Capítulo 20

Nolan

Llevaba un par de días con Elisabeth preparando el local que habíamos comprado para hacer una reunión, actividad o fiesta, como le llamaban algunos por el fin de año. La idea era estimularlos por el buen trabajo que habían hecho.

Con ayuda de decoradores hicimos que del lugar que pareciera digno de admirar. Una ambientación muy sencilla, aún así llamaba la atención. El espíritu navideño predomina por el lugar. Incluso un árbol de pino de al menos tres metros adorna una de las esquinas con hermosos adornos y luces, a sus pies reposan cajas envueltas en papel de regalo con enormes lazos. Cada una de ellas tiene una identificación con el nombre de cada trabajador.

Habíamos manejado bien el tema de la logística. Todo aparenta correctamente bien.

Veo a Elisabeth moverse de un lado a otro, recorriendo todo el lugar, preocupada por la organización y viendo que todo esté en orden. Conversa con los meseros, comprueba el bufet, incluso creo que se acerca al DJ para pedirle que ya puede inundar el lugar con música.

Habíamos sido los primero en llegar, a parte del equipo de trabajo de eventos que se encargarían de controlar la comida y bebida.

—Todo está en orden, señor Miller —me dice la secretaria por segunda vez desde que llegamos —Solo falta que empiecen a llegar.

Asiento buscando un lugar donde sentarme. Estoy cansando, estar todo el día viendo cómo estaba quedando el local fue agotador de cierta forma.

—Relajate, Elisabeth —comento al notar lo tensa que está cuando me sigue —Deja de llamarme señor, pareces un soldado reportándote ante su superior.

—Eres mi jefe.

—Eso no quita que sea un humano de carne y hueso —aclaro sentándome en uno de los sillones que se encuentran casi pegados a las paredes —Además, no estamos en la empresa. Aquí puedes llamarme solo Nolan.

Asiente no muy segura.

Miro con impaciencia el reloj de mi muñeca, ocho de la noche. Todavía no llega nadie. Le pido a uno de los meseros que me traiga una bebida en lo que espero que empiecen a llegar mis trabajadores en especial, ella.

Cerca de media hora empiezan a llegar parte de mi equipo de trabajo acompañados algunos con sus parejas, otros con algún familiar y otros con amistades puesto que la invitación incluía a uno o dos invitados por persona. Decidimos hacer esta preparación dos noches antes de año nuevo para ese día no interrumpir con sus festividades.

Calculo al menos unas cien o cerca de cien personas, pero todavía no estaba la única persona que me gustaría ver. Incluso Alice había llegado, a la que trato de evitar, se a tomado demasiada confianza conmigo cuando no se la he dado.

La música se mantiene suave, a un volumen moderado, ni tan fuerte ni tan bajo. Algunos bailan, otros se acercan a las mesas de bufet a degustar de algunos alimentos y bebidas.

Miro mi teléfono en más de una ocasión esperando una respuesta a todos los mensajes que le había enviado a Jude. Ayer le había pedido que nos acompañara esta noche, pero su muy apretada agenda la tenía con retraso.

Mi vista se clava en la entrada cuando las puertas se abren dandole paso a quien he querido ver todos los días.

Un vestido dorado en la parte superior y blanco en la parte de la falda holgada hasta sus rodillas la hacen ver elegante, llamativa, pero sin perder la sencillez que siempre la ha caracterizado.

Mis ojos viajan por cada parte de su cuerpo, escaneando desde sus zapatos de tacón fino blancos, atravesando el escote cuadrado de su vestido hasta que nuestras miradas conectan y el intento de sonrisa que amenazaba con romper mis labios queda en intento cuando miro detrás de ella.

Su amigo, Mario. Su supuesto amigo, coloca una mano en su cintura incitandola a seguir caminando.

No soy conciente que tengo las manos hechas puños hasta que siento que duelen.

Mi vista no se aleja de ellos ni un solo segundo. Su amiguito no es de mi total agrado, la noche en la que cenamos juntos casi no cruzamos palabras. Sus palabras en la mayoría iban dirigidas a su sobrina, la niña que me miró con admiración y con Gaia. Yo solo intervenía de vez en cuando y cruzamos algunas palabras.

Elizabeth levanta una mano al aire moviendola muy emocionada para que se acerquen. Llevo la copa a mi boca bebiendo el poco contenido que le queda y le pido a uno de los meseros con un gesto que me consiga otra.

Como gesto de educación me pongo de pie en cuanto terminan de borrar la distancia.

La secretaria saluda a Gaia con un abrazo para luego estrechar su mano con el tal Mario. Hago lo mismo con él, ejerciendo un poco más de presión de lo normal y soy conciente cuando veo una mueca torcer su boca, juro que lo hice inconscientemente. Cuando voy a saludar a Gaia no sé cómo hacerlo.

No sé si está bien abrazarla, no sé si está bien dejar un beso en su mejilla, no sé si solo darle la mano.

Parece detectar mi inseguridad y es ella la que se acerca, dejando un beso tan rápido en mi mejilla que ni siquiera tengo tiempo de disfrutar de sus labios acariciar esa parte de mi piel.

—Exelente trabajo en la preparación de esto —felicita Mario, Elisabeth es la única que le agradece.

Tomamos asiento y como la música aún permanece baja, puedo escuchar a las dos mujeres que tengo cerca en su conversación trivial. Mientras, yo sigo bebiendo del líquido burbujeante que no hace mucho me habían entregado.

—¿A qué te dedicas? —me escucho diciendo en dirección al rubio castaño que está a menos de un metro sentado de mí.

—Soy fotógrafo profesional —responde mirándome directo a los ojos —También soy profesor de Estrategia Comercial.

Asiento sin saber cómo seguir la conversación que no debí empezar, ahora solo me siento peor. No solo porque estoy celoso de él, sino porque él es un profesional y yo solo pude terminar la carrera de administración a la cual no ejercí luego de graduarme.

—¿Naia, tu sobrina cierto? —me veo preguntando por la pequeña, no solo su constante mirada sobre mí me llamó la atención, hay algo en ella que creo haber visto en otra parte.

Una sonrisa estira sus labios en cuanto la menciono.

—Sí, es una niña preciosa y encantadora. Deberías conocerla es...

—Vamos a bailar —interrumpe Gaia nuestra conversación.

-Estamos conversando. Tenemos toda la noche para bailar.

—Recuerda que quedamos en buscar a Naia temprano. Solo estaremos aquí un par de horas —le menciona ella con urgencia —Acompañame.

Es como si necesitara alejar a Mario de mí. ¿Qué te pasa, Gaia?

Su amigo no le lleva la contraria y muy educado pide permiso para retirarse junto a ella.

—Elisabeth... ¿Sabes con quién dejaron cuidando a la sobrina de Mario? —pregunto cuando me presta atención, asiente —¿Con quién?

—Mis padres.

No investigo nada más, de alguna forma sentí la necesidad de saber quién cuidaba de ella, preocupado. Tal vez sea su nombre, cuando me lo dijo revolucionó algo dentro de mí. Por coincidencias de la vida la sobrina de ese extraño se llama igual que el nombre que en medio del fuego que consumía el cuerpo de Gaia junto al mío escogimos por si un día teníamos una hija.

Veo a unos metros de mí donde están bailando y es inevitable no sentir celos. Las manos del tipo ese están en su cintura, se mueven al ritmo de la música, mientras ríen y se dicen algo al oído.

Elisabeth los acompaña y agradezco cuando se separan para hacerle un espacio a ella y bailar los tres a una distancia considerada.

—No sabía que tu secretaria sale con alguien.

Ni siquiera me volteo a ver a la dueña de esa voz, que sin ser invitada se sienta al lado mío, casi nuestros cuerpos se rozan. Por primera vez en la noche, deseo que la música esté más alta para no escuchar el veneno que viene a inyectar la abogada.

—No sale con él ni con nadie —me veo en la necesidad de aclarar primero que nada, obviando la parte de que no es mi secretaria.

—No lo parece —insiste.

Por primera vez la veo a la cara, sonríe con prepotencia, segura de sí misma.

—Es solo su amigo —mastico entre dientes.

Dejo de verla y bebo toda mi bebida pidiendo otra que no tardan en traerme. Es inevitable no sentir celos de él, solo tengo que mirarlos juntos y ya la sangre en mi sistema hierve. Es que solo hay que verlo, su presencia impone respeto a dónde quiera que vaya.

—Un amigo muy cercano, demasiado en mi opinión —pongo los ojos en blanco cuando sigue hablando —Solo ve como ellos se miran, la complicidad que tienen es evidente desde aquí. Ni siquiera están conversando y en sus rostros no deja de mostrarse una sonrisa. Eso solo pasa entre dos que se quieren, que se conocen tan bien que las palabras sobran. ¿Todavía sigues pensando que no son nada?

Intento no presionar con fuerza la copa que sostengo en mi mano y la llevo a mi boca tragando todo de una. Niego, no quiero darle la razón aunque la semilla de la duda ya está instalada en mi cabeza. No quiero dudarlo, no quiero desconfiar de ella. No quiero pensar que me mintió en eso.

Ya me ha mentido antes. Me recuerdo, en eso también pudo hacerlo. No, me niego. Él es su amigo, solo eso. No hay nada más entre ellos. Su complicidad debe ser por una amistad que seguro llevan años teniendo. Él fue su maestro, él la ayudó. Su vínculo es solo de amistad, agradecimiento. No de amor, no son pareja. No tienen nada, nunca lo tuvieron. No... solo son amigos, por eso sus risas cómplices, sus miradas de cariño. Los amigos se quieren así, los amigos no se ven de otra forma.

Me intento dar consuelo a mí mismo para minimizar el dolor que se instala en mi pecho, para los celos que me hacen querer separarlos, borrarles las sonrisas.

Cuando ella me miraba a mí, su forma de hacerlo se sentía cálida, sincera, con amor. Sus sonrisas eran unas caricias invisibles a mi alma. Me recuerdo, incluso me comparo con él. Conmigo era diferente, conmigo al menos había un poco de amor, con él... no, con él no hay amor. Al menos no como pareja, amor de amigo.

Eso. Amor de amigo, ese es el único sentimiento que puede haber entre ellos.

Vamos, Nolan. Deja de torturarte. Joder, siento celos. Se ven bien juntos. Elisabeth a su lado parece estar en un tercer plano, solo son ellos dos. Mierda, yo quiero eso. Quiero ser él, joder.

—¿Bailamos?

—¿Sigues aquí? —ironizo, estoy siendo cortante.

Casi siento alivio cuando mi teléfono vibra y leo el mensaje de Jude que me avisa que ya viene en camino. Necesito de ella aquí. Ella es la única a la que le puedo contar cómo me siento.

—Entonces... ¿Te quedarás de amargado aquí sentado toda la noche viendo cómo tu secretaria baila con otro?

—Que no es mi secretaria, Alice —ahora sí la reprendo por llamarla así —Última vez que te lo recuerdo.

Y como si mi tono de voz cortante no le importara vuelve a invitarme a bailar y esta vez no me niego. Caminamos uno al lado del otro y nos ubicamos en un punto donde a penas un par de metros nos separan de Gaia, su amigo y nuestra secretaria. Ni siquiera le presto atención si lo estoy haciendo bien o no, si voy al ritmo de la música. Solo puedo ver a donde está ella, que justamente a dejado de reír y me ve a mí.

Y aunque bailamos con otras personas, nuestras miradas están danzando juntas.

La música cambia y al instante reconozco cuál es la canción, "Thinking out loud" de Ed Sheeran. Gaia le susurra algo a Mario y caminan hasta donde estábamos sentados antes, intento hacer lo mismo, pero los brazos de Alice se cierran en mi cuello obligándome a mirarla. No quiero bailar con ella está canción. Intento tomar distancia, pero se aferra más.

Por inercia veo a donde está sentada la única persona que me importa en este lugar, niega en cuento nuestras miradas chocan y la veo como se pone de pie alejándose.

Me safo del agarre de la abogada sin ser tan brusco y sigo el camino al que Gaia se fue, a los baños.

Entro sin importar que sea el baño de las damas. La veo apoyada del lavamanos y cuando nota mi presencia nuestros ojos se encuentran a través del espejo. Meto las manos dentro de mi pantalón sin saber cuál sería mi mejor movimiento, acción o palabras ante esta situación.

—Era nuestra canción —sisea con rabia —Era nuestra jodida canción y la bailaste con otra.

Esa había sido nuestra canción, la que profesaba el amor que nos habíamos prometido.

—Las canciones dejaron de tener sentido cuando no tuve a quién dedicarlas.

Me arrepiento al instante de haber dicho eso, pero es cierto. Ella se fue, yo me quedé y la canción nunca cambió de letra, nunca dejó de tener el mismo significado ni sentimiento, pero ella ya no estaba.

—Igual la seguiste bailando —masculla.

—Igual estoy aquí y la canción no se a acabado —me defiendo —Baila conmigo.

No accede a mi petición. Termino de acortar la distancia y me pego a su espalda.

—Mírame —pido.

—Te estoy mirando.

—Así no. Date la vuelta y mírame. No a través de un espejo. Dame la cara, mírame, bailemos. Es nuestra canción, nunca dejará de serlo.

—Ya la bailaste con otra...

—Solo que ella no eres tú.

Accede y gira en su eje. La canción no se escucha tanto, pero para dos que saben la letra y la melodía de memoria es suficiente. Sus manos se apoyan de mis hombros y empezamos a movernos de un lado a otro, despacio y con la mirada conectada.

Llevo una mano a su espalda y la otra la dejo en su cintura para pegarla más a mí. Pego mi mentón en su pelo cuando su cabeza se apoya en mi pecho.

—¿Lo sientes? —pregunto, asiente sin alejarse —Solo late así por ti. Veloz, fuerte, con ganas. Ninguna otra por más que lo intente conseguirá hacer que mi corazón lata como lo hace por ti. Ninguna podrá ocupar el lugar que aunque te fuiste nunca dejaste de ocupar. Porque ninguna me hará reír como tú lo hacías. Ninguna será suficiente para olvidarte, estás tan clavada en mí que aunque yo mismo lo intenté no pude borrarte —continuo, ya ni siquiera nos estamos moviendo aunque su cabeza sigue apoyada en mi pecho, negándome ver sus ojos —Contigo las canciones sí tienen sentido.

—No lo hagas más, por favor —pide, sus manos caen a sus costados.

—¿Qué? —cuestiono sin entender.

—Fingir. Deja de fingir que me quieres.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top