Capítulo 6.

Capitulo dedicado a Lila_Turner.

Les dejo tres capítulos. Cariños.

Laura removía su café negro perdida en sus pensamientos. Una sola cucharadita de azúcar era la cantidad habitual que utilizaba, aunque con la amargura que sentía esa mañana bien podría haberle agregado dos o tres solo para aminorarla.

Consultó en su reloj de pulsera la hora. El Señor Grimes llevaba quince minutos de atraso. Laura detestaba tanto la impuntualidad como el hecho de haber tenido que contratar a ese mequetrefe para poder investigarla, pero dos razones la habían convencido; una era que necesitaba saber que se traía esa entrometida vendedora con su prometido, la otra, él era muy bueno en eso, el favorito de su padre, un sabueso costoso pero muy eficiente.

Dos suaves golpes en la puerta y Valeria, su secretaria, dejo entrever  por ella su corta cabellera roja junto a su tímida sonrisa.

—Señorita Romano, la busca un tal Señor Grimes, dice que lo está esperando, aunque no tiene una cita.

Laura asintió con la cabeza antes de darle una respuesta a la pelirroja.

—Sí,Valeria, hazlo pasar—fue su escueta contestación, la que completó antes de que Valeria terminara de irse—No me pases llamadas, que nadie nos moleste.

Laura bebió un sorbo de café y luego alisó las inexistentes arrugas de su falda tubo; rodeó su escritorio y se apoyó en el frente con los brazos cruzados, una pose algo intimidatoria que le había aprendido a su padre.

Dos minutos después, Harry Grimes, un robusto moreno en sus cuarenta y tantos años cruzó la puerta y la cerró suavemente tras él, antes de dedicarle una sonrisa zalamera.

—Señorita Romano—la saludó con una ligera inclinación de su rizada cabeza.

—Señor Grimes—le correspondió ella, sin mudar su seria expresión—¿Qué tiene para mi?

Él caminó unos pasos más y ensanchó su sonrisa mientras rebuscaba en su portafolio de cuero; saco de él un sobre rectangular de color verde.

—Nada por un lado, y todo por el otro—fue la misteriosa respuesta del detective. Laura frunció el ceño.

—No tengo tiempo que perder ni deseo de hacerlo—le aclaró. Algo en ese hombre la irritaba profundamente— Dígame que sabe.

El Señor Grimes se rió con suavidad y negó con la cabeza. Laura casi podía asegurar que conocía sus pensamientos <Tiene el carácter del padre>
Ya se lo habian dicho antes.

—Bien—comenzó a darle la información—Ella nunca lo llamó ni intento hacer contacto con él por otro medio. Por lo que investigué, es soltera, hace mucho. Sale poco y lleva una vida tranquila. De casa al trabajo y del trabajo a casa, se podría decir.

Laura se mordisqueó el labio inferior, ¿Entonces el que la buscaba era él? Sintió que la ardiente chispa de los celos volvía a encenderse en su pecho.

—Una buena chica—musitó ella, pero esa no era razón suficiente para dejarla sin advertencia.

—Algo así—murmuró Grimes, y Laura sorprendida por su comentario lo miró a los ojos buscando las respuestas. En los ojos café del detective había un brillo de malicia.

—Explícate—lo apuró sin rodeos.

—Buena la describe bien—decía eél mientras abría el sobre y sacaba de el lo que parecia ser un documento; el que le extendió lentamente—Chica, a medias.

Laura lo observó entornando la mirada por un segundo antes de llevarla a la hoja que tenía en sus manos. La leyó con ansiedad, era una partida de nacimiento.

" ...Elias Eduardo Arce hijo de .....nacido en ....a los veinticuatro días del mes de Agosto de 1988 en ..."

Laura se quedó muda. No era posible. Trató de formarse una imagen mental de ella. Hermosa, rubia, delicada, femenina. 

—No puede ser, ¿Estás seguro?—le preguntó Laura releyendo la partida, aunque sabía que lo estaba. En los altos círculos en los que trabajaba el detective no había lugar para errores, ni malentendidos.

—Por supuesto. Pero la entiendo, la vi con mis propios ojos y no hay señal alguna que delate su verdadero género— concordó, y terminó su oración con un silbido y una exclamación espontánea—¡Esa preciosura enamoraría a cualquiera!

Laura lo taladró con su mirada y el detective al darse cuenta de su error se apresuró a corregirse.

—No, no quise.... Fue solo una forma de decir...

—No importa—lo calló ella, y el detective asintió algo nervioso—Esto me sirve, ¿Lo sabe su empleador?

El Señor Grimes se paralizó por un momento. Laura supo que tanteaba en que dirección iban sus pensamientos. 

—No lo creo. La dueña de la tienda es una anciana. Muy recatada y religiosa. Estuvo enferma hace unos años y su nieto se hizo cargo de sus cosas. Él contrató a Eva en ese tiempo, al parecer su "secreto " no le molestó al emplearla. Hace unos meses que la dueña se recuperó y volvió al mando. No, no creo que tenga conocimiento de ello.

—No lo tenía —sentenció Laura con una pequeña sonrisa—Pero lo sabrá.

El detective hizo un gesto de desaprobación con su boca y bajó la cabeza. Parecía no haberle gustado su insinuación ¡Acaso esta estúpida rubia hechizaba a todos!

—Señorita, perdone mi intromisión, pero, no lo haga. Eva parece una persona de bien, si por esto se queda sin empleo con su condición le será muy difícil conseguir otro. Usted sabe como son las cosas—le quiso hacer ver él—Seguramente, si su novio sabe que a quién persigue es a otro hombre, el capricho se le pase.

Laura dejó su postura relajada y se enderezó. Lo miró a los ojos con intensidad.

—Hizo bien su trabajo y recibirá una buena recompensa por ello, pero si me sigue importunando, Señor Grimes... También por ello será recompensado—le advirtió. El detective entendió y asintió de nuevo sin decir más. 

Los Romano no amenazaban en vano.

El Señor Grimes se marchó poco después. Laura revisó el resto de la información. Entre ellas había una foto de Eva.

Reparó en su delicada belleza por unos segundos y después la rompió; la partió en decenas de pequeños trozos y los tiró al pequeño bote al lado de su escritorio.

No se consideraba una mujer malvada, ni vengativa, pero sí una que cuidaba sus intereses. Uno de ellos, sino el más importante era Ian, y Eva estaba en el medio. 

Le enviaría un recado, uno que le enseñaría a no meterse con lo ajeno.


Ian observaba aquel contacto nuevamente. No había vuelto a llamarla, aunque una vocecita en su interior le rogaba que lo hiciera. Habían transcurrido dos semanas, y él se sentía como un alcohólico en recuperación... "Hola soy Ian, soy Evadicto, y no he caído en mi adicción por exactamente catorce  días. No la he llamado, aunque me ha urgido y mucho, pero he convertido casi en un culto el observar su contacto en mi teléfono cada día adorando en la distancia lo que sé que me esta prohibido, ¿No es recaer hacer eso, no? Es lo mínimo que necesito para seguir cada día, saber que podría si quisiera, que sería tan fácil...

Al diablo, iba a llamarla.

Eran las tres de la mañana en España, por lo cuál, según sus cálculos (en los que ya era casi un experto) en Argentina serían las diez de la noche. Algo tarde, pero tampoco una hora muy inadecuada.

Se apoyó en el respaldar de su cama y cruzó las piernas, sentándose como un indio en aquella costosa colcha de trescientos hilos en color azul acero. Regalo de su prometida, en la que no quería pensar en ese preciso momento.

Marcó con los dedos torpes por la emoción y esperó exhalando un suspiro que se le antojó muy lento. Como si en el dejara en libertad sus pensamientos acallados en esas dos agónicas semanas.

—Hola—oyó después del primer timbre. No estaba preparado para que contestara tan pronto.

—Hola—respondió. Debía ordenar sus siguientes palabras pues al oír su dulce voz de nuevo, estás se habían volado como una bandada de asustadizas palomas.

—Ian—lo reconoció y hubo un instante de silencio. Ian creyó que ella también buscaba en el firmamento a sus palomas perdidas.

—Si—pudo proseguir él al fin—Es maravilloso escucharte de nuevo...¿Estás bien?

Ella suspiró del otro lado del teléfono, del otro lado de aquel inclemente océano que los separaba con razones que a Ian ahora le sonaban absurdas.

—Estoy bien, ¿Por qué motivo me llamas?—le preguntó ella y, buena pregunta.

Sus porqués. Habían muchos, pero ninguno que pudiera enunciarse en voz alta sin hacerlo parecer un acosador obsesivo. Su voz, su respiración acariciándolo desde el otro lado de la línea, su risa musical , la imagen aun nítida en su mente de la última vez que la vio; toda perfección y armonía, como la venus naciendo del mar entre una lluvia de flores. 

Eva...

—Ian—escuchó su nombre pronunciado con suavidad. Luego él cayó en cuenta de que perdido en sus divagaciones románticas había dejado correr el tiempo de más.

—Si, lo siento. Pensaba en la respuesta,  ¿Por qué te llamo? Pues, no tengo una respuesta lógica a eso, no una coherente, solo argumentos abstractos que comienzan en la forma en que ríes y terminan en lo que produces en mi corazón con una sola palabra.

Y de nuevo el silencio.

No le extrañaba después de aquella repuesta que se asemejó más bien a una declaración apasionada.

Ella suspiró de nuevo antes de responderle.

—No puedo, Ian... Y tú tampoco. Yo tengo mis razones y tú las tuyas, aunque te afanes en ignorarlas.

—¿Es por Laura?—la interrumpió él—Ya no seguiré con ella. No la amo, solo he seguido a su lado porque no conocía como puede sentirse...

—No—esta vez fue ella la que lo interrumpió—No la dejes por algo que ni siquiera es, que no podrá ser, Ian, olvídame y permíteme olvidarte. Ya no me llames, ni me busques ¿sí? Créeme cuando te digo que lo nuestro es imposible.

Ian estaba estupefacto. No esperaba esa reacción por parte de Eva. No cuando podía sentir en el vibrar de su voz la misma angustia que él sentía,v ¿Por qué imposible? No podía entenderla.

—Me rompes el corazón—le dijo, y aunque pareciera exagerado pues apenas se conocían, él sentía que era ella, y que ahora sin haber podido tenerla, la perdía.

Si, el corazón le dolía.

Sintió un ligero sollozo del otro lado y supo que ella lloraba.

—Oh Eva, no llores. Si solo me explicaras...—decía, pero ella cortó su oración.

—No—sentenció con la voz quebrada—. No, Ian, lo siento mucho... Adiós.

Y cortó. Intentó comunicarse de nuevo, pero Eva había apagado su teléfono.

Ian cerró los ojos por un momento, e hizo el intento de tranquilizarse.

Debía terminar con Laura. Esa relación no los llevaría a nada, y ella no se merecía ser la segunda en su corazón.

Debía buscar a Eva. Ella dijo no, bien, él tambien lo diría, diría no a dejarla ir, le diría no a rendirse.

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