Un regalo más que un amor

Sentada en un bar se encontraba ella, escribía en un anotador su nombre. Casi que lo dibujaba con una paciencia devastadora. La tinta recorría el papel amarillento y trazaba con una caligrafía perfecta el nombre de "María". No sabía qué hacer con su vida. O mejor dicho, no se animaba a hacerlo. A sus veintitantos años había alcanzado todas las metas que se había propuesto, excepto una... dirigió su mirada a la barra y sus ojos café chocaron con la del mozo que estaba a punto de llevar un pedido a la mesa contigua.

A pesar de que era una mujer bien predispuesta en lo laboral, lo cierto es que era muy introvertida en los asuntos de amor. Parecía una persona fuerte –o al menos eso le decían sus compañeros de trabajo- sin embargo en su interior era una chica asustada. Levantó la mano, indicando un poco más de café. Al rato llegó otro mozo llevándole su pedido. Ella aún estaba pensando que hacer con su día. Acababa de salir de la empresa inmobiliaria en donde trabajaba, y tenía toda la tarde libre. En el bar se oyó una melodía romántica que la sacó de sus pensamientos. Una banda estaba tocando un show acústico de guitarras y voces. La canción la llevó en su memoria a una tarde de otoño en que daba su primer beso con aquel chico. Que si bien, fue un momento mágico que quedó grabado en su corazón, también el corazón le dolió por saber que aquella persona fue la que le había hecho tocar el cielo y al mismo tiempo hundirla en lo más profundo de las tinieblas. Sus labios pronunciaron una leve mueca de tristeza y sus ojos se opacaron de melancolía. Los músicos seguían tocando y animando el lugar. Algunas personas hasta se animaban a despegarse de sus asientos y bailar pegados al compás de la música.

Después de un rato, ella observó que su café se estaba por acabar y solo quedaban migajas de las medialunas que acompañaron su media mañana. Ahí cayó en cuenta que hacía un rato no veía al chico, al cual le hizo caminar más de quince cuadras para beber el café allí, siendo que en su camino se cruzó con al menos siete cafeterías y con los mejores sabores. Pero ella sabía que estaba allí por un motivo. Recordó la tarde en que fue por vez primera a ese lugar, y que sus ojos vieron al hombre que la sacaba de sus sueños y le proporcionaba una dosis de insomnio. Su corazón comenzó a latir con nerviosismo. Y a cada rato se preguntaba si no estaría mal irse a su trabajo para invitarlo a una cita. Que si aquello no perjudicaría con su labor. Todo eso lo pensaba con una precisión de aquellas mentes que se fijan hasta el más mínimo detalle para que todo salga bien. Hasta ese momento solo sabía que se llamaba Jorge y que en algunas ocasiones la obsequió unas miradas que fueron el causante para que ella esté en ese bar esa mañana. Hasta lo que pudo investigar, no tenía novia, o al menos eso nunca comentó en las escasas charlas que tuvieron.

Al pasar unos minutos por fin lo vio de nuevo, pero algo la sorprendió. El hombre salió de detrás de la barra con un pequeño ramo de flores. Eso era más de lo que podía esperar. Se dijo a si misma que si se habrá dado cuenta que ella estaba allí solo por él. Y no le quedó duda cuando aquel joven mozo perfiló en dirección a ella. Un rubor evidenció el nerviosismo que invadió su pecho. A cada paso que daba el joven, ella pensaba las mil maneras de decirle que sí, y como sería su mundo a su lado. Ya se imaginaba que ese día iba a terminar como en los cuentos que leía de pequeña. Las rosas rojas y blancas no podían ser otra cosa que amor... y más aun no le quedó la menor duda cuando el joven le sonrió, y sus labios esbozaron una mueca de nerviosismo cargado con el amor más puro que puede tener un hombre. Seguía caminando en su dirección. Los pasos se le hacían eternos. Hasta estuvo a punto de mirar hacia otro lado para simular que estaba sorprendida de todo aquello. Pero su sorpresa fue aun mayor cuando el mozo se comenzó a inclinar para terminar de hinojos junto a su mesa. Todos comenzaron a vitorear. Los músicos que ya estaban a punto de guardar sus instrumentos, comenzaron a tocar una balada de amor. Ella ya no podía más de felicidad. Y el joven por fin dijo las palabras más bonitas: Cristina ¿te querés casar conmigo? Y una joven que estaba frente a él no aguantó el llanto de emoción y con lágrimas en los ojos aceptó. Sellaron aquel amor con un beso apasionado.

María no sabía si reír o llorar. Aquello había superado a cualquier anécdota en su vida. Pensó en lo duro y triste que es enamorarse y no poder decirlo. En como el amor, que es el sentimiento más puro, puede consumir por dentro si no se expresa. Dejó una propina debajo de su taza y dio unos pequeños aplausos. Con una sonrisa felicitó al joven que le respondió con unas palabras de agradecimientos. Se retiró del bar pensando que iba a hacer con su tarde libre.

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