Capítulo 30
Gaia
La habitación se encontraba a oscuras y no puse un pie adentro hasta que Nathaniel encendió las luces. Atrasando un poco más lo que se me venía encima. El despacho que por años fue testigo de travesuras de dos niños que buscaban entre cajones y correteaban de una esquina a otra, había cambiado casi totalmente, a excepción de la docena de piezas de arte pintadas por Céline que colgaban en una sola pared. Las cortinas doradas que vestían las paredes ya no estaban y el librero que había en una de las esquinas, ahora en lugar de coleccionar libros, colecciona lo que creo que es vino y otras bebidas alcohólicas.
Otra cosa que tampoco a cambiado es la puerta blanca detrás del escritorio. Da a la pequeña galería donde se encuentran las pinturas más preciadas para el hombre que está a unos pasos de mí. Cuando tenía doce años si mal no recuerdo, tuve el privilegio de conocer esa habitación, Nathaniel había pagado el doble del valor de la mayoría, solo para recuperar las pinturas de su esposa luego de su fallecimiento. Una vez me contó que tener bajo su poder esas piezas era como estar más cerca de Céline.
—Bien, creo que el mensaje no quedó claro y voy a refrescarte la memoria —el tono relajado que usó cuando me pidió hablar ya se había extinguido, en su lugar, la potente voz grave estaba de regreso —Y espero que esta vez se te quede grabado.
Las ganas de decirle que no es mi padre para que me hable de esa forma autoritaria, se queda atorada en mi garganta. Sumando una amenaza disfrazada de advertencia en cada una de sus palabras.
A pesar de estar aquí porque él me lo haya pedido, me estoy sintiendo como una intrusa en la madriguera de un lobo.
—No lo olvidé. No pierda si tiempo repitiendo lo que ya sé —aclaro sin apartar los ojos de los suyos, mostrando una seguridad que no siento —Y si esas fueron sus únicas intenciones al pedirme hablar, me temo que la conversación ya llegó a su fin sin siquiera comenzar.
Niega con una mueca impresa en su rostro. Sus dedos golpean constantemente una carpeta que hay sobre su escritorio.
—Creeme cuando te digo que mis intenciones eran solucionar esto por las buenas —mastica cada palabra —Y me estás obligado a usar otros recursos.
Saca unos papeles de la carpeta y los mueve en el aire apuntando a mi dirección.
—Si sus intenciones son buenas no quiero imaginarme cómo serían si fueran malas.
—Oh, tranquila. No va a esperar mucho para averiguarlo —extiende los papeles para que los tome —Los puedes romper si quieres. Son solo copias, y hay más copias de esas copias y el original está bien resguardado.
Arrugo el entrecejo sin tener la menor idea de que habla, pero curiosa y ansiosa por saber tomo los papeles.
Con esta misiva, yo, Gaia Harris, entrego la custodia total de mi hija, Naia Harris a su abuelo, Nathaniel Miller...
Un puño imaginario golpea mi estómago y olvido como respirar con cada línea que leo. Lo peor de todo, es que al final de la hoja mi firma está plasmada. Paso a la segunda hoja y es lo mismo que la anterior, así como las que le siguen.
El peso de mi miedo amenaza con que mis rodillas toquen el piso, pero no lo hacen, no caigo. Aunque ahora mismo me siento caída, a pesar de estar de pie.
En el rostro de Nathaniel hay una sonrisa victoriosa que me tienta a borrarla con mis propias manos. Eliminar la diversión que le provoca hacerme esto.
¿En qué momento lo firmé?
¿Cómo sabe que Naia es mi hija si ni siquiera la conoce?
—¿Qué es esto? —pregunto estúpidamente sintiendo como la primera lágrima abandona mis lagrimales.
—Sabes perfectamente lo que es.
—¿Cómo...?
—¿Cómo lo sé? —termina por mí —¿Pensaste que no tenía el control de todo lo que invertí en ti? Lo supe en el mismo momento que tuviste que abandonar la residencia de la beca porque no aceptan embarazadas.
Niego sintiendo como un sabor amargo recorre mi garganta y hace estancia en mi boca. Lo supo, siempre lo supo y aún así le importó poco que estuviera a punto de vivir en la calle con su nieta en mi vientre. Ni siquiera me tomo la molestia de reclamarle tal acto inhumano, al fin de cuenta y a pesar de todo el trabajo que pasé, pude salir adelante.
—¿Y esto, en qué momento? —pregunto, todavía no entiendo cómo mi firma llegó a ese papel.
—Fue fácil. Solo tuve que mezclarlo con el contrato que firmaste para trabajar para Nolan —cuenta como si fuera la mejor azaña del siglo —No leíste ninguno y simplemente los firmaste.
Firmé sin leer.
«Debería importarte lo que firmas, leer antes de hacerlo. No sabes lo que puede pasar por no prestar atención, lo que te pueden quitar». Me había insinuado Alice, ella era parte de todo esto.
Lo único que me pueden quitar es... a mi hija.
—No voy a permitir que me quites a mi hija —siseo con rabia —No voy a permitir que un monstruo como usted que no movió ni un solo dedo para aumentar la cifra del miserable dinero que mandaba sabiendo que estaba embarazada de su hijo me quite lo único bueno que tengo.
—Lo puedes evitar, pero para ello tienes que dejar a Nolan.
Con las palmas de mis manos intento limpiar la humedad de mis mejillas, pero al instante más lágrimas brotan.
«Tengo el apoyo de Nathaniel y él tiene un az bajo la manga». Las palabras de Alice se reproducen en mi mente y ahora entiendo cuál era esa preciada carta de Nathaniel.
—Cuando le cuente él no va a permitir que hagas esto. No va a apoyarte sabiendo que en lugar de ayudarme, me dejaste sola y en un país extranjero. Con poco dinero y con muchos gastos.
Una carcajada seca explota desde lo más profundo de su garganta.
—Deja de ser ilusa, Gaia. Él también lo sabe, siempre lo supo y no le importa. Ni tú, ni ella.
Niego, eso es mentira. No puede saberlo, me hubiera reclamado, no. No lo sabe, si lo supiera sí le importara que tiene una hija.
—Mentira...
—Él mismo mandó a redactar el documento que tienes en las manos —dice adoptando una expresión más seria.
No puede ser verdad.
«¿No deberías leerlo antes de firmar?» Me había cuestionado Nolan. Por supuesto que él no tiene nada que ver con esto. Nathaniel solo está intentando confundirme.
Si le hubiera hecho caso a Nolan en ese entonces. Si tan solo hubiera leído la primera línea, ahora no tuviera que soportar esto.
—Mentira —repito.
—Mentira es esta farsa que se ha montado. Todo este teatro es solo una segunda parte de lo que ya te hizo una vez y lo que te hará de nuevo —replica —Tu regreso solo fue un reto para él. Ilusionarte, llevarte a la cama y hacerte promesas que jamás te va a cumplir —continua inyectando su veneno en mi cabeza —Porque eso eres para él, un estúpido juego. Un pasatiempo.
Esas últimas palabras se entierran en mi mente y llegan hasta mis huesos. Eso había sido para él, un pasatiempo y yo de estúpida volví a dejar que jugara conmigo.
«¿Crees que puedes aparecer en mi vida después de cinco años como si nada hubiera pasado y te voy a dejar entrar así, sin más?» Me dijo cuando regresé.
Él lo sabía.
Volvió a utilizarme.
Y yo le abrí las puertas de mi vida, pensando que al menos había un poco de amor en sus actos.
Un pequeño temblor sacude mi cuerpo y doy un paso atrás, queriendo apagar las voces que hacen eco en mi mente.
«Dame la oportunidad de volver a enamorarte» ¿Qué pretendía con eso?
—Cuando se canse de ti, te quitará a tu hija. Por eso te estoy dando la opción de alejarte de él y...
Niego dejando de escuchar lo siguiente que dice. ¿A caso cree que después de esto voy a seguir dejando que me tome por tonta? No, aquí se acaba.
Ninguno tiene derecho de quitarme lo que es mío y menos sin haber aportando algo tan insignificante como necesario que era el dinero que yo tuve que estudiar y trabajar a la vez para poder dormir en una cama medio cómoda, alimentarme y pagar los gastos médicos.
Ninguno tiene el derecho de arrebatarme lo que con tanto esfuerzo y amor he cuidado.
No voy a permitirlo.
Ni ellos, ni un papel con mi firma me harán renunciar al amor más bonito que he conocido en mi vida. Ese amor que solo puede sentir una madre por su hijo.
El ardor en los ojos me obliga a barrer los canales de lágrimas que corren por mis mejillas. Los papeles en mi mano se arrugan cuando los presiono con fuerza.
Todo este tiempo buscando el momento oportuno para contarle a Nolan que tenemos una hija y él lo supo todo el tiempo y ni siquiera le importa. Un sollozo estrangulado emerge de mi garganta y la rabia empieza a mezclarse con el dolor.
Mi mayor miedo hecho realidad. Él no la quiere y yo permití que entrara a su vida. Dejé que la abrazara, incluso que la durmiera.
¿De cuántas formas posibles se puede romper un corazón sin siquiera estar roto? Porque así me siento, rota. Sin embargo puedo sentir contra mi pecho ese órgano golpear con tanta fuerza. Y no está roto, no se puede romper, la violencia con la que late me recuerda que está entero, sin embargo... duele.
Una risa amarga vibra con fuerza en mi pecho hasta que cesa. Empujo el dolor a cualquier parte de mi mente y dejo que la rabia tome total control de mí. Ya a mí me dañaron una vez, ahora dos veces, pero con Naia no, a ella no van joderla.
—¿Entonces...?
No me detengo a escuchar lo siguiente que dice, me doy media vuelta y salgo del despacho a enfrentar al verdadero monstruo de mi cuento.
Cada paso que doy suena con fuerza, y mientras más cerca estoy de mi objetivo la rabia aumenta. Ni siquiera que haya jugado con mis sentimientos me jode, como que quiera alejar de mí lo que creía que era nuestro, mi hija.
«Te extrañé» ¿Qué extrañaba? ¿Su pasatiempo favorito?
—Gaia, ¿Qué pasa? —cuestiona Nolan cuando me ve acercarme a él, puedo notar algo de preocupación en su voz.
Tiro los papeles al aire y algunos de ellos golpean su cara.
—Eso me pasa —grito frente a él —Me pasas tú, queriendo joder...
—Gaia... —la voz de mamá se filtra entre mis gritos, obligándome a callar y mirarla por un segundo.
Mi padre a su lado intenta caminar hasta donde estoy, pero le pido que no lo haga. Yo puedo con esto. Me corresponde a mí defenderla.
—No te vas a volver acercar a ella —me duele la garganta al escupir cada palabra que se mezclan con sollozos —Ni siquiera mirarla de lejos. Confórmate con haber logrado ilusionarme nuevamente, pero no me la vas a quitar. Ni tú, ni nadie.
La confusión baila en sus ojos, mirándome como si no entendiera nada de lo que digo. Pero lo hace, su teatro ya terminó.
—¿De qué hablas, Gaia?
Limpio con poca delicadeza mis mejillas húmedas y apunto a los papeles que ahora reposan sobre el piso. No aparta los ojos de mí hasta que se dobla a tomar uno de los papeles arrugados y cuando se levanta empieza a leer el documento y estoy segura que no pasa de la primera línea cuando su mirada busca una respuesta en la mía.
—¿Qué es esto? —todavía tiene el atrevimiento de preguntar cómo si no lo supiera —¿Qué carajos es esto? —doy un paso atrás como respuesta al tono elevado de su voz —Responde.
Las palabras mueren ahogadas en mi mente, ni siquiera sé que decir o pensar respecto a su reacción. Entonces llego a escuchar una risa burlona en un tono tan bajo que me giro para ver a donde se encuentra Nathaniel y ver la enorme curva que permite que pueda ver la mayoría de sus dientes.
Fue una trampa.
Y yo caí en ella.
En la trampa del lobo.
Y eso lo divierte.
Me engañó y le creí.
Se metió en mi cabeza y me dejé manipular.
Su juego solo tenía una finalidad. Obligarme a confesar de una vez sin encontrar las palabras y el momento correcto.
Volteo a ver a Nolan, aceptando que aunque esto no se suponía que debía pasar así, ya no puedo evitarlo.
—Naia es mi hija... contigo.
Silencio.
Su cuerpo permanece rígido y su rostro no sabría cómo explicarlo. La hoja se le va de las manos.
El murmuro de la voz de mi madre diciéndole algo a mi papá me hace voltear a verlos y ahí estaba otra vez, esa mirada que aunque los años pasaron no he podido olvidar. Esa mirada que esperaba nunca más volver a ver, pero ahí está... la decepción brillando en sus ojos.
La sensación de estar en la cima de una montaña me recorre con vértigo. No estaba preparada para esto, no así.
Nolan sigue sin reaccionar y no sé qué pensar de eso. Ni siquiera me reclama por no haberle contado antes. No, solo silencio y su mirada ausente.
No soporto estar así, aquí.
Nolan no dice nada.
Mis padres no dejan de mirarme de esa forma.
Nathaniel continúa con esa curva arrogante de sonrisa.
Que alguien diga algo. Pido internamente, pero nadie abre la boca para decir absolutamente nada, ni cuestionar si es una broma.
Y entonces un latigazo de decepción me llega, Nolan no reacciona, ¿Acaso no le importa?
Un paso, dos pasos, tres pasos atrás y me doy media vuelta. No me detengo cuando mi padre me llama, salgo corriendo. Escapando de lo que en realidad tenía que estar enfrentando.
Llego a mi carro y golpeo con fuerza la puerta al recordar que no tengo la llave, que Nolan es quien la tiene. Pero eso no me impide salir de aquí, necesito alejarme.
Necesito a mi hija.
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