Ángel

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Antes de leer esto debes tener en cuenta lo siguiente:

🥀) Ángel x Lectora.

🥀) No tiene +18.

🥀) ¡Espero que les guste mucho!

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"La unión de una mentira".

Cuando abrió sus ojos y encontró su decisión en esa mano extendida adornando la sonrisa de la castaña, Ángel siguió el paso del puente de su corazón a la luna.

La misma luna subió y bajó el tiempo necesario para haberse encontrado tímidamente embelesado por su voz, hundido en lo oscuro de sus ojos grandes y lo amable que ella podía llegar a ser aunque el contacto físico estaba permanentemente prohibido. Estaba enamorado en su silencio y pocas palabras que podía dedicarle al día y suspiros de noche al verla dormir cual musa.

Solo podía observarla, así que además de ser un demonio ángel, aprendió a desear. Deseaba poder tomarla de la mano, y como los chicos que veía en la playa, poder abrazarla y rendir cuentas al aprecio que a veces se tornaba más cálido de lo habitual.

Ángel sólo podía escucharla y sonreír a la par, pero aterrado terminaba en ocasiones, pues pretendía creer que no era alguien correcto para ella. No podría darle todo lo que quisiera y en un caso extremo, le aterraba la idea de rozarla y hacer polvo los años que la vida le esperaba en sonrisas a un mujer tan espectacular como ella.

Sus ojos, los cuales siempre se mantenían inexpresivos, se inclinaban por la tristeza y decepción cuando ella no se daba cuenta. Cuando le daba la espalda, Ángel sentía ensombrecer y palidecer, y su voz, normalmente serena e indiferente, se trozaba en más de mil pedazos.

Esa noche Ángel alzó los ojos. La frescura y sus pensamientos negativos se aliaron para alejarlo del sueño y después de pensarlo por tanto tiempo, se atrevió a observarla. Su figura durmiendo se le dibujó en las retinas, era tan tierna que una pequeña sonrisa surcó sus labios.

—Realmente eres tan... —murmuró. Recién habían compartido la habitación por las noches, pero Ángel se aseguraba de alejarse los suficiente.

Alargó su brazo fuera de las cobijas y a centímetros de acariciar la mejilla de la castaña lo detuvo con dolor en el rostro. Su corazón se agrietó más, ¿qué textura tendría esa piel tan dulce en vista?

Después observó sus labios. Ya había perdido la cuenta de las veces en que soñaba con poder unirse a ellos en un beso atento, lento y romántico. Fresa, mango o tal vez coco, pensó que cada día tendrían un sabor distinto.

Ya no había remedio. Suspiró de forma en que ella a duras penas lo percibió y con cautela salió de la cama para escapar por la ventana. Por suerte Ángel era tan delgado que podía salir por ella para ir directo a la costa y caminar en soledad, pensando una y otra vez.

La amaba, mar, cielo y sol sabían perfectamente el tamaño de sus emociones por la castaña, pero tenía el presentimiento de que si seguía más tiempo con ella, a pagaría su vida. Se sentía solo, aún cuando ella estaba a su lado.

—No la podría alcanzar jamás... —se dijo en un hilo de voz con las olas rompiendo débilmente a sus pies. A lo lejos un débil mapa de pies delgados le siguieron por las espaldas.

—¿A quien no puedes alcanzar, Ángel? —escuchó la voz de la castaña y dio media vuelta con la sorpresa escrita en su rostro—. Alcancé a verte cuando salías, eres muy expresivo ¿sabes?

Ángel negó, formando un sutil puchero.

—No lo soy —respondió, pensando que si en todo caso, sólo lo era cuando se trataba con ella, porque su belleza cubría sus palabras y lo enredaba en ellas volviendolo honesto—. ¿Qué haces aquí? Está fresco, podrías enfermarte así que vuelve a casa.

—¡No quiero! —respondió la castaña alcanzando sus pasos. Se llevó las manos a la espalda, ella también había pensando en tocarlo pero se detuvo—. Últimamente te he visto ausente.

—No lo he estado —interrumpió Ángel, continuando con su camino en una dolorosa compañía—. No he cambiado.

—Eso me quieres hacer pensar, Ángel —respondió la castaña en medio de una risita—. Pero la verdad es que no es difícil ver a través de ti.

El de cabellos largos, con la aureola sobre sí, formó una mueca. Era molesto, pero lindo saber que ella prestaba atención a los mínimos detalles de él.

—¿Puedes decirme que te ocurre? Me molestan las sonrisas que aparentas para mi —rompió ella el silencio deteniendo el paseo.

Ángel se encogió de hombros. Sus labios querían gritar la repuesta, pero la rabia por su destino podría asustarla; había tantas formas de decirle que la amaba, pero también deseaba tocarla, abrazarla y unir sus labios en un lecho donde sus cuerpos harían el mejor soneto en la costa.

Bajó su mirada, la castaña ladeó la cabeza y cuando quiso adivinar la obvia razón del mal estado de Ángel, este estiró sus alas a una distancia prudente de ella. Sus cabellos castaños oscilaron a la par del viento y sus labios rozados respladecieron en esa pequeña bóveda hecha por las alas que encerró a Ángel y a la castaña dentro.

En ese momento solo eran ellos dos. Un espacio corto y peligroso era el que los separaba.

—Antes me preguntaste a quién no puedo alcanzar —repuso Ángel con decisión en su mirar—. Ese alguien eres tú.

Estiró su brazo, evitando hacer cualquier contacto y la castaña enrojeció lo suficiente como para contagiar a Ángel.

—Quiero alcanzarte. Amarte y unirme a ti, pero es imposible... Aunque trato de olvidarlo cuando estoy a tu lado... —confesó—. Pero no puedo, me supera esto.

Al instante Angel se llevó la mano al pecho. Internamente se reprendia, pues un demonio enamorado de un humano era casi como un chiste para su orgullo ciego. Entonces la castaña conectó con él y elevó su brazo derecho; Ángel lo observó bien y en su mano, en el dedo meñique, tenía atado un cordón rojo.

Ella sonrió y lo invitó con la mirada.

—A mí también me resulta imposible contenerme y no saltar para abrazarte cuando eres muy tierno —confesó ella y sacudió en levedad el otro extremo del listón—. Pero si el otro extremo lo atas a tu dedo, podremos estar conectados ¿no? Hazlo Ángel, así verás lo especial que es esto.

Vio en ella descender un haz de esperanza. Ángel tomó con cuidado el otro extremo del listón y lo ató al mismo dedo que ella, formando la unión de una mentira cruel para la realidad, pero por ahora era suficiente.

—¿Lo ves? —dijo ella con un tono dulce, haciéndolo sonreir—. Ahora es como si estuviéramos tomados de la mano.

Sus dolores amargos desaparecieron entonces. El listón que compartía sus existencias llegó a su corazón, conectando con el de la castaña y allá, en el color azul de cielo, le entregó un único beso antes de la llegada de aquel par de ojos en espiral y la ausencia de sus memorias.

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