Capitulo 4.
Hola. Aquí dejo otro capitulo. El de arriba es un modelo andrógino llamado Andrej Pejic, quién interpretará a Eva. Abajo, Ian Somelhalder, quién será Ian.
Sabía que le estaba hablando. Sus labios se movían, pero no escuchaba en absoluto lo que le decía Laura. La mente de Ian lo llevaba una y otra vez, esa mañana de domingo, al extraordinario suceso del día anterior, pues eso fue, extraordinario, completamente fuera de lo normal, excepcional desde aquel momento en que puso un pie en aquella tienda, y desde aquel instante en que sus ojos volvieron a encontrarse con los de Eva.
Aquello fue mágico. Debía serlo, pues el no actuó como solía hacerlo ni se comporto como acostumbraba, ¿ Desde cuando coqueteaba abiertamente con una desconocida?, ¿En qué momento dejó de lado sus principios para ir detrás de una dama, siendo que él ya estaba comprometido con otra?
Él simplemente no era así. Es más, detestaba el engaño y la deslealtad. Entonces, ¿qué le había sucedido?
Antes de conocer a Laura no había sido un santo. Había rebotado en decenas de relaciones vacías, antes de caer en sus brazos encontrando en ellos estabilidad, calidez y respeto. En esa época era habitual para él perderse por un par de buenas curvas, o por una atrevida promesa de sexo sin ataduras. Pero eso era antes, pues desde que formalizó su relación con su actual novia, esa vida disoluta habia quedado atrás. Por eso no entendía aún ese embeleso total del cuál fue preso al admirar a aquella encantadora joven de apagada mirada. No era su cuerpo, ni siquiera había reparado en el más que para percibir su delgadez y fragilidad, tampoco ninguna provocación o postura de su parte, pues ella parecía más bien retraída, algo ansiosa y bastante tímida, no podía culpar a el ambiente en el que se hallaban, pues para él y su poca devoción por lo antiguo, este le pareció nostálgico y sumamente aburrido.
No, para decirlo con sencillez, Eva era una cosita delicada y dulce. Una de la que se tenía que olvidar pues tenía a Laura, y ella no se merecía que él perdiera su tiempo pensando en otra.
—¿Estás de acuerdo entonces?—escuchó que su novia le preguntaba, y el tono interrogativo junto a su expectante mirada lo sacaron de su meditación.
—¿En...?—tanteó completamente perdido en la conversación.
—En volver antes, esta noche Karina hará una pequeña celebración por el cumpleaños de su hijo. Cuando supo que me encontraba aquí, en Buenos Aires, me rogó que asistiera, solo será un día antes. Realmente me gustaría verla—le relató su novia, por su expresión impaciente, lo hacía por segunda vez.
Ian lo pensó por un segundo. No le agradaba Karina, era una mujer entrometida y pretenciosa, pero era tambien la mejor amiga de Laura, así que decidió anteponer su deseo.
—Sí, está bien. Dile a Julia que nos reserve un vuelo para esta tarde—le contestó, y luego recordó que tenía una cita—¿Qué hora es?
Laura consultó su reloj. El suyo estaba en su mesita de luz, aún no se lo había colocado.
—Ocho treinta—le informó con el ceño algo fruncido—, ¿Qué, alguien te espera?
Laura se rio un poco después de decir eso, pero su risa se detuvo de pronto, seguramente al ver la duda en sus ojos.
—Solo serán unos minutos. Deje el reloj de péndulo en la tienda y debo pasarlo a buscar—le anunció él, evitando su mirada inquisidora, una que podía sentir clavada en su rostro mientras pretendía que tomaba de su taza de café.
El café estaba helado, ¿Cuánto tiempo se extravió pensando en Eva? Pero más heladas eran las pupilas negras que ahondaban en él cuando al fin levantó la mirada.
—Creí que ya estaría resuelto, ¿No fuiste ayer? Además, es domingo Ian, ¿Acaso esa tienda abrirá solo por ti?
Era domingo. Ni siquiera se le había pasado por la cabeza. El shopping abriría, también muchas tiendas, pero una de antigüedades, un domingo... Laura tenía razón. Y eso lo llevo a pensar en si la vendedora sufrió el mismo desfase emotivo-temporal que él, o si solo le dijo mañana para sacárselo rápidamente de encima.
Prefería pensar que era lo primero.
La ceja elevada de Laura le decía que esperaba una respuesta.
—Si, es verdad pero ella, la vendedora, me dijo que estaría para hoy, alrededor de las nueve, ¿Será que los domingos solo abren medio día?
—No lo creo, pero sí creo que irás de todas maneras a ver. Ese reloj parece haberte encandilado, ¿O será que lo que te encandiló es otra cosa?—soltó ella. Así, a quemarropa, como estaba acostumbrada a dialogar.
—Laura, solo buscaré el reloj de pasada, paseamos un rato, almorzamos y después venimos a prepararnos para partir esta tarde—la tranquilizó, hablándole con la verdad. Ya había decidido no seguir con esa delirante ensoñación.
—Bien, bien—dijo ella elevando la mano en un gesto conciliador—Me visto en un periquete y te acompaño. Me pondré algo ligero, quisiera que camináramos un rato por la playa.
Ian asintió y Laura se puso en pie dejando su desayuno sin terminar. Le dio un pequeño beso de pasada y siguió su camino a su cuarto.
Él no lamento que ella lo acompañara, era mejor, sea cual fuera el hechizo que tenían los ojos verdes de Eva, no podía permitirse volver a sucumbir ante ellos, ni tampoco arrastrar a esa inocente joven con él.
Laura tardó muy poco en arreglarse. Vestía un pantalón capri de jean y una blusa celeste sin mangas; su calzado eran unas sandalias bajas floreadas. Un atuendo atípico en ella que siempre se mostraba tan sobria y austera. Ian le atribuyó aquel cambio a ciertos celos que oyó en su voz al mencionar a Eva, y pensó que aunque la razón no fuera buena, el resultado sí lo era, pues ese aire de relajación le sentaba a su novia de maravilla.
Ian también optó por un conjunto sencillo. Unos jeans oscuros y una camisa de diseño en arabescos, negra y blanca.
Hablaron un poco en el camino. Nada transcendental: Negocios, familia, política. Ian notó esa vez como nunca hacia lo poco que hablaban de ellos.
—Me quedaré a esperarte en el auto—le dijo Laura ni bien estacionaron en la acera del shopping que ya lo veía llegar por tercera vez ese fin de semana.
—¿Segura?—le preguntó él. Prefería que lo acompañara.
—Si, revisaré unos mensajes. Aparte me dijiste que serían solo unos minutos, sin mencionar que lo más probable es que tu tienda de antigüedades este cerrada.
Ese" tu tienda" le confirmó a Ian que Laura estaba celosa, y en consideración a su sentimientos se prometió terminar con ese trámite rápidamente.
—Muy bien, enseguida regreso—le dijo antes de bajar y dejarle un pequeño beso.
Avanzó con premura por los pasillos abarrotados de visitantes. Muchas tiendas estaban abiertas y él espero que esa a la que se dirigía también lo estuviera. Mientras subía las escaleras golpeteaba con su pie en el escalón algo ansioso, como si con esa acción pudiera lograr que fuera más rápido.
El tercer piso se presentó ante él igual de lleno que los anteriores. Era normal por estar en época de vacaciones, pero inusual por lo temprano que era.
Aceleró el paso acercándose a la tienda de Eva, pero antes de llegar hasta ella lo alcanzó una desilusión que en cierta forma esperaba. La tienda de antigüedades estaba cerrada.
Igual caminó hasta la puerta como si fuera Alí baba delante de la cueva, pensando en alguna palabra mágica que la abriera.
—Ábrete sésamo—susurró riéndose un poco de sí mismo.
Suspiró, ¿qué más podía hacer? Se iría esa noche y no volvería a verla. Quizás enviaría en la semana a alguien por su reloj. O quizás no. Al fin y al cabo "el dormido" la prefería.
Se giró y comenzó a caminar hacia la próxima escalera mecánica, ya sin la ansia con la que llegó, portando más bien, una obligada resignación.
Casi tenía un pie en la escalera cuando alguien lo llamó.
—¡Ian!
Se volteó. Esa voz le resultaba esperanzadoramente familiar.
Y ahí estaba ella ¡Y por todos los Cielos! La vio semejante a una lluvia de estrellas. Sí, toda deslumbrante y luminosa. Menos en su mirada, que verde como el mar de alguna perdida isla en el Caribe, se fijaba en sus ojos entre nerviosa y apenada.
Su delgada silueta estaba enfundada en un vestido corto, que apenas rozaba sus rodillas, con un fondo blanco salpicado de cerezas rojas. Su cabello iba suelto y brillaba con distintos tonos de dorado. Su boca estaba coloreada en un rosa pálido que hacía resaltar el ligero rubor de sus mejillas.
No debió subir solo. Lo sabía.
—Fui a la tienda—comenzó él—. Estaba cerrada.
Lo primero que le salió, bastante redundante.
—Sí —le contestó ella con una sonrisa tímida—Para mi vergüenza debo decir que ayer olvidé que hoy era domingo.
—Creo que ayer a los dos se nos olvidaron algunas cosas-—dijo Ian acercándose hasta ella—Te pido disculpas. Creo que mi comportamiento fue algo desubicado. Espero no haberte ofendido con mi atrevimiento.
Eva frunció ligeramente el ceño y ladeó la cabeza. Adorable. Eso era.
—No me ofendió, Ian. Y sí, sé a lo que se refiere, y creo que en algún momento los dos perdimos los papeles. Yo también me disculpo.
—No es necesario— se apresuro él, y luego agrego viendo que portaba el reloj—¿Viniste en tu día libre solo para traérmelo? Estoy impresionado.
Eva se rio. Una risa pura. Le sonó particularmente bella. Sin una gota de falsedad.
—¡Pues es fácil impresionarte entonces!—respondió ella, y su mirada brilló.
Esa chispa lo cautivó. Esos iris esmeralda eran una exquisita joya cuando su dueña se lo permitía.
—Primero, no, no lo es— le respondió él-—Y segundo, ¿ O nos tuteamos o no? Esta mezcla de usted y tú, ya me está haciendo doler la cabeza.
Eva volvió a reírse y él deseo con todas su fuerzas besarla. Luego se reprendió mentalmente, y unos segundos después estaba deseándolo de nuevo.
—Es cierto, Ian. Quedémonos en el tú, ¿te parece?—le concedió—Y bien, como te dije, me equivoqué en citarte un domingo, por eso decidí venir y esperarte. Espero que el hecho de que "el dormido" ya este funcionando perfectamente, me exima de mi error.
—Es tuyo—le dijo Ian. Lo había decidido un segundo antes.
—¿Perdón?—inquirió Eva, por su expresión, sin comprender.
—Es tuyo, Eva, te lo regalo. Él te prefiere, y ¿Cómo culparlo? Y tú le tienes cariño, ¿Quién soy yo para interferir entre ambos?—le explicó. Ella aún lo miraba consternada.
—Pe-pero—tartamudeó un poco—No creo que pueda aceptarlo. En primer lugar porque es muy caro, y después porque no se vería bien. Yo te lo vendí, ¿Qué diría la dueña? Sería extraño.
—No diría nada, pues lo tendrías en tu casa, alargando tus horas y quizás en alguna tarde solitaria, haciendo que te acuerdes de mí —expuso Ian. De nuevo sintiendo que perdía el control, o la voluntad, ¿O el corazón? No sabía.
—No lo necesitaré para eso. No creo que olvide a alguien tan gentil como tú—le dijo ella bajando el tono de su voz, haciendo que esta sonara como poco más que un murmullo—Te recordaré, la gentileza no ha sobreabundado en mi vida.
Y se apago, ¿Qué era? ¿Qué la entristecía de tal manera que opacaba al recordarlo el brillo de su mirada?
—De todas maneras no puedo quedarme con él...—continuó, luego de un instante de silencio.
Ian la interrumpió.
—Mirá, Eva, hoy aquí, fuera de la tienda, no somos cliente y vendedora, solo somos un hombre y una mujer—dijo y con una sonrisa agregó—, y un reloj, uno que ahora te pertenece. Y no me discutas más.
Ella lo miró,profundamente, con intensidad. Sus pupilas lozanas se le clavaron tan hondo que él creyó que le escaneaba el alma, que descifraba el compás de sus latidos.
Unos ojos verdes colándose hondamente en su corazón.
—Está bien , tú ganas—le dijo, y luego miró con una sonrisa al reloj que portaba en sus brazos—Siempre me ha gustado, remolón y perezoso como es, siempre me ha parecido especial. Gracias, Ian. Gracias de verdad.
Llegó otro momento silencioso. Aunque él sabía que muchas personas iban y venían al lado de ellos, que sus charlas flotaban en el aire mezclándose con las distintas canciones que se oían de los locales. El ambiente era bullicioso, pero nos los alcanzaba. Ian solo podía oír la respiración de Eva; estaba agitada, acelerada. A su vez oía el irritante cuchicheo de su cabeza a su pecho, aconsejándole la retirada, pues ( y no erraba) aquella divina criatura ya tenía aquella batalla ganada, y si se quedaba por más tiempo ganaría también la guerra, lo conquistaría todo.
—Ya debo... Debo irme— le anunció el titubeante—Me esperan. Me marchó hoy.
—Claro, Ian—le contestó Eva, y le extendió la mano, que él tomó suavemente— Ha sido un placer, y nuevamente gracias.
—El placer fue mío, Eva. Adiós—la despidió, soltando su mano tan lentamente que al separase sus dedos se acariciaron.
Se giró. Comenzó a caminar de nuevo hacía la escalera. Debía seguir adelante y no mirar atrás. Obligó a sus pies a que le obedecieran, pero los traicioneros oían siempre más a su corazón.
Se había acabado. No la vería más. Ni siquiera sabía su nombre completo, ni su dirección. El único dato era la tienda, y si alguna vez ella dejaba su trabajo, no tendría ni eso. Ningún rastro, ningún indicio de quién era, de porqué sufría, de porqué lo había deslumbrado. Nada. No tendría nada y se permitía aquello.
¿Se lo permitía?
Cuando Ian se dio cuenta ya caminaba otra vez en su dirección.
Benditos pies desleales.
Ella miraba una vidriera, de espaldas a él.
Vio diagonalmente que se llevaba una mano a el rostro, parecía secarse una lágrima, ¿Estaba llorando?
—Eva—la llamó, y ella primero pareció encogerse al oírlo, y después se giró despacio.
Sí, había estado llorando, ¿Por que?
—Ian—solo dijo.
—Yo no quiero parecer osado de nuevo pero, ¿Me darías tu número de teléfono?—le pidió un poco inquieto—Prometo no molestarte, solo... No lo sé, quizás alguna vez pueda pedirte algún consejo sobre, ¿Arte? O sobre eso que tú haces, lo de las antigüedades.
Ella sonrió de nuevo. Era perfecta. Y él juro que su cordura no soportaría una sonrisa más.
—Sí — dijo sin dudar. Buscó en su bolsito crema. Sacó una tarjeta personal. Se la dio un poco cohibida.
Él la tomó y la sujetó seguramente más fuerte de lo que se requería. Como si tuviera en sus manos una porción de ella, un retazo de su ser.
-Entonces, nuevamente adiós—Se despidió él y la miró por ultima vez, una larga.
¡Por Dios como le estaba costando aquello!
Se volteó rompiendo el contacto. Y su mente pareció tildarse, pues aunque supo que bajó las escaleras, salió del shopping, subió al auto y se marchó con Laura a toda carrera, no se terminó de ir de aquella escena en la que se despedía sin querer irse, odiando hacerlo.
Quizás percibió una mirada consternada de su novia cuando le dijo que dejó el reloj con la vendedora.
—No me gustaba tanto, ni se porqué lo compré—fue su excusa pésima.
Y luego la playa, y después el almuerzo. Hacer las maletas, un viaje en silencio y el aeropuerto.
Desde la ventana veía hacía afuera, ya ubicado en su asiento de avión en primera clase.
—Adiós, Eva—murmuró tan bajo que ni él se escuchó.
Teni6a que hacerlo, debía olvidarla, sin peros, acallando a esa voz. Esa que le gritaba que si existía ese poderoso sentimiento del que otros contaban, que quizás no lo sentiría otra vez, que no era un pecado salirse del plan.
Pero la silenció con un cruel, no. Un no que, sin que él supiera, y con el mismo dolor... Eva repetía a la distancia.
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