29. Ellos

—Desconocido—

Me dolían los pies, no tenía idea de cuánto llevaba caminando, demasiado, eso seguro, los días se habían convertido en semanas y ya había perdido la cuenta.

Tuve que controlar las ganas de llorar como un niño cuando vi el gran bosque que se abría ante mí, hogar, ese sitio gritaba esa palabra que había tenido que sacar de mi diccionario tanto atrás.

El fuego en mi interior creció, como si reconociera el lugar, tuve que controlarlo, no me interesaba causar un incendio forestal que llamase la atención de cualquiera. Lo mejor que podía hacer camuflarme en el ambiente para que nadie pudiera identificarme, ya mucho tiempo había estado teniendo que huir para que no supieran dónde estaba.

Lo de que el mundo es cruel y complicado lo había aprendido a las malas, ese sitio me lo había demostrado con creces, me lo había quitado todo, incluso los sueños que aseguraba conseguir.

Algo dentro de mí se revolvió, era como si no pudiera controlarlo, por primera vez en años era incapaz de mantener el control sobre mis emociones y aquello no hizo más que dejarme en el más absoluto estado de intranquilidad.

—Puede que haya sido una mala idea... —se me escapó con voz ronca, tenía la garganta seca por no haber bebido agua.

Durante un segundo me planteé si no sería una mejor idea la de darme la vuelta, dejarlo todo como estaba, pero había hecho una larga caminata para llegar ahí, estábamos muy lejos de Nueva York, lo suficiente como para que ese bosque se expandiera libre. Aunque he de reconocer que ese bosque desprendía un aura mágica y antigua que era palpable en el aire, incluso para aquellos que no sabían de su existencia.

Bajé la mirada a mis sucias Vans, me dolía todo, había sacrificado mucho para llegar ahí. Ya no podía echarme atrás, haber luchado tanto, durante tantos años, tenía que tener algún sentido, no podía quedarse en nada...

Entonces, algo llamó mi atención, mis rodillas fallaron caí al suelo mientras las lágrimas acabaron por salir.

No sabría decir si pasé mucho tiempo o no llorando, como es obvio los tiempos no son lo mío, pero acabé decidiéndome a andar, ese olor era como una droga, la promesa de volver a casa, era la promesa de algo mejor, aunque hubiera que hacer un pequeño sacrificio primero, aunque hubiera que jugar un rato, las cosas debían suceder así, el destino así lo quería y yo no tenía derecho a cambiarlo.

Mi corazón latía desbocado ansiando llegar de una vez, de seguir hasta donde ese olor me llevaba. Ya era hora.

Caminé a trompicones, me pesaba todo el cuerpo y, más importante aún, el corazón me dolía de tristeza, enfado, alegría, frustración y muchas otras emociones que no supe describir. Llevaba muchísimo sin sentir absolutamente nada, como si toda mi vida se hubiera apagado aquel día sin remedio ni vuelta atrás.

Esos últimos años habían sido demasiado difíciles, la soledad había sido mi única y mejor compañera. Él también había estado pero los dos sabíamos que no podía estar siempre, no solo tenía responsabilidades, sino que nuestros mundos eran incompatibles, aún así su compañía era lo único que me mantenía en el camino de la cordura, asegurándose de que no me volviera loca y de que siguiera entrenando.

Puede que no hubieran sido años perfectos, pero eran necesarios para que todo fuera bien, para que el río se mantuviera en su cauce las orillas tienen que irse desgastando.

Un paso tras otro llegué hasta aquellas conocidas puertas, a la muralla que me separaba de mi destino y a ellos del suyo, del destino y la historia que nos unía.

El círculo de piedra que olía a ellos había quedado demasiado atrás y ya no podía cambiar ninguna de las decisiones estúpidas que me habían llevado hasta ahí.

La oscuridad de los portones parecía enrollarse en mis manos, reconociéndome, llenándome de lo que Él habría llamado nuestro sello. Él ya estaba ahí, podía sentirlo, nuestros caminos volvían a encontrarse.

Acerqué la mano al cristal negro mirando con una sonrisa cómo cambiaba a ese fuego rojo tan familiar y aparecía el bola de fuego Catalán, que me daba el paso a la antigua ciudad.

Hice un gesto con la mano y de las antorchas que bordeaban el camino principal brotó un vivo fuego rojo, poderoso y misterioso.

Tardé un segundo en analizar mi alrededor, sentí el frío de la noche y por un segundo me importó muy poco todo lo que había pasado para llegar hasta ahí.

Volví a ponerme en marcha, tenía muy claro a dónde debía ir y a quién debía o no buscar, aún faltaban otras personas por llegar, no debía precipitarme a la hora de actuar.

Me aseguré de comprobar que había ocultado mi olor, no debía ser eso lo que me delatara.

Llegué a las puertas del palacio y la cara conocida de uno de sus habitantes me abrió con una sonrisa en la cara, era bajito, pero lo reconocí al instante.

—Hola, Celino, es un placer volver a verte.

—El placer es mío —me sonrió dándome paso.

Me guio hasta mi habitación a paso lento y en silencio, imagino que no quiso decir nada del tema que los dos sabíamos que me preocupaba, ese que me emocionaba y asustaba a partes iguales.

—Él ya está aquí —me dijo el guardián cuando llegamos a mi puerta y yo me limité a asentir como respuesta —. Ellos también.

—¿Y sus familias?

—En el complejo, ya he mandado a alguien para que se encargue de ellos.

—Perfecto, Celino, muchas gracias.

Lo vi desaparecer por el pasillo antes de meterme en mi habitación, estaba como la había dejado la última vez.

Respiré hondo, no había notado que había dejado de hacerlo, pero ahí estaba.

El juego había empezado, ya me lo jugaba a un todo o nada y lo peor es que no tenía ninguna certeza de que tuviera si quiera la oportunidad de vencer en esta ocasión.

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