Capítulo 29

Nolan

No pasa nada. Me repito internamente. Nos dejamos llevar, nos descuidamos, pero no es tan grave. Lo peor que podría traer nuestro descuido sería una enfermedad, pero soy conciente que con la única mujer que he estado en mi vida a sido con ella, así como yo he sido el único en su vida.

—Tendremos cuidado la próxima vez —prometo.

—Sabía que no lo entenderías —replica, las puertas del elevador se abren en la primera planta y no me queda más que seguirla —No tienes ni idea de lo que puede traer consigo un descuido como este.

Primero fue Jude, ahora es Gaia la que viene a darme una clase de educación sexual. Y la entiendo, sé todas las consecuencias que pueden provocar la irresponsabilidad en estos actos, pero estoy confiando en ella y espero a que también se sienta segura de mí.

—Dame las llaves, Gaia —pido cuando llegamos a donde está estacionado su carro —Estás muy alterada para conducir. Yo te llevo... a donde sea que quieras ir.

Me pasa las llaves una vez que quita el seguro y a pasos apresurados entra por la puerta del copiloto. Me acomodo en el asiento del piloto, ajustándolo a mi tamaño. Me coloco el cinturón de seguridad y empiezo a conducir sin saber a dónde por las calles de Manhattan hasta que...

—Dobla en esta calle —me indica apuntando a la derecha, de reojo veo que está viendo algo en su teléfono —Otra vez a la derecha... aquí. Estacionate donde puedas.

Hago lo que me pide, observando el lugar al que me ha pedido que la traiga. Por los carteles en los locales puedo ubicar una licorería, un café, una farmacia y lo que creo que es un bar.

Se quita el cinturón de seguridad y antes de que abra la puerta para salir, la tomo por el brazo para detenerla.

—¿Qué hacemos aquí? —pregunto porque seguro estoy que después de su comportamiento de hace unos minutos, lo último que quería sería tomarse un café.

—La farmacia que nos quedaba más cerca es esa —aclara mi duda apuntando al local —Eso hacemos aquí. Necesito la pastilla del día después.

Sus palabras provocan una explosión dentro de mí, haciéndome caer en cuenta que su preocupación no era por alguna enfermedad, sino que, podría quedar embarazada.

—Quedate aquí, iré yo —digo mientras me voy quitando el cinturón de seguridad —Solo dime lo que tengo que buscar exactamente.

Escucho atentamente lo que me dice y presto atención a la imágen que me muestra en su teléfono que buscó en Google donde puedo ver las cajas donde viene la píldora que necesita. Memorizo bien el nombre y entro a la farmacia, y si bien lo hago porque sería una irresponsabilidad de nuestra parte no evitar un embarazo en este momento en el que recién lo estamos intentando de nuevo, lo hago porque no quiero exponerla de esta forma ante las personas que en este instante me ven a mí buscando entre los estantes hasta dar con lo que requiero.

De camino a la caja para pagar, me encuentro con la sección de preservativos y ya que estoy aquí, agarro tres cajas, que por ahora, tendrán que ser suficientes hasta que vuelva de nuevo por más. Una vez todo pago, regreso al carro donde Gaia casi me arrebata la caja con la píldora que necesita.

—¿No deberíamos leer primero las indicaciones? —me apresuro a cuestionar cuando veo que casi rompe la caja para sacar la píldora.

Guardo las cajas de preservativos en la guantera frente a ella, que no aparta la vista de mis movimientos y luego me ve a mí. Hago un ademán con una mano restándole importancia, pero mi intención es hacerle saber que estoy tomando las medidas necesarias para evitar en un futuro cercano el evento que nos sucedió hoy.

Antes de tomarse la píldora lee el instructivo que trae la caja y luego se la toma acompañada de un trago de agua de la botella que tiene en los asientos traseros del carro y donde la vuelve a dejar.

—¿Ya estás tranquila?

No me detengo a analizar su expresión en lo que espero su respuesta, mi vista está anclada en la carretera mientras pongo el carro en marcha.

—Un poco —contesta no muy segura —Llévame a mi departamento, necesito bañarme y cambiarme de ropa.

Tomo rumbo a su dirección. Una burbuja de silencio nos envuelve, haciendo sentir el trayecto más largo e incómodo.

—Dijiste que no lo entendería, ¿Por qué creíste eso?

Mi duda la toma por sorpresa cuando aparco en el estacionamiento de su edificio.

—Tenemos que hablar.

Siempre he tendido la idea que, esas tres palabras, son como una única bala en un revolver y quién las dice es la persona que tiene el control jugando a la ruleta rusa. Provocando pánico en la persona a la que apunta en la cabeza, en la boca... en el corazón.

Intento alejar el miedo que inunda cada nervio de mi cuerpo, aún así, no dejo de procesar esas tres palabras. Buscando una idea de lo que pueda ser. Aferrándome a que, sea lo que sea que tenga que decirme sea de mi agrado o dejar que un tiro de gracia arranque cualquier esperanza.

—Sí, eso... hagamos algo. Tengamos una cena familiar...

—¿Cena familiar? —me interrumpe.

Es lo que se me ocurre decirle. Teniendo en cuenta que unos días atrás la hice sentir mal por mi comportamiento delante de mi padre. Tal vez sea eso, no se siente segura de mí y yo no estoy dispuesto a perderla solo por eso.

—Tus padres, el mío, nosotros —enumero —Esta misma noche. Llamaré a Amaia para que se encargue de todo. Estamos juntos y no vamos a escondernos. No de nuevo.

Por un segundo puedo jurar que ví asomarse en sus labios el fantasma de una sonrisa y de alguna forma, eso me da un poco de tranquilidad.

Si estoy cometiendo un error, mi conciencia ya dejó atrás las banderas rojas. Ignorando el peligro que puede ser no darle la importancia que requiere aquel pedazo de papel, pero se trata de ella. Mi debilidad. Y aunque probablemente yo mismo le este entregando la bala para que ponga en la recámara del revolver tentando a mi suerte, esperando que el gatillo se trave y la bala no salga disparada o simplemente recibir el cruel y doloroso impacto.

—Te recojo a las siente y media —le hago saber —No sé cómo se lo tomará Thomas, pero espero que no sea peor que mi padre —digo en broma, aunque lo cierto es que su reacción me importa mucho, siendo que desde hace unos años no soy una de sus personas favoritas —Le pediré a Amaia que prepare una cena para cinco, no le diré nada si prefieres decirle tú qué ellos también están invitados y...

—¿Estás seguro de esto? —cuestiona interrumpiendo los planes que ya estoy haciendo sin su visto bueno.

Teniendo en cuenta que ya había consultado con un abogado lo de mi herencia, ya no tenía nada que me obligara a seguir obedeciendo a Nathaniel. Pronto podía tener el total control para administrar los vienes que mi madre dejó para mí y podría hacerme responsable de contratar a Amaia y a Thomas si a mi padre el orgullo lo obliga a cumplir con su amenaza.

—Nunca he estado más seguro que ahora —aseguro, sin saber que está misma noche mi vida cambiaría para siempre.

***

La tarde siento que pasa lenta. Como le prometí a Gaia, no le dije nada a sus padres de la cena, ella se lo contará en cuanto sea la hora. A mi padre tampoco le he dicho nada y estoy seguro que cuando llegue la rabia vibrará en cada tejido de su piel. Sin embargo, ya lo había decidido. Y no había marcha atrás.

Pantalón negro, camisa blanca recogida hasta los codos. Sencillo, sin rozar demasiado lo informal. Estaremos entre familia, no en una cena burocrática. Cuando termino de vestirme miro la hora y me dispongo a buscar a Gaia. Desde que la había dejado en su departamento temprano ando en su carro, no regresé a la empresa por el mío.

Me estaciono frente a su edificio y tecleo un mensaje para hacerle saber que ya he llegado. No me hace esperar mucho, la puerta del copiloto se abre y una sonrisa algo nerviosa de su parte me hace impulsarme y rozar mis labios con los suyos, demostrarle que no hay nada porque preocuparse.

—¿Lista? —pregunto una vez pongo el auto en marcha.

Puedo ver como juega con sus dedos arañando la tela de su pantalón holgado.

—No, ¿y tú?

—Todo va a salir bien.

Llevo una mano a las suyas por unos segundos y ejerzo un poco de presión para recordarle que somos los dos, que estamos haciendo que hace cinco años debimos hacer.

En todo lo que quedaba de camino no dijimos una palabra. Los únicos sonidos que llenaban el espacio eran de los carros que pasaban de nosotros y de la suave música que se iba reproduciendo en la radio. Cuando llegamos a nuestro destino el sol ya se había escondido del todo. Fui el primero en bajar y rodeando el carro me dirijo a su puerta ofreciéndole una mano para ayudarla a bajar.

Empezamos a caminar sin soltarnos de las manos hasta que vemos como Thomas nos observa desde el otro lado del jardín.

—Ve y habla con ellos —la ánimo —Los espero adentro.

Dejo un beso en su sien y tomamos caminos diferentes. Ella se dirige a la cabaña del jardín y yo entro a la mansión. Solo espero que todo salga bien, realmente.

Tal y como le pedí a Amaia, en la mesa del comer hay cinco puestos.

—¿Tenemos invitados y yo no lo sabía? —la voz grave de mi padre me hace girar hasta quedar frente a él.

—Toma asiento —pido, apuntando a la mesa.

Su seño se frunce y sin apartar la mirada de mí, camina hasta la mesa. Sentándose a la cabeza. Lo imito, sentándome a su derecha. Me preparo para explicarle porque hay más platos en la mesa, pero el sonido de varios pasos me hacen mirar a las tres personas que se acercan. Bien, eso fue rápido. Pensé que le tomaría más tiempo convencerlos de cenar.

Rápidamente me pongo de pie, ignorando los balbuceos que suelta por lo bajo Nathaniel.

—Por favor, tomen asiento —los invito.

Thomas mira a Amaia, la misma asiente como si le estuviera dando el permiso de hacerlo y al notar como él contrae la mandíbula, estoy seguro que si accedió a esto fue porque ella se lo pidió.

Terminan de acortar la distancia, Thomas se sienta a la izquierda de mi padre con su esposa al lado y Gaia al mío. Retiro la silla para ella y una vez está sentada hago lo mismo.

—Espero que no se sientan incómodos que tengamos esta conversación mientras cenamos —comento para romper el silencio.

Emily no tarda en aparecer, dejando las bandejas con comida sobre la mesa. Puedo jurar que Amaia se está aguantando el impulso de ayudar a su compañera. Le agradezco una vez termina, la señora a trabajado ayudando con la limpieza y la cocina a Amaia desde hace unos diez años.

El silencio vuelve a reinar en el lugar. Ninguno hace algún movimiento para empezar a llenar sus platos. La vista de nuestros padres están ancladas en nosotros esperando que digamos algo y me aclaro la garganta antes de empezar esta conversación.

—Supongo que no es un misterio el motivo del por qué estamos todos sentados en esta mesa —digo, intentando ignorar la mirada asesina que me ofrece mi padre —Esta vez decidimos contarles antes de que se enteren por otros medios —tomo la mano de Gaia y la pongo sobre la mesa entrelazando nuestros dedos —Espero que ahora puedan entendernos mejor que la última vez.

Una carcajada seca de parte de Nathaniel nos hace a todos mirar en su dirección.

—Ustedes parece que no recuerdan...

—Lo que pasó ya quedó atrás. En el pasado, donde pertenece —me apresuro a interrumpirlo —Si estamos aquí, dándole la cara a ustedes es para que sepan que no estamos jugando que...

—Espero que no sea un juego —esta vez es Thomas quien interviene —Mi hija no es un juego, Nolan.

Siento alivio con sus palabras de padre protector, al menos no se está oponiéndose como en aquel momento en que me prohibió acercarme a su hija.

Ojalá mi padre también pudiera aceptarlo, pero su tosca respiración es palpable o más bien sus resoplidos.

—Mis intenciones son buenas —me veo en la necesidad de aclarar —Entiendo que se preocupe, todos sabemos que no terminaron bien las cosas. Pero el tiempo pasó, somos adultos y...

—Es nuestra decisión —continua Gaia por mí, hablando por primera vez desde que estamos sentados —Tarde o temprano esto iba a pasar y somos más que conciente de ello.

—Mejor empecemos a cenar, antes de que se enfríe —pide Amaia en un tono suave, la sonrisa que muestra me hace saber que ella no está en contra.

Mi padre casi se para de su puesto, ví el impulso que retuvo justo antes de levantarse por completo, como si de momento algo hizo click en su cerebro haciéndolo cambiar de opinión. Se vuelve a acomodar y empieza a servir su plato como el resto de los presentes. Sorprendentemente, no pronunció palabra alguna en el resto de la cena.

Aunque Amaia y Thomas lleven años compartiendo con nosotros, es notable que les resulta incómodo estar en la misma mesa que su jefe. Aún así, sé que están poniendo de todo su esfuerzo por su hija.

Una vez terminamos, los invito a reunirnos en la sala para continuar la conversación que habíamos empezado y siendo conciente que no terminaría en dónde la dejamos.

—Te dije que todo iba a salir bien —susurro solo para que Gaia y yo lo escuchemos.

—Nathaniel no lo tomó muy bien —me recuerda.

Me encojo de hombros restandole importancia, en algún momento tendrá que entender que estamos juntos y que sea de su agrado o no, eso no va a cambiar.

—Gaia, permiteme un momento para hablar —y ahí estaba esa voz tranquila que Nathaniel pocas veces utilizaba —Acompañame a mi despacho, por favor.

Los ví alejarse, ajeno a qué su conversación sería mi verdadero tiro de gracia.

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