Capítulo 32

Gaia

Si no hubiera regresado tal vez no me estaría sintiendo como ahora, miserable.

Tal vez mi vida seguiría su curso, con alguien más.

Seguiría intentando no mirar atrás...

Intentando lo imposible, porque por más que siguiera adelante, siempre iba a tener quién me recordara de dónde vengo...

Naia.

Ella siempre sería mi recordatorio. Sin siquiera decir una palabra para hacerme saber lo que por años he intentado dejar atrás, pero siempre regresa. Yo regreso.

Y ahora tengo que afrontar las consecuencias de mis decisiones. Yo decidí callar. Ocultarle a Nolan la vida que habíamos hecho juntos y aunque no puedo juzgar la forma en la que reaccionó, desearía que fuera diferente. Porque a pesar de su dolor, a mí también me duele. Aunque si ponemos en una balanza lo que ambos sentimos, estoy segura que el suyo tiene más peso, pero aún así, no quita que a mí también me afecte... su dolor, su reacción... su indiferencia conmigo.

Sobre todo su indiferencia. Como si yo fuera la culpable de todo y puede que sí. No voy a hacerme la víctima en esto, pero tal vez todo hubiera sido diferente si no hubiera leído aquel papel. Tal vez, no me hubiera ido. Si no me hubiera sentido usada por él, todo sería diferente. Puede que ni siquiera haya tenido que pasar por el proceso doloroso y el miedo de perder a la vida que estaba en mi vientre y que por suerte, se aferró a mí como yo a ella y resistió. Sus ganas de vivir o las mías porque viviera, lo hizo posible. Sobrevivió.

—Gaia... buen día —saluda Beth, poniéndose de pie detrás de su escritorio cuando me ve llegar —¿Estás bien?

—Estoy bien —repito la misma mentira que he dicho en toda la semana siempre que me lo pregunta.

Ella se limita a asentir, apretando los labios en una línea fina. Sabe que no estoy bien, solo hay que verme un segundo para notarlo. Aún así, todos los días me hace la misma pregunta, esperando que de otra respuesta, la verdadera. La que expone cómo me siento realmente.

Pero, ¿Quién responde lo opuesto a bien cuando alguien le pregunta cómo está?

Y puede que siempre responda con lo mismo, en un intento patético de convencerme a mí misma que estoy bien.

Me siento... la mala del cuento... y lejos de estar bien, la respuesta sería: "Podría estar mejor, pero hoy no. Hoy no estoy bien".

—Si necesitas algo...

—Te lo haré saber, Beth. Gracias —la interrumpo —Con lo que te pedí que hicieras ayer es suficiente, ¿Lo conseguiste ya?

—No, todavía no. De momento siguen agotados.

Asiento ante su respuesta y cuando doy media vuelta para seguir los pocos pasos que llevan a mi oficina, Nolan sale de la suya y sin posar su vista en mí ni un solo segundo, acorta la distancia hasta quedar frente al escritorio de Beth.

—¿Para qué me requiere, señor? —le pregunta ella cómo si se estuviera reportando delante de un militar.

En otras circunstancias me hubiera reído, estoy segura. Iba a retirarme, solo bastó para anclar mis pies en el piso, notar que con su respuesta que se refería a mí.

—Hagale saber a tu otra jefa que apartir de ahora, toda la información de trabajo que tenga que darme te la entregue a ti y tú te encargas de hacérmelo llegar.

Lentamente me giro y clavo la vista en su espalda, ¿Acaso no se da cuenta que sigo aquí? Sí que lo sabe, solo me está ignorando olímpicamente, como mismo lo ha hecho la última semana desde que sabe que es el padre de Naia.

Ahora me concentro en Beth, que permanece tensa en su lugar, mirándome. Probablemente preguntándose cómo actuar ante esta situación.

—Nolan, sigo aquí —hablo, pretendiendo que mínimo me siga reclamando, pero que al menos me hable.

No se gira para quedar frente a mí. Tampoco habla, no conmigo.

—Elisabeth, ya sabes lo que tienes que hacer.

Siento una opresión en el pecho y los sonidos a mi alrededor se apagan. Ya tenía suficiente con su indiferencia, actuando como si yo fuera una desconocida. Erróneamente pensé que esa actitud acabaría pronto. No contaba que fuera a peor, menos que utilizara un tercero para comunicarse conmigo. Teniendome a un par de pasos de distancia.

—Gaia...

Alzo una mano al aire para hacerla callar. Si ella está dispuesta a seguir sus órdenes, yo no voy a alimentar este acto de su parte.

—Ya lo escuché, Beth —agradezco que la voz no me salga débil y doy un paso para estar más cerca, como si temiera que lo que tengo que decir no se escuchara donde está él —Ya estamos grandes para comportarnos de esa forma tan infantil, Nolan —digo, ganando que me mire por encima del hombro —Si quieres hablarme, gritarme, lo que prefieras, hazlo. No involucres a nadie más en esto y tranquilo... haré lo menos posible por no incomodarte con mi presencia, estoy considerando no trabajar más aquí.

Termino de decir y antes de que gire completamente, soy yo quien le da la espalda y lo dejo con la palabra en la boca. Entro a mi oficina cerrando la puerta detrás de mí y me permito como acto de debilidad, derrumbarme contra la puerta.

Nada está bien.

Nolan no quiere verme.

Jude no responde mis mensajes ni llamadas.

Mis padres siguen molestos por no haberles contado desde un principio.

Al menos Naia está contenta con todo esto. Nolan va a verla todos los días y cuando ya se tiene que ir, ella no quiere que se vaya. Solo después de dormirla se puede marchar y lo hace, sin siquiera voltear a verme por un solo segundo.

Cuando me preguntó si en cinco años no encontré el momento indicado para contarle sobre Naia, no pude responderle, aunque sí tenía claro el por qué ese momento no había llegado... por miedo.

El miedo fue mi primer obstáculo, pero ni siquiera podía decirlo en voz alta. Tendría que explicarle el por qué me sentía así y entonces, volver a tocar la parte en la que fui su pasatiempo. Hasta ahí podía soportarlo, pero no la parte en la que rechazara a Naia. Aunque no pasó.

No la rechazó.

La envolvió en sus brazos.

Le prometió quedarse y lo hizo.

Y por si no me quedó claro con ello, las últimas palabras que me dirigió fueron para hacerme saber que le dará su apellido y para terminar, una orden, tenía que quedarme a vivir aquí y dejar a Londres.

Ni siquiera le pregunté por nosotros. Ya no había un nosotros. Lo supe en el mismo instante que clavó sus ojos en mí, colérico.

Despego la espalda de la puerta y en lugar de dirigirme a mi puesto, salgo de la oficina. No tengo nada que hacer aquí. Si a Nolan le molesta tratar conmigo, incluso los asuntos de trabajo, yo le voy a regalar mi ausencia.

Beth no está en su puesto, por lo que decido abandonar el edificio sin dar una justificación. Antes de llegar al elevador puedo ver como todos los trabajadores salen del salón de reuniones. Ignoro la punzada que ataca a mi pecho cuando veo salir a Nolan. Hizo una corta reunión a la que no fui invitada, por lo tanto, no tengo que pensarlo más. Probablemente esa reunión era para decirle a todos lo mismo que ya le había dicho a Beth hace un rato.

Ya está decido.

Aparto mi vista de las personas que se acercan y me obligo a caminar hasta el elevador. Presiono el botón con insistencia, como si de esa forma fuera a llegar más rápido, cuando lo cierto es que no. Cuando al fin las puertas metálicas se abren frente a mí, me dispongo a entrar, pero escucho a Beth llamarme y me giro para verla.

—Acabo de conseguirte un vuelo —informa cuando llega a mí.

—¿A dónde vas? —escucho decir a unos metros de nosotras.

Las puertas del elevador se vuelven a cerrar y aguanto las ganas de golpearlas en un patético intento de que vuelvan a abrir.

—¿Para cuándo? —le pregunto a Beth ignorando a Nolan.

—Mañana.

—Te hice una pregunta —inquiere él acercándose.

—Y yo te estoy ignorando —respondo, queriendo desquitarme de su trato en los últimos días.

Vuelvo a presionar el botón del elevador.

—No te llevarás a mi hija a ningún lado sin mi consentimiento.

—Que bueno que yo no soy tu hija —contesto, dejando claro que Naia no viajará conmigo.

Las puertas del elevador se abren y me adentro a él.

—¿A dónde vas? —repite, esta vez por curiosidad.

—Renuncio —anuncio antes de que las puertas del elevador se cierren frente a él.

***

Cuando tienes algo resultado a tu trabajo, ganandotelo con esfuerzo, te hace sentir totalmente satisfecho y a su vez, cuando tienes que dejarlo, te cuesta soltar. A veces hay que hacer grandes sacrificios para hacer feliz a la persona que más ama.

Al menos Naia se lo tomó bien.

La casa que en los últimos años fue nuestro hogar, pronto será el de otras personas. Por eso estoy aquí, empacando todas mis cosas para no regresar. Resguardando en mi mente los momentos importantes de los que este lugar fue testigo.

Dejo de mirar la fotografía que sostengo en mis manos, en donde aparecemos Naia y yo cuando a penas tenía nueve meses de nacida. Dejo el marco dentro de una caja vacía cuando llaman a la puerta.

—¿Cómo sabías que estay aquí? —es mi forma de saludar en cuanto reparo en quién es.

—Mario.

—No podía ser otro.

—La pregunta sería, ¿Por qué no fuiste tú?

Porque no sabía cómo enfrentar esto y no tenía valor de exponer cómo me siento en voz alta. Respondo para mí misma.

—Pasa —me hago a un lado cediendole el paso.

Su vista viaja por todo el lugar, hasta que se detiene en mí.

—¿Cómo estás?

—Nada bien, Marce. Supongo que es parte del proceso —a ella no tiene caso mentirle —Y no quiero hablar de eso.

—Estoy aquí en calidad de amiga —se apresura a decir —Te ayudaré a empacar, dos pares de manos serán más útiles que una.

Entonces señala todas las cajas que están regadas por todo el salón. Agradezco que no quiera saber más del tema, más que haya venido a ayudarme. Le indico las cosas que van en la caja que me llevaré yo cuando regrese, las que serán donadas y las que se encargará de llevar una agencia de mudanzas internacional.

Para cuando terminemos ambas estamos agotadas y voy a la cocina a preparar jugo de naranja natural.

—¿Y Naia...? — me sorprendo cuando la siento detrás de mí.

—Mario cuida de ella y si te preguntas por él, solo está esperando a que yo vuelva para regresar. No quiere dejarnos solas ahora, me costó convencerlo de que estaríamos bien. Tiene una vida aquí y no quiero que toda su carrera se destruya por intentar protegernos.

—Ahora voy a reformular la pregunta, ¿Cómo se lo tomó Naia?

—Pensé que estabas aquí como amiga y no como psicóloga.

—¿Y cómo amiga no puedo saber? —contraataca.

—Es la más feliz con todo esto —reconozco mientras sirvo dos vasos con el jugo, le extiendo uno —Si la vieras como interactúa con él. Libre y con una confianza que quien no los conozca diría que lo conoce de toda su vida.

—¿Y él...? —se aventura a preguntar.

—Resultó ser todo lo contrario a como yo pensaba que reaccionaria. De hecho, creo que lo aceptó muy bien. Conmigo es el problema.

—¿Quieres hablar de eso?

Dejo el vaso a un lado cuando termino con la bebida y niego para después asentir. Regresamos al salón y Marce se sienta en el sofá frente al mío.

—Lo dejé entrar, después de todo el daño que me hizo, lo dejé entrar a mi vida —desvío la vista a la pared incapaz de sostenerle la mirada cuando algunas lágrimas se asoman —A pesar de todo, de aquel papel, de sus palabras. Lo dejé entrar y él todavía no comprende que si todo este tiempo lo mantuve oculto fue por lo que me hizo, sin embargo, resulta que soy yo la mala del cuento.

Limpio rápido las lágrimas que abandonan mis ojos.

No quiero llorar por eso.

No quiero recordar lo que me hizo.

No quiero sentirme su juego.

Porque le di otra oportunidad, el permiso de volver a usarme. Esperando que pudiera sentir al menos un poco de lo que yo siento por él, pero lo que yo siento es mucho.

Saco de mi bolsillo trasero el papel por el que todo esto empezó. La hoja en mis manos está un poco arrugada, la tinta un poco corrida por todas las lágrimas que derramé en él hace unos años.

—Es como si esto quedó en el olvido para él —muevo la hoja en mi mano de arriba a bajo —Es más fácil echarme la culpa de todo, cuando todo esto se dió precisamente por esto. Con la cobardía de terminarme con una misiva y lo que fui para él todo ese tiempo, un juego. Pero no lo olvidó, en más de una ocasión mencionó lo de un pedazo de papel. Sus palabras exactas fueron: "Todo lo que decía en aquel pedazo de papel era verdad". Lo reconoció y aún así, no es capaz de entender el por qué de mi silencio, de mi miedo a que no la quisiera.

Dejo caer la hoja dentro de la caja que reposa a mi lado, mi intención era deshacerme de ella, pero lo haré más tarde. Me pongo en pie cuando escucho sonar mi teléfono en alguna parte dentro de este mar de cajas. Logro localizarlo fácilmente por el sonido, sobre una caja en una esquina del salón. Cuando lo tengo en mis manos termina la llamada, pero la pantalla encendida por unos pocos segundos me hace saber de quién se trata.

El aparato vuelve a iluminar la pantalla, entrando una llamada de la misma persona y me quedo mirándolo mientras decido si ignorarlo o darle a contestar. Entonces se corta y antes de que pueda guardar el teléfono en el bolsillo trasero de mi pantalón, vibra en mis manos con un mensaje.

Nolan: ¿Cuánto tiempo vas a estar fuera, lejos de tu hija?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top