VAMPIROS:


—¿Nicholas? —Alguien golpea la puerta, aunque supe quien era desde que se abrió la entrada del edificio. La señorita Magda, asistente social asignada a mi caso— ¡Nicholas! ¡El portero me ha dicho que estás aquí!

Genial, no podré evitarla por más tiempo.

—¡Ya voy! —Antes de que despliegue los labios una vez más, abro.

Sorprendida, clava su mirada en mí, suavizando el gesto de forma instantánea. Por supuesto, adora a los niños, y yo me veo como uno, lamentablemente.

—¿Cómo estás? Te traje algo —. Levanta unas bolsas, llenas de caramelos que voy a tener que comer, y luego vomitar, por su culpa.

—Muchas gracias, no te hubieras molestado.

Se agacha y toca mi mejilla con preocupación.

—Estás muy pálido, deberías salir afuera más seguido...

Oh, además de inducirme el vómito, pretende rostizarme. Qué agradable mujer.

—Tal vez...

Ella sonríe a labios cerrados y prosigue:

—¿Puedo pasar?

Asiento con la cabeza y me aparto.

Vivo solo en un departamento de la zona roja. El único lugar donde se me permite cazar tranquilo. De todas formas, es más impresionante que alguien tan menuda como Magda sobreviva en este ambiente hostil, a que un niño pueda morderte la yugular.

La joven rubia, de vestido floreado y colorido, toma asiento en el sillón y deposita las bolsas en el suelo. Yo tomo lugar en el asiento de enfrente.

—¿Y tu Madre?

—Mamá está trabajando.

—Ah...—alza una ceja— ¿y te dejó solo?

—La niñera está por llegar —. Agrego.

—Me voy a quedar hasta que venga, entonces. Escuché que se ha puesto muy peligroso allá afuera —. Pareció una orden. Vaya, estoy comenzando a pensar que ella es el führer

—No es...

—Es absolutamente necesario, Nicholas —se inclina hacia mi cuerpo con una mirada amenazante—. Tienes sólo diez años, y de las cinco veces que te he visitado, una vez encontré a un adulto aquí —. Ah, la prostituta. Le pagué ese día.

—Estoy bien, mi familia es así, ¿qué se la va a hacer? —Estoy perdiendo la paciencia. El hambre que siento tampoco ayuda. Últimamente ha estado difícil encontrar alimento, demasiada gente reunida, demasiados testigos humanos.

—Pequeño...—agarra mi mano con gesto conciliador— es mucho para ti —abre los párpados de par en par—. Estás muy frío, ¿no estarás enfermo?

Presiono imperceptiblemente mi mandíbula.

—No —retiro los dedos rápidamente y mantengo la distancia.

— ¿Tienes hambre? Luces hambriento...

Mi respiración se agita, contrólate, contrólate, contrólate.

—N-no —. Libero el aliento con dificultad.

Magda revuelve el interior de uno de los envases, y saca una paleta roja y brillante.

Mi nariz capta su aroma, mis pupilas se dilatan.

Es imposible...

—¿La quieres? —Antes que siquiera termine, tengo mis dientes incrustados en el dulce de forma salvaje. Destrozo la sangre cristalizada entre mis fauces— Buen chico —sus ojos, ahora chispeantes y un poco macabros, se entrecierran, y un par de colmillos blanquecinos asoman por los costados de su boca—. Bienvenido al aquelarre.

Y entonces, todo se pone negro.

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