3. Alfajores de maicena.
Una fresca mañana se coló por mi balcón y me demandó llevar una campera abrigada si no quería morir de frío a los pocos pasos por mi camino hacia la escuela, pero encontrar una adecuada me hizo perder valiosos minutos que me obligaron a correr de mi departamento a hasta la clase de gastronomía local. No había llegado demasiado tarde, pero lo suficiente para que el profesor canoso y de estómago prominente me mirase con una de sus peores caras, le sonreí para calmar su ira, y me moví lentamente hasta mi compañero que estaba en una de las mesadas con cocina que estaban dispuestas en el salón para la clase.
Mi amigo, el Jere, estaba haciendo el mayor de los esfuerzos para no reírse en mi cara mientras fingía leer la receta que unos minutos atrás habían repartido para hacer aquella mañana. Cuando llegué a su lado, me dio una fuerte palmada en la espalda que me hizo insultar en susurros mientras me retorcía tratando de sobarme el lugar del impacto.
—¿Por qué tardaste tanto, loco? Sabes bien que tenemos que estar media hora antes con el viejo de gastronomía local II. —me interrogó buscando algo entre la mercadería que tenía dentro de una canasta sobre la mesada de granito.
—Ya sé, boludo. Me tardé buscando una campera para no cagarme de frío —me justifiqué en tanto sacaba de mi mochila un cuaderno y el recetario de la materia, aunque me detuve distraído por el diario íntimo del chileno.
—Che, dale, qlia. Saca todo, tenemos que hacer alfajores de maicena —me apuró mi amigo alistando los ingredientes que utilizaríamos para la masa—. Deberíamos hacer unos alfajores cordobeses y no estás mierdas para celíacos —agregó enojado.
—Siempre te estás quejando, boludo. Hubieras estudiado cocina extranjera.
—Callate, puto. ¿Qué sería de vos si no me tuvieras? Agradece que vine acá, eh.
—Ah, sí, por supuesto, vos alegras cada uno de mis días.
—Y sí, soy lo mejor que te pasó en la vida.
—¡Dejen de pavear, parecen Secreto en las montañas! —nos gritó el profesor arrugando su viejo ceño mientras nuestros compañeros rompían en carcajadas. Nosotros también reímos, aunque luego rápidamente nos pusimos serios para preparar los alfajores o el viejo nos iba a bajar puntos en práctica... otra vez.
Mientras preparaba el dulce de leche que íbamos a usar de relleno para los alfajores pensé en mi amigo, recordé mi primer día de clases. Todos me miraban bastante mal, cuchicheaban a mis espaldas; pero no podía quejarme, la gran mayoría de los cordobeses odian a los porteños. Nos creen agrandados, soberbios, que nos creemos la gran cosa. Pero esos estigmas hasta resultan en un mal chiste, porque hablan como si ellos no lo fueran, los cordobeses se miran al espejo y se aman solos. Mi amigo no era la excepción, más bien, es él más agrandado y creído de todos, al menos de los que yo conozco. Sus cabellos negros como el azabache, sus ojos verdes tan claros que semejaban a incoloros y su piel transparente lo hacían uno de los peores rompe corazones que he conocido en mi vida, tanto de chicas como de chicos.
Él solía molestarme todos los días, le molestaba que las pibas que antes estaban muerta por él, estuvieran ahora muertas por mí, yo solo me reía mientras él me insultaba. Ninguna de sus palabras para herirme parecían enserio, se limitaba a decirme "porteño mugroso" o "porteño culiado". Al poco tiempo me fui dando cuenta que en realidad le caía bien, así que pronto nos volvimos los mejores amigos. Jeremías, o Jere, es para mí la representación perfecta de una gran parte de la personalidad cordobesa. Un pibe simpático, creído, lindo y que en toda joda bailaba cuarteto como el mejor. Además de escabiar como si no hubiera un mañana, especialmente Fernet con coca, o como si dice acá, un Fernandito.
—Che, eu, volvé, yo cuido el dulce de leche, vos hace la masa. Se nos va el tiempo —me dijo mi amigo zamarreándome un poco, me había perdido en mis memorias mientras esperaba que el dulce de leche rompiera en hervor.
—Perdona, andaba en otra.
—¿En qué andas?
—En nada, no seas metido.
—Bue, lo que sea. —masculló agarrando la cuchara de madera para continuar revolviendo el dulce de leche evitando que se derramara o que su fondo se pegara, aunque se notaba en sus movimientos algo de bronca, odiaba quedarse con la intriga.
Por mi lado, revisé tener bien atado mi delantal negro de rayas verdes manzanas al igual que todo mi uniforme, y comencé tamizando los ingredientes secos: el almidón de maíz, la taza de harina común y el bicarbonato. Los reservé y proseguí con la manteca en punto pomada ya colada dentro de un amplio bol metálico, le agregué una medida de azúcar y batí hasta conseguir la mezcla cremosa requerida. Después separé algunas yemas de su clara, y cada tanto me acercaba al Jere para revisar la consistencia del dulce de leche, esta vez necesitamos que fuera dura, pero tampoco demasiado para que no se volviera tan invasivo en la boca. Éramos uno de los dos únicos grupos que utilizaría dulce de leche casero, generalmente uno se ahorraba ese trabajo comprando algún pote de ello de alguna buena marca recomendaba por diferentes pasteleros y reposteros famosos del país, aunque muchas veces estaban contratados por un equipo de marketing, así que tampoco se podía confiar demasiado.
—Dame un besito, boludo —dijo Jeremías en tono burlón al verme que estaba casi encima de él, le pegué un codazo y él me mordió el antebrazo. El profesor volvió a llamarnos la atención, se agarró la cabeza y creo haber escuchado que nos mandó a la Quiaca, por no decir otra cosa, creo que me entienden.
Volví a mi tarea y le agregué un toque de coñac y ralladura de limón a la crema resultante de la mezcla de las yemas con la manteca. Mientras hacía aquello, mi amigo me contaba del baile al que había ido el fin de semana pasado y, como siempre, había estado en la zona VIP, ya que no le gustaba la pista general porque siempre lo molestaban por verse demasiado "cheto", es decir, una persona de plata, aunque Jeremías estaba lejos de aquel estereotipo, solo que le gustaba vestirse demasiado bien.
—No deberías ir al Forja, siempre hay quilombos a la salida, un día te va a pasar algo, deja de joder —le regañé mientras unía todos los ingredientes de la masa para comenzar a amasarla con mucha suavidad, si me excedía, al cocinarlas las tapitas de los alfajores quedarían muy duras y eso me sería una vergüenza, y no es por exagerar.
—¿A mí? A vos te harían cagar si te apareces por ahí, negro piojoso... Porteño sucio —decía mientras me pellizcaba la mejilla.
No podía querer menos al Jeremías, me alegraba cada día en la escuela, convertía cualquier cosa en una joda, siempre bailaba o cantaba algo que escuchaba en la radio antes de venir a clase. Aunque no se lo he dicho nunca, realmente nada hubiera sido lo mismo sin él.
Antes de que el profesor volviera putearnos, seguí en lo mío y prendí el horno para que se fuera precalentando mientras estiraba la masa para cortarla en círculos medianos. Luego, las coloqué en una asadera previamente enmantecada y enharinada y, sin más preámbulos, las llevé al horno donde en menos de quince minutos fueron saliendo listas para ser rellenadas y presentadas. Había hecho más de la cantidad recomendada de alfajores para llevarle una docena al chileno y con ello devolverle el diario íntimo. Me imaginaba que Camilo por aquellas horas estaría buscando su diario y temía que estuviera algo nervioso de que sus intimidades estuvieran pérdidas por quién sabe dónde, así que me apresuré a preparar todo para escapar de aquella clase.
—Che, ¿no nos das un poco de tu dulce? —me pidió una de mis compañeras con una suave y tímida voz. Era una muchacha de hermosa figura y cabellos platinados, Jeremías me guiñó el ojo y me codeó un poco dándome a entender que pidiera algo a cambio por el favor, pero yo solo me sonreí y negué con la cabeza con un tanto de cortesía. La chica pronto cambió su coqueta expresión por una aireada y me dio vuelta la cara.
Puede ser que siempre fui un tanto egoísta con mi dulce, pero contradictoriamente no se lo negué al chileno ni por un momento, incluso me sentía ansioso de que probara mis alfajores de maicena, porque por alguna razón me encantaba como le brillaban sus oscuros ojos al comerlo, y fue por ello que puse especial cuidado al armar aquellos alfajores. Controlé que el dulce de leche no sobresaliera excesivamente por los bordes y luego con suavidad las pasaba por coco rallado. Después busqué una cajita roja y delicada de cartón donde coloqué la docena de alfajores y la cerré con un llamativo listón azul. El profesor no dejó de elogiar mi presentación y sugirió que todos preparasen una docena para regalo, ya que algún día podríamos llegar a tener nuestra propia panadería o confitería y la envoltura era algo fundamental al momento de vender el producto.
Cuando por fin termino la clase, tomé mis cosas y me despedí rápidamente de todos, agarré la cajita y la llevé con alegría entre mis manos. Corrí a la parada de colectivo y como si la suerte estuviera de mi lado, un colectivo que pasaba por la Universidad Nacional de Córdoba justo estaba llegando, así que pronto me subí y me ahorré la espera. Al estar arriba me senté en el fondo y, mientras miraba por la ventanilla, una sonrisa boba y cargada de ánimos juveniles se dibujó en mi rostro sin permiso. Me aferraba a esa pequeña caja de cartón imaginando la sonrisa que aparecería en el rostro del chileno cuando los alfajores estuviera en sus manos. Al percatarme de mi estado me avergoncé de mí mismo y me llené de dudas, pero las disipé tan rápido como me asaltaron porque ya estaba llegando al Pabellón Argentina, la facultad no estaba a más de diez minutos de mi escuela, aunque me hubiera tomado media hora o más a pie.
Al bajar del colectivo lo primero que noté fue como el buen clima del día—aunque un poco frío —acompañaba el paisaje de aquella pequeña ciudad dentro de otra, los chicos iban y venían apurados con múltiples apuntes en mano. Siempre pensé que, si no me hubiera enamorado de la pastelería, seguramente hubiera estudiado en la Universidad Nacional de Córdoba, sus espacios verdes eran encantadores al igual que sus antiguos edificios. Pero dejando de lado las distracciones, me acerqué hasta unos chicos que estudiaban debajo de un árbol y pregunté por el edificio de medicina, me supieron guiar y caminé varios metros desde allí hacia el este, no estaba tan cerca como suponía en un principio.
Cuando estuve cerca llegué justo a la hora que me había dicho él que salía de cursar, así que desfilaron por delante de mi una horda de guardapolvos blancos inmaculados y otra horda de uniformes celestes o rosas o de cualquier otro color, esos debían ser los de enfermería. Me distraje viendo a unas chicas que llevaban unos uniformes con vaquitas que tenían sobreros de paja, por alguna razón veía mucho ese diseño en diferentes cosas últimamente.
—¿Leandro? —me preguntó alguien a mis espaldas, me di rápidamente la vuelta y encontré al chileno con el mismo guardapolvo blanco que los demás, se veía tan lindo que tuve que dar unos pasos atrás, brillaba demasiado a la luz del sol—. ¿Qué haces acá? —agregó con tono áspero, aquello me trajo de vuelta a la tierra y otra vez sentía que iba a ponerme colorado por las boludeces que pensaba, pero no tuve tiempo de reflexionar en las cosas que estaba sintiendo porque había notado que Camilo estaba enojado.
—Vine a traerte dos cosas —le dije mostrándole la cajita roja cual dejé en sus manos con cuidado, él con curiosidad la observó, aunque no me preguntó su contenido, tal vez gustaba de averiguar las cosas por su cuenta.
—¿Y la segunda? —inquirió con una ceja alzada.
—Que ansioso, ahí va —decía con tono divertido buscando en mi mochila, el diario se había perdido entre mis apuntes y cuadernos, cuando finalmente lo encontré lo saqué lentamente y se lo entregué, esperaba una expresión de alivio. Pero, al contrario de lo que imaginé, el rostro de Camilo se tornó más molesto que antes.
—¡Mi diario! ¿Cómo chucha teni esto? —me cuestionó en un arrebato de ira tomando el cuaderno de manera tan brusca de entre mis manos, que terminé cayendo sobre el suelo del susto que me dio. Camilo me miró con algo de culpa por un momento, pero al ver su cuaderno su expresión volvió a la de antes.
—¡Te lo olvidaste en mi casa, pelotudo! —respondí igual de enojado que él, además me encontraba muy avergonzado por haberme caído allí enfrente de todos, varios pibes ya se encontraban mirándonos con curiosidad y otros se reían tapándose la boca. Aunque lo peor de todo es que seguramente más de uno pensaba que estábamos teniendo una pelea de pareja, algo que me hacía sentir muy incomodo, ya que no era gay ni bisexual... Al menos así lo creía por el momento.
—¡¿Y cuánto leíste, weón?! ¡Seguramente te diste el gran entretenimiento con esto! —continuaba gritando el chileno completamente fuera de sus cabales.
—¡No leí nada, pelotudo de mierda! Andate a la concha de tu madre, pedazo de infeliz! —grité en un estado emoción violenta (como decía aquel video de CQC) y me fui de allí dejando al chileno solo con su gran pelotudez.
En ese instante sentí que algo se destrozaba en mi interior y unas terribles ganas de llorar me amenazaban. De pronto, y de un momento a otro, toda la perspectiva de mi alrededor se había transmutado, ahora el clima se me hacía el peor, demasiado frío. Las personas me eran molestas y esperaba que todos tuvieran un mal día.
Frustrado, volví a mi departamento, en el camino no quedaba ni rastro de la sonrisa ingenua con la que había ido hacia la universidad tan solo veinte minutos atrás, ahora mi ceño se hallaba fruncido y mis ilusiones incomprensibles destrozadas, me tiré en mi cama tratando de entender cómo alguien que apenas conocía me había afectado tanto, tanto como para estar llorando mientras miraba el techo con rabia y tristeza. Me giré hacia la derecha y me abracé a mi almohada con fuerza, buscaba calmarme, más no lo lograba, en mi interior se gestaba una vorágine de sentimientos y sensaciones que hacían un lío en mi cabeza.
Me hice un bollo y comencé a murmurar puteadas sobre la almohada hacia el chileno, no quería verlo, deseaba no haberle conocido, quería desaparecer, quería irme. Pensé incluso que debía hablar con mis amigos para salir un rato en la noche, pero en tanto que pensaba y pensaba, el sueño comenzó apoderarse de mí. Aunque antes de caer completamente dormido, alguien golpeó desesperadamente a mi puerta.
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Nota:
Cumplí con mi promesa de actualizar en tiempo y forma, voy a tratar de hacerlo todo los miércoles. Muchas gracias por sus comentarios, no saben lo que me ayudan a seguir, por favor, no se guarden de decirme lo que piensa de esta nueva versión, ya que me sirve para encarar de manera adecuada otras historias que tengo planeadas. En fin, muchas gracias por todo, espero les haya gustado este capítulo como los otros dos anteriores, nos leemos la semana que viene. Chau <3
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