II

El mensaje fue leído por Fabián en alta voz para que así Cecibel pudiera escuchar; aunque ella presentía que no debían quedarse ahí, a pesar que había insistido en alquilar el lugar.

Sin importar consecuencias, razones o el ambiente pesado que sentían, Fabián besó a Cecibel mientras la llevaba a la habitación principal, recorría con sus dedos su piel; el descontrol se hacía presente mientras...

Antes de lograr quitar alguna prenda de ella, se escuchó cómo algo se movía del armario, según la carta indicaba que eso estaba clausurado, pero... ¿por qué se movía?

No comprendían qué sucedía; pero en torno a la curiosidad; calmaron sus ansias para ir a paso lento al movimiento que producía ese pedazo de madera, que se apreciaba apolillado, con cenizas de alrededor y tan antiguo que a la vez denotaba elegancia.

Cecibel se encontraba sin aliento y a la vez con miedo...

Al cabo de unos instantes, Fabián revisaba la manera de abrir este objeto inanimado que parecía cobrar vida mientras más se acercaba, hasta que en la parte superior del armario observó que había un hacha.

La meneó un poco, acto seguido la manipuló para golpear las cadenas.

—No hagas eso, por favor—decía Cecibel un poco desesperada—.

Él estaba reacio y lo embargaba la curiosidad, la alejó de manera brusca, al cabo de un rato se escuchó un intenso ruido en señal de victoria al romper las cadenas.

De inmediato una pesada ceniza y al mismo segundo una gran cantidad de negras mariposas los bordeó de tal manera que los acercaba poniendo sus cuerpos en presión... comenzó a dejarlos sin aire, formando un círculo impenetrable con tantos de estos insectos.

Ambos comenzaron a toser y se levantó polvo entre ellos, pero Fabián en su angustia lo primero que pensó fue cerrar el armario, ocasionando que todo se disipe.

—¿Qué pasó, Fabián? No entiendo nada —decía Cecibel que con dificultad se mantenía en pie—.

—No lo sé, seguro es un truco. No te muevas, veré qué es lo que quedó en el suelo—murmuró Fabián un tanto intranquilo—.

—Fabián, ¡aléjate!... ¿No te das cuenta que nos invaden las cenizas?

—Cecibel, confía en mí...

En la necedad, Fabián agarró las cadenas procurando dejarlas en su lugar; pero enseguida comenzó a ventear muy fuerte, las puertas del armario se abrieron dejando salir muchas hojas secas con aroma a exquisito otoño...

Todo era más calmado; menos mortal que la primera ocasión.

—Deja todo eso Fabián, déjame barrer esto y ve a bañarte —decía Cecibel en tono agresivo—.

Ella barría para no dejar huellas a Neide de lo que habían hecho, hasta que halló un bulto entre los escombros, no era dinero; ni una joya... era un pequeño corazón gris, que parecía estar formado por cenizas. Su textura era como de una piedra; dura, áspera y para ser corazón mostraba poco interés en ser un amuleto de amor...

Ella trató de limpiarlo, dejó la escoba; pero solo salían cenizas y más cenizas... quizás esté hecho de eso, se decía.

Este corazón gris; extraño ante los ojos de Cecibel, tenía una pequeña compartición, como los collares que llevan fotografías dentro, solo que ella no pudo abrirlo por más que lo intentó.

De pronto, escuchó un susurro que no se escuchaba con claridad de dónde provenía, y en tono malicioso decía:

"...Ve a la puerta del armario"

Si se encontraba asustada, ya estaba peor con tal situación, alzó la mirada deseando no pensar que ya estaba loca; pero al hacer esto notó que en la puerta del armario, justo en la esquina inferior de la puerta de este, había un hueco con la misma forma del corazón.

Todo empezaba a tener sentido; al acercarse sopló en el agujero y ahí había palabras, ¡Palabras!

"Corazón de Nabline"

¡¿Nabline?! Igual que la... ¿bienvenida a Nabline?

¿Qué es esto?—gritó Cecibel—.

Fabián salió presuroso del baño y le preguntó qué sucedía, ella le contó cuánto miedo sentía, y que deseaba abandonar ese lugar, llorando decía que jamás debieron pensar en alquilarla, por desear tener una luna de miel alejada de la ciudad y que se torne salvaje como ellos la deseaban.

Sin embargo, él quiso complacer a su esposa, le dijo que vaya por sus cosas; que se arregle porque se marcharían.

Así esta pareja, quizá miedosa; quizá valiente, decidió ir por mí para retirarse de la cabaña y darme las oportunas gracias por el hospedaje...

Se dirigieron a mi estudio que como les dije estaba cerca de ahí...

—¡Neide!... Señora Neide, ¿está ahí?

Nadie respondía sus llamados; solo vieron la nota que dejé en la puerta...

"Neide los espera cuando estén por descansar"

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