmente esperaba no tener que llegar a eso.
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