Capítulo 3

Gaia

Ir a la empresa, llegar a la oficina, hacer un plan de trabajo, presentar una propuesta, comportarme como una profesional apartando lo laboral de lo personal. Repito en mi mente en bucle lo que debo hacer.

No es tan complicado, solo tengo que seguir los pasos en orden y hacer bien el motivo por el que regresé, trabajo.

Ni siquiera son las siente de la mañana cuando salgo de mi departamento para ir a la empresa. El Uber que había pedido ya estaba esperando por mí y en el camino me estaba planteando exigir a mi jefe un transporte estable.

Paso uno, listo. Me digo cuando el taxi se estaciona frente al edificio de Miller Construction.

—Te adaptaste rápido a la ciudad —dice una voz femenina que desconozco, escucho sus pasos detrás de mí, pero no me tengo ni volteo a ver —Llegas temprano en el primer día.

—Soy de la ciudad —corrijo al percatarme quien es la persona.

Cuando las puertas del elevador se abren, las dos entramos. Presiono el noveno piso y la abogada presiona el décimo.

—Dile a tu jefe que lo estaré esperando para almorzar juntos —señala la agenda que llevo contra mi pecho —Apuntalo en tu agenda, no sea que seas una de esas secretarias despistadas.

Suelta una carcajada de superioridad que no dura más de dos segundos. Entrecierro mis ojos en su dirección por su comentario fuera de lugar. Ella había redactado mi contrato de trabajo, mejor que nadie sabía que yo no era una secretaria. Tampoco me ofendería si lo fuera —estaría muy orgullosa de tener un trabajo honrado sea cual sea— el problema es las intenciones con la que ella hizo el comentario.

¿Acaso pretende hacerme sentir mal?

—Deberías decírselo tú —dejo en claro que está pidiendo un imposible —No soy su secretaria para estar dando recado.

—Trabajas para él —comenta a la defensiva —Puedes decirle...

—Ancara, no trabajo para él, trabajo con él. Hay una gran diferencia.

No quiero tener conversaciones con él que no sean de trabajo, tampoco voy a estar de recadera. Ni si quiera me lo pidió de favor, fue una orden.

—Alice.

—Como sea.

El elevador llega al piso donde me toca bajarme y salgo de este sin despedirme de ella. No quiero ser mala honda, pero todo lo que tiene que ver con Nolan me fastidia y al parecer ella también quiere fastidiarme.

En mi campo de visión aparecen unas cuantas personas desempacando algunas cajas a las que no les presto atención. Saludo cuando paso de ellos.

Paso dos, listo. Llegar a la oficina.

—Los de la agencia de decoración están aquí —anuncia Nolan entrando sin tocar la puerta —Tú decides si quieres que ellos decoren tu oficina o te encargas de hacerlo a tu gusto.

Asiento sin ser capaz de girarme y darle la cara.

—Si eso es todo lo que tienes que decir, por favor retirarte —pido deseando que me deje sola rápido —Tengo trabajo que hacer.

Pensé que había superado todo, pero el solo hecho de que esté a unos pocos pasos de mí, hacen que quiera exigirle el motivo por el cual no tuvo la decencia de decirme todo lo que decía aquel pedazo de papel en la cara. 

—Vamos a trabajar juntos, deberíamos al menos intentar llevarnos bien. Si hablamos tal vez podamos al menos soportarnos.

—Tengo trabajo que hacer —repito —Todo quedó claro en ese pedazo de papel. No es necesario hablar de nada —reuno el valor que me falta para darle la cara —Las únicas conversaciones que tendremos serán sobre trabajo.

—Todo lo que decía en ese maldito papel era verdad —afirma, su voz sale cargada de rabia.

Tuve que recostarme del escritorio y aguantarme de él. Sus palabras se clavaron en mi pecho abriendo más la herida que por años he intentado cerrar.

¡No llores! Me grito por dentro. No puedo romperme frente a él. No le voy a dar el placer de ver como me duelen sus palabras.

Agradezco cuando se va y me deja sola. Observo el temblor de mis manos y me obligo a caminar hasta el baño de mi oficina para lavarme el rostro y refrescar algo. Pero el agua no puede refrescar lo que siento por dentro. No puede aliviar el dolor que aunque no se a ido del todo —con los años— he aprendido a vivir con él.

Estoy aquí por trabajo. Me recuerdo sentándome en mi puesto. Solo serán unos meses en los que impulso esta empresa. Tengo que regresar a Londres, alguien importante me espera allí.

Intentando alejar todos los recuerdos y emociones que me atacan sin piedad, termino de preparar el plan de organización y lo que se necesita para empezar. No será fácil, pero espero que con los contactos que me facilitó Mario, al menos no sea tan difícil.

Lleno mis pulmones de aire y lo suelto de una cuando me paro frente a su puerta, doy dos toques en esta y entro.

—Aquí están bien distribuidos los cinco departamentos que necesitamos, cuántos trabajadores hacen falta en cada uno de ellos y los cargos que deben tener...

Empiezo a explicar el plan que creé. Él solo asiente de vez en cuando y yo agradezco porque mi voz no demuestre ningún signo de incomodidad.

—En esta lista hay posibles candidatos —le paso una copia de los contactos que me dió mi amigo la noche anterior después de la llamada que hicimos —Algunos son profesionales que están desempleados porque algunas empresas se fusionaron con otras y redujeron plantillas, otros son graduados con exelentes trayectoria estudiantil. Solo queda contactarnos con ellos y después de una entrevista seleccionar a los que se quedarán.

—¿Lo haremos juntos?

Su cuestionamiento me hizo removerme en mi puesto. Las palabras se escaparon de mi vocabulario y por un momento me sentí estúpida por la sensación que se enterró en mi pecho al escucharlo.

—Cualquiera de los dos podría hacerlo —digo al fin, lamentando que mi voz no haya tenido fuerza en ese momento.

—Entonces lo haremos los dos —concluye.

Asiento sin encontrar una oración coherente para librarme de estar —junto a él— entrevistando a otras personas.

—¿Algo más que necesitemos? —pregunta sin separar su vista de los papeles.

—Una secretaria —planteo, sabiendo que es necesario, pero con la intención de no tener que estar tanto tiempo con él del necesario, una secretaria sería el puente entre ambos —Y yo necesito un carro. 

—Eso último tomará unos días en los que salen los papeles, mientras yo podría...

—Esperaré esos días, gracias —interrumpo su ofrecimiento.

¿Cómo tiene cara de si quiera verme después de lo que me hizo?

La rabia empieza a recorrer mi sistema y antes de que explote, mi estómago ruge con violencia recordándome que desde anoche no como nada y que una manzana no es una cena responsable. Siento la sangre acumularse en mis mejillas por la vergüenza.

—Ya es hora de almuerzo —comenta Nolan mirando su reloj lo que mi estómago me está pidiendo desde temprano y él escuchó su queja —En la calle del enfrente hay un buen restaurante, puedes ir.

Hago el amago de ponerme de pie y cuando lo consigo la vista se me pone oscura obligandome a sujetarme del escritorio frente a mí.

—¿Gaia? —escucho que pronuncia mi nombre, pero lo oigo lejos.

Siento unas manos cerrarse en mi cintura, ignoro la corriente que sentí ante su tacto porque el mareo estaba amenazando con hacerme caer.

—No me sueltes —pido en un susurro cuando siento que no voy a poder a sostenerme de pie.

—No lo haré hasta que me lo pidas —quise ignorar la punzada que sentí en el pecho al escucharlo, pero ya era tarde.

Mis ojos se dejaron vencer por la oscuridad. Me dejo abrazar por esa oscuridad no sé por cuánto tiempo. Intento abrir los ojos, pero me pesan y solo consigo pestañear un par de veces. Escuchaba algunas voces a lo lejos y a la vez cerca, pero no podía entender del todo lo que hablaban.

Un par de intentos más y pude adaptarme a la luz tenue de la habitación en la que me encontraba. No tenía la ropa que me había puesto en la mañana, llevaba una bata y fui conciente que estaba en un hospital al mirar mejor el sitio.

—Ya despertó —conocía muy bien esa voz.

Nolan termina acercándose y pone su mano sobre la mía, pero la alejo como si su tacto quemara.

—¿Qué pasó? —pregunto al señor que también estaba en la habitación con una bata de doctor.

—La falta de alimento expone a la persona a padecer mareos, dolor de cabeza, sueño y hasta desvanecimiento. Afecta negativamente en la energía y el rendimiento —explica, veo a Nolan de soslayo como escucha atento todo lo que dice el doctor —¿Cuánto tiempo lleva sin comer bien?

Siento dos pares de ojos clavados en mí, esperando una respuesta que todavía no digo. Nunca antes había sido irresponsable con mi alimentación.

—No sé con exactitud —respondo intentando incorporarme en la camilla —Ayer me ocupé mirando estadísticas, preparando proyectos para el trabajo y posibles campañas. Perdí la noción del tiempo y cuando me quise dar cuenta ya era muy tarde para pedir comida y solo tenía una manzana.

—No puedes dejar de alimen...

—No me digas que hacer —escupo interrumpiendo a Nolan.

Ya sé que tengo que alimentarme bien. Solo fue un día, además no llevo ni una semana en la ciudad. No he tenido tiempo de comprar el mercado.

—¿Ya me puedo ir?

El doctor que escribía algo en los papeles que tiene en sus manos fija los ojos en mí.

—Ya puedes irte, pero antes debes saber que no es bueno que dejes de alimentarte en los horarios correspondientes para evitar posibles situaciones como las de hoy.

Asiento. El señor se retira, una enfermera entra casi al mismo tiempo y me retira el troquel en el dorso de mi mano del suero que seguro pusieron para alimentarme. Salgo de la camilla para ir por mi ropa que puedo ver en una pequeña mesa en una esquina. Ignoro por completo a la otra persona que hay en la habitación y entro al baño para cambiarme.

—Todavía sigues aquí —mascullo entre dientes cuando salgo.

—No te iba a dejar sola.

—Ya lo hiciste una vez, no me extrañaría que lo hicieras de nuevo.

—Fuiste tú la que se fue —refuta, un atisbo de rabia siento en su voz.

¿Pensaba que me iba a quedar después de todo?

Suelto una risa irónica en respuesta. No voy a gastar palabras diciendo el por qué me fui cuando él mejor que nadie sabe esa respuesta.

Abandono la habitación, escuchando sus pasos detrás de los míos.

—Mi carro está por aquí —indica pasando de mí —Voy a llevarte a tu departamento.

Me rindo antes de empezar otra ridícula discusión que no nos va a llevar a ninguna parte. La verdad es que solo quiero llegar, acostarme y descansar.

—Ni siquiera sabes a dónde me llevas —comento con la voz cansada unos minutos después.

—Esperaba que me lo dijeras.

No correspondo a la sonrisa divertida que me ofrece. Le indico el camino y dejo vagar mi vista por la ciudad en un intento de ahuyentar la imagen de esa sonrisa que años atrás me tenía rendida a su pies.

Se detiene en el estacionamiento de mi edificio y bajo lo más rápido que puedo antes de que él lo haga y me siga, pero sus pasos son más largos que los míos y me alcanza.

—No tienes por qué subir conmigo —siseo esperando que entienda que no quiero que lo haga —Ya me siento...

—Quiero hacerlo —me interrumpe, hago el ademán de decir algo más, pero sus siguientes palabras me dejan muda —Solo quiero asegurarme que llegues bien.

Acepto su compañía incapaz de pronunciar una simple y corta oración: "Yo no quiero".

El silencio nos hace compañía en todo el trayecto. Agradezco que no seamos las únicas personas dentro del elevador y cuando llegamos a mi piso, pido internamente para que solo me deje en la puerta y en cuento se vaya olvide donde estoy viviendo.

Cuando hago girar la llave en la cerradura y quitar el seguro me giro para verlo de frente.

—Ya estoy aquí, ya te puedes ir.

Acata mi petición al instante de pedirlo. Me despojo de la ropa una vez dentro con la clara intención de darme un baño y quitarme el olor a hospital que inevitablemente sigo sintiendo. Dejo que el agua caliente relaje mis músculos tensos.

Todavía faltaban algunas horas para que anocheciera, pero como no tenía intención de salir, me visto con una polera de mangas cortas que llega hasta la mitad de mis muslos. Ya esta algo vieja y el negro de su color no esta tan intenso, pero es una de mis favoritas.

Mi intento de acostarme queda a medias cuando escucho el timbre sonar. La curiosidad de saber quién es la persona que toca con insistencia me hace ir a ver. Tal vez sea un residente del edificio que necesite algo.

—Traje mercado —informa Nolan levantando las bolsas que carga en sus manos cuando abro la puerta.

—Sí, claro pasa. Estás en tu casa —digo irónica cuando pasa de mí sin esperar que lo invite a entrar.

Se mueve por el departamento como si conociera cada parte de él, siguiendo el camino que lleva a la cocina.

—No era necesario...

—Si conversamos como dos personas civilizadas y hablamos de lo que pasó, sería menos incómodo a la hora de estar en el mismo lugar —me interrumpe —Ya pasaron cinco años, ya somos algo mayor como para poder tener una conversación sin querer matarnos en el proceso.

No puedo creer lo que sale de su boca.

—¿Algo va a cambiar lo que pasó si lo hablamos? —cuestiono, niega —Bien, entonces no tenemos nada de que hablar.

—Si no lo hablamos, al menos dejémoslo en el pasado y empecemos de nuevo para que el trabajo sea más fácil de llevar.

—Como si fuera posible —digo lo que es más claro que el agua.

—Intentemoslo.

Y aunque sus palabras solo se referían para una mejor relación laboral, mi pulso se aceleró.

Estrecho mi mano con la que me ofrece como si estuviéramos cerrando un trato en el que estoy bajando un poco la guardia. En algo tiene razón, no podemos vivir como perros y gatos.

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