Capítulo 41

Nolan

En mi mente todo parecía tan fácil, hacer mis maletas, irme y darle la cara una vez ya no haya marcha atrás. Siendo consciente de que esa era la única forma de que no intentaría convencerme de hacer lo contrario. Estoy seguro que ahora hará todo lo posible por evitar que me vaya a vivir fuera de su techo, de su control.

Espero a que sea él quien comience esta conversación, mirando como se sirve un vaso con whiskey.

—Me voy —repito, queriendo terminar con esto de una vez por todas.

No voy a prolongar su silencio. Sin embargo, sigue sin decir una sola palabra.

Se lleva el vaso a la boca y toma un trago de su bebida, sin apartar la vista del cuadro a un par de metros clavado en la pared del gran salón.

—Es igual a ella —dice, puedo notar algo de nostalgia en su tono de voz —Tu hija es... ella se parece mucho a tu madre.

Y me privaste de ella por mucho tiempo. Me pica la conciencia por decirle, pero no voy a gastar otra palabra en ello.

—Lo sé —digo en respuesta.

—No tienes que irte, esta también es tu casa y...

—Y ellas ahora son mi familia —lo interrumpo —Mi lugar es con ellas.

Aparta la vista del cuadro y sus ojos se clavan en mí cuando se gira. Un par de metros nos separan, pero puedo ver el brillo a penas perceptible que surca sus ojos, como evidencia de que unos minutos atrás, algunas lágrimas abandonaron sus lagrimales cuando vio a Naia. Conmocionado por haberla conocido, probablemente por lo mucho que se parece a mi madre y muy en el fondo, no puedo negar, que me sienta bien que haya sentido algo al verla.

—Al parecer lo hice todo mal, contigo. Fui un mal padre —añade ante mi desconcierto —Te ibas a ir y si no llego antes, ni siquiera me entero que te vas.

—Iba a informarte de mi decisión una vez ya me haya mudado —aclaro, obviando la parte en la que quiero decirle que no fue un buen padre, pero sigue siendo el único que tengo —Cuando no tuvieras la oportunidad de intentar convencerme de no marcharme.

Y ahí está esa sonrisa arrogante, dejando en claro que le hace feliz saber que todavía tiene ese poder sobre mí. Manipular mis decisiones.

Desde hace mucho debí salir de su techo. Construir mi propio camino.

Sin tener prisa por llegar a la meta, solo disfrutar de cada paso.

—Es irónico, ¿Sabes?

—¿Qué? —pregunto, curioso por saber lo que pasa por su mente.

No me responde al instante, simplemente se toma el último trago que le queda en el vaso.

—Yo fui el causante de separarlos y sin embargo, también el responsable de unirlos de nuevo. Tantas personas en el mundo y yo tenía que traerla precisamente a ella de regreso para trabajar contigo —suelta una risa irónica —Y ahora te vas por ella.

No lo contradigo intentando explicarle cuál es la diferencia entre “por” y “con”. Que no me voy por ella, sino con ella, con mi hija y el único por en esa ecuación es simple.

“Me voy con mi familia, por amor”.

Y en cuanto a lo otro, supongo que al igual que un rompecabezas, por mucho que separen sus piezas, siempre va haber alguien acomodando todas las piezas en el lugar que corresponda hasta armarlo. Nosotros fuimos ese puzzle que él se encargó de desarmar, y para su disgusto, él mismo las reunió. Gaia y yo hicimos el resto. Todavía nos estamos reconstruyendo.

—Me voy en busca de algo que aquí no voy a encontrar.

—¿Y eso es?

—Un hogar.

Allí donde solo hay espacio para la felicidad, y aunque también habrá adversidades, no va a faltar amor.

Una sonrisa curva mis labios al darme cuenta lo bien que se siente esa afirmación, lo que significa. Porque eso son ellas para mí, un hogar. No importa en dónde, solo importa que sea con ellas.

—Ahora voy a terminar de empacar mis maletas —le hago saber —Esperan por mí.

No espero a que diga nada, sin embargo, sus siguientes palabras llegan a mi audición y me detengo de golpe.

—No te vayas, ellas pueden venir y vivir aquí contigo. Yo me comportaré lo mejor posible. Solo, esta es tu casa y de ellas —añade para darle más peso a su invitación —Si decides traerlas a vivir aquí.

Siempre fui conciente que intentaría persuadirme para evitar que me fuera, pero nunca imaginé que con tal de convencerme, las palabras que acaba de decir salieran de su boca.

***

Me quedo de pie frente a la puerta del departamento de Gaia, escuchando las risas provenientes de adentro y contemplando la llave que una vez introduzca en la cerradura me dará el acceso a este. Gaia me la había dado unos días atrás cuando planeamos la fecha final en la que me mudaría.

Finalmente dejo que la llave gire en la cerradura y no atraso más mi entrada y poder ponerle caras a las risas que se escuchan desde afuera. Cuando veo cuál es el motivo de estas, me es inevitable no sumarme a ellas. Mario tiene la cabeza llena de pequeños moños y estoy seguro que todos son obra de Naia.

—Se te acabaron los pelos.

—Que bueno —celebra Mario.

Termino de acercarme y saludarlos a todos, sin encontrar a Gaia con ellos.

—Pero llegó tu papá al rescate —escucho lo que Jude le dice a Naia, en lo que ella cree que fue un susurro.

Y como era de esperar, la pequeña no demoró en pedirme que la dejara peinarme como a su tío. No pude negarme cuando después de darle un beso en la frente, batiera sus pestañas e hiciera puchero.

—¿Y Gaia? —pregunto.

—En la habitación, iba a buscar algo —me informa Jude.

Me dejó caer en el asiento como mi hija me pidió, para mi suerte, solo le quedaban dos ligas y no parezco un erizo como Mario.

Siento que a pasado mucho tiempo desde que llegué, aunque en realidad han pasado unos pocos minutos. Aún así, me parece demasiado para que Gaia no haya regresado. Me pongo de pie dispuesto a buscarla, no sin antes disculparme con los presentes.

Siento mi teléfono vibrar en el bolsillo derecho delantero de mi pantalón, pero estoy frente a la puerta de la habitación y lo ignoro. No me molesto en tocar la puerta cuando la abro, captando la atención de Gaia que voltea a mi dirección al instante, alejando su teléfono de su oreja y puedo asegurar que la llamada que estaba entrando en mi teléfono era ella. En cuanto terminó la llamada, mi teléfono dejo de vibrar.

—Estas aquí —deja caer su teléfono a la cama.

Su mirada no se aparta de mí en ningún momento, o mejor dicho, de mis manos. Como si estuviera esperando que trajera algo en ellas.

—Estoy aquí —afirmo, como si no fuera obvio.

Su cambio de expresión no me pasó desapercibido mientras acortaba la distancia. No conté que me daría la espalda al instante que borraría casi toda la distancia que nos separaba. No me quedó de otra que quedarme de pie a unos pasos, observando como busca algo en unos cajones con poca o nula paciencia.

—Gaia...

—¿Dónde lo dejé? —se pregunta a sí misma, vaciando todos los cajones sin encontrar lo que busca.

Termino de acercarme al notar por su voz, que puede estar llorando. Cosa que confirmo cuando me agacho a su altura y tomo sus hombros para que se centre en mí y dejé en paz a los cajones ya casi vacíos.

—¿Qué te hiciste en el pelo? —cuestiona, aunque estoy seguro que solo lo hace para atrasar lo inevitable.

—Estas actuando raro, ¿Qué sucede?

Se pone de pie y rápidamente pasa las manos por sus mejillas, limpiando la humedad que dejaron las lágrimas que se dio permiso dejar salir.

—Solo estoy buscando el regalo que compré para Mario. Sé que lo dejé en alguno de esos cajones, pero no lo encuentro.

Algo dentro de mí me dice que no es eso precisamente lo que le pasa.

—En la cama.

—¿Qué?

—El regalo, está en la cama —añado, señalando la caja dorada que reposa encima de la cama, a la vista.

Murmura algo ininteligible a mis oídos y se acerca a la cama tomando el objeto que con tanta frustración buscaba. Cuando lo tiene en sus manos empieza a caminar en dirección a la puerta y entonces soy consciente que sea lo que sea que le pasa, es conmigo. Desde que llegué solo a intentado poner distancia.

Antes de que ponga un pie fuera de la habitación, mi mano se cierra en su muñeca, sin ejercer mucha presión. En un intento de no presionarla a algo que no quiere, pero con la necesidad de saber qué pasa por su mente.

—Gaia —su nombre sale de nuevo de mis labios, esperando una respuesta a la pregunta que no he hecho, pero necesito saber.

—No quiero hablar de ello. Desde el primer momento sabía que era un error.

—¿De qué hablas? —pregunto confundido.

Suelto su muñeca cuando al fin sus ojos se encuentran con los míos.

—Lo de vivir juntos.

—No entiendo...

—No tenemos que hablar de ello. De verdad, no pasa nada —continua diciendo, por como suena su voz, estoy seguro que le cuesta hablar —El error fue mío al hacerme ilusión con eso, sabiendo que al final cambiarías de opinión.

—Gaia...

—No tienes que decirlo. No voy a obligarte a vivir con nosotras. Es tu decisión, solo... no hablemos de eso.

Por inercia una de mis manos recorre su mejilla, limpiando la lágrima solitaria que se le escapó.

—¿Qué te hace pensar que no quiero vivir con ustedes? —hago la pregunta, pensando cómo decirle la propuesta que hizo mi padre.

Se queda en silencio, sin apartar la vista de mí. Probablemente haciéndose esa misma pregunta y buscando la respuesta que la hizo llegar a esa conclusión.

Tomo su mano, haciéndole una invitación en silencio de acompañarme hasta la cama para no estar de pie. No suelto su mano, queriendo que la tensión que tiene se disipe, mientras espero a que responda mi pregunta.

—No trajiste tus maletas —dice al fin —Y lo entiendo. No pretendo obligarte a dejar la comunidad de tu casa por este departamento.

Esta vez soy yo quien demora en decir algo. Ahora entiendo porque su mirada estaba anclada en mis manos cuando me vio entrar a la habitación, estaba buscando mis maletas.

—Eso no quiere decir que no quiera vivir con ustedes, aquí... o en donde sea —digo al fin.

Sus ojos bailan por mi rostro, tal vez, intentando adivinar mis pensamientos.

—No cambié de opinión —añado —Nadie está más emocionado que yo ante la idea de vivir juntos —sonrío, llevando su mano a mis labios y depositando un beso en ella —Mis maletas están en el carro —le hago saber, descartando decirle que mi padre la invitó a vivir a su casa, aunque me negué —Necesito ayuda para subir todas mis cosas.

La sonrisa que curva sus labios no dura mucho cuando su boca se encuentra con la mía. Fundiendonos el uno en el otro, como si fuéramos la última pieza de un rompecabezas que finalmente arma el puzzle de nuestras vidas.

La calidez de sus manos acunan mis mejillas y sus labios húmedos conectan con los míos nuevamente en un suave y corto beso.

No puedo volver el tiempo atrás y arreglar en lo que nos equivocamos, en las mentiras que creímos. No puedo recuperar los momentos en que nuestros caminos fueron separados y unirlos, pero puedo disfrutar del presente, de los que nos depara la vida, pero esta vez juntos.

—Lo nuestro nunca será un error —susurro sobre sus labios.

—Error sería no volver a encontrarnos —comenta más para ella que para mí.

Tal vez imaginando un escenario en el que no nos volvemos a ver, sintiéndonos traicionados y yo sin conocer a mi hija.

Esta vez dejo un beso en su frente, agradeciendo en mi interior de que esa idea de formar mi propia empresa con algo que a ella le gustaba las trajera de regreso a mí. Nunca dejé de amarla, pese a esas cartas infames que nos obligarnos a tomar distancia y a pesar de ello, siempre esperé que ella sintiera un poco de amor, ahora que la tengo a mi lado, estoy seguro que no solo fue un poco, sino mucho.

Ese es un motivo suficiente para que volviéramos a coincidir.

De alguna forma intentaría encontrar mi camino de regreso a ella.

Fin

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