Capítulo 4

-Empieza de nuevo.

Tyrenna se paralizó en su sitio, su pincel a escasos centímetros del lienzo, listo para ejecutar una pincelada que nunca llegó.

Ornolf estaba a sus espaldas, juzgando el retrato inacabado por encima de su hombro. Tyrenna jamás permitía que nadie viera sus cuadros mientras pintaba-ella sola era fuente de suficientes críticas, no necesitaba que nadie más le señalara errores en su trabajo.

Pero Ornolf era su Jarl. Sus caprichos eran ley.

-¿No me escuchaste?

-Lo escuché -respondió Tyrenna con la mandíbula tensa, aunque se obligó a ser cortés-. Al menos dígame qué le disgusta del cuadro, mi Jarl.

-Todo. -Ornolf hizo una marcada mueca de desprecio-. La armadura se ve mal. El cuarto se ve apagado. La pose no se parece en nada a la mía. Empieza de nuevo.

"Si solo me dejara terminarlo..." pensó Tyrenna con frustración. En otras circunstancias, habría perdido la paciencia hace mucho, pero no era estúpida. Oponerse a Ornolf solo le causaría problemas, más de los que ya hacían estragos en su mente.

-Sí, mi Jarl.

A regañadientes, Tyrenna empezó a desmontar el lienzo del caballete. Era el tercero que desechaba en el día.

Los aposentos del Jarl no eran excesivamente lujosos. Además de su dormitorio, Ornolf contaba con un cuarto comedor privado y un espacioso estudio. Ya que este último era el mejor iluminado, fue allí donde Tyrenna había decidido retratarlo.

Las mesas, estanterías y sillas eran todas de madera de pino y los colores dominantes eran el blanco y el dorado de los estandartes imperiales que adornaban los muros. Las feroces fauces disecadas de un oso de Haghan custodiaban la pared central, aunque Tyrenna empezaba a dudar que Ornolf hubiera tenido algo que ver con la cacería del animal.

El Jarl resopló con desgano y volvió a colocarse en posición en el centro del estudio. Se había hecho vestir con su armadura de gala, brillante como cristal pulido, acompañada de una gruesa capa de piel de oso alrededor de los hombros.

-No me hagas dudar de la palabra de Daorn, muchacha -le dijo el Jarl. En seguida, adoptó la pose que había escogido para el retrato: la barbilla en alto, los ojos posados en un horizonte indeterminado, con el yelmo en la mano izquierda y la rodilla derecha en alto, como sometiendo a un enemigo invisible, aunque en realidad apoyara la pierna en un simple taburete de madera.

"Ridículo," pensó Tyrenna. Ornolf no era un Hrothr. Había comandado las fuerzas verhallesas en Munningar durante muchos años, sí, pero eso no lo hacía un héroe, no importa cuánto lo deseara él.

Tyrenna agarró un lienzo nuevo y lo instaló en el caballete, irritada. El Jarl apenas le había permitido tomarse un par de descansos en todo el día, por lo que le dolían los pies y empezaba a sentir que se le entumecían los dedos de las manos.

Con creciente rabia, Tyrenna empezó a bosquejar los primeros trazos. "Ha sido culpa de ese sujeto," pensó. Daorn le había movido el suelo. Había llegado al palacete del Jarl sintiéndose nerviosa, pero optimista. El skald había convertido ese optimismo en pánico y frustración.

Siempre pintaba mal cuando estaba de mal humor. Ese era un defecto que Aldora no paraba de señalarle: dejaba que sus emociones se filtraran demasiado en sus cuadros. Pero, ¿de qué otro modo se podía pintar?

Como resultado, sus trazos eran toscos, sus pinceladas, violentas. Ornolf le parecía un hombre odioso y demasiado pagado de sí mismo, y así lo estaba pintando, aunque no lo quisiera.

No podía seguir así. Lo único que ganaría si continuaba trabajando en ese estado sería otro lienzo echado a la basura. Además, el anochecer estaba cerca, no conseguiría avances importantes en ese retrato en tan poco tiempo.

-Mi Jarl... -Tyrenna dejó sus instrumentos a un lado mientras apretaba con fuerza los párpados-. Necesito descansar por hoy.

Ornolf frunció sus tupidas cejas y abandonó su exagerada pose de heroísmo.

-Ya tuviste suficientes descansos.

"¡Hace más de tres horas!" exclamó Tyrenna para sí misma, aunque consiguió reservar sus pensamientos para sí misma, si bien a costa de que sus uñas se clavaran dolorosamente en sus palmas.

-Mi Jarl, realmente necesito descansar. Unos dedos agotados no podrán plasmar su... grandeza como es debido. -Cuando lo dijo, Tyrenna sintió una honda repulsión.

-A este paso, muchacha, el retrato jamás estará listo. ¿Sabes lo importante que es?

-Claro que lo...

-No, no lo sabes -la interrumpió Ornolf-. Esperaba rapidez y talento, y aún no he visto ninguna de las dos cosas. No acostumbro dar segundas oportunidades, muchacha; no haré excepciones contigo.

El Jarl resopló con visible desagrado.

-Descansa por el resto de la tarde, pero volverás mañana temprano a seguir trabajando, y si entonces no veo resultados, simplemente buscaré otro artista que sí pueda hacerse cargo.

Tras decir esto, Ornolf despidió a Tyrenna con un despreciativo agitar de mano, sin siquiera voltearse a verla. La joven se tragó su enfado y se marchó de los aposentos del Jarl en silencio.

Tyrenna regresó al salón principal, donde evitó a un consternado Sevard que trató de detenerla utilizando a las sirvientas, pero el semblante poco amistoso que Tyrenna traía hizo bien en espantarlas. No estaba en condiciones de soportar a nadie, ni siquiera a sí misma. Necesitaba despejar su mente.

Con un empujón, Tyrenna se abrió paso entre los guardias que custodiaban la entrada al palacete. Siguió de largo hasta alcanzar la avenida central de Elfjord, donde los mercaderes y transeúntes que habitualmente llenaban la vía empezaban a escasear.

Solo tenía que seguir caminando para volver a casa, pero algo la hizo desviarse del camino.

En realidad, no se sentía con ánimos de enfrentar a su tía. Aldora le haría preguntas, le pediría detalles, cosas en las que Tyrenna prefería no pensar en el momento. En vez de eso, se dirigió a los puertos.

Había poco movimiento a esa hora. El sol amarillento hacía reflejar sus rayos sobre las aguas calmas de la bahía y la brisa fresca del fiordo empezaba a cobrar fuerza. Tyrenna recorrió los suelos de madera del puerto, dejando que la soledad y la relativa serenidad la ayudaran a calmarse. Apoyó los brazos en uno de los barandales, observando progresar el atardecer sobre las aguas, y se mantuvo allí durante largo rato.

Apenas fue consciente de cuánto tiempo había pasado cuando una voz perturbó su tranquilidad.

-Tyrenna.

La joven parpadeó varias veces y se dio vuelta, consternada. Se encontró con una imagen que recordaba bien de esa mañana: una refinada túnica negra ajustada con un elegante cinturón, carente de espada, y un pálido rostro de ojos sagaces, ensanchado por una sonrisa tenue.

Daorn.

¿Qué estaba haciendo él allí? El pensamiento de ignorar al skald y simplemente marcharse cruzó la mente de Tyrenna, pero algo le dijo que ese encuentro no era para nada repentino. Daorn no parecía el tipo de hombre que dejaba tales cosas al azar. Además, había encubierto su mentira antes, Tyrenna necesitaba saber por qué.

-No te alegres tanto de verme -bromeó el skald junto a una carismática sonrisa que solo consiguió que Tyrenna desconfiara incluso más de él.

-¿Qué hace aquí?

Daorn apoyó también sus brazos en el barandal y fijó su mirada en el lejano horizonte sobre la bahía.

-Siempre vengo aquí al atardecer, cada vez que visito Elfjord. Una vista preciosa, ¿no lo crees?

Tyrenna no contestó. Hasta que no supiera las verdaderas intenciones de ese hombre, prefería ser escueta con sus respuestas.

-¿Cómo te fue con el Jarl Ornolf?

"¿Tiene el descaro de preguntar?" se dijo Tyrenna con rabia genuina.

-Me fue perfecto.

Daorn bufó y ensayó una tenue sonrisa.

-Si vas a mentir cada vez que nos vemos, deberías aprender cómo hacerlo bien.

Tyrenna lo fulminó con una mirada de pura hostilidad que el skald se sacudió de encima como la brisa húmeda de la bahía.

-No serías la primera artista que tiene problemas con él -añadió-. Contrariamente a lo que su decepcionante gusto para el arte podría sugerir, Ornolf es exigente. Está acostumbrado a que las cosas se hagan a su manera, y solo a su manera. -Los ojos negros de Daorn se hicieron finas rendijas-. Pero creo que ya te has dado cuenta de eso. ¿Cuántas veces te hizo empezar de nuevo?

Tyrenna consideró negarlo todo, pero sospechó que el skald vería a través de sus mentiras sin mucho esfuerzo.

-T-Tres... -se resignó a decir con los dientes apretados. Solo admitirlo hería su orgullo.

-¿Tres nada más? -Daorn alzó las cejas-. Aunque, tratándose de ti, supongo que no debería sorprenderme.

Por algún motivo, oír ese comentario hizo que Tyrenna enderezara más su postura.

-¿Qué de malo vio en tus cuadros?

-Todo, al parecer. ¡Pero sus críticas no tienen fundamento! ¡No sabría lo que es buen arte así lo tuviera en la punta de la nariz!

Sin querer, Tyrenna dejó escapar parte de la frustración que venía reprimiendo. Cuando notó lo mucho que había alzado la voz, se encogió en su sitio y se cruzó de brazos. Daorn simplemente echó a reír. "Por supuesto que le divierte."

-Es la primera vez que alguien desprecia tu trabajo, ¿me equivoco? -El skald se dio la vuelta y apoyó relajadamente la espalda en el barandal-. He visto tus cuadros, Tyrenna. Tus retratos. Tienes un don innato para embellecer lo que tus ojos capturan, de un modo que pocos pueden, o se atreven a intentar.

Un chispazo recorrió la espalda de Tyrenna. ¿Los habría visto? ¿Habría visto los pequeños cambios que hacía siempre en los retratos que pintaba? Tyrenna siempre se había dicho que solo alguien tan observador como ella misma podría notar los retoques que hacía, pero quizás Daorn fuera esa persona.

Y ese pensamiento solo la hacía sentirse más expuesta en su presencia.

-Deja que te diga algo, Tyrenna. -Daorn fijó su vista en el lejano sol moribundo-. La Verdad creada por Havdall es Única, perfecta y brillante como el sol que ilumina el horizonte. Pero tal es su grandeza, que es ingenuo esperar que nuestras limitadas mentes mortales la comprendan en su totalidad. Como resultado, la verdad que cada ser humano percibe no es más que una porción de la Verdad Única, filtrada por sus propios ideales y prejuicios. Y, aunque imperfectas, estas verdades menores se sienten tan reales como el sol en el cielo. No podemos alcanzarlo, pero aún así percibimos parte de su calidez en nuestra piel.

Las palabras de Daorn se oían a peligro. Aunque se refería a la Verdad Única de manera honrosa, las ideas que sugería se inclinaban demasiado a la herejía.

¿Por qué, entonces, hacían Tyrenna se sintiera tan intrigada?

-Hasta ahora, has pintado según tus propios criterios, perfeccionando las verdades imperfectas que ves siguiendo tus propias inclinaciones artísticas. Y, hasta ahora, eso te ha funcionado. -Daorn sacudió varias veces la cabeza y su voz adquirió una extraña seriedad-. No te funcionará con Ornolf. Necesitas cambiar tu perspectiva: en vez de pintar la verdad que tú ves, pinta la que Ornolf desearía ver, la que anhela, la que no podrá rechazar cuando se la muestres.

¿No era eso lo que venía haciendo, lo que había hecho en el retrato de Freydis? Aún así, Tyrenna no podía verse pintando al Jarl de la forma heroica y grandiosa que él esperaba.

-¿Por qué me dice todo esto?

Daorn la miró directamente a los ojos y se acercó a ella hasta que solo unos palmos separaban sus rostros, su refinado perfume envolviendo el aire alrededor de Tyrenna.

-Porque he visto demasiadas veces cómo el talento muere en la indigencia.

Había pasión en esos ojos negros, una intensa determinación no muy distinta a la que ardía en ella cuando pintaba, cuando pensaba en sus ambiciones más lejanas. Sin embargo, Tyrenna no podía quitarse de encima la inseguridad nacida de la frustración ocasionada en ella por el Jarl. Sin importar qué hiciera, Ornolf parecía odiar todo lo que sus manos produjeran.

-No sé si pueda hacerlo -admitió Tyrenna con pesar.

Daorn negó varias veces con la cabeza, sin dejar de mirarla a los ojos.

-No tienes idea de las cosas que puedes lograr con el don que posees, Tyrenna. Elfjord jamás te hará justicia. Piensa en las alturas que podrías alcanzar en la élite de la sociedad artística de Verhall... -Daorn se giró y posó la vista al norte distante, en dirección a las lejanas torres de Hallandr-. La corte del Jönnungr, incluso.

Tyrenna se estremeció. Esa era su más grande ambición, el sueño en el que pensaba cada día y cada noche. Se recordó que Daorn no era otro que el skald del Jarl de Hallandr-la cima que ella anhelaba con tanta desesperación, él ya la había alcanzado.

-Un cambio de perspectiva, Tyrenna -dijo Daorn con voz calma y cálida, casi paternal-. Es todo lo que hace falta.

El skald le sonrió y dio un par de suaves golpes al barandal, para luego apartarse como dispuesto a irse.

-¡Espere! -lo detuvo Tyrenna, aunque en realidad no tenía idea de qué decir. Su mente era un revoltijo de ideas contradictorias y emociones en guerra.

Al ver que Tyrenna no tenía nada que decir, Daorn tomó la palabra por última vez.

-La próxima semana estaré en la exposición de arte del Jarl Ornolf como invitado de honor. Espero encontrarte ahí, Tyrenna. Hasta entonces.

Tras esta escueta despedida, el skald ejecutó una remilgada reverencia y Tyrenna lo vio alejarse por la avenida principal, hasta que lo perdió de vista cuando dobló una calle.

La muchacha apretó los puños con impotencia. Era como si cada vez que se encontraban, Daorn dejara su cabeza hecha un lío. "Lo odio," pensó, aunque sus palabras y consejos aún frescos hacían eco en su mente.

Sintiéndose derrotada, se resignó a volver a casa antes de que el anochecer la sorprendiera. "Un cambio de perspectiva," repitió varias veces para sí. No sabía si funcionaría, pero estaba claro que si seguía haciendo lo mismo, solo seguiría fallando.

Para cuando llegó a casa, había tomado una decisión: trataría de seguir los consejos de Daorn. Tenía mucho que perder-la oportunidad de conseguir el patrocinio de Ornolf, la posibilidad de forjarse una carrera fuera de Elfjord-pero no podía pensar en una mejor solución.

La última oportunidad para demostrar su talento la esperaba al día siguiente en el palacete del Jarl, y Tyrenna rogó a Havdall que dicho talento fuera suficiente.

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