Capítulo 59

Los días pasaron, aún tenía la carta conmigo pues no tenía el valor suficiente para entregársela a Theo, pasaba mis noches leyéndola una y otra vez, había tantas respuestas escritas en ella.

Stefan y yo no habíamos vuelto a estar en contacto, por lo que no tenía la menor idea de cómo se encontraba Theodore, una parte de mí estaba destrozada por él, mi corazón sentía haberle hecho daño, me sentía culpable por todo lo que había pasado entre los dos. Tenía miedo de presentarme en el palacio y verlo, sabía bien que solo bastaba con verle unos solos segundos para que mi mundo se derrumbara, le amaba, y me partía el alma saber que las cosas entre los dos habían terminado. Sobre todo, tenía miedo en que jamás pudiese perdonarme.

Cinco días más tarde, reúno el valor suficiente para ir a buscarlo, conseguí que Heinrich me llevara hasta el palacio después de conversar con él sobre mi relación con Theo.

—Tranquila, ¿sí? Sabes que pase lo que pase, siempre me tendrás aquí —me anima Heinrich antes de que baje del auto, le ofrezco una tímida sonrisa y no aguanto el impulso que termino abrazándolo—. Voy a separar por ti aquí afuera, toma todo el tiempo que sea necesario, estaré esperándote.

Asiento frenéticamente y tomo un par de respiraciones antes de bajar del auto, mis manos sudan por más que las limpie entre mi ropa. Puedo, hacerlo, puedo bajarme, entregarle la carta y salir de allí.

Bajo del auto con inseguridad, jamás me he sentido de la manera en que me siento en ese momento, estoy asustada. Llevo la carta a mi pecho como si pudiese abrazarla, me siento segura con ella a mi lado, es como si el rey estuviese apoyándome con cada palabra que había escrita en ella, frente a la puerta del palacio, tomo una bocanada de aire y me animo a hablarle a los guardias, me acerco a uno de ellos, quien al parecer tiene noción de quien soy, le pido si puede buscar a Stefan, rápidamente asiente y le pide a otro guardia que vaya a traerle, diez minutos más tarde, Stefan aparece en la puerta. Su instinto es abrazarme, abrazo que recibo sin ningún inconveniente.

—Está en su despacho —murmura en mi oído, yo asiento en acuerdo, cuando nos separamos, los dos caminamos en silencio por los largos pasillos del palacio hasta llegar al despacho donde se encontraba—. Estaré por aquí cerca en caso de que me necesites.

Dice en un tono serio, asiento de nuevo y limpio el sudor de mis manos en mis pantalones. Stefan me sonríe.

—Podrás hacerlo —me anima y seguido de eso desaparece. Me tomo todo el tiempo que considero necesario antes de tocar a la puerta principal, saber que está al otro lado de la habitación, provoca que mi corazón lata con fuerza.

—Adelante —le escucho gritar. Su voz suena firme, y a pesar de que no es tan clara debido a la puerta cerrada, logra ponerme nerviosa. De nuevo, me tomo mi tiempo.

Abro la puerta con delicadeza, cuando la puerta está lo suficientemente abierta como para verle, siento todo mi cuerpo paralizarse. Se ha levantado de su escritorio, noto que también se tensa al verme, bajo la mirada y me animo a entrar, opto por dejar la puerta semi abierta.

—¿Qué haces aquí? —pregunta asombrado. Abro la boca para responder, pero las palabras no salen de inmediato, mi corazón late con más fuerza.

Mantenemos el contacto visual, puedo ver dolor en su mirada. Desvío mi mirada de la suya para evitar el contacto visual y que la punzada en mi pecho crezca.

—Necesitaba verte —consigo responder. Theo traga con fuerza, abandona su lugar detrás del escritorio y camina hacia mí dejando un par de centímetros de distancia entre nosotros, quiero retroceder, pero no lo hago, me quedo estática en mi lugar.

Theo no responde, simplemente se queda observándome fijamente, lo que incrementa mi nerviosismo, esta vez soy yo quien se atreve a dar un paso al frente luego de un tiempo, mi voz se corta al hablar.

—Tu padre escribió una carta para ti, he venido a traértela —digo volviendo a mirarlo.

¿Por qué duele? Me pregunto. Duele tenerlo en frente.

Me armo de valor suficiente como para romper la distancia entre los dos y entregarle la carta en sus manos, el ligero roce que hacen nuestros dedos al entregársela, erizan los vellos de mi piel, lucho por controlar mis emociones, quiero llorar de vuelta. Levanto la mirada para volver a verlo, tomo aire.

Intento buscar las palabras correctas en mi boca, estas se quedan atascadas, de pronto, es como si me quedase sin aliento, mi boca se seca y no tengo manera para hablar, termino mirando al suelo en un intento de contener las lágrimas.

Quisiera decirle que tenerlo así de cerca me lastima.

—Leigh, mírame —consigue susurrar después de unos minutos, su voz es ronca y débil, al ver que no puedo mirarle, sus dedos rozan mi barbilla y con delicadeza levanta mi rostro para que pueda mirarle, es imposible no llorar. Niega, sus ojos se vuelven sombríos.

—Yo...

Está luchando por contener sus palabras o por lo menos lucha por contener sus emociones. Traga con fuerza el nudo en su garganta, suelta un suspiro pesado.

—Nathaniel vino a buscarme días después de lo sucedido, me explico todo, yo fui un idiota contigo, creí que...

Retira su mano de mi barbilla y termina apartándose de mí, siento un ligero vacío al sentir que se aleja. Camina por la habitación con las manos sobre su cintura, después se lleva una mano a la cien, está luchando con sus emociones.

—Lo lamento, desconfié de ti.

De nuevo siento una punzada de dolor en mí en mi corazón.

—Yo lamento que te hayas enterado de tu madre de aquella forma, fue muy estúpido de su parte hacerlo público.

—Lo fue.

Ambos soltamos una risita seca al mismo tiempo. Hay un largo silencio, el aire a nuestro alrededor es pesado.

—Dime, las cosas entre los dos ya no volverán a ser igual, ¿verdad? —dice esto con un poco de preocupación. Como si fuera poco, su comentario es suficiente para que me rompa, en mi vida he tomado miles de decisiones, algunas buenas y otras malas, algunas las tomo por impulso, sin pensármelas por más de un minuto, sin embargo, he tomado una decisión que he estado pensando desde que leí la carta, me guste o no, la he pensado por mucho tiempo.

Niego, confirmando su respuesta, lo cual me duele. Creí que esto sería más fácil, pero no lo es, todo parece más complicado. Estuve practicando este momento en mi cabeza, lo recree cientos de veces y ahora que estoy aquí, que lo tengo presente, no sé si pueda hacerlo.

Con brusquedad, quito las lágrimas de mis ojos con la mano que tengo libre, con la otra, sostengo la carta con fuerza, con miedo de que esta se vaya de mí.

—No podemos pedir que todo vuelva a su normalidad cuando todo se salió de control de un momento a otro —me veo diciendo, mi voz se rompe—. Las cosas jamás volverán a ser iguales entre los dos.

—Podríamos intentarlo...

—No podemos —interrumpo—. Yo...

—¿Estás intentando terminar conmigo?

—Nosotros terminamos hace tiempo.

El dolor cruzó de nuevo por su mirada, negó.

—Por favor, no hagas esto de nuevo.

—¿Y qué se supone que haga? ¿Fingir que no pasa nada? —Hago mi mayor esfuerzo para que mi voz sea clara entre mis lágrimas—. Te amo y eres lo mejor que me ha pasado, pero no creo que pueda continuar con esto, no encajo en tu mundo y no quiero hacerlo, no soy la clase de persona que siga órdenes, si me conoces lo suficiente podrías darte cuenta de que las detesto. —Hago una larga pausa, mi garganta quema—. Lo he pensado bien y creo que es lo mejor para los dos.

—No es lo mejor para los dos, al menos para mí no lo es —suelta con brusquedad—. Me enamoré de ti como nunca lo había hecho por alguna otra chica.

Intenta llegar hacia mí, retrocedo y detiene sus pasos a una buena distancia. Su cercanía me afectaría de inmediato, necesito mi espacio.

—Eres un rey ahora. Tenemos que admitirlo, no eres la misma persona que conocí meses atrás, tampoco creo serlo, hemos cambiado, tu mundo nos ha cambiado.

Su vida había ocasionado un gran revuelo en la mía, había conocido un mundo completamente distinto a lo que siempre había estado acostumbrada.

—¿Y crees que renunciar a mí va a regresarte tu vida? —pregunta con un poco de brusquedad.

—Sé que no lo hará —intento sonar segura de mis palabras—. Pero tampoco creo poder con esto, dime, si me quedo, ¿qué sucederá con nosotros?

—¿Qué quieres decir con eso?

Lo había pensado bien, después de todo esto, lo mejor era marcharme. Alemania ya no se sentía como un lugar seguro.

—No voy a quedarme en Alemania, no puedo hacerlo.

Su rostro palidece.

—No hagas esto. Por favor, no me digas que planeas marcharte, no eres ese tipo de persona que...

—¿Se marcha? —pregunto con dolor—. Créeme, estoy acostumbrada a irme todo el tiempo, jamás he estado en un mismo lugar por mucho tiempo, no sería nuevo para mí sí me voy. Además, creo que...

—No digas de nuevo que es lo correcto, no lo es —me interrumpe—. No puedes irte.

—Y tampoco puedo estar aquí.

—¿Por qué no puedes?

—Porque no soportaría saber que estamos en el mismo lugar. —Me rompo en llanto—. Porque simplemente no puedo hacerlo.

Niega.

—Entonces no te vayas. No tenemos que terminar con esto si no quieres.

—Es que no lo entiendes —niego, la punzada que siento en mi pecho hace que me cueste hablar—. Si me quedo aquí, si los dos decidimos continuar, las cosas ya no serán igual y no pido que lo sean, solo no puedo hacerlo. No puedo estar con alguien que teme a tomar sus propias decisiones cuando yo suelo hacerlo todo el tiempo, no puedo esperar a que tengas la aceptación de todos sobre lo nuestro porque sabemos que nunca la tendremos, sé lo importante que es para ti gobernar el país.

—Podrías gobernar a mi lado.

—No. No está en mis planes, nunca lo ha estado —suelto con brusquedad y dolor, quizás estoy siendo demasiado ruda—. De nuevo, no soy la persona que acostumbra a seguir órdenes, me gusta romperlas, tampoco tengo manera de reina.

—Podrías intentarlo.

Río. Cierro mis ojos con fuerza.

—Ya he tomado una decisión.

—Y supongo que no puedo hacer nada para cambiarte de idea.

Me muerdo el labio inferior.

—Lo lamento —niego—. Creo que lo mejor es terminar con todo esto.

Puedo ver el dolor en sus ojos. Es una despedida en la que jamás soñé pasar, esto me duele tanto como a él, siento que una parte de mi cuerpo está siendo desprendida, estoy abandonando gran parte de mí aquí. No puedo más con esto, si me quedo un segundo más, terminaría rompiéndome toda.

Dejo la carta que traía en mis manos sobre su escritorio, observo una última vez la caligrafía con su nombre, me armo de valor para mirarle por última vez a los ojos.

—Espero que encuentres en ella todas las respuestas a tus preguntas —digo firmemente.

—¿La leíste?

Asiento desvergonzadamente. No dice nada, camino rápido hacia la puerta de la salida.

—Leigh... —susurra, haciendo que detenga mis pasos antes de salir, su voz es apenas audible para mí, la forma en que pronuncia mi nombre derrocha dolor en su voz.

Cierro mis ojos con fuerza. Siento que estaba cometiendo un error, quiero quedarme, quiero correr hacía él y besarle, pero mi orgullo no me permite hacerlo y tampoco el suyo. Tomo una última bocanada de aire antes de despedirme.

—Creo que tu padre tenía razón, tienes que aprender a seguirte a ti mismo. Ser tu propio líder y no dejarte influenciar por todas las cosas que los demás digan. —Mi voz se vuelve a romper en llanto—. No eres todas esas cosas que crees ser Theo, eres mucho mejor.

Y como ya no puedo estar aquí un segundo más, salgo corriendo hacia el pasillo en busca de la salida, estar dentro del palacio me está agobiando, necesito aire fresco, siento que estoy quedándome sin oxigenación, Stefan aparece en uno de los pasillos, su rostro luce serio.

—¿Se la entregaste?

Asiento. Hay una distancia considerable entre los dos, no dice nada, solo me observa por un buen tiempo.

—¿Te quedarás?

Niego. Stefan baja la cabeza y juega con sus manos, al tiempo en que una mueca se forma en su boca. Poco a poco decide caminar hacia mí, hasta quedar en una corta distancia, me lanzo en sus brazos para abrazarle.

—Eres un hombre extraordinario —susurro en su oído, le aprieto con fuerza en el abrazo. Voy a extrañarle.

—Odio las despedidas —suelta con una mueca separarse de mí, una risita nerviosa sale de él—. También odio el maldito orgullo que ambos tienen.

Río con él.

—Por favor, cuida mucho de él —le digo y vuelve a envolverme en un abrazo.

—Te prometo que lo haré. —Toma una pequeña distancia entre los dos sin deshacer nuestro abrazo, con su pulgar quita las lágrimas de mi cara—. ¿Entonces no te quedarás?

—No puedo hacerlo, al menos, necesito tiempo para todo esto.

Suspira.

—¿España? —pregunta—. Escuché que Heinrich quería que dirigieras el hotel de España.

—Aún no lo sé.

España nunca ha estado en mis planes y siguen no estándolo.

—Solo sé que voy a extrañarte a ti, a Cass, Heinrich, a él...

Suspira, cansado.

—Sé que se darán cuenta de su error tarde o temprano. Lo único que espero de ello es que no sea demasiado tarde.

Me encojo de hombros.

—Yo no puedo quedarme, no puedo ¿sí? Incluso si lo intentara, las cosas no continuarían funcionando entre los dos mientras él sigue intentando complacer a todos.

—Bueno, eso es indiscutible, estás en lo cierto.

Vuelvo a abrazarlo.

—Te quiero Stefan.

—También yo Leigh —dice acariciando mi cabello antes de meterlo detrás de mi oreja—. Supongo que esta es nuestra despedida, ¿no?

Asiento.

—De acuerdo, te acompaño hasta la puerta, ¿vienes sola?

—Heinrich decidió traerme.

Doy una última mirada hacia en dirección del despacho de Theo.

—Sigo creyendo en que son demasiado orgullosos.

También lo creo, nuestro orgullo está destrozándonos. Una parte de mí tiene esperanza en que salga de su despacho a buscarme, pero como Stefan lo dijo, Theo es tan orgulloso como yo que no lo hará y tampoco yo daré mi brazo a torcer.

Me toma casi un minuto decidirme por volver a caminar hacia la salida, Stefan va a mi lado y eso me da un poco de ánimos, su compañía es agradable y voy a extrañarle demasiado. Cuando por fin llegamos a la puerta, nos detenemos a un par de metros de distancia del auto de Heinrich.

—¿Sabré algo de ti después?

Por mucho que me gustaría mantener el contacto con él, sé que no estaría bien, por ahora, mis planes son desligarme de todo como siempre había acostumbrado a hacer.

—Dejemos que el tiempo lo diga —termino por decir. Bufo.

—Tiempo. Tu mejor amigo o enemigo. —Se lleva las manos dentro de los bolsillos de su pantalón—. De nuevo, espero que no sea demasiado tarde.

También yo, pienso. Sé bien que puedo dar mi brazo a torcer, pero una parte de mí detesta el hecho de ser yo quien lo haga, pensar en eso me hace creer que soy la única que lucha por esta relación. Le doy un último abrazo antes de subirme al auto de Heinrich.

Heinrich no hace ningún comentario al respecto, enciende el auto y conduce de vuelta hasta casa.

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