2. Mates y tostadas
Diez minutos después me encontré mezclando la leche con el azúcar y el bicarbonato de sodio. El chileno no perdió la oportunidad de contarme un poco sobre su país. Yo lo escuchaba atento y con una sonrisa sobre mis labios, ya que su acento me gustaba cada vez más.
—Y por eso el 18 de septiembre es la primera junta de gobierno y no la independencia —concluyó su discurso cuando al fin el dulce de leche estuvo en su punto justo, ni muy chirlo, ni muy duro. Aunque si fuese para el relleno de una torta, debía ser más duro o mejor conocido como "dulce de leche repostero".
—Listo —informé tras apagar la hornalla de la cocina.
Retiré la cacerola de allí y la puse sobre la mesada.
—Oh weón. Esta weá se ve terrible bacán —expresó con ojos brillantes contemplando el dulce con obvio deseo.
—Lo voy a poner en un frasco de vidrio y nos vamos a mi departamento a disfrutarlo con mates y galletas, ¿te parece, che? —le propuse buscando el frasco en uno de los bajo mesada.
Camilo, nuevamente, me observó con desconfianza y dudo por unos instantes el aceptar la invitación de un desconocido, ya que no había nada que probara que no era algún loco del hacha. Pero, arriesgándose, asintió con su cabeza sin dejar de mostrar su blanca sonrisa junto a un movimiento nervioso de manos.
Cuando encontré el frasco que estaba buscando —que era uno de vidrio con dibujos de vaquitas lecheras con sombreros de paja—, coloqué con cuidado el dulce de leche dentro de éste, lo cerré con su respectiva tapa de metal y lo dejé en el interior de una bolsa de madera para llevarlo hasta mi departamento; el cual no se encontraba muy lejos de allí, ya que vivía en la Chacabuco arriba. Camilo me siguió sin preguntar demasiado, nuestra conversación en el camino fue banal y sin nada que destacar, pero me había servido para conocer un poco más la personalidad del chileno y las cosas que pasaban por su cabeza.
—Veni, pasa, nadie te va a comer, al menos que seas un dulce de leche —bromeé una vez que estuvimos en la puerta de mi departamento.
—Menos mal que no lo soy —me respondió con igual tono simpático que el mío.
Ambos nos relajamos compartiendo unas carcajadas a la entrada de mi departamento, luego ingresamos en él. Me avergoncé un poco al notar que había dejado varias prendas tiradas por cualquier lado, incluso un calzoncillo sobre el sillón de dos cuerpos, rápidamente me tiré sobre él y agarré toda la ropa sucia para llevarla al lavarropas y tirarla dentro.
—Mi departamentito es chiquito, pero está lleno de amor —dije algo agitado al volver de la carrera, él se limitó a sonreír algo nervioso.
—El mío es más chico, son esos destinados a universitarios, cerca del museo de arte Caraffa —me contaba en tanto tomó asiento a la mesa de la cocina, que no estaba muy lejos de mi pequeño living de un sillón y un televisor de 29'.
Me disculpé por un momento y me levanté para poner la pava para los mates, después agarré un poco de pan francés y lo corté en rodajas para tostarlo en la plancha. Una vez que las tostadas estuvieron listas, las puse en una panera que mi prima me había regalado en las vacaciones del verano pasadas. Luego saqué el agua del fuego antes de que rompiera hervor y la vertí en un termo para llevarla a la mesa junto al mate y demás cosas.
El chileno mientras me esperaba se había puesto a ver las fotografías y cuadros que adornaban una de las paredes del living, cuando me senté en frente de él, volvió su mirada hacia a mi y me dedicó ese par de ojos metamorfoseados en pequeñas y centelleantes medias lunas. Me provocaba algo indescriptible.
—Salís mucho con tu familia, ¿no? —preguntó observando una fotografía en especial, era una donde me hallaba extremadamente feliz con mis padres y hermanos en Punta del Este, Uruguay.
—Sí, mi viejo es muy aventurero, rara vez pasábamos las vacaciones de invierno o verano en casa. Él agarraba la chata, cargaba un par de cosas, le pedía a mi vieja que haga unos sanguches de milanesas y nos íbamos para cualquier lado. Incluso muchas veces tuvimos que acampar, porque no teníamos plata para un hotel, pero igual la pasábamos muy bien y éramos muy felices —respondí mientras preparaba el mate.
—Bacán... —susurró sin dejar de ver detenidamente cada una de las fotografías que había de mí y mi familia.
—¿Vos viajabas en tu país? —le pregunté para seguir la conversación en el mismo tema cebando el primer mate.
—No, yo... —intento darme una respuesta, más pude notar que en aquel instante su rostro perdía un poco de luz.
Miró a un costado y pareció buscar en mi ventana otro tema de conversación, supe que no era recomendable insistir en aquello, al menos hasta que entre nosotros hubiera una considerable confianza.
—Weón... —dijo volviendo su mirada sobre mí, una que había vuelto a brillar, me ahogué con el mate y el soltó una carcajada por ello, estaba nuevamente feliz como hacía unos minutos atrás. No entendí porque en aquel momento me pareció lo más hermoso que mis ojos nunca antes habían contemplado. Aclaré mi voz y sonreí para darle entender que me encontraba bien para que continuara hablando—. Desde que estoy en Argentina, esta es la primera vez que voy a tomar mates —me confesó casi como quien le confiesa a su madre haber dado su primer beso.
—¡¿Qué?! ¡¿Cómo vivís sin este regalo de dios?! —pregunté con exageración alzando el mate hacia el techo, él me dedicó una mirada de confusión y vergüenza ajena, aunque no dudo en preguntarme a qué me refería con lo de "dios"—. Bueno, es una leyenda popular, me la contaron en el campo. Se dice que fue dios, convertido en viajante, el que le regaló la yerba mate a un humilde gaucho que le dio comida y cama para que descansara antes de continuar su viaje —respondí frunciendo el entrecejo. Me costaba recordar una historia que me habían contado de muy pequeño.
—¡Oh, ustedes tienen lindas leyendas! —exclamó tomando entre sus manos el segundo mate que cebaba, ya que el primero siempre es para el que ceba.
—Si, pero en realidad es una infusión que viene de las tribus nativas que vivían por esa zona, así que lo otro no es más que un cuento entretenido de blancos —aclaré.
Al entregarlo me quedé mirándole expectante a la espera de su devolución, el chileno parecía darse cuenta de ello y se tomó su buen tiempo para saborearlo. Jugaba con mi paciencia. Para no aburrirme o no gritarle que el mate no era micrófono —frase popular de del pueblo—, me puse a preparar unas tostadas con manteca y dulce de leche.
—No está mal esta wea —respondió finalmente con una maliciosa sonrisa, sabía que en realidad le había encantado, pero como todo extranjero, era muy orgulloso para reconocerlo.
—Toma y cashate —le ordené al acercarle una tostada con manteca y dulce de leche, aunque me frustré por el acento que se había escapado entre mis palabras. —Se me salió el porteño —me quejé untando otra tostada para mí. Camilo siquiera me escuchó, la tostada era más importante que yo y cualquier otra cosa.
—¡Está la raja, weón! —gritó luego de probarla.
Se me escapó otra carcajada por su infantil entusiasmo, pero no pareció molestarle, continuó comiendo como si nada allí hubiera pasado y pronto estuvo a la espera de que la preparara otra.
—Gracias, el dulce de leche casero es mi especialidad, aunque puedo decir que no me sale como el de mi mamá, porque, viste, la má es la má.
—En eso teni razón, rucio —decía asintiendo con su cabeza como si hubiera dicho la mayor verdad del mundo. Comenzaba a dolerme la cara de tanto reír o sonreír por los graciosos y espontáneos gestos del chileno.
—Bueno, dale, come más —le pedí acercándole más tostadas untadas con manteca y dulce de leche, además de cebar otro mate dulce para él.
Camilo no se rehusó ni por un segundo, con la boca llena me regaló una sonrisa de cachetes inflados. Por unos minutos lo deje comer y disfrutar de la infusión caliente, pero luego pregunté por su vida, ya que no sabía nada de él, aparte de que parecía gustarle mucho las cosas dulces.
—Soy estudiante de medicina en la Universidad Nacional de Córdoba, este es mi segundo año. Estudiar en Chile esa carrera es muy caro, por eso estoy acá, pero apenas termine me volveré a mi país. No tengo nada que hacer en este... —respondió antes de volver a llenar su boca con comida.
—Me faltaba un estudiante de medicina a mi colección de amigos de la UNC —dije mirando los contactos que tenía en mi teléfono celular—. Es una buena carrera, acá conseguirás laburo muy rápido, pero te conviene hacer una especialización.
—Sí, algunos compañeros me contaban esa weá. Tal vez siga para pediatra, me gustan los niños... —me contaba con una sonrisa que develaba que era una persona de corazón amable—. Me gustan los niños en el buen sentido, no vayas a pensar mal —se corrigió rápidamente y yo solo pude reír por su inocencia.
La tarde terminó pasándose demasiado rápido entre mate que iba y venía, entre tostadas untadas y en escuchar al chileno hablar de lo que le gustaba y no de su carrera. Yo también le conté algunas cosas de la mía, pero más que todo me la pasé contando anécdotas con mis amigos cuando cursamos decoración de tortas para eventos, ya que mis compañeros tenían la manía de dibujar pelotudeces en las tortas de casamiento y el profesor siempre nos retaba por ser tan giles e inútiles.
—Quiero que pruebes algunas de mis masas finas, seguro que te va encantar, porque las hago yo —dije guiñando mi ojo derecho, aunque luego me reí y me avergoncé de mi estúpido gesto.
—Bueno. ¿Eso significa que somos conocidos? —cuestionó con una timidez notable, sus mejillas se encontraron teñidas con un leve rojo carmesí, se veía adorable. Nuevamente, tuve pensamientos raros.
—¿Conocidos? Eso no existe acá, o sos mi amigo o no sos nada —respondí con una sonrisa amigable, aunque cierta parte de mí sentía que en realidad tenía una sonrisa coqueta sobre mis labios, pero no podía saberlo a ciencia cierta. Solo pude notar que el rojo en las mejillas del chileno se hacía cada vez más fuerte.
—Oh, ya po. Mañana nos vemos... argentino culiao —dijo casi con una natural confianza que a ambos nos hizo reír como morsas con retraso, pero al chileno la risa se le cortó a ver la hora en el reloj de pared de la sala—. ¡Mira la hora, conshetumare! ¡Tengo que volver a mi departamento! ¡Tengo que estudiar! ¡Mañana tengo clases! —gritaba enloquecido buscando el abrigo que había dejado tirado sobre el sillón.
—¿Queres que te acompañe hasta abajo? —pregunté limpiando con un repasador las migas de tostadas que habían quedado sobre la mesa.
—No weón, está bien ya hiciste mucho, gracias por todo. Mañana si querí podí venir a verme a la U, salgo a las dos, estaré esperando por algo hecho con dulce de leche —me dijo con una ilusión visible en sus ojos.
Asentí sin darle lugar a dudas y le despedí con un beso en la mejilla. De pronto, el departamento me pareció demasiado grande y eso que siempre me queje de que era muy pequeño para hacer una joda.
Suspiré y deje todo como estaba, no tenía ganas de limpiar. Miré la hora, no pasaban de las nueve, busqué mi cuarto y me tiré sobre mi cama mirando hacia el techo. Prendí la radio y la dejé de fondo, por alguna razón, muchas cosas daban vuelta por mi cabeza. El aire en mi departamento se sentía frío, el ruido de la ciudad se habían vueltos en murmullos semejantes a mosquitos zumbando o así lo percibía por ese instante. Volví a suspirar y me golpee la cara por sentirme tan gil al ver todo de modo tan depresivo. Me di la vuelta y me tapé con las colchas que estaban tiradas a un costado de la cama. Antes de darme cuenta, todo se había vuelto negro.
Sonó la puta alarma programada para todos los días, tuve que levantarme, miré por mi ventana y el sol parecía estar en su pleno apogeo, ya era viernes. ¿En qué momento me había dormido? Despeiné mis rubios cabellos y salí de la cama, estaba algo atontado, bueno, más de lo normal. Después de un rato me acordé de la tarde anterior, sin poder controlarlo, una sonrisa boluda se dejó ver en mi rostro frente al espejo. Agradecí al cielo que nadie pudiera verme en ese momento, daba vergüenza ajena.
Luego entré a la ducha a lavar mi sensual cuerpo —y si, uno así se levanta el ánimo, viste —. Me reí por mis propios pensamientos y salí del baño ya cambiado, en otoño me cagaba de frío si pasaba de un lugar a otro en pelotas por el pasillo de mi departamento. Después me fui hacia la cocina para preparar mi desayuno, me había decidido por un mate cocido con un par de criollos con manteca y dulce de leche del que me había quedado de ayer. Pero al sentarme a la mesa para disfrutar de mi desayuno, me encontré con una pequeña libreta roja olvidada sobre el sillón de mi sala que seguramente le pertenecía al chileno. La tomé entre mis manos y la abrí en una página cualquiera.
"Hoy no me gustó la clase de inmunología humana, el profesor es un weón y se cree el hoyo del queque. Encima el aweonao de Rodolfo se agrando respondiendo todas las preguntas que hacía ese viejo infeliz y...."
Cerré la libreta rápidamente al notar que esta era nada más y nada menos que un diario íntimo, no tenía intenciones ni deseos de meterme en la intimidad ajena. Aunque me pareció raro que Camilo tuviera uno, sabía que algunas personas escriben lo que le sucede en el día como una manera de liberar estrés, pero nunca me imaginé que el chileno fuera una de aquellas personas.
Guardé el cuaderno en mi mochila para devolvérselo mañana en la facultad, pero antes, debía preparar algo para deleitar su paladar. Pero mucho antes que eso, debía primero terminar mi desayuno para ir a la escuela, Jeremías me tiraría la bronca si volvía a llegar tarde... como siempre.
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Nota:
buenas, se me había olvidado subir el otro cap :B
Espero les ande gustando esa nueva versión, sé que cuesta acostumbrarse a sus nuevos nombres y ligeros cambios en su apariencia, pero desde mi punto de vista sus personalidades están más desarrolladas.
¡Muchas gracias por leer!
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