Capítulo 5
Gaia
Entre el trabajo, visitas a mis padres y compartir con Jude la semana pasó en un abrir y cerrar de ojos. Llamaba a Londres todos los días para asegurarme que todo estuviera bien por allá y todas esas veces quise ir al aeropuerto e ir a donde me esperaban con los brazos abiertos, pero ahora no podía. No hasta que al menos pasaran un par de meses. Hay cosas que por el momento es mejor mantenerlas ocultas.
Las cosas con Nolan, podría decir que van normal y ya eso era mucho. Cada día hago el mayor de mis esfuerzos, aún así lo sigo tratando como un total desconocido. Uno con el que comparto recuerdos en común y ojalá los hubiera olvidado todos o al menos mayoría.
Porque estar frente a él con todos esos recuerdos haciendo eco en mi mente no es nada fácil.
Y lo odio por eso.
Lo odio porque por su culpa estoy aquí, cuando había decidido continuar con mi vida. Cuando quería darme una oportunidad para mí y que el pasado no me afectara por decidir ser feliz.
—¿Entonces crees que es una buena idea? —su voz hace que salga de la nube de pensamientos en la que estaba flotando.
—¿Qué? —pregunto confundida.
—De tu idea.
—Ah, eso.
Su ceño se frunce y con un ademán me indica que continúe.
—Necesitamos un salón donde podamos hacer exposiciones, presentaciones, desfiles, fiestas... —explico todos los puntos por lo que es necesario tener uno a nuestra disposición —Un espacio donde se pueda grabar y hacer fotografías de ser necesario. También se pueden hacer eventos donde invitemos a más personas del medio e intentar conseguir contratos con mayor presupuesto.
Aclaro, puesto que de momento al ser una empresa que recién está abriendo las puertas solo podemos trabajar con marcas en crecimiento. Hasta que consigamos los resultados que necesitamos para escalar más alto.
—Entonces debemos buscar ese lugar —aprueba mi propuesta —Encargate de buscar sitios que estén en venta y cumplan los requisitos que quieras. Una vez lo consigas vamos juntos a verlo.
¿Por qué siempre tiene que decir la palabra juntos?
¿Por qué le doy importancia a eso? Lo dice solo por el trabajo, no debería darle importancia.
—¿Te gusta el carro? —pregunta dejando a medias mi intento de ponerme de pie.
—S-sí, es... gracias.
Una sonrisa de satisfacción curva sus labios.
—Que bueno que te gusta. Lo escogí especialmente para ti, estrellita.
Estrellita, Estrellita, Estrellita...
Tantas veces lo escuché llamarme así, que es jodidamente doloroso que lo siga haciendo cuando no tiene el derecho de hacerlo.
Mi cuerpo parece no querer obedecer la orden de mi cerebro de ponerme de pie y alejarme de aquí. No, solo me mantiene sentada en el asiento como si estuviera anclada en este.
Estrellita, Estrellita, Estrellita...
El cajón de los recuerdos se abre y en este momento me gustaría tener mala memoria, que ese recuerdo no se escape de ese cajón viejo y lleno de polvo, pero ya es tarde. Por más que me esmere en cerrarlo —incluso si lo consigo— igual se va a reproducir en mi mente como si lo estuviera viviendo justo ahora.
Parecemos dos inexpertos intentando aprender juntos un mundo que desconocíamos hasta que dejamos caer la ropa al piso y meternos en la misma cama.
Sus besos son tan suaves que parecen caricias casi al aire y sutilmente hace contacto con mis labios. Mientras sus manos vagan por mi cuerpo, conociendo cada parte de mí. Dejando sus huellas a su paso.
Con él todo se siente tan bien, que me hace feliz saber que tendrá mi primera vez, como yo la suya. Que nos estamos entregando el uno al otro sin condiciones.
Mi cuello se inclina a un lado al sentir la humedad de sus labios y mi espalda se arquea cuando va bajando dejando un recorrido de besos húmedos. Siento mi piel erizarse bajo sus caricias húmedas.
La vergüenza hace unos minutos dejó de habitar en nosotros y solo somos presos del deseo que cada segundo crece con mayor intensidad.
—Estrellita —murmura.
—¿Qué dices? —pregunto agitada y confundida.
—Tú, mi estrellita —dice sonriendo.
Sacudo mi cabeza para alejar lo que pasa a continuación, inevitablemente un gemido se escapa de mi garganta con tanta fuerza que quiera que la tierra me tragara y me escupiera en el polo norte.
—¿Estás bien? —si voz tan cerca de mí hace que abra los ojos.
Mis mejillas me arden y siento algo tirar con fuerza de mi entrepierna
¿En qué momento se acercó?
¡Joder! Justo frente a él tenía que recordarlo y como si fuera poco hacerle saber con el gemido que no pude tragarme lo que pasaba por mi mente. La sonrisa ladeada que curva sus labios me confirma que sabe lo que provocó que me llamara de esa forma.
—No me vuelvas a llamar así —exijo poniéndome de pie.
Salgo de su oficina dando un portazo y me dirijo al elevador para salir de aquí. Necesito aire fresco y alejarme de él ahora más que nunca.
Una vez que estoy fuera del edificio camino sin rubo fijo. Me abrazo a mi misma cuando el frío de noviembre me eriza la piel y me reclamo por no haber tomado el abrigo antes de salir. Sabiendo que aunque el sol esté alumbrando las calles de Manhattan, el clima frío no tiene descanso.
Cuando ya no soy capaz de soportar el frío, detengo mi paso frente a una cafetería y no me lo pienso dos veces para entrar. Pido un café y me siento en una de las últimas mesas del local agradeciendo que el lugar tiene la calefacción encendida.
No soy capaz de retener la lágrima solitaria que se desliza por mi mejilla con una lentitud torturosa.
Fueron cinco años. Me recuerdo a mí misma. No puedo dejar que el pasado vuelva a mi presente y me haga sentir lo que debí olvidar y que pensé que ya estaba superado.
Un simple recuerdo no me hará volver a sentir lo que por tantos años me hizo daño.
No. Eso no puede pasar.
—Señorita, su pedido —una joven que no debe pasar de los veintidós años deja sobre mi mesa una tasa de café y dos cubitos de azúcar, agradezco con un asentimiento.
Intento poner mi mente en blanco, dejar de pensar en todos. En lo que pasó, en lo que está pasando y buscando las fuerzas que al parecer no tengo cuando otra lágrima sigue el recorrido de la que derramé hace unos minutos atrás.
—¿Señorita, se siente usted bien? —mi vista viaja al señor que se acerca con un pequeño en sus brazos —¿Se acuerda de mí? —su pregunta hace que entrecierre los ojos en su dirección —El taxista que la llevó el primer día que llegó a la ciudad.
El último detalle que da, me hace recordarlo.
—Ah sí, ya lo recuerdo —le devuelvo una sonrisa y barro con una mano la humedad de mi mejilla —¿Ethan, cierto?
Él asiente entusiasmado de que lo haya reconocido y se sienta en mi mesa.
—No pude evitar acercarme en cuanto la reconocí —me hace saber, acomoda al niño que tiene entre sus brazos —¿Le pasa algo?
Niego. Aunque sí me pasa y es más que evidente.
—No tiene importancia —termino diciendo.
—Problemas de amor —asegura, vuelvo a negar —No se preocupe, señorita. Todo en la vida tiene solución, mientras haya vida todo se puede arreglar y ya verá que tarde o temprano terminarán arreglando las cosas.
Suelto una risa irónica. Si él supiera nuestra historia, estoy segura que no dijera eso. Primeramente porque para Nolan solo fui un juego y no pienso caer de nuevo por culpa de la misma piedra y reabrir heridas que con mucho esfuerzo he logrado que cicatricen.
—Deje de llamarme señorita. Mi nombre es Gaia —me presento —¿El niño es suyo?
Pregunto en un intento de cambiar el tema.
—Es de mi hija, señ... Gaia —corrige como me iba a llamar —Es la joven que la atendió. El niño ya casi va a cumplir un año y hoy está de prueba en esta cafetería, necesita trabajo. Son muchos gastos en la casa para mantenerlo solo con lo que gano como taxista y mi señora no puede trabajar por su delicada salud.
Habla como si tuviera confianza para contarme su privacidad o me conociera de toda la vida.
—¿Y el padre del niño? —cuestiono.
—Ese hijo de... —calla, toma aire para no insultar a alguien sin culpa —Dejó a mi hija en cuento supo que estaba embarazada.
Termino de tomar mi café y miro a la joven que sonriente, atiende a las demás mesas. Eso me hace pensar en mí, en un país extranjero. Trabajando para poder costear las necesidades que necesitaría ya que con el dinero que me ponía todos los meses Nathaniel no era suficiente para lo que tendría que enfrentar.
—Pues después de todo creo que yo si soy su suerte —le digo sonriente a Ethan que me mira confundido —Necesito una secretaria y su hija necesita trabajo.
—¿Está hablando en serio? —la emoción vibra en sus palabras.
—Trabajando para mí tendrá un mejor salario que trabajando de mesera.
Él asiente sin poder creer lo que le digo y llama a su hija. Una vez le cuenta a la castaña de pelo corto las nuevas buenas, nos presenta.
—Me llamo Elizabeth, pero puedes llamarme Beth —las lágrimas brillan en sus ojos y extiende una mano en mi dirección —Para servirle.
—Gaia Harris, pero puedes llamarme solo por mi nombre —estrecho mi mano con la suya —Nos vamos a llevar muy bien.
El que parece ser el dueño del lugar le llama la atención por no estar trabajando.
—¿Cuándo empezaría? —pregunta —Debe saber que nunca he trabajado de secretaria. De hecho nunca he trabajado. Hace poco menos de un año logré terminar la universidad y con el niño tan pequeño no pude ejercer.
—¿Qué te parece hoy mismo?
Casi un chillido se le escapa y dejándome sola con su padre y su bebé, va a donde se encuentra el señor que la había llamado antes.
Unos minutos después estábamos saliendo de local y Ethan se encargaría de llevarnos a la empresa en su taxi. En todo el camino no se cansaron de darme las gracias y yo estaba tan feliz por ello que se me había olvidado el motivo por el que había salido casi huyendo del edificio que ahora se cierne sobre nosotros.
Solo ella y yo seguimos al interior y Ethan se marcha, no sin antes desearle un buen día a su hija y prometerle que en cuanto lo llamara vendría por ella.
Cuando llegamos al noveno piso me encargo de presentarle a todos los trabajadores que en la semana habíamos contratado. Luego le mostré todos los departamentos que tenemos.
—Esto es hermoso —confiesa, mirando todo a su alrededor —Y tan grande.
Sonreí por su último comentario. Me permití mirar como ella el lugar. Las paredes que un principio eran blancas ahora están pintadas de un azul claro. Algunos cuadros de pinturas forman parte de la decoración y ahora que miro detenidamente todo el lugar puedo ver algunas manchas grisáceas en la pared en formas de... estrellas.
Mi respiración se vuelve pesada al caer en cuenta que después de una semana entera, ahora es que vengo a darme cuenta que son unas jodidas estrellas.
¿Qué pretende con esto?
¿Joderme más?
Inhalo y exhalo con respiraciones profundas, llevando más aire a mis pulmones para controlarme y no entrar en su oficina y gritarle lo idiota que es.
—Te llevaré a tu puesto —le digo a Beth una vez que consigo controlar mis recientes instintos asesinos hacia Nolan.
Ella me sigue en silencio hasta las últimas dos oficinas que están una frente a la otra y al final de estas se encuentra un buró que en la semana pedí que pusieran en ese lugar, pensando que ahí sería el lugar perfecto para una secretaria para los dos.
—No tengo experiencia, pero le aseguro que aprendo rápido y no voy a decepcionarla —rodea el escritorio y se sienta con una sonrisa brillando en su rostro.
—La oficina de izquierda es la mía y la de la derecha es de Nolan, tu otro jefe —le hago saber.
—¿Otro jefe? —cuestiona ella.
—Sí, es un idiota. Pero tranquila que no es nadie al que debas darle importancia...
—Gaia, creo que...
—No dejaré que te explote más de lo necesario. En realidad serás el puente para yo no tener que ver su cara a cada rato y tener ganas de golpearlo, gritarle lo idiota que es y...
Un carraspeo a mi espalda me hace callarme de golpe. El rostro de Beth permanece tenso y yo quiero que la tierra me trague y está vez me escupa en la cueva de un oso.
—Y ahora está detrás de mí —digo tan bajo que casi no logro escucharme.
Me giro lentamente para encontrarme justo a un paso de distancia de él.
¿Cómo fui tan estúpida de no escuchar cuando abrió la puerta de su oficina y sus pasos acortar la distancia?
Cierto, estaba muy ocupada insultandolo como para captar otro sonido que no haya sido mi voz cargada de rabia.
Su rostro inexpresivo me hace tragar con dificultad el nudo que se había formado en mi garganta al saber que había escuchado todo lo que dije respecto a su persona.
—¿Quién es el idiota? —cuestiona con el ceño fruncido, fingiendo no haber escuchado cuando es claro que sí lo hizo.
Vale, tierra es momento de que me trages y me escupas dónde te de la gana.
—Ya tenemos secretaria —curvo mis labios en una sonrisa nerviosa al igual que mis palabras.
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