5. De flancitos y emociones

Otra mañana de abril me descubrió abrazado a una almohada con ojos abiertos y ojeras hinchadas. Debían ser las nueve de la mañana cuando me decidí a escapar de la cama. No estaba muy seguro si había despertado entre las seis o las siete de la mañana, o tal vez antes. Salí al balcón y descubrí una mañana demasiado normal para lo que estaba experimentado en aquel momento.

La gente paseaba con ligeros abrigos otoñales, los niños jugaban con las castañuelas que caían de los Jacarandá, y los perros corrían sobre las hojas secas que cubrían parte de las veredas y el asfalto. Suspiré y me abracé a mí mismo, una gélida brisa había golpeado mi cuerpo. Me volví adentro y, antes de pensar en algo más, mis ojos se posaron sobre la figura de Camilo que aún continuaba durmiendo en completa calma. De pronto, fui poseído por la maldad, y me acosté rápidamente para abrazarlo por la espalda. Mis brazos fríos lo despertaron, me hice el dormido para disfrazar aquel movimiento de un mero acto reflejo.

—¿Por qué chucha estoy durmiendo aquí, weón? —cuestionó Camilo aún somnoliento.

Fingí un bostezo y estiré mis brazos para ser lo más convincente posible. Luego volví a salir de la cama y corrí las cortinas para dar paso a la claridad que pareció molestar al chileno; porque apenas la luz tocó su rostro se dio la vuelta y gruñó bastante malhumorado. Desde abajo de las sábanas comentó que anoche debió tener la peor "cruda" desde que residía en Argentina, le di la razón y me sonreí pensando en lo adorable que se había visto la noche pasada con sus mejillas sonrosadas y su cabello alborotado.

Se destapó y yo volví a una expresión relajada para no llamar su atención, se sentó en el borde de la cama y me quedé mirando su espalda. Su cuerpo era bastante pequeño en comparación al mío, prácticamente podía ocultarlo en mi pecho con un simple abrazo. Comenzaba a sentirme triste por haberlo tenido entre mis brazos por tan solo un instante.

¿En qué estaba pensando? Por suerte volví a mis sentidos rápidamente al ver que Camilo se puso de pie.

—¿Me puedo invitar a tomar el desayuno en tu casa? Me duele mucho la cabeza para irme a la mía —me pidió mientras revolvía sus cabellos de una manera que iba a robarme un suspiro en cualquier momento. Asentí con la cabeza a su petición, y salí corriendo de la habitación antes de que se me acelerara el corazón. Necesitaba tomar aire, por lo que tomé mis cosas y salí a comprar algo para el desayuno.

Me estaba comenzando a irritar el que mis emociones se encontraran tan convulsionadas por el más leve gesto del chileno. ¿Era normal? ¿La atracción repentina se sentía de esta manera? ¿Atracción repentina? Otra vez no sabía en lo que estaba pensando. ¡Ah! Me sentía como un adolescente y ya estaba en mis veinticinco años.

De tanto pensar dentro del ascensor, no me percaté de que una niña me miraba casi con miedo a razón de las caras raras que hacía producto de mi frustración. Traté de controlarme y salí del edificio como si fuera un chico feliz y normal. Pero, y como era obvio, volví a sumergirme en preguntas sin respuestas mientras esperaba en la fila de la panadería. La jovencita que atendía me llamó más de una vez para que hiciera mi compra, me disculpé avergonzado y esperé a que la tierra se abriera y me tragara vivo.

Después de un rato volví al departamento con criollos calentitos y una sonrisa fingida sobre los labios. Por suerte Camilo no estaba en el living, seguramente seguía en mi habitación sentado al borde de la cama tratando de recordar quién era o qué hacía en mi departamento. Me oculté en la cocina y me dediqué a preparar el desayuno, unos cafés con leches nos podría despertar a ambos.

Dejé la pava en el fuego y me acerqué por curiosidad a mi cuarto. Allí encontré al chileno abrazado a mi almohada mientras miraba la tele, aquello me pareció una clara provocación. Pero me arrepentí al instante de haber pensado en eso. El pibe estaba disfrutando de su mañana y no tenía intenciones de calentar a un pelotudo como yo.

Comenzaba a creer que en mí vivía un pajero de mierda, aunque hasta ese momento no lo hubiese reconocido o siquiera sabido.

Volví a la cocina y terminé de preparar el desayuno. Llamé al chileno de un grito desde el living. No me atrevía a volver a mi habitación, sabrá dios qué podría estar haciendo ahora y no quería que me viera con la cara roja o peor...

Me senté a la mesa y, mientras esperaba, me puse a preparar unos criollos con manteca y dulce de leche. Al rato Camilo tomó asiento, se notaba que antes había pasado por el baño, porque sus ropas ya se encontraban arregladas, y su cabello ya se encontraba bastante ordenado. Al verlo así, otra vez tenía que reprimir alguna que otra expresión de embobamiento..

—¿Eri de levantarte más tarde? —me preguntó Camilo mirando mi rostro con mucha atención.

—No, para nada, menos cuando tengo panadería —respondí antes de cortar en pedacitos uno de los criollos y dejarlos caer dentro del matecocido con leche.

—Ah, para mi igual, siempre me levanto temprano para estudiar.

—¿Siempre estás estudiando?

—No es como que tenga otra cosa para hacer.

—Es un buen punto.

—Sí, ¿y teni azúcar para endulzar esto? —inquirió al notar que en la mesa solo había sacarina en polvo y edulcorante líquido.

—¿Tomas con azúcar? ¿No es malo? Digo, más vos estudiando medicina —refuté con una ceja enarcada.

—¿Y? ¿Ahora eri nutricionista, weón? —me respondió con fastidio —. Soy un chancho diabético, dame azúcar —demandó como un rey a su lacayo. Aquello me pareció tan gracioso que no pude evitar soltar unas cuantas carcajadas que solo lograron que estuviera más enojado . Así que para evitar un asesinato pasional, me puse de pie y busqué un tarrito de azúcar para dejarlo en la mesa.

—Eri una decepción de pastelero, cómo no vai a tomar el desayuno con azúcar. Así ni un brillo po —me criticó mientras endulzaba su infusión.

Volví a soltar una carcajada, pero está vez el chileno rió al únisono conmigo. Por largo rato continuamos hablando de cosas vanas y sin mucha importancia, además de compartir una que otra carcajada más. Finalmente, y tomándome por sorpresa, Camilo se detuvo y me agradeció por aquel desayuno.

—¿Por qué me lo agradeces? —pregunté un poco incómodo y también algo nervioso.

—Por distraerme un rato, con mis compañeros solo estudiamos, es bueno desenchufarse un rato. —me respondió con sinceridad junto con una de esas sonrisas que no podía ignorar.

—Entonces no me agradezcas nada, che. —dije jugando con la taza entre mis manos —. Yo también la pasé bien. Si no estuvieras seguro me ponía a ver un anime, descargué uno la semana pasada.

—¿Ves anime? ¿Eri otaku de closet?

—Eh, más respeto, wacho. ¡Aguante el anime, che!

Volvimos a reírnos con estruendosas carcajadas y un vecino golpeó una de las paredes, estábamos siendo demasiado escandalosos para una sola mañana. Pero a pesar de ello, solo tapamos nuestras bocas y continuamos riéndonos de las estupideces que decíamos. Creo que aquella fue la primera vez que desee que la mañana nunca se terminara; y eso que las odiaba, porque usualmente a esa hora siempre tenía panadería o decoración artística, dos materias que odiaba profundamente.

Luego de eso, Camilo me ayudó a limpiar la mesa y lavar las tazas sintiéndose culpable de "abusar" tanto de mi amabilidad. Le repetí varias veces que no tenía que preocuparse, pero debido a su insistencia le sugerí que pagara nuestro próximo encuentro, a lo que respondió con un gran "obvio, po weón". Debo confesar que aquello me emocionó, nos volveríamos a ver.

—¿No te queres quedar a comer? —me animé a preguntarle mientras guardaba las tazas en la alacena.

—¿No me escuchaste antes? Ya es demasiado. Me voy para mi departamento a estudiar, tengo un práctico el lunes.

—Ok, seguro te va a ir bien. —respondí resignado.

—Gracias. Por cierto, amé estos "criollos" con dulce de leche y manteca, empezaré a comerlos así. —me dijo como cambiando de tema —. Voy al baño de nuevo a peinarme. —me avisó tocando mi hombro. Mi cuerpo tembló por aquel contacto.

Como ya había terminado de ordenar las cosas, lo seguí hasta el baño y me apoyé en el filo de la puerta para observar cómo, con un poco de agua, terminaba de darle forma a su peinado. Su cabellera castaña de puntas rubias se veía muy brillante y sedosa al tacto. Era casi como si sus cabellos estuvieran rogando por ser acariciados o eso quería creer.

Camilo, por mi reflejo en el espejo, se dio cuenta de que no le sacaba los ojos de encima, así que con una sonrisita burlona me preguntó si tenía algo raro en la cara o en el pelo, a lo que negué rotundamente y me alejé tratando de ocultar mi rostro colorado. Otra vez, había extraviado mi heterosexualidad por el mismo pibe.


Cuando salimos del departamento, me excusé con que debía comprar algunas cosas para practicar una receta y así pude acompañarlo por unas cuántas cuadras donde continuamos charlando de cosas sin importancia. Pero, cuando estábamos llegando a la calle 27 de abril, Camilo se detuvo en seco frente a una heladería artesanal que promocionaba su nuevo sabor a dulce de leche almendrado. Pensé que me invitaría a tomar un helado, aunque a mi parecer aquel día frío no era el más apropiado para ello.

—¿Sabi algo? —pronunció acercándose a la vidriera del local —. En Chile también existe el dulce de leche. —enunció con una seriedad que no encajaba con el contexto —pero no me parece tan dulce como el de aquí... además, es especialmente distinto al tuyo. ¿Cachai? —dijo luego con una sonrisa.

—Creo... —respondí algo dubitativo.

—No soy bueno para expresar estas cosas, pero tu dulce es especial, como más dulce y más suave... no lo sé, me parece único. —me confesó tímidamente sin mirarme a los ojos. Cualquiera podría haber pensado que confesaba un amor secreto, por lo que toda aquella situación me hizo temblar y querer salir corriendo hacia mi departamento.

—Gracias, boludo. Me motiva mucho escuchar eso... —respondí controlando la revolución que se gestaba dentro de mi cuerpo. Pero se hizo más difícil al notar que la cara de Camilo se ponía roja y desviaba su mirada para cualquier lado. Evitaba mirarme a la cara, cosa que agradecía, porque debía estar más rojo que un tomate.

»¿Y cómo le dicen al dulce de leche allá? —pregunté para cambiar de tema y para que ambos nos sintiéramos un poco más cómodos.

—Manjar, allá le decimos manjar. —me respondió volviendo a sonreír.

—Que raro...

—Si, viste.

Ambos volvimos a reír como antes y logramos vernos a los ojos nuevamente. Camilo aprovechó aquel momento para anunciarme que debía seguir él sólo a paso rápido, ya que en serio necesitaba volver con urgencia a su departamento para ponerse a estudiar cuanto antes. Le dije que no se preocupará tanto por darme explicaciones y me despedí de él. Pero en cuando se dió la media vuelta para alejarse de mí, rápidamente lo tomé de la muñeca, por un instante me pareció que si no lo agarraba no volvería verlo.

—No me has dado tu número. —le dije soltando el agarre. Él me miró bastante confundido por unos segundos, después pareció entender lo que pasaba y sacó su teléfono celular de su bolsillo derecho.

No tardamos mucho en intercambiar números y nos despedimos nuevamente, aunque ahora con un beso en la mejilla. Camilio tuvo que ponerse de puntitas de pie para alcanzar mi rostro, aquello se me hizo terriblemente lindo, pero volví a putearme mentalmente, necesitaba recuperar un poco de heterosexualidad, si es que me quedaba en alguna parte. Me hacía falta salir con urgencia, tenía que aclarar mi mente.

Luego de que el chileno desapareció en una esquina, me di la media vuelta y emprendí el camino hasta mi departamento, pero al hacer tan solo una cuadra alguien gritó mi nombre a todo pulmón. No tardé en reconocer la voz, por lo que pronto me encontré buscando a un pelinegro de ojos verdes entre las muchas personas que paseaban por la Chacabuco. Finalmente, lo ubiqué en la calle de enfrente saltando y agitando su única mano libre, ya que la otra venía cargada de bolsas de un supermercado cercano.

—¡¿Qué haces?! —grité alzando mi mano para saludarlo con la misma energía.

Apenas el semáforo peatonal se puso en verde, cruzó corriendo y estando aún agitado me golpeó la espalda.

—¿Qué haces a esta hora por acá, qlia? —me preguntó con bastante curiosidad.

—Nada... —respondí sin ánimos de dar explicaciones —. ¿Vos?

—Comprando, obvio —me dijo señalando las bolsas de las que ya me había percatado —. Eu. ¿Te pinta esta noche irnos a un baile de Sabroso en Sala del Rey? —me propuso con esa sonrisa pícara que no estaba dispuesta a aceptar un "no" como respuesta. La pregunta en sí misma era una mera formalidad, porque ya me encontraba entre sus planes y no tenía ninguna posibilidad de escapar.

—Si, de una. ¿Pero en qué zona vamos a estar?

—En la VIP, obvio. Las minas nos comerían en la pista abierta. Somos dos potros irresistibles, hay que estar en zona segura —bromeaba mientras hacía que se acomodaba el cabello.

—Tenes razón —le contesté imitando su gesto.

Algunas personas que pasaban por nuestro lado nos miraban como a dos bichos raros, por lo que no aguantamos las carcajadas y empezamos a reírnos como dos locos descarriados en medio de la vereda.

Charlamos un poco más sobre algunas actividades que teníamos para la semana que viene en el curso de pastelería y luego nos despedimos. Volví a mi departamento y busqué los ingredientes para hacer flan casero. Necesitaba practicar arduamente aquella receta, porque pronto nos tomarían un trabajo práctico con diferentes tipos de flanes artesanales.

—Esto le gustaría al Camilo... —pensé en voz alta mezclando la leche con la esencia de vainilla. ¡Jesus! Necesitaba dejar de pensar en el chileno aunque sea por un momento. Me haría bien salir con Jeremías por la noche.

Prendí la radio y comenzó a sonar un especial de Chayanne. "Salomé" y "Torero" me levantaban el ánimo, pero "Te amo", "Dejaría todo" y, en especial, "Tal vez es amor" me hizo batir los huevos con extraños sentimientos en mi interior. Por suerte no llegué a distraerme lo suficiente para no cuidar el que no se produjeran burbujas de aire en la mezcla, ya que podrían afectar la textura y no era algo bien visto en la pastelería profesional.

En la misma mezcla de los huevos agregué el azúcar y volví a batir con mucho cuidado. Luego integré la leche con esencia de vainilla que antes había preparado y, mientras hacía eso, sonó "Me enamoré de ti" y otra vez me sentía muy raro. Trataba de que mis pensamientos no viajaran a ningún otro lado que no fuera la cocina, pero imágenes de la sonrisa de Camilo comenzaron a pasearse por mi cabeza en lo que ponía el horno a precalentar, y buscaba una olla pequeña donde hacer el caramelo para los moldes.

Cuando tuve todo listo, vertí la mezcla en cada uno de los moldes y luego los acomodé a todos ellos en una bandeja con agua hirviendo y los llevé al horno. El flan es un postre que se cocina baño maría, lo que le agregaba un poco más de dificultad (de la que ya tenía), porque si no controlaba la temperatura del horno, podría evaporarse el agua y con ella la mezcla.

En lo que los flancitos se cocinaban, me puse a lavar todo lo que había utilizado y deje la cocina limpia, casi como si no hubiera estado allí; era muy importante para un cocinero profesional mantener un espacio de trabajo aseado y ordenado. Suspiré extendiendo una rejilla húmeda sobre el borde de la mesada, apagué la radio y me fui al sillón por los pocos minutos que me quedaban antes de sacar la bandeja del horno.

Prendí la tele y saqué mi celular del bolsillo del pantalón, tenía dos mensajes de Jeremías donde me avisaba que me pasaba a buscar a las doce de la noche para ir a comer y de ahí nos íbamos al baile. Respondí con simple "bueno" y cerré los ojos por un momento. Otra vez volvía a ver en mi cabeza al chileno sonriendo con sus ojos vueltos en brillantes medias lunas. Volví a abrir mis ojos totalmente frustrado y me levanté para sacar los flancitos de la cocina.

Después de ello me fui a la cama a dormir un rato o me volvería del baile a las tres de la mañana. Al despertar ya era de tarde, por lo que busqué algo de comer y después me puse a lavar la ropa. Podía sentir como cierta parte de mí no tenía muchos ánimos de salir, pero estaba seguro que si me quedaba en casa solo no dejaría de pensar en Camilo. ¡No podía seguir así!

Entrada la noche me metí a bañar y al salir me vestí para ir al baile, iría con una camisa blanca, unos jeans claros y unos mocasines de gamuza color beige. Antes de bajar a esperar a Jeremías, tomé una campera de cuero negra por si más tarde me agarraba frío.

El cordobés me pasó a buscar en su moto Honda cb250 Nighthawk a la hora acordada (estaba enamorado en secreto de su motocicleta). Primero, paramos en un restaurante barato que conocíamos por la calle Sucre, comimos unas empanadas árabes y una pizza. Luego nos fuimos a la Sala del Rey que quedaba a pocas cuadras desde ahí, estacionamos la moto y entramos directamente a la zona VIP que se encontraba en un primer piso. Desde allí podíamos observar la pista abierta, la cual se encontraba abarrotada de gente.

—Eu, lindo —me llamó de pronto una chica de melena rubia de una belleza exuberante, tenía tantas curvas que si yo fuera en auto ya me habría caído por un precipicio —. ¿Venis solo? —inquirió muy cerca de mi rostro por la música alta que teníamos de fondo. Luego se alejó tan solo unos centímetros de mi cuerpo y movió su cabello para dejar su escote expuesto a mi vista.

—Solo, solito... —respondí con una sonrisa ladina inclinando un poco mi rostro hacia su oído derecho. Rodee su talle y ella se mordió el labio inferior, alzó una de sus manos y la apoyó sobre mi nuca. Sus intenciones eran claras, esa noche iba a terminar de forma intensa o eso es lo que me imaginaba.

Me acerqué a Jeremías, que ya hablaba con dos chicas, y le avisé que bajaría a la pista abierta con la mina que recién había conocido. Me respondió con una sonrisa pícara y yo se la devolví con un guiño.

En la pista bailamos los temas más conocidos de la banda por aquel entonces. Estábamos tan pegados que de a momentos su parte trasera rozaba con mi hombría con el fin de provocarme, y, por un rato, así lo fue.

Tomaba su cintura y la hacía voltear hacia mí para devorar sus labios en besos hambrientos y húmedos, mientras mis manos se paseaban por su cuerpo. Pero cuando estuve a punto de proponerle que nos fuéramos a algún lugar más privado, mi mente volvió a esa mañana con el chileno en la cama. Ahí estaba yo abrazándolo hasta ocultar su cuerpo entre mis brazos y embriagándome con el aroma de su cabello.

—Eu, ¿nos vamos a un telo o jodemos un rato en el baño? —me interrogó la muchacha intentando meter una de sus manos dentro de mi pantalón.

—No, para... —dije de pronto quitando sus manos de encima mío.

—¿Qué? —pronunció confundida, yo estaba igual o peor que ella.

Mi cuerpo se movía por sí solo, encaraba hacia la puerta sin importar que Jeremías aún estaba en el primer piso esperando por mí. Necesitaba escapar de aquel lugar lo antes posible. Sé que la mina me dijo algo antes de que saliera corriendo, seguramente me puteo, pero no me interesaba.


—¡¿Qué mierda me pasa, la puta madre?! —exclamé para mí mismo ya afuera del baile.

Me senté en las escaleras de un comercio que se encontraba junto al edificio y tomé mi cabeza con ambas manos. Sentía que me estaba a punto de estallar, por lo que volví a ponerme de pie y comencé a caminar hacia mi departamento. Estaba lejos, pero necesitaba que el aire frío de la noche cordobesa golpeara mi rostro para aclarar mis pensamientos.

"Leandro, la concha de la lora, te enganchaste de alguien que apenas conoces... vos no sos así, no te reconozco". Pensaba mientras pateaba una lata de gaseosa por la vereda.

El centro de la ciudad por aquellas horas estaba prácticamente desolado y yo no era la mejor compañía para mí mismo. Trataba de recuperar la cordura, de entender todo lo que se estaba produciendo en mi interior. Pero al no tener referencias previas con las cuales guiarme, se volvía una tarea imposible. Era la primera vez que mi mente y corazón estaban tan convulsionados por una misma persona. Encima por un chico, esa jamás me la vi venir.

Finalmente, llegando a la calle General paz, tomé el celular del bolsillo derecho de mi pantalón y busqué el número del causante de mi desatino. Dude por unos segundos si debía darle al botón de "llamar", pero respiré hondo y me llevé el teléfono a la oreja. Era un pelotudo, pero un pelotudo con una sonrisa de lado a lado cuando escuché la voz de Camilo.

—¿Por qué llamaí a esta hora, weón? —inquirió con notable mal humor.

—No sé, pintó llamarte a ver qué hacías. —respondí sin dejar de sonreír como estúpido.

—Estudié todo el día, me estoy por acostar a dormir. ¿Qué querí po?

—Nada, solo quería romperte un poco las pelotas, estoy aburrido. —mentí mordiendo mi labio inferior, esperaba que no se diera cuenta de mi estado —. Bueno, te dejo seguir con lo tuyo, chau. —agregué sin dejarle siquiera hablar. Corté la llamada y paré un taxi para que me llevara hasta mi departamento, ya no tenía ganas de seguir caminando o seguir respirando.

Ya en mi habitación, me quité la ropa y me envolví en las colchas como un gusanito, no quería pensar en lo que estaría diciendo Camilo de mí, le debía parecer un loco y eso era exactamente lo que era por aquella noche. Antes de quedarme dormido, estiré mi mano y tomé mi celular de la mesita de luz para escribirle un último mensaje al centro de mis problemas. Mi sms rezaba: "Dormí bien, che. Espero que tengas un lindo domingo, te va a ir bien en el práctico". Luego de eso me di la vuelta y me quedé dormido.

Por la mañana, me desperté a causa del sonido incesante que hacía mi teléfono celular. Jeremías no dejaba de llamarme. Seguramente pretendía una explicación por lo de anoche, pero no me sentía con ánimos de hablar, por lo me levanté y fui a ver lo que tenía en la heladera para almorzar. Por suerte tenía unas milanesas, un par de papas y unos ocho flancitos caseros. El postre estaba claramente asegurado.

Cuando la tarde se fue asomando por el balcón, mi celular volvió a sonar. Al principió lo ignoré, creí que era el cordobés exigiendo mi declaración, pero al revisarlo se trataba del chileno. En menos de un segundo abrí el mensaje con la emoción de una adolescente enamorada.

"Buenas, espero que tú también estés disfrutando este domingo. Si queri nos vemos en la semana. Cuídate, weón". Decía su mensaje con una simplicidad que aceleró mi corazón. Pero me sentía tan mareado y confundido, que opté por no responder su mensaje.


Llegó el lunes y en las clases de repostería regional no dejaba de hacer cosas con dulce de leche. El martes volví hacer lo mismo en otra materia. Jeremías se quejaba de que no intentara con otra cosa y de que no le diera una explicación de lo que pasó en el baile. Aterrizó el miércoles y seguía sin hablar con Camilo. Recibí unas cuantas puteadas de mi profesor de panadería por hacer únicamente facturas de dulce de leche. ¿Preparaba tanto dulce de leche por el chileno? No, no, claro que no, solo usaba demasiado dulce de leche porque era lo mejor que me salía, era mi especialidad. Si, esa era la única razón o eso quería creer...

Se acercó el jueves y, mientras estaba en la clase de decoración de tortas, decidí finalmente responder a ese último mensaje de Camilo. Necesitaba verlo aunque sea por un momento, lo extrañaba un poco... o mucho. No sé.

"Hola, che. Perdón por ser tan colgado. ¿A qué hora salís hoy de la facu? ¿Te puedo ir a hinchas las pelotas un rato? ¿No me vas a putear como el otro día?" —le escribí en cinco sms (mi crédito sufría). Envíe los mensajes y me senté en el fondo del aula a la espera de una respuesta, aunque con lo que tarde en hablarle, Camilo podría optar por ignorarme. Pero, contra todo pronóstico, el chileno respondió rápidamente a mi mensaje.

"Garabatear es como respirar, así que no puedo prometerte nada. Pero si queri venir a buscarme salgo a las una. ¿Comemos algo?"

La pregunta final me hizo levantarme de la silla, no podía controlar la emoción que sentía. Camilo me estaba invitando a salir, podría hasta considerarse como una cita. ¡¿Una cita?! ¡¿Una primera cita?! No, no, para él debía ser una simple salida entre dos hombres que habían formado una curiosa amistad. Si, seguramente sería así, era yo quien quería malpensar las cosas.

Suspiré y volví a tomar asiento algo decepcionado. ¿Quería que fuera una cita? Todo volvía a ser demasiado confuso. Jeremías se acercó y me golpeó en la cabeza con una espátula.

—Deja de estar dando un espectáculo, pelotudo. Volve a la clase. —me dijo bastante malhumorado. Asentí sobándome el lugar del impacto, me había golpeado muy fuerte. Antes de volver, respondí el último mensaje de Camilo con un "si, de una", y mordí mi labio inferior conteniendo la sonrisa enorme que se quería formar en mi boca. 


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Nota: 

Ya no prometo nada, aparezco cuando puedo.

Al menos les traje un regalito por el día de los boludeados, digo, enamorados (?).

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