Capitulo 2.
Iba rápido. Manejar a esa velocidad ya le era costumbre. Su madre solía decirle que no corriera tanto, (Y no se refería solo a los autos) que se tomara su tiempo, que el mundo y los que en el vivían comprendían que no podía estar en dos lugares al mismo tiempo, y si no, deberian hacerlo.
Ian sonrió al evocar a su madre, aquella asombrosa mujer que era su cable a tierra. Y la entendía, por supuesto, pero no por ello lograba desacelerar la vertiginosa carrera que era su vida diaria. ¿No lo lograba o no lo quería lograr? Como fuera, él siempre se exigía a si mismo en todo, en cada área. Con solo veintiocho años era presidente en la empresa fundada por su padre; una compañía de seguros con sucursales en varios países de Europa y América, de la cual su progenitor se distanció por su delicada salud, dejándolo a él al frente. Entonces, ¿Cómo no correr? Lo necesitaban por todas partes.
Por eso le alegraba como era ella. Laura, a su lado como copiloto, escribía en su portátil de alguna milagrosa manera a semejante velocidad en una ruta no tan bien cuidada. No era celosa ni posesiva, le daba su espacio, quizás era algo apática y hasta fría en su relación que ya contaba mas de dos años pero estaba bien, él no era precisamente un romántico empedernido. Veía a una relación amorosa como un contrato entre dos personas, donde el respeto y la sinceridad eran las partes indispensables. Las demás cualidades que todos le añadían le parecían agotadoras y desequilibrantes, no las necesitaba.
Quería a Laura, se complementaban bien, era la correcta, la indicada, todo era como debía ser.
—¿En cuánto?—le preguntó su novia sin quitar la vista de su trabajo y él la miró por un instante antes de responderle. Su cabello negro estaba sujeto en una cola alta, dejando libre a las miradas a su bello rostro moreno de facciones suaves. Vestía uno de sus tantísimos trajes, discreto pero a la moda, o por lo menos así lo definía ella cada vez que él preguntaba por la similitud de sus conjuntos.
—Unos veinte minutos más—fue su respuesta, al mismo tiempo que volvía a llevar sus ojos azules a la ruta.
Iban por un pequeño descanso. Uno no planeado. Habían volado desde España, donde los dos residían, y donde se hallaba la sede central de Aval seguros, su multimillonaria empresa, para una reunión con los directivo en su sede de Buenos Aires, Argentina, pero uno de ellos sufrió una perdida personal, murió su anciana madre, por esto la reunión se había aplazado hasta el próximo martes dejándolos ese viernes sin nada más que hacer que dirigirse a una de las ciudades turísticas cercanas, Mar del Plata, de la cual él no sabía mucho, salvo que era hermosa y muy concurrida en esta época del año.
Con una exactitud asombrosa arribaron a la ciudad balnearia unos viente dos minutos después.
Les habían reservado una Suite en un hotel de cinco estrellas, El Tres Reyes, y ahí se habian dirigido primero. Luego de registrarse fueron acompañados por un agradable joven que llevó sus maletas a su habitación, uno que se fue muy feliz con la propina que él le dio.
Ian se había dado un ligero baño; era un día por demás caluroso, y luego se había vestido sencillo, unos jeans y una camisa azul marino de aspecto informal en combinación con unos mocasines negros. Se miró al espejo, se veía bien. Era muy cuidadoso con su dieta y muy riguroso con su rutina de ejercicios, lo que debía reconocer que le favorecía haciendo ver bastante mas intimidante a su metro noventa.
Laura estuvo lista rápidamente, otro de sus trajes, pero esta vez el cabello completamente recogido.
Fueron a almorzar a un restaurant frente a la costa. Después fueron al cine, una buena película histórica y luego le seguía una exposición de autos antiguos. Aunque la reunión que pospuso se hubiera llevado a cabo él ya tenía pensado hacerse una escapada para concurrir a ella. Amaba los autos y esta sería una exhibición muy completa y excepcional. Pero Laura no estuvo de acuerdo, ella quería ir antes a comprar algún souvenier para la madre de Ian. Ellas se llevaban bien y como el cuidado de su padre obligaba a su madre a permanecer a su lado en forma casi constante, ya no podía viajar como antes, por esto Laura siempre le llevaba algún recuerdo de toda ciudad a la que iban.
Ella ganó. Pero prometió darse prisa para que llegaran a la exposición cuanto antes.
Entraron a un shopping muy grande, repleto de gente. Ian lo sugirió, entre tantas tiendas debía haber alguna que tuviera algo que le gustara.
Lo recorrieron por un largo rato, entrando y saliendo de varias tiendas, hasta que llegaron a esa, una de antigüedades.
Laura entró emocionada, él la siguió sin nada de entusiasmo.
Miró sin ver nada. Observó algunos cuadros de arte abstracto sin encontrarles ni pies ni cabeza. Escudriñó algunos jarrones que parecían chinos, un par de cuchillos antiguos. La voz de Laura se oía detrás, como un perfecto acompañamiento a una melodía muy hastiante, la del aburrimiento. Otra se escuchó después, con una perfecta articulación en su español argentino, y cierta calidez que a Ian se le hizo algo artificial. Esto le llamó la atención y decidió voltear a ver a la que supuso era la vendedora.
Era muy bonita, rubia, delicada y pequeña, parecía frágil, tan tenue que le pareció que podría resquebrajarse si alguien la abrazaba algo fuerte.
Le sacó una sonrisa sin motivo, un gesto sin pretexto ni razón.
Le explicaba a su novia la historia de una lámpara, la que parecía haberla embelesado y ser una candidata fuerte como regalo para su futura suegra. Movía las manos de cierta manera cuando lo hacía, como si entretejiera con estas aquel relato antiguo, como si pudiera darle vida a sus palabras haciéndolas danzar delante de su clienta, trayéndolas a la vida.
Le sonreía en todo momento, con una cordialidad un tanto ficticia, que Ian creyó no se debía a Laura sino mas bien a algo que se debatía en su interior. Como una lucha entre dejarse ver y ocultarse por completo.
Y luego lo vio puntualmente. Él conocía a la gente, observaba sus maneras, sus gestos, sus mentirillas escondidas detrás de sus verdades, sus intenciones detrás de su aparente indiferencia. Era parte de su trabajo leerlos, por eso al mirar esas iris verdosas lo pudo ver.
Había tristeza, una profunda, quizás insondable por la oscuridad que opacaba la brillantez de su mirada. Y no era nueva, él conocía la pena reciente, la veía a diario en muchos ojos que se retiraban decepcionados de sus oficinas. Los que no habian leído las cláusulas ni las letras pequeñas. Pero esta no era de esa clase, era del tipo de tristeza que ya tiene su tiempo, aquella macerada por la impotencia, por la desdicha. Su madre la tenía desde que recibió el diagnostico de su padre. Era una aflicción que se arrastraba, un pesar convertido en amargura.
<<¿Pero por qué lo tiene ella?¿A que se debe ?>>
Era bonita, vivía en una ciudad bonita, trabajaba en una tienda bonita...
<<¿Cúal es la causa de su penar? ¿Cuáles los porqué de su tristeza?>>
—¿Por qué?—se preguntó, y un segundo después notó que lo había dicho en voz alta.
Ella lo miró, la chica triste, y volteó la cabeza de lado como inquiriendo en la razón de su pregunta.
Ian se puso nervioso. No era sencillo ponerlo así, él solía mostrarse tan seguro de sí mismo.
Buscó con premura algo en la tienda que le diera una excusa a su interrogación y lo encontró, al frente y arriba. Era un reloj, uno de péndulo.
Se aclaró la garganta.
—Oh, solo me preguntaba el porqué un objeto tan bonito lleva tanto tiempo aquí sin que nadie lo compre, solo eso—respondió con una mentira, pero una bien pensada.
Ella le sonrió un poco más, y... ¡Rayos que era muy linda!
—Ah sí, está hace mucho y es uno de mis preferidos—comenzó ella, pero luego se detuvo y arrugó el ceño—Pero, ¿Cómo se dio cuenta de que está aquí hace mucho tiempo?
—Por que lo cubre una fina capa de polvo—dijo él, y al terminar de decirlo se arrepintió por el ascendente rubor que había cubierto sus mejillas. Ian no quiso decir que no hacia bien su trabajo, o que fuera descuidada en el, pero sonó así.... ¡Maldición!
Ella se mordió el labio inferior y él pensó que se molestaría pero en vez de eso le dedicó otra sonrisa, esta vez sincera, una que no se comparaba con ninguna de las que antes le viera.
—Tiene razón, necesita una limpieza—le concedió—Es casi tonto que no lo notara pues paso buena parte del día mirándolo. Se llama el dormido, sí—se río quedamente— tiene nombre, le llamo así porque creo que a veces tienes el poder de hacer mis horas eternas. Ya sabe, porque se queda dormido y se olvida de su función... dejándome a la deriva en el tiempo.
A Ian esa explicación le encantó.
—Me lo llevo—Se le salió , sí, solo brotó de él ni siquiera lo pensó.
Laura lo miró extrañada, si él hubiera prestado atención hubiera notado que llevaba mirándolo así un par de minutos.
—Bien—dijo la vendedora, aunque pareció que no le agradaba la idea de desprenderse de el—, ¿Necesita que lo envuelva para regalo...?
—No—la interrumpió él— Es para mí. No me agrada perder el tiempo, así que procurare mantenerlo despierto...¿Algún consejo?
—¿Café? O algún tipo de charla existencial con mucho detalles y poco sentido—le contestó aún con la sonrisa sincera—Oh no, espere, es lo que hago todos los días y quizás sea la razón por la que se duerma.
Ian se río. Su risa nació sincera desde adentro. Hacía rato que no le nacía una de esas.
Laura se acercó a él y lo tomó del brazo. Él la miró, parecía algo contrariada, supuso que por su charla con la vendedora, no era usual en ella así que decidió no incomodarla más, y después de pagar y mientras la rubia envolvía sus adquisiciones ( el reloj y la lámpara) él salió afuera y se dispuso a esperarla.
—No sabía que te gustaban las antigüedades, es más creí que te parecía un sinsentido gastar en cosas viejas. Es lo que siempre dices—fue el primer comentario de Laura al salir de la tienda.
—Siguen sin gustarme. Solo me llamó la atención el reloj. ( O más bien la que lo vendía, pero eso no se lo dijo) Creo que se verá bien en el piso en Barcelona.
Ella asintió y el tema quedó atrás.
Fueron a la exposición. Era como Ian supuso muy interesante, pero no se podía concentrar en aquellos extraordinarios vehículos. Esa mirada vedada de alegría fue un pensamiento recurrente toda esa noche: Al cenar, cuando volvió a su habitación con Laura, al hacerle el amor, al intentar dormir al lado de ella. Y por muy increíble que le pareciera allí estaba el levantarse.
Lo hizo primero que Laura, por eso decidió ir a ejercitarse un rato al gimnasio del hotel. Antes de salir colocó el reloj de péndulo en la habitación que ocupaba, casi en la misma ubicación en la que antes estaba. Sobre la puerta, arriba.
Su rutina de ejercicios le llevó una hora. Eran las ocho treinta según su reloj de muñeca cuando entró a su habitación. Ver la hora le recordó a "El dormido" y alzó sus ojos para verlo.
No funcionaba. El péndulo estaba quieto y las agujas inmutables. Laura le había dado antes cuerda, acomodando cada pesa del minutero y segundero pero nada funcionaba.
—Buen día—escuchó detrás de él y se giró para ver a su novia aún adormilada, la que le dió un pequeño beso antes de dirigirse al baño.
—No funciona Laura, el reloj se detuvo—le comento él yendo tras ella que se estaba lavando los dientes.
Ella terminó y se enjuagó la boca, luego se lavó la cara, y mientras se secaba le preguntó.
—¿Quieres que lo lleve a la tienda?, estaré unas horas en el Spa... Me queda cerca.
Él lo penso un momento, luego negó con la cabeza.
—No, no, ve tranquila. Iré yo. Y después quedamos para almorzar.
Laura asintió y quitándose con pereza el pijama que vestía comenzó a llenar la tina.
Ian volvió a la sala, acercó una silla y se subió sobre ella para tomar el reloj, pues lo había puesto en lo alto.
Al bajarlo lo miró escrutadoramente, como si este escondiera un secreto y se muriera por revelarselo.
—¿Extrañas a la chica de ojos tristes, no es así dormido?—le preguntó al reloj con una pequeña sonrisa—Creerás que es una locura, pues ni siquiera conozco su nombre, pero sabes algo... Yo también la extraño.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top