Capítulo 13 🎤

Gaby aprovechó que el ensayo terminó temprano para ir a Caya y dar un paseo por el centro. Le gustaba poder caminar a sus anchas sin que nadie la identificara, comenzaba a perder ese temor que siempre la acompañaba de que en cualquier momento alguien se daría cuenta y se preguntó a sí misma por qué no hacía aquello más seguido. ¿Hacía cuánto tiempo había dejado de disfrutar las cosas más simples de la vida?

Decidió mirar algunas tiendas de ropa, fue a ver libros y a mirar discos, observó un póster gigante de Ágatha y sonrió al recordar que la pequeña Pilar deseaba uno. Lo compró y decidió que se lo firmaría, aunque no sabía cómo le diría que había conseguido el autógrafo. Entonces, fue a tomarse un helado y regresó a su casa, para vestirse e ir a clases.

Llegó y se sentó cerca de Lautaro, siempre dejando un lugar en medio que solía ocupar Alicia, pero esta nunca llegó. Las clases comenzaron y el profesor les dijo que harían un trabajo de a dos. Se miraron y asumieron que trabajarían juntos, así que unieron sus sillas y esperaron que el profesor terminara de dar las indicaciones.

—¿No sabes nada de Alicia? —inquirió Lautaro.

Toda esa semana se había mostrado extraña, había estado mucho menos alegre de lo normal y no había enviado sus mensajes positivos al grupo.

—No... ¿Tú? —inquirió Gaby que también había notado aquello.

—El otro día la vi —dijo él casi en un susurro—, yo tocaba en la calle... ella pasó. Su novio la llevaba del brazo, de una manera... —meneó la cabeza de un lado al otro mientras buscaba la palabra exacta—, no lo sé, al menos a mí se me hizo que la estaba empujando, como si ella no quisiera ir, ¿comprendes?

Gaby asintió.

—¿Te vio? —le preguntó.

—Sí, me regaló una sonrisa y desapareció... Algo no me gusta... —dijo él y la muchacha lo miró.

—¿Por qué no vamos a verla a la salida? —dijo ella consternada.

—¿Tú crees? —preguntó Lautaro.

—Sí... bueno, podríamos decir que le llevamos los apuntes o algo así...

—Sí... está bien —dijo él.

La clase acabó y salieron juntos al receso. Entonces, Gaby aprovechó para sacar el póster que había comprado y se lo pasó.

—Es un regalito para Pilar —dijo con una sonrisa.

—¿Por qué le compras regalos a mi hija? —inquirió él con un tono de voz que sorprendió a Gaby.

—Porque ella dijo que lo quería el otro día, yo estaba paseando y lo vi y la recordé... además, una amiga le consiguió la firma así que... se pondrá muy feliz.

—Escucha, Gabriela —dijo Lautaro enfadado—, yo no necesito la caridad de nadie, ¿sabes? Soy capaz de comprarle a mi hija lo que quiere y necesita. —zanjó y le devolvió el póster—. Te pediría que en adelante no te tomes más atribuciones que no son necesarias.

Gaby abrió los ojos, sorprendida. Lautaro se había levantado y caminaba hacia el baño de caballeros, la muchacha lo siguió.

—¿Qué demonios pasa contigo? ¿Te han dicho, ya que eres un engreído, orgulloso y desagradable? ¿Qué problema tienes si eres incapaz de recibir un regalo que ni siquiera es para ti y no tiene nada que ver contigo? —inquirió levantando la voz.

—No me gusta que la gente se tome atribuciones en donde no le corresponde.

—Mi intención no era otra que hacerle un regalo a tu hija, perdóname por ser tan desubicada —dijo con ironía y se alejó molesta.

Lautaro se quedó allí y la vio marchar. En ese momento supo que se había comportado como un idiota y ni siquiera sabía bien el porqué. Odiaba que le vean con compasión o lástima, odiaba sentirse menos o incapaz de proveer a su familia con sus necesidades o sus gustos, tenía un problema personal con eso y sabía que había rematado por Gabriela sus propias limitaciones.

Iba a seguirla para pedirle las disculpas correspondientes, pero en ese momento llegó la hora de regresar a clases y entonces lo dejó para después.

Gabriela se volvió a sentar lejos de él y no lo miró en toda la clase, se sentía ofendida y molesta, no comprendía la razón de aquella reacción, pero lo que sí entendía era que ella no le caía bien a Lautaro. Pensar en eso le hizo sentir incómoda, no sabía bien porqué, quizás era como le dijo Lala, que ella buscaba caerle bien a todo el mundo, pero intuía que iba un poco más allá de eso, ese hombre le agradaba, le parecía guapo, interesante, tierno, lo admiraba como padre y también por el esfuerzo que hacía para estudiar. Solo quería ser su amiga y conocer un poco más de él.

"¿Y por qué demonios quiero ser su amiga o conocer más de él?". Pensó para sí misma. "Normalmente son los demás lo que quieren acercarse a mí, ¿qué me sucede?".

Apretó los dientes con enfado mientras fingía atender en clases, podía sentir la presencia de Lautaro a un par de lugares. Sabía que en las pocas semanas desde que iniciaron las clases, él hablaba más con Alicia que con ella, le había contado sobre que era padre soltero y lo de la beca, sin embargo, a ella la evitaba y cada vez que hablaban de algo, terminaban discutiendo. Pero ¿por qué le afectaba tanto?

Lautaro no comprendía el motivo por el cual esa chica lo alteraba tanto, sentía que a su lado estaba en peligro, si lo pensaba, no tenía sentido, pero era algo que le nacía de adentro, y por eso, de alguna manera, se las ingeniaba para alejarla siempre. Pero tampoco le agradaba esa sensación.

A la salida, se acercó a ella, después de todo habían quedado en ir a lo de Alicia a ver qué le había sucedido.

—¿Vamos a ir o cambiaste de opinión? —inquirió Gaby al verlo llegar hasta ella.

—Vamos... —dijo él.

—Mi vehículo está en el estacionamiento.

Sin agregar más palabras, caminaron en silencio hasta el lugar y luego ingresaron al coche. Gaby manejó hasta la casa de Alicia en un incómodo silencio, mientras ella quería decirle un montón de cosas a Lautaro y él no encontraba las palabras para disculparse por su actuación.

—Vamos —dijo la muchacha cuando estacionaron en frente a la casa.

Subieron al edificio y cuando llegaron a la puerta, escucharon ruidos de objetos y golpes.

—¿Qué sucede? —inquirió Gaby que caminaba delante.

—Déjame pasar —dijo Lautaro adelantándose en el pequeño espacio del pasillo.

—¡No! Déjame, por favor. —La voz inconfundible de Alicia rogaba a alguien y Gaby comenzó a asustarse.

—¿Y si llamamos a la policía? —inquirió.

—En lo que lleguen esto puede empeorar... Yo me encargo...

—P-pero...

Gaby quiso impedírselo, pero Lautaro comenzó a golpear la puerta.

—¿Hola? ¿Hay alguien? —inquirió.

La habitación se puso en silencio y ambos se miraron, luego de un rato, la puerta se abrió.

—¿Hola?

Marcos vestido en pantalón de jean y la camisa abierta salió al encuentro.

—Vinimos para ver si Alicia está bien, hace días que no va a la universidad —dijo Lautaro bastante tenso.

—Ella no está —zanjó Marcos a punto de cerrar la puerta, pero Lautaro atajó la misma con fuerza.

—¿No está? Me pareció escuchar su voz recién —dijo y lo miró de una manera desafiante. Gaby comenzaba a sentir que aquello se les iría de las manos.

—¡Si yo digo que no está es que no está! —exclamó Marcos que le devolvió la misma mirada—. Ahora, pueden irse.

Lautaro lo tomó por sorpresa y abrió la puerta con una patada. Allí estaba Alicia, recostada por una pared, en el suelo, medio desnuda y con sangre cayéndole de la nariz.

—¡Alicia! —gritó Gabriela con desesperación.

Lautaro intentó ingresar dando un empujón a Marcos, pero este le dio un golpe en el rostro y lo hizo perder el equilibrio.

—No te metas en donde no te importa —gritó—. ¡Ella es mi mujer!

—¡Idiota! —exclamó Lautaro e incorporándose le propinó una golpiza.

Cuando Gaby se dio cuenta, ambos se estaban peleando.

—Detente, Marcos, por favor —rogó Alicia entre lágrimas—, ellos no tienen la culpa... Haré lo que me pides, lo prometo...

—¡Llama a la policía! —gritó Lautaro que miró a Gaby y la sacó de su trance.

Ella tomó su celular y se dispuso a marcar el número, los dedos le temblaban y ni siquiera sabía qué iba a decir porque no podía articular palabras.

—No, por favor, a la policía no —exclamó Alicia con desesperación.

Entonces, Marcos logró hacer un movimiento que hizo que Lautaro cayera, momento en que él utilizó para salir corriendo escalera abajo, no sin antes empujar a Gabriela que estaba en su camino.

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