Capítulo 23

Gaia

¿Cuándo el amor vuelve a llamar a tu puerta, te atreverías a abrirle?

Me está pidiendo amor y él, ¿Él está dispuesto también a darme lo mismo? ¿Es recíproco?

Sus palabras se entierran en mi pecho, metiéndose en lo más profundo de ese órgano palpitante que arremete con fuerza en mi caja torácica.

Mis pies parecen estar anclados al piso mientras mi cerebro ordena hacer o decir algo, pero no sé qué exactamente.

Justo en este momento, ahora que soy más cobarde que antes. Salí del aeropuerto casi corriendo, huyendo, con miedo y a la vez queriendo evitar este momento. Porque es lo correcto, no puedo simplemente dejarlo entrar —entrar a mi vida— cuando todavía no le cuento que Naia es su hija. En el momento que dijo que le recordaba a su madre me ateroricé de que llegara a la conclusión y encontrara el parecido con la mujer del retrato que hay en el gran salón de su casa.

Naia y Céline se parecen demasiado, incluso los hoyuelos que se le marcan cuando sus labios se curvan en una sonrisa. Las hondas naturales que se le hacen en en su cabello castaño. Facciones un poco redonditas y a la vez algo marcadas. Si comparan una foto de mi pequeña con el retrato de su abuela, se podría decir que es la misma persona con diferentes edades. Pero Nolan no parecía darse cuenta de eso, en cambio Jude me pareció que sí. No dejaba de mirar a la niña como si estuviera viendo un fantasma. La imagen de alguien que ya había visto antes, y para mi suerte, muy para mi suerte, de su boca no salió ningún cuestionamiento al respecto y espero que sea así hasta después de que yo al fin hable y cuente la verdad.

No quería enfrentarlos a ninguno, huí, y ahora... él está aquí, tocando mi puerta con insistencia. Evitando que escape de la realidad por más tiempo.

—No huyas más, no esta vez. Gaia, por favor —escucho que dice cuando deja de tocar a la puerta —Hablemos, nos debemos esto.

Yo se lo debo, tengo que contarle. Tengo que decirle, aún así, tengo miedo. De su reacción, de cómo se tome la noticia, de que pueda rechazarla.

Y aunque por momentos intento ser valiente, el jodido miedo me abraza lanzandome al pozo de los cobardes.

Mi visión se nubla en una oscuridad y tal parece que voy a desmayarme, pero no lo hago. El vértigo desaparece y mi vista se aclara en unos segundos. Me obligo a mover las piernas, solo dos pasos. Mi mano se aferra al pomo, quito el seguro, pero no la abro. Soy conciente que en el momento que lo haga, lo dejaré entrar y todas mis defensas caerán al piso. Mi voluntad estará a la merced de sus besos y mi amor por él se aferrará con más fuerza en mi pecho y tengo que evitar que todo eso pase hasta que cumpla la promesa que le hice a mi hija, hasta que le diga a él que es padre.

Lleno mis pulmones de aire al tiempo que con lentitud abro la puerta. Su mirada se encuentra con la mía al instante que el pedazo de madera deja de interponerse en el medio de ambos. El fantasma de una sonrisa pasa por sus labios un par de segundos y no espera una invitación de mi parte para entrar.

Doy pasos atrás, los mismos que Nolan da a mi dirección, pero él es muy rápido o yo tal vez estoy siendo más lenta de lo normal.

Las puntas de nuestros pies chocan y sus manos se entierran en mi pelo captando mi atención, haciendo que de esta forma lo mire a los ojos y no al piso. Siento nervios en mi estómago por su cercanía y para mis adentros estoy gritando que mis nervios cesen, que el miedo desaparezca y que confiese de una vez por toda. Que acabe con la barrera invisible que he impuesto y si su reacción es buena poder darle lo que me pide, porque aunque para él sí, lo que yo siento no es una mentira. No es un juego.

—Hablemos —me dice escaneando mi rostro —Dejemos las cosas claras y luego... —sus ojos viajan a mis labios a la vez que lame los suyos —Luego me voy... si quieres.

Las palabras mueren en mi garganta cuando abro la boca para decir algo. Un murmuro estrangulado es el único sonido que alcanzo ha hacer. Lo intento, juro que lo estoy haciendo, pero el puto miedo de que no acepte a su hija es como un yunque de hierro bien pesado aplastando mis cuerdas vocales. Impidiendo que la voz me salga y mi cerebro termine de formular la oración correcta.

No es tan difícil, solo tengo que decirlo, ¿Cierto? Aunque no es una noticia que se pueda dar sin anestesia, tampoco es una a la que haya que adornarla con caramelos o flores. Ni todas las citas que he tenido con la psicóloga en este momento me sirven de algo.

—Está bien, no digas nada. Yo voy ha hablar primero —dice ante mi silencio —No quiero hablar de hace cinco años, no del por qué te fuiste. Quiero hablar de lo que pasó anoche, de lo que estuvimos a punto de hacer, de lo que sentimos...

—Naia es mi hija —me escucho decir, sus manos se alejan de mi pelo —Contigo —confieso en un hilo de voz —Es nuestra hija, yo...

—¿Esto es una broma? —cuestiona y suelta una risa que apaga al instante al volver su vista a mí —No es una broma.

—Yo te lo quería contar antes, solo que...

—No —me calla con voz enérgica —Es tu hija, no mía. No vuelvas a repetir eso nunca más. No... —pasa sus manos por su cabeza con evidente frustración —Yo no tengo una hija.

Mi mundo se hace pedazos y el monstruo de mi mayor miedo se hace realidad, aplastandome en el primer intento, sin ninguna dificultad. Un hilo caliente rueda por mis mejillas por las lágrimas que no pude detener y...

—¡Ey! ¿Qué pasa? Gaia, no llores. Mírame.

Escucho nuevamente su voz, pero esta vez no está alterado. Es suave y... caigo en cuenta que sus manos todavía siguen enterradas en mi pelo, mis ojos estaban cerrados y que no le dije nada. Que todo fue mi imaginación manipulada por el miedo. Una pesadilla que tuve despierta.

Él no reaccionaría así si yo le contara, él no...

—Necesito agua —musito casi perdiendo la voz.

Sus manos me abandonan lentamente, sus ojos escanean mi rostro buscando una explicación a mi reacción y como la cobarde que soy, huyo. Me encamino a la cocina intentando alejar mis pensamientos destructivos, mis miedos. El como sería su reacción, buena o mala.

Saco una botella de agua del refrigerador y empiezo a tomar tan torpe que casi toda cae encima de mí.

—Para —Nolan me quita la botella de agua —Te has mojado toda.

Mi vista baja a mi pecho y soy conciente de como mi respiración está alterada al verlo subir y bajar rápido. Siento el agua fría deslizarse por mi pecho y bajando más abajo de mi vientre.

—Yo... voy a cambiarme.

Él asiente y yo paso por su lado, me detengo. Me gustaría darle una explicación, pero no sé cómo excusarme. Continuo mi camino hasta llegar a mi habitación donde me quito el vestido y envuelvo mi cuerpo en una toalla.

Abro el closet para coger el cambio de ropa y soy tan torpe al abrir la gaveta de ropa interior que cuando la saco, sale completa de su estructura y cae al piso haciendo ruido.

—¡Mierda!

Me agacho para recoger todo y ponerlo en su lugar.

—¿Estás bien? Escuché un ruido, yo... déjame ayudarte —Nolan llega a donde estoy y me quita la gaveta de las manos y la coloca en su lugar —Ya está.

Cuando se da la vuelta su mirada repara en todo mi cuerpo y yo reacciono a ello. Aprieto las piernas al sentir un latigazo en mi vientre, todavía sentida por la noche anterior.

—Te espero a fuera —dice y comienza a alejarse.

—Quedate —me escucho decir.

Sus pasos se detienen, pero yo no me giro para mirarlo. Me quedo en mi posición, incluso cuando se acerca y su pecho choca con mi espalda. Mi respiración se vuelve entrecortada cuando su aliento choca en mi nuca y sus dedos se entierran en mi cintura y me hacen girar.

—No quiero que te arrepientas de esto.

—Solo... solo besame —ruego en un susurro.

Sus labios se encuentran con los míos, suaves y húmedos. Mis pies dejan de tocar el piso y envuelvo con mis piernas sus caderas. Nos lleva hasta la cama y se sienta en la orilla de esta.

—Gaia... —sisea cuando me muevo sin poder evitarlo —Si sigues así no seré capaz de parar.

—No quiero que pares.

Sus ojos conectan con los míos, buscando una inseguridad que no le demuestro. Dejo caer la toalla quedando expuesta ante su vista. Ni siquiera pienso en que pueda descubrir que mis senos crecieron porque estuve lactando o que mis caderas anchas no solo fueron por ejercicio, tampoco que se de cuenta que mi vientre —aunque ahora está plano— en algún momento llevó una vida dentro. No... ahora solo me importa su mirada sobre mis pechos desnudos, deseoso de ellos.

Mis caderas se mueven solas en busca de más fricción para esa parte de mi cuerpo que grita ser atendida en cada palpito doloroso que emite. Mis manos viajan a su pantalón donde batallo para quitarle el cinturón y bajar la cremallera.

Siento mi espalda chocar con el colchón y mi vista se deleita en su cuerpo cuando se saca la polera de mangas cortas que trae, por el movimiento de sus piernas deduzco que se está sacando los zapatos.

Me acomodo mejor en la cama y el colchón se hunde más cuando Nolan se sube de rodillas. Conecta su mirada con la mía mientras baja mis bragas, como si esperara que en algún momento lo detenga, pero no lo hago.
Mi respiración se acelera cuando se inclina sobre mí. Sus labios se encuentran con los míos y sus dedos hacen contacto con mi intimidad.

—Tú... ahora... necesito sentirte —ruego entre balbuceos sobre sus labios.

Del bolsillo trasero de su pantalón saca un envoltorio plateado. Ni siquiera me cuestiono el por qué lo tiene, el por qué estaba preparado o si antes de venir estás eran sus intenciones. No, solo me deleito en ver cómo su cuerpo cae sobre el mío sin llegar a aplastarme.

—Gaia...

—Estoy segura —respondo rápido, interrumpiendolo.

Ahora mismo solo necesito que apague el fuego que arde en mi interior. El deseo. La sed que no puede ser calmada con agua, solo con él, llenandome de él y no deseo nada más que estar en sus brazos.

Ahogo un grito en mi garganta que sale en forma de gemido al sentirlo, por su parte escucho un gruñido y entierra su cabeza en mi cuello, mordisqueando suavemente esa zona. Mi pecho sube y baja sin control por la sensación que viaja por mi espalda al encontrarnos así.

Nuestras miradas se encuentran y una sonrisa curva su boca. Sus labios dejan un beso húmedo sobre mi hombro izquierdo y mis dedos se entierran en su pelo, lo atraigo a mí para besarlo y su cuerpo... su cuerpo es como una ola que viene y va, en marea baja, pero al igual que una tormenta, la marea se vuelve violenta y aumenta la velocidad. Me separo de su boca jadeante en busca de aire y admirando su expresión placentera, sus labios entreabiertos, jadeando y su mirada.

—Mi estrellita —susurra con voz ronca —No tienes idea de cómo extrañaba esto, a ti.

Muerdo mi lengua para no confesar que yo también lo extrañaba y no sabía cuánto lo necesitaba como en este momento en el que mi cuerpo lo reclama con ganas.

Se traga mis gemidos y yo los suyos cuando su boca se estrella contra mi boca y su lengua se encuentra con la mía, en una batalla exitante.

Mi espalda se arquea como si tuviera vida propia y un grito sordo escapa de mis labios cuando llego al último nivel de exitación, dejando escapar su nombre. Nolan sonríe satisfecho al verme y continua, alargando mi placer hasta que llega el suyo.

Su cabeza se esconde en mi cuello mientras nuestras respiraciones entrecortadas intentan normalizarse.

—El primero, el único —susurra.

Esas palabras me hacen recordar el por qué las dice, haciéndome sentir más pequeña bajo su cuerpo.

Ya habíamos hablado de esto antes, sabía que en algún momento iba pasar, pero mis inseguridades por no ser suficiente para él me frenaban.

Todo mi cuerpo tiembla ante el tacto de su mano y al notarlo se detiene.

No tenemos que hacerlo si no quieres —dice Nolan dejando un beso en mi mejilla —No quiero que te sientas obligada, cuando estés lista podemos intentarlo de nuevo.

Sonrío porque me pone en primer lugar antes que sus deseos. Sí quiero hacerlo, con él, pero...

—¿Y si no te gusta y dejas de quererme? —me escucho decir.

No solo quiero ser el el primer hombre en tu vida, Gaia. También el último, el único.

El recuerdo de nuestra primera vez me atraviesa como un rayo y él está muy seguro que no solo fue el primero, sino que hasta el momento, también ha sido el único.

Un sabor amargo invade mi boca y mi mente insegura me tortura de solo pensar que otra haya podido disfrutar de su cuerpo, mientras yo... no pude estar con otro hombre en todo este tiempo.

Muerdo el interior de mis mejillas cuando se acuesta a mi espalda y me atrae envolviéndome en sus brazos. Me da un beso en la cabeza y por más que quiero evitarlo, una pregunta me ahoga por salir a la superficie y no puedo pararla.

—¿Con cuántas?


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